Recomiendo:
0

¡Aplicar el freno de emergencia!

Fuentes: Rebelión

Muy esquemáticamente se pueden encontrar dos grandes tendencias en las respuestas a la crisis económica mundial. En primer lugar, las que surgen del propio capitalismo y que varían desde un capitalismo con más controles pero que no abandona ni de lejos la lógica de acumulación mundial del capital, hasta las respuestas propias del fundamentalismo del […]

Muy esquemáticamente se pueden encontrar dos grandes tendencias en las respuestas a la crisis económica mundial. En primer lugar, las que surgen del propio capitalismo y que varían desde un capitalismo con más controles pero que no abandona ni de lejos la lógica de acumulación mundial del capital, hasta las respuestas propias del fundamentalismo del mercado que busca la solución de la crisis del mercado con más mercado. La primera es la   respuesta que se encuentra en la propuesta del G-20 respecto a inyectar un billón de dólares a la economía mundial y combatir el proteccionismo (claro, el proteccionismo de los países del sur, no de los países del norte, Estados Unidos a la cabeza) y la segunda que se encuentra en las declaraciones de los fundamentalistas del mercado (neoliberales) que expresan opiniones tragicómicas en   los medios de comunicación [1] .

 

Independientemente del matiz entre un capitalismo que sabe que necesita controles para seguir con la acumulación y el fundamentalismo del mercado que ya perdió contacto con la realidad, la dirección de la respuesta es la misma: continuar con el crecimiento. Pese a las diferencias que existen, esta es una tendencia que en el fondo es ciega e irresponsable en cuanto a sus propios efectos. Independientemente de sus intenciones (a veces sí aviesas y nihilistas) contribuye a la destrucción de las dos grandes fuentes de riqueza: la tierra y el ser humano. Como se ha insistido y se debe insistir, el capitalismo significa la destrucción de los recursos del planeta. El ritmo de producción y consumo es insostenible y no se puede generalizar. Continuar así es trabajar en torno al suicidio colectivo. Por doble partida, pues la exclusión y el deterioro de las relaciones sociales a escala planetaria, originada por el capitalismo, conlleva la imposibilidad de convivencia. Esta gran tendencia -la tendencia propia del sistema como se puede apreciar- implica una reacción que se expresa en forma maniaca: niega la realidad. Entre la preocupación por cómo continuar con el crecimiento capitalista con controles y un «optimismo» neoliberal, se apunta a la destrucción.

 

Y existe ese otro gran grupo de respuestas múltiples, necesarias y poco articuladas que también presentan una variabilidad de expresiones y concepciones considerable, pero que encuentran su unidad en la oposición al capitalismo, y en el fondo, a la injusticia y destrucción vigentes. Aquí se encuentran todos los intentos locales (incluso comunitarios) de resistencia frente a la lógica del capitalismo, todos los movimientos alternativos y las expresiones teóricas que se expresan en múltiples objetivos como la protección a sistemas económicos locales, la soberanía alimentaria, la desconexión de los circuitos financieros globales, etc. Creo que este grupo de respuestas encuentran una articulación en su negación a continuar con el ritmo frenético y suicida del capitalismo, así como también en una sensibilidad a los reclamos de la naturaleza y de una corporalidad concreta, viviente y necesitada. Es decir, una sensibilidad frente a las grandes víctimas del capitalismo. Aquí se puede considerar que esto puede ser una orientación ética y política necesaria: el colocarse a favor de las múltiples víctimas generadas por el funcionamiento del capitalismo. A esta tendencia se le califica de pesimista. Pero al ser pesimista también es la única realista.

 

Si se ordenan las respuestas frente a la crisis con este criterio, pueden representarse a través de la famosa metáfora que utiliza W. Benjamin respecto a la revolución [2] y que ahora, más que nunca, se revela actual:  

 

«Marx dice que las revoluciones son las locomotoras de la historia universal. Pero quizá sean las cosas de otra manera. Quizá consistan las revoluciones en el gesto, ejecutado por la humanidad que viaja en ese tren, de tirar del freno de emergencia».

 

La metáfora nos coloca incisivamente en el campo de lucha entre el «progreso» o las víctimas y la sobrevivencia. O continuamos manteniendo el ritmo de la locomotora, mejorándola incluso para que sea más eficiente y seguimos produciendo esa «catástrofe única que acumula sin cesar ruinas sobre ruinas», o hacemos todos los intentos posibles por aplicar ese freno de emergencia y pararnos y salvarnos de este ritmo frenético y mortal.



[1] Un ejemplo que se puede extraer entre muchos otros: » Las crisis tienen desventajas, pero también ventajas. Entre las últimas, una nueva empresa puede escoger mejor entre mucha gente talentosa y encontrar menores precios por los alquileres de oficinas y bodegas. Una empresa que surge en una situación adversa tiene más probabilidad de sobrevivir y de ser muy exitosa y abarcar mucho mercado cuando la crisis ha terminado» (Ramón Parellada, Siglo XXI: 02-04-2009). Lo más interesante de esta cita es que expresa un darwinismo social que legitima la famosa «sobrevivencia de los más aptos» y, por tanto, justifica la existencia de perdedores y víctimas que lo son, además, por su propia culpa. ¡En el momento de producción de miles y miles de víctimas!

[2] Esta referencia aparece en la entrevista a Terry Eagleton   publicada en http://www.rebelion.org/docs/83303.pdf