Hemos entrado en una nueva fase agónica, turbulenta y conflictiva del capitalismo global.
El pasado mes de febrero Wall Street registró las mayores caídas desde la crisis de 2007. Los operadores financieros se rebelaron contra la política de Trump de bajadas del dólar, que afecta a los beneficios que arrojan los activos denominados en dolares en todo el mundo. Tras casi ya una década de políticas monetarias expansivas en la que los bancos centrales de Estados Unidos, Asia y Europa (esta última con mucho más retraso) han estado alimentando los mercados financieros a base de la llamada «expansión cuantitativa» o QE, por sus siglas inglesas, definitivamente hemos entrado en una nueva fase agónica, turbulenta y conflictiva del capitalismo global.
Durante el crash de febrero, la estrategia de los agentes financieros consistió en provocar una riada de capital saliente hacia los bonos a diez años del gobierno americano, que respondían con una subida de tipos de interés a un ligero repunte de los salarios reales en EE UU. Esta avalancha repentina de capital entrante en el mercado de bonos provocó una fuerte caída en la cotización de los bonos americanos a diez años, que dejó sin su valor refugio preferido a los flujos financieros que salían del mercado de acciones, provocando una caída conjunta de todos los valores bursátiles.
La política de dólar bajo de Trump tenía fines políticos, favorecer a los sectores exportadores manufactureros y agroindustriales del medio oeste que son su caladero de votos. A costa de perjudicar los intereses de los mercados financieros de Nueva York y Chicago. La manera en que Trump pensaba compensar a los mercados, aparte de una masiva y demencial bajada de impuestos, era recuperar por la vía de los aumentos de los precios de petróleo y materias primas lo que se perdía vía devaluación del dólar.
Esta estrategia de sustitución de beneficios tenía un problema. Una excesiva debilidad del dólar amenazaba con provocar una sustitución de la demanda de activos denominados en dólares, incluidos los derivados financieros sobre petróleo y materias primas, por otras monedas, el renimbi chino en primer lugar, mucho mas estable en su cotización.
Incluso un euro al alza, que arriesgaba con dañar las exportaciones alemanas, podría haber sido una alternativa a un dólar en caída libre, desde un punto de vista financiero. En última instancia, los superávits comerciales de China y Alemania son las principales fuentes a nivel global de compra de deuda pública americana, y por tanto, son un vector de poder sobre la administración americana en el hipotético caso de que el dólar vea dañados los «derechos de señoreaje» que se derivan del uso del dólar como moneda global indiscutida.
La solución de la administración Trump ha sido pasar la batalla a otro terreno: la guerra comercial con China, y de forma indirecta con Alemania, dañando los superávits comerciales de ambos países para intentar reforzar el dominio global del dólar.
La larga crisis de la producción
El primer efecto, el que puso suelo a la crisis de febrero, fue una sorprendente revaluación del renimbi, que abría la puerta a una subida de tipos de interés en EE UU para satisfacer a Wall Street sin dañar la estrategia exportadora de Trump. Y desde ahí llegó la guerra al ámbito de la producción, el gran agujero negro del ciclo de dominio de las finanzas del capitalismo mundial con el que se reestructuró el capitalismo desde finales de los años setenta.
Cada vez resulta más evidente que el capitalismo actual no está en condiciones de generar un ciclo ni remotamente expansivo en el ámbito de la producción. Y como manifestación más reciente, sólo hay que ver el daño que han hecho a las esperanzas de un nuevo ciclo tecnológico, siempre dirigido por los mercados financieros, las caídas en bolsa de los valores «estrella» de los últimos dos ciclos, por un lado Facebook y por otro, Tesla y Uber, accidente de coche autónomo incluido.
Bajo la acusación recurrente de falta de seguridad para la propiedad intelectual americana y de espionaje industrial, Estados Unidos pretende atacar el sistema chino que obliga a que cada empresa que opera en el país lo haga con un socio local. Este movimiento supondría, en primera instancia, una mayor repatriación de beneficios hacia los países inversores en China, que ya no tendrían que repartir con el socio local parte del pastel. Y a partir de aquí, Trump amenaza con el establecimiento de una serie de aranceles a los productos industriales chinos y, por otro, genera un rumor en los mercados de que detrás de esta política está el lanzamiento inminente de las redes 5G por parte de operadores americanos, cuando parece claro que la operadora China Huawei ha tomado la delantera en este sentido.
Un adelantamiento por parte de China en el lanzamiento de la nueva generación de móviles sería algo más que una simple delantera sobre Estados Unidos en un nicho de negocios concreto, sino que trastocaría seriamente el orden geoeconómico que conocemos como «globalización» y que descansaba en un reparto de funciones productivas en el que EE UU y ciertas regiones de Europa retenían las capacidades de diseño y concepción de tecnología y China se encargaba de las partes descualificadas y de ensamblaje manufacturero.
China, muy consciente de la maniobra política de Trump, contesta con aranceles a la industria de exportación de soja americana, que ahora inunda el medio oeste americano en lugar del maíz. Tiene la clara intención de golpear a los votantes de Trump.
Este movimiento deja a las claras una característica de esta guerra comercial: las dos economías están tan integradas que es difícil saber a quién perjudica el régimen arancelario. La soja americana se exporta a las megagranjas de cerdos chinas que proliferan desde hace años. La urbanización creciente de la población de China ha provocado que se triplique el consumo de carne de cerdo alimentado con soja cultivada en el antiguo corn belt del Medio Oeste americano.
Hasta el punto de que a día de hoy, la soja para megagranjas de cerdos es el segundo producto por volumen de exportación desde Estados Unidos a China. Y en la misma lógica, los componentes chinos provenientes de la industria del acero a la que Trump quiere imponer el arancel son insumos fundamentales para la industria americana. Y por supuesto, las ventajas tecnológicas americanas dependen de la afluencia de chinos y indios a sus universidades.
En términos productivos, no está ni remotamente claro qué significa el proteccionismo hoy, cuando el grueso de las exportaciones no consisten en productos terminados sino en insumos intermedios. Aunque se pueden aventurar algunas explicaciones.
Por un lado, el recurso a la guerra comercial intenta reordenar las cadenas de valor transnacionales que han definido la globalización. Cadenas que ya no se integran de forma no conflictiva. China ya no solo es una manufactura descualificada y Estados Unidos no puede pasar sin industria. En este sentido, la UE, y mas concretamente, Alemania, es el convidado de piedra a quien se van a endosar los costes de esta crisis cuando se llegue a una reestructuración de la cadena de valor chino-americana.
Por el momento, Alemania esta conteniendo la retirada de las políticas expansivas del BCE que han mantenido con aire a la economía europea, y la española, en el periodo posterior a la crisis.
Las últimas declaraciones en este sentido del Banco Central Europeo retrasan hasta después de junio lo que debería haber comenzado en enero. El motivo es el miedo a las consecuencias financieras de los movimientos en la cotización de divisas y tipos de interés. En cualquier caso, signo de que Alemania es consciente de la tormenta que se avecina sobre la zona euro, muy al contrario de lo que sucede en el espléndido aislamiento de la provincia española, es que el presupuesto del nuevo gobierno de la gran coalición incluye los mayores recortes de la historia reciente en Alemania.
En el caso español, economía satélite de la alemana, la fortuna de la burbuja inmobiliaria que ha vuelto a estructurar la vida económica,dependerá de los ritmos de retirada del QE, el principal flujo de capital que alimenta el sector inmobiliario en España.
La vía de la guerra
Por otro lado, se constata que la hegemonía americana por medio del dólar no se puede mantener ya solo por medios exclusivamente financieros. Resulta evidente que hay un problema muy profundo de beneficio en la esfera de la producción a escala global. La historia de los últimos treinta años de capitalismo global ha consistido en un juego de descarga de los costes que genera un aparato productivo incapaz de producir beneficios suficientes para mantener el orden capitalista a flote. Esta descarga se ha producido fundamentalmente por vías monetarias y financieras. Con la profundidad de esta guerra comercial entramos en una nueva fase, más agónica y conflictiva.
De hecho, vemos cómo la guerra comercial ha traído un repunte de los tipos de interés en Estados Unidos que ha cortado la tendencia bajista del dólar, de la que ya no depende la reactivación industrial americana, ahora inmersa en una guerra arancelaria.
La misma lógica subyace a la creciente retórica bélica de Trump en Oriente Medio que, además de otras muchas consideraciones geopolíticas, tiene en mente conseguir por vía militar el aumento de los precios del crudo que no se ha podido conseguir por vías financieras. Algo que presionará al alza la inflación en la Europa deficitaria en petróleo y tenderá a acelerar la retirada del QE, y de paso, a cortar la burbuja en España generando una nueva recesión.
El cambio de tendencia en la cotización de la moneda estadounidense ha provocado un nuevo desplazamiento geográfico de la crisis: durante la bajada del dólar los operadores financieros se lanzaron a las operaciones con moneda y activos de los países emergentes, como parte de la cobertura frente a la bajada del dólar, que ahora abandonan a toda prisa y en masa.
Esta salida masiva de los capitales transnacionales de los países emergentes provoca un encarecimiento inmediato de la deuda de estos países que vendrá acompañada de nuevas rondas de recortes y privatizaciones. Argentina es la primera en caer: después de subir los tipos de interés a un delirante 40% para sostener la moneda local ya ha pedido el rescate al FMI ante el aumento absolutamente insostenible del coste de la deuda en pocos días. Seguirán Brasil, Turquía y Polonia. La siguiente parada, Europa y España.
Isidro López es miembro del Instituto DM.