1. El 2 de agosto, el BCE, a pesar de las grandilocuentes declaraciones de su presidente Mario Draghi sobre la defensa a ultranza del euro pocos días antes, «ha decidido no decidir», al menos hasta mediados de septiembre, cuando la Corte constitucional de Karlsruhe emitirá la sentencia sobre la constitución del Mecanismo de Estabilidad Europeo […]
1. El 2 de agosto, el BCE, a pesar de las grandilocuentes declaraciones de su presidente Mario Draghi sobre la defensa a ultranza del euro pocos días antes, «ha decidido no decidir», al menos hasta mediados de septiembre, cuando la Corte constitucional de Karlsruhe emitirá la sentencia sobre la constitución del Mecanismo de Estabilidad Europeo (EMS), que sustituirá el actual Fondo de Rescate, este último dotado de 100 millardos de euros, una cifra irrisoria para poder intervenir eficazmente contra los ataques a las deudas soberanas de los países considerados periféricos (serían necesarios 300 solo para salvar a España). Esto significa que en las próximas semanas, en ausencia de una autoridad verdaderamente capaz de «hacer lo que haga falta para preservar el euro», probablemente los mercados estarán sujetos a fuertes oscilaciones determinadas por «las probabilidades» de que España e Italia salgan del euro. La cuestión de fondo es cuánta soberanía están de nuevo dispuestos a conceder los países periféricos para «solventar» sus crecientes deudas.
Antes de la reunión de la directiva del BCE los países en dificultades habían solicitado que el instituto de Frankfurt adquiriese directamente y de modo ilimitado títulos públicos españoles e italianos para propiciar una disminución de las tasas y evitar que su acceso al mercado corriera peligro. España e Italia no tienen solo un problema de liquidez, sino también de solvencia: la intervención del BCE no debería consistir solo en calmar a los mercados reduciendo a niveles sostenibles las tasas de interés, sino el de sustituir eventualmente a los inversores que ya no quieren subscribirse a estos títulos. Esto supone un cambio radical de la política monetaria del BCE. En sí, no se trata de un hecho nuevo. Ya en otoño del año pasado el BCE compró directamente en el mercado más de 200 millardos de euros de títulos de países en dificultades. Al inicio de este año había inyectado en el sistema bancario europeo más de 1.000 millardos de euros destinados principalmente a los países mediterráneos para comprar obligaciones de los mismos. Y después, aunque no haya sido dicho oficialmente, las intervenciones del BCE han proseguido principalmente a través de de importantes financiaciones de la banca española e italiana, con el resultado de una explosión del presupuesto del BCE, que se está convirtiendo en el principal tenedor de bonos del estado de los países en dificultades o de obligaciones en que son titulizadas hipotecas y otros créditos bancarios.
El llamamiento al cambio de naturaleza de las intervenciones del BCE -de extraordinario a ordinario- representa una violación de sus estatutos, lo que provoca, como se ha visto en estos días, la oposición del Bundesbank. Como mayor accionista de la UE, para Alemania el rescate del Euro en su forma actual es cada vez más prohibitivo, al punto que la agencia de rating Moody’s ha emitido un juicio negativo sobre las perspectivas económicas de Alemania. El rescate del euro a golpe de intervenciones desordenadas y a costes crecientes es cada vez más problemático. La perspectiva de una ruptura de euro comienza ya a ser explícitamente planteada por muchas autoridades alemanas, apareciendo como la solución más «razonable» a una crisis que está destruyendo no solo la economía de la zona euro, sino, sobre todo, la credibilidad del ideal europeo. Como se dice en Alemania, hoy es mejor un gran dolor finito, que un dolor sin fin.
2. A la luz de este escenario (la ruptura del euro) hay que interpretar lo ocurrido el 2 agosto en Frankfurt. Como escribe el Financial Times («Zen and the art of central banking», 4 agosto), tanto Draghi como Bernanke están empeñados en el arte Zen de la nientitudine: «Estrictamente hablando, la Reserva Federal y el Banco Central Europeo no ha hecho nada. Sin embargo, sus respectivos jefes, Ben Bernanke, y Mario Draghi, han mostrado cómo no hacer nada no es estar inactivo». Estamos, en definitiva, ante las típicas virtudes de la performatividad del lenguaje, «hacer cosas con las palabras». ¿Qué cosas? «El verdadero mensaje es que no se les va a regalar el dinero a las economías periféricas. La presión para realizar reformas estructurales significativa va a ser intensa, y cualquier plan de rescate a corto plazo estará condicionado y supervisado por agencias externas». («Italy and Spain coy on rescue fund move», FT, 3 agosto). He aquí la novedad: el BCE está dispuesto a actuar solo si antes los países que pidan el rescate aceptan someterse a posteriores condiciones, adicionales a las ya acordadas con la Comisión europea. Las palabras del BCE, sin embargo, han desorientado a los mercados, tanto que, tras la reacción catastrofista de los mercados al día siguiente, hubo una explicación del Financial Times para restablecer, de modo igualmente exagerado, la confianza de estos mismos mercados. En definitiva, un acto lingüístico por otro. La incertidumbre reina soberana.
Procedamos con orden: lo primero, con las «decisiones» del BCE de Draghi estamos todavía lejos del cambio de política monetaria auspiciado por muchos antes del 2 de agosto, es decir, la transformación del BCE en un verdadero banco central que, interviniendo directamente sobre los mercados comprando bonos del estado (como hace la FED o el banco central japonés, etc…) se preocupe no solo de combatir la inflación (todavía la única prioridad del BCE), sino también de regular en sentido macro-económico las variables fundamentales del crecimiento económico (inversión y empleo, en primer lugar). Es cierto que el BCE, además de efectuar operaciones en el mercado secundario de «cantidad razonable» podría no esterilizar las compras de títulos, dejando así abierta la posibilidad de un quantitative easing específico, es decir la creación de liquidez por medio de intervenciones en el mercado de bonos del estado. Pero aquí estamos todavía en el orden de las posibilidades. Se ha decidido en cambio que el BCE intervendrá solo después de que se haya acordado un programa de ayuda entre los Países que pidan ayuda y al Fondo de Rescate. ¡Y aquí han visto el cielo abierto! «Esta subordinación tiene al menos dos inconvenientes. Primero, la petición de ayuda al EFSF es una admisión de impotencia, lo que tiene evidentes costes políticos, pero también económicos, porque revela que ese país es incapaz de conseguirlo por sí mismo. La experiencia (europea e internacional) muestra que, cuando un país pide préstamos a organismos supranacionales, el acceso a los mercados se cierra por mucho tiempo. Segundo, la petición de ayuda se formula antes de saber qué condiciones serán impuestas para recibirla. La incertidumbre no es poca, porque la intervención de los fondos europeos debe ser aprobada por el Eurogrupo. Por tanto las condiciones impuestas son el resultado de negociaciones políticas y no solo técnicas. Unas negociaciones intergobernativas llevadas a cabo en posición de extrema debilidad contractual podrían obligar a dicho país a sufrir condiciones muy perjudiciales para el interés general de sus ciudadanos» (Guido Tabellini, «La BCE cerca scudi politici», Il Sole 24 Ore, 4 agosto). Entonces, ¿por qué esta cláusula de la «vigilancia especial», por otra parte adicional a la ya establecida (y aprobada por los parlamentos)? Se lo pregunta incluso Eugenio Scalfari: «Tengo una gran estimación y afectuosa amistad por Mario Draghi, lo que no me impide preguntarle ¿por qué la compra de títulos a corto plazo a España e Italia debe autorizarse?» (La Repubblica, 5 de agosto). Según Tabellini, «la verdadera razón de esta pistola a la sien es que el BCE necesita una cobertura política. Sin el acuerdo y la vigilancia de los gobiernos europeos, no habría una mayoría lo bastante amplia en el Consejo del BCE para aprobar la compra de bonos del estado en el mercado secundario. Seamos realistas, sabiendo que los gobiernos de los bancos centrales europeos no son independientes del poder político». ¿Y esta sería la «victoria» de Mario Draghi contra Jens Weidmann, el presidente del Bundesbank «aislado» a causa de su testarudez? ¡Ni soñando! De hecho, ha vencido el ultraliberalismo alemán, ha vencido la política del rigor y la disciplina político-estatal funcional al reforzamiento de la economía de mercado. «Si, como es probable, nos veremos obligados a pedir el escudo ‘anti-spread’, la campaña electoral será un inútil ejercicio retórico: la política económica italiana de los próximos años se decidirá de todos modos en Frankfurt». «Los distintas programas electorales de los partidos se arriesgan a desaparecer antes incluso de redactarse… El ‘che fare’ será la agenda europea para salvar el euro e Italia es el test más importante. Las alianzas políticas deberían seguir: a favor o en contra del euro es la primera línea de demarcación. Una cómoda tercera vía no existe, sin perjuicio de que se pueda ser euro-optimistas pero no euro-estúpidos, o euro-escépticos pero no populistas» (Guido Gentili, «I compiti a casa, strada obbligata», Il Sole 24 Ore, 4 agosto). Goodbye Mr. Socialism.
¿Estamos hoy ante un «nuevo feudalismo» basado en el «Estado de excepción» de Karl Schmitt, come escribe Guido Rossi, «que comporta la rígida sujeción económica de la multitud a unos pocos poderosos, ya sean financieros, técnicos o burócratas, poco importa» (Il Sole 24 Ore, 5 de agosto)? Parece que sí, con la (obvia) diferencia que en el feudalismo criticado por Montesquieu el comando jerárquico se basaba en la confusión entre la riqueza de la tierra y la autoridad, mientras hoy la riqueza dirige el comando sobre el común, a través de la autoridad que los gobiernos consiguen ejercitar sobre la multitud activa, productiva de cooperación, vinculación social, saber difuso. Privatizaciones de los bienes comunes, desmantelamiento del Welfare State, disposición del patrimonio público, constricción del debito (en Italia, en los últimos meses, la deuda privada de las familias parece haber aumentado en un 33%), son las formas del comando neofeudal sobre la multitud activa, sobre el común. Por sí mismos, los mercados financieros no son capaces de hacer cumplir este programa de feudalización del común, necesitando para ello a las instituciones estatales, al sistema de partidos, las modificaciones constitucionales (véase, por ejemplo, el equilibrio presupuestario o las varias spending reviews). La cuestión de la representación se sitúa a este nivel, y a este nivel debe situarse la lucha de clases «más allá de la representación».
Esto significa «luchar contra el euro», y de nada sirve la ilusión (socialdemócrata) de que, salvando el euro, se salva la posibilidad de abrir espacios de resistencia supranacionales. Este euro está de hecho deseuropeizando Europa, la está fragmentando, balcanizando, reproponiendo concretamente un soberanismo nacional-bancario destinado a restringir cada vez más los espacios de socialización-europeización de las luchas sociales.
Los datos sobre la reducción de los préstamos transfronterizos de Alemania y Francia a partir del 2007 son en este sentido significativos: una reducción de los préstamos a los bancos de los países periféricos y semi-periféricos de más del 25%. Se trata de una auténtica «financial fragmentation and nationalization», consecuencia del miedo que una ruptura del euro lleve a la introducción de controles sobre los movimientos de capital y al aumento de la presión para erogar créditos a partir de los depósitos internos a los países débiles. En consecuencia en el norte de Europa los bancos pueden pedir créditos a costes reducidos, mientras que en el sur se asiste a la drástica reducción de la capacidad crediticia (véase «German banks sound retreat. Net lending to weaker eurozone nations falls. French groups also cut cross-border exposure», FT, 30 de julio).
No hay por tanto espacio para veleidades soberanistas, de retorno a la soberanía nacional para romper la camisa de fuerza de la moneda única. De hecho, el soberanismo bancario ya está en marcha y no parece que esté contribuyendo a mejorar la situación. Una situación, por otra parte, en que la fragmentación se está dando concretamente dentro de los propios Estados nacionales, como está ocurriendo en España, pero también en Italia, con la crisis de las comunidades autonómicas («Europe’s Brutual Game Of Dominos», BloombergBusinessweek, 5 de agosto). Y, sobre todo, en una fase en la que «El flujo de migrantes la parte más llamativa de tendencia más amplia – la gente de los países del sur de la eurozona golpeados por la recesión emigra al norte en busca de trabajo» (Gerrit Wiesmann, «Greek swap sun and austerity for jobs in rainy Germany», FT, 2 de agosto). La cuestión de los migrantes pasa a ser fundamental en la definición de los espacios de lucha.
Hay solo espacio para la construcción de una moneda (del) común que sepa dar expresión material a la lucha de clases transnacional. Una lucha que parta desde precisas y concretas «subjetividades migrantes», desde formas de reapropiación del común, del saber («Quizá sería más fácil ser europeo estando bien educado», dice un emigrante griego), que sobre esta base sepa recomponer un «saber monetario compartido», cuya moneda sea vehículo de recomposición de sentido, de autonomía social, y no de exclusiva apropiación del trabajo y la vida de los demás.
4. La capacidad social, dentro de los distintos países de la zona euro, es el problema central en los próximos meses. La moneda única, con las reformas económicas que conlleva, no puede mantenerse si crece un movimiento de rebelión contra el sistema de partidos llamado a implementar los Memorandos de la troika. De esto son perfectamente conscientes los alemanes. Hans-Werner Sinn e Friedrich Sell proponen en las páginas del Financial Times su solución a este problema politico-social: «La idea es permitir a los países que dejen el euro adoptar su propia moneda temporalmente con la opción de volver más tarde» («Our opt-in opt-out solution to the eurozone crisis», FT, 1 agosto). Sinn es el economista alemán más influyente, el que critica (ferozmente) desde hace tiempo a los países periféricos por su pereza, manteniendo la insostenibilidad económica para Alemania del actual sistema monetario europeo. La idea de permitir a los países del sur salir «temporalmente» del euro para recuperar su competitividad (vía devaluación de su moneda) y, sobre todo, el consenso político-social interno, dice mucho de lo que los alemanes tienen en mente desde hace tiempo: la ruptura de la eurozona, ni más ni menos. Existe ya un acuerdo (European Exchange Rate Mechanism) que permite a los países en espera de entrar en el euro, como Dinamarca, Letonia y Lituania, «entrenarse» un par de años (el ERM II debería ser una especie de «training space» para los países débiles ya en el euro) antes de entrar a formar parte de la eurozona. En definitiva, lo que Sinn y Sell proponen es una ruptura del euro en dos áreas monetarias (que después Grecia, España o Italia vuelvan al euro dependería de su capacidad para explotar su devaluación dentro de un margen de +/- 15%). No faltan los ejemplos históricos de un escenario similar: la separación del dólar del marco en 1969, la salida de la libra esterlina del SME a principios de los 90, Argentina y la ruptura de la paridad con el dólar en el 2002.
A su modo, es una opción soberanista (Jacques Sapir es todavía más radical, aunque parece en la misma dirección) pero concebida sobre dos áreas monetarias. Incluso Michel Aglietta, que sostiene la opción federalista, no ve mal la salida de Grecia del euro (Zone Euro. Eclatement ou fédération, Michalon: Parigi, 2012). Quien, como nosotros, parte de las luchas, de los movimientos, de las subjetividades, no puede dejar de expresarse políticamente sobre este escenario. Por una parte, es evidente que la Europa monetaria está desmoronándose debido a sus contradicciones internas (monetarias e institucionales). Personalmente sigo creyendo que la ruptura del euro sea la salida más probable. No lo auspicio, simplemente así me lo parece. Ya veremos. Por otra, el pasaje de la moneda única actual a la moneda (del) común es el horizonte de los movimientos sociales, que son apátridas (por definición histórica) y que, por lo tanto, deben sustraerse a cualquier repliegue soberanista. La moneda (del) común será la salida a esta tensión. Es un proceso material, constitutivo, abierto.
Traducido por nemoniente https://n-1.cc/pg/blog/read/1413385/bce-euro-escenarios-apuntes