Todos aquellos que pretendían dormir durante las horas nocturnas que separaban la madrugada del sábado 2 del amanecer del 3 de diciembre, no tuvieron otro remedio que permanecer en vela, escuchando el estruendo constante de los miles de cohetes que estallaban por todos los rincones de Caracas, anunciando la inminente jornada electoral para elegir al […]
Todos aquellos que pretendían dormir durante las horas nocturnas que separaban la madrugada del sábado 2 del amanecer del 3 de diciembre, no tuvieron otro remedio que permanecer en vela, escuchando el estruendo constante de los miles de cohetes que estallaban por todos los rincones de Caracas, anunciando la inminente jornada electoral para elegir al presidente que conduciría los destinos de Venezuela a lo largo de los próximos seis años (2007-2012). A las tres de la madrugada del 3 de diciembre, los sonidos de la diana que tan popular se hizo en la convulsa época del referéndum revocatorio de agosto de 2004, levantaron con entusiasmo a millones de ciudadanos venezolanos, que a partir de ese momento, comenzaron a engrosar las interminables colas que se iban formando en los centros de votación de todo el país. Era el inicio de un interminable día, de crucial importancia para Venezuela y el resto de América Latina.
Si en un artículo precedente, anunciábamos que la gran mayoría de las encuestas realizadas con rigor científico, daban una clara diferencia que fluctuaba entre 20 y 30 puntos a favor de Hugo Chávez frente al candidato de la derecha, el fin de semana anterior a la celebración de los comicios, se realizó la última «encuesta» a pie de calle. El volumen de personas movilizadas en las manifestaciones a favor del candidato Manuel Rosales y del actual presidente Hugo Chávez, el sábado 25 y el domingo 26 de noviembre respectivamente, no dejaban lugar a duda. El denominado por Chávez «huracán bolivariano», superó con creces en nivel de movilización la concentración del candidato derechista. Si bien es cierto que Rosales consiguió reunir a decenas de miles de personas en su movilización sabatina, la manifestación chavista del domingo rompió todos los records en la historia del país, al conseguir reunir en diferentes arterias del centro de la capital, a más de un millón de personas. Esta última «encuesta», confirmaba que las posteriores conjeturas se iban a centrar no en vislumbrar quien ganaría las elecciones, sino más bien en detectar el porcentaje de diferencia que Chávez obtendría a su favor.
En los días previos al 3 de diciembre, la principal preocupación fue desentrañar cual sería la actitud que la oposición tomaría, tanto en la jornada electoral como en las horas y días posteriores a esta. La incautación por parte de los organismos de seguridad del Estado de camisetas y carteles, supuestamente elaborados por el Comando de campaña de Rosales, llamando a una movilización contra el «fraude», a celebrarse el martes 5 de diciembre, y con destino el Palacio de Gobierno, generaron un clima de desconfianza hacia una oposición con pasado golpista y escaso lábel democrático. Si a esto sumamos la rueda de prensa que días antes había ofrecido el eurodiputado español Jaime Mayor Oreja, poniendo en duda la legitimidad de la democracia venezolana y alineándose con los sectores más reaccionarios del país, no es extraño que pensar que una gran parte de la ciudadanía recelase de la vuelta a los mecanismos democráticos de los sectores adversos al gobierno. Obviamente, que se recurriese a un personaje tan siniestro como el ex Ministro del Interior del tristemente célebre gobierno de José María Aznar, pieza fundamental de un ejecutivo campeón en violaciones de derechos civiles y políticos contra las libertades fundamentales en Euskal Herria, y paralelamente peón de segunda de los planes imperiales de Estados Unidos en el mundo, hacía presagiar posiciones autoritarias y poco democráticas por parte de la derecha venezolana. La desconfianza hacia la oposición, por tanto, era uno de los ingredientes fundamentales del proceso electoral.
Sin embargo, si de alguna manera se puede definir el transcurso de la larga jornada de este pasado domingo, sería a través de tres variables: alta participación ciudadana, pulcritud electoral, y estabilidad política. Alta participación ciudadana, porque desde primeras horas del día, pudimos observar de primera mano las interminables colas en nuestro recorrido por diversos colegios electorales. El porcentaje de participación calculado por el Consejo Nacional Electoral (CNE), en torno al 73% del censo electoral, dejaba meridianamente claro que el país lograba unos niveles de participación que no se veían desde la década de los ochenta. Pulcritud electoral, porque no se efectuaron denuncias importantes por ninguno de los observadores internacionales de peso, principalmente la OEA y la Unión Europea, a pesar de que el informe final no lo emitan hasta el martes. Las denuncias poco rigurosas y más bien fruto de la desesperación de los dos canales privados (RCTV y Globovision) más beligerantes con el gobierno, en torno a cuestiones mínimas como el incumplimiento en la hora de cierre de algún centro electoral, no consiguieron poner en duda el alto grado de limpieza de los comicios. Estabilidad política, porque no se revistieron hechos violentos de gravedad a lo largo del día, y principalmente y sobre todo, porque a pesar de la desconfianza objetiva que existía hacia la oposición por todo lo antes mencionado, paradójicamente aceptaron por primera vez en los últimos años su derrota, sin hacer llamamientos a la violencia y al golpismo.
Sin todavía disponer del escrutinio del 100% de los votos, según datos oficiales del Consejo Nacional Electoral Chávez habría ganado con casi un 62% de apoyo, frente a un escaso 38% de Manuel Rosales, lo que significa un aumento de más de 4 puntos respecto a la última confrontación electoral de 2004. Por otro lado, el candidato bolivariano supera con creces el límite de 6 millones de sufragios obtenidos dos años antes, tornando más creíble el mensaje de campaña «Rumbo a los 10 millones». Y además, por primera vez logra la victoria en todos y cada uno de los estados del país, incluso en los únicos dos donde todavía gobierna la oposición (Nueva Esparta y Zulia). El hecho de haber vencido en el Zulia, estado gobernado actualmente por Rosales y feudo histórico, transforman en más contundente la victoria del presidente venezolano.
Claves del futuro
Adelantar acontecimientos siempre es un ejercicio de alto riesgo, pero creemos que es fundamental plantear una serie de reflexiones en relación a la oposición y al chavismo. Respecto a la oposición, o mejor dicho, al proyecto de la burguesía, después de la aceptación a regañadientes de la derrota del domingo, parece evidente que han decidido optar por una estrategia a medio o largo plazo, que les permita fortalecerse políticamente y en términos de movilización. Son conscientes que a corto plazo, posiciones golpistas desgastan su base de apoyo. Además, las directrices que emanan de Washington no convergen con un escenario de confrontación violenta, debido al empantanamiento de Estados Unidos en el laberinto iraquí. Respecto a la Alternativa Bolivariana liderada por Chávez, es primordial reflexionar en torno a los tres ejes que planteó este domingo en la noche, en su discurso efectuado ante las masas desde el «balcón del pueblo». Uno de los ejes es el antiimperialista, y quizás el que menos confusión genera, debido a las posturas coherentes en esta línea que el país ha mantenido durante estos últimos tiempos y se presuma que mantendrá. Otro eje es la propuesta denominada «Socialismo del Siglo XXI», que en la actualidad, en términos teóricos, presenta contradicciones ideológicas como la aceptación de la propiedad privada de los medios de producción. Sin duda, la correlación de fuerzas dentro del movimiento bolivariano decidirá si en estos seis años se avanza hacia el socialismo o se afianzan las políticas socialdemócratas. El tercer eje es la batalla contra la corrupción y el burocratismo al interior del Estado. Si este es el mayor peligro que acecha al proyecto bolivariano, el anuncio hace pocos días por parte de Chávez de que la actual estructura estatal iba a desaparecer con la creación de una nueva arquitectura institucional revolucionaria, hace pensar que el próximo periodo de gobierno va a ser crucial en esta materia.
Lo único evidente hasta la fecha, es que como escuchábamos en la noche del domingo, inmersos en la marea roja que rodeaba el «balcón del pueblo» del Palacio de Miraflores, bajo una lluvia incesante que no impidió el avance del «huracán bolivariano», que «el comandante se queda, se queda, se queda». Y en ese momento, Chávez recordó a Pablo Neruda, cuando dijo: «Bolívar despierta cada cien años, cuando despierta el pueblo».