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Convocar al pueblo

Asuntos estratégicos y tácticos de la revolución socialista en Venezuela

Fuentes: Rebelión

Estamos en crisis: En primer lugar, reconozcamos que nos hallamos en una situación de crisis, en el sentido de un momento crucial en el cual se decide (necesariamente) si avanzamos, retrocedemos o viramos. Incluso en estos meses o pocos años, se decide acerca de la continuidad del proceso chavista. Esta crisis se debe, principalmente, a […]


  1. Estamos en crisis:

En primer lugar, reconozcamos que nos hallamos en una situación de crisis, en el sentido de un momento crucial en el cual se decide (necesariamente) si avanzamos, retrocedemos o viramos. Incluso en estos meses o pocos años, se decide acerca de la continuidad del proceso chavista.

Esta crisis se debe, principalmente, a cambios importantes en la correlación de fuerzas.

Hay varios hechos síntomas de ese cambio en la correlación de fuerzas. Desde la más evidente (la pequeña ventaja en la victoria electoral del 14 de abril), pasando por el golpe moral ocasionado por la muerte del Comandante Chávez, la grabación atribuida a Mario Silva, y una serie de medidas que han sido tomadas por un sector importante del chavismo, como erróneas, que paralizan el proceso y hasta lo «derechizan». El debate subsiguiente a propósito de estos hechos (y otros, como la política en el seno de la AN), ha dibujado distintas posiciones a lo interno del chavismo.

Además, en lo económico, estamos pagando la incapacidad del proceso de superar el capitalismo dependiente rentista y construir otro modelo. La burguesía sigue siendo muy poderosa. Ha habido deficiencias importantes en la gestión de las empresas del estado. Se evidencian las inmensas fallas de eficiencia, eficacia y control de la corrupción que muestra el gobierno nacional, pero también las gobernaciones y las alcaldías. En lo social, se profundizan los problemas en la salud y en la educación, aunque se esté dando respuesta a la crisis de la energía.

La oposición, por su parte, ha sabido hábilmente aprovechar nuestras debilidades y penetrar en el segmento de la población que el chavismo creía suyo. Aunque luce también estancado en su política de desconocimiento, apuesta al desgaste del gobierno, el cual continúa, pues éste sigue presentando la apariencia de que ser rebasado por los problemas de gestión. En el horizonte a mediano plazo se vislumbra un referéndum revocatorio que la oposición espera ganar.

Pero también hay cambios de correlación de fuerza que se esbozan en lo internacional. La acelerada formación de la Alianza del Pacífico, bajo el empuje de los EEUU, constituye la cristalización de un contrapeso económico al Mercosur. Ahora que el gobierno colombiano solicita su ingreso a la OTAN, se evidencia que la cosa no se limita a resucitar el proyecto del ALCA. Hay la intención de constituir un polo de derecha económico y político, en el marco de un proceso de integración latinoamericana que, hasta ahora, se había convertido en un logro y una defensa del proceso bolivariano.

Ahora bien, esos cambios en la correlación de fuerzas, tienen consecuencias a lo interno del chavismo y eso es lo que llamaremos la «crisis del pensamiento».

  1. Gobierno «apagafuegos»:

No se ha hecho «oficialmente» el balance político de los resultados del 14 de abril. Pero, desde los debates a propósito de las últimas elecciones parlamentarias, y aún antes, después de la derrota en el referéndum sobre la reforma constitucional en 2007, se sabía que las fallas en la gestión de los distintos niveles de gobierno (nacional, estatal y municipal), estaban ocasionando un gran descontento popular que, tarde o temprano, iba a manifestarse políticamente, y que ya se reflejaba en la tendencia ascendiente de la votación de la oposición. Otra cosa que ya se sabía era que, desde la derrota de la reforma constitucional en 2007, viene dándose un retraso y un estancamiento importante en los planes de la revolución. El Partido ha dado señales de burocratización (y en ocasiones de corrupción) desde su fundación. Voces críticas han señalado la de ausencia de dirección colectiva, las fallas en la formación política, la fusión de las autoridades del Partido con las del gobierno, la detención del horizonte del llamado «estado comunal». De esto dio cuenta el propio Comandante Chávez en 2012, en el ya famoso discurso titulado «Golpe de timón».

Como no hay análisis oficial de los resultados, sólo cabe inferir de la conducta de nuestra dirigencia, su apreciación acerca de la situación. En términos generales, pareciera que la táctica es, primero, obtener reconocimiento político de la burguesía hacia el presidente, a cambio de dólares o facilidades y de garantías para actuar como economía privada, separando la base clasista de la dirigencia política de derecha. Segundo, intentar recuperar credibilidad política ante las masas, no cayendo en las provocaciones del enemigo, sino atendiendo a los problemas principales: abastecimiento, seguridad, obras. Se entiende una intención de «apagar fuegos». Esto va acompañado de gestos de castigo a las voces críticas que han surgido.

Las medidas del naciente gobierno del compañero Maduro, su plan de trabajo desarrollado hasta ahora, sus declaraciones políticas, muestran que a) se ha mantenido prácticamente el mismo equipo en el gabinete, con cambios muy precisos (desplazamiento de Giordani, nombramiento de Chacón en CORPOELEC, incorporación de los «jóvenes» en algunas carteras, recuperación de personalidades tan polémicas como el Ministro Osorio en alimentación, cambio en el ministerio de Salud). Sigue el titular de Educación, lo cual muestra que no hay diagnóstico real de la situación lamentable en ese aspecto. No ha habido un examen a fondo de las fallas, o que las que se aprecian se supone pueden ser resueltas con prácticamente el mismo equipo. Otra explicación es que, a la muerte del Comandante, los distintos subgrupos de presión representados en el gabinete, llegaron a una especie de «status quo», por el cual cada quien respeta el «territorio» del otro; b) se va a un «gobierno de calle» que intenta recuperar la imagen popular, de «contacto directo», gravemente afectada por el abuso de figuras faranduleras en la campaña. Pero se sabe que esos encuentros, o bien han sido muy filtrados o preparados con ánimo de buscar aplausos fáciles, o bien han mostrado a un Maduro demasiado susceptible a las críticas: c) esto último tuvo su clímax con el tema de los «intelectuales», su ataque público a algunos de ellos, que se vinculó con la salida «del aire» de varios conductores de programas de opinión. El ejemplo por antonomasia de esto, es el caso de Mario Silva, cuyo desplazamiento dejó un mal sabor en un sector de la base del chavismo, pues quedó la impresión de que la grabación, divulgada por la oposición, era auténtica, d) se trata de resolver los problemas de abastecimiento mediante el «diálogo» y la «solución de problemas» del sector privado, que pasan, en el discurso, de ser la «burguesía vendepatria», a «representantes del sector productivo», sin mayores explicaciones políticas a la base; e) se llega a acuerdos también con el empresariado de los medios, con lo cual parece configurarse un acuerdo político de reducir las agresiones simbólicas.

Esta táctica puede justificarse (de hecho, lo ha sido) aplicando la metodología de inspiración maoísta, de jerarquizar las contradicciones y los enemigos. Así, la contradicción principal es evidente que se encuentra entre el gobierno chavista de Maduro y el enemigo principal: el imperialismo norteamericano, representado por la dirigencia opositora, Capriles y la MUD. La cuestión principal es, entonces, la del reconocimiento de los resultados electorales y la legitimidad del presidente. Esto es correcto a nivel táctico, coyuntural; pero en relación a la estrategia es donde falta claridad. Da la impresión de que esta conducta está dictada más bien por el empirismo y el pragmatismo, acompañados por la exacerbación de unos «mecanismos de defensa» propios de una mentalidad de «fortaleza sitiada».

Al mismo tiempo, se han ido esbozando algunos asuntos estratégicos: especialmente, el llamado a la inversión extranjera, y el anuncio de «zonas económicas especiales», asociadas al «modelo chino». Esto precisamente ha encendido las alarmas de algunos comunicadores (o «intelectuales») que llaman la atención acerca de la posible pérdida de las perspectivas socialistas del grupo dirigente.

  1. Posiciones en debate:

Frente a la situación, se ha desatado un debate que nos parece necesario, sano, fundamental. En él, como es natural, se distinguen varias posiciones básicas.

Las posiciones «socialistas científicas», marxistas-leninistas o trotskistas, recordarían a los clásicos del comunismo, y reiterarían la necesidad de agudizar la lucha de clases, evitar cualquier negociación con el enemigo de clase y hasta plantearse la aplicación inmediata del Programa de Transición, con la nacionalización inmediata de la economía burguesa (o parte importante de ella), planificación centralizada y control obrero. En este grupo tal vez podamos ubicar también los señalamientos contra el llamado modelo «Giordani» de capitalismo rentista de estado (Roland Denis).

Las posiciones que apelan al «legado de Chávez» recordarían enfáticamente la importancia de la construcción de las Comunas, el retraso en los proyectos y la crítica al burocratismo: los motivos fundamentales del discurso de Chávez recogido en «Golpe de timón».

Las posiciones «postmodernistas críticas» (digamos: Javier Biardeau, Juan Barreto y Rigoberto Lanz, todavía presente como pensamiento) coincidirían en el diagnóstico de la «crisis de pensamiento», y lo vincularían con el fenecimiento de todas las categorías fundacionales de la modernidad: la concepción teleológica de la historia (o sea, los conceptos de «progreso», «desarrollo», «aumento de las fuerzas productivas»), el determinismo en la ciencia, cuestionamiento de la ciencia misma (con lo cual se polemiza contra el denominado «socialismo científico», que es sólo una etiqueta nueva para el marxismo leninismo), la noción de sujeto y de revolución. Coincidirían con los del «legado de Chávez», en la relevancia de la construcción de las Comunas, en la necesidad de avanzar en la democratización «radical» del proceso, para avanzar «desde abajo». También acompañarían el diagnóstico de «capitalismo de estado» aplicado al modelo social y económico que se terminó imponiendo en el país.

Estas tres posiciones son importantes. Lo curioso es que, desde el gobierno, en lugar de discutir y dialogar con ellas, se opta por denunciarlas y justificar su silenciamiento. Esa actitud denota una postura stalinista: un centrismo que, ante el debate estratégico, prefiere concentrarse en lo coyuntural y en imponer una disciplina mecánica. Creemos que ello evidencia una actitud temerosa, comprensible ante lo complicado de la situación, pero también una grave falencia de propuestas políticas, para no hablar de la inexistencia de consideraciones teóricas, más allá de la metodología de la jerarquización de las contradicciones y los enemigos.

Compartimos con el «posmodernismo crítico», el deslinde respecto del «positivismo incrustado en el marxismo» (Gramsci lo dijo, y lo repite Edgardo Lander) que lo vincula al cientificismo (sostener que la ciencia es la única verdad) y que, históricamente, lo ha llevado a posturas reformistas (como fue el caso de la Segunda Internacional de Kautsky), pero también stalinistas (la modernización forzada, como luego veremos).

Hoy, aparte de que la fundamentación positivista de la ciencia ha quedado obsoleta, lleva, por su propia lógica, a posturas desarrollistas y tecnocráticas. Por eso, no somos «socialistas científicos». A menos que se entienda la ciencia de otra manera, ya no como búsqueda de certidumbres definitivas en forma de «leyes»; sino como una aproximación práctica a lo real, con cuya transformación puede producirse un aprendizaje colectivo, posibilitado por el debate racional, siempre en revisión, provisional, donde tienen su lugar las herencias culturales como marcos inevitables y vitales de las interpretaciones.

Por otra parte, no creemos que ciertas categorías modernas, sobre todo las políticas (nación, democracia, pueblo) hayan perdido toda validez. Tampoco lo ha perdido la Razón, especialmente como aptitud humana para, primero, justificar explícitamente, en el marco de un debate, ciertos sentidos; y segundo, para examinar los fundamentos de las creencias y revelar sus límites y debilidades, en el ejercicio de la crítica. Sí compartimos la crítica hacia la razón instrumental, que contribuye a la reificación del capitalismo, y las dudas acerca del Sujeto, el cual, después del psicoanálisis, la crítica de la ideología y la deconstrucción de la tradición metafísica occidental. Nuestra interpretación es que, al entrar en crisis el positivismo (y el neopositivismo, con su proyecto de un lenguaje artificial de las ciencias), ese paradigma fue desplazado por la hermenéutica, como enfoque epistemológico para la producción de sentidos y conocimientos. Pero la hermenéutica, no sólo es contemporánea, sino que también es más antigua que el positivismo mismo. Más que dejar atrás la modernidad, venimos de vuelta de ella, recogiendo algunas cosas.

Esta consideración epistemológica, tiene consecuencias en la teoría política. En primer lugar, cuestiona cierto número de principios de la tradición marxista «clásica» (ni qué decir que también del marxismo-leninismo): a) la idea de una «legalidad científica» de la historia que determine una sucesión necesaria de los modos de producción (la secuencia comunidad primitiva, esclavismo, feudalismo, capitalismo, socialismo, comunismo), b) la idea de la determinación estructural de los comportamientos de las clases sociales que fundamenta, primero, la simplificación necesaria de toda la sociedad en sólo dos clases (la burguesía y el proletariado), segundo, que una de ellas (la obrera), por su lugar en la estructura productiva, esté de alguna manera destinada a ser la clase revolucionaria.

Este último enunciado, el del carácter necesariamente revolucionario del proletariado, se basa, en principio, en las experiencias revolucionarias a partir de las revoluciones europeas de 1848; pero fue refutado en la práctica a lo largo del siglo XX. Esto se observa en, por una parte, la heterogeneidad de las fuerzas revolucionarias en los distintos procesos verificados en la centuria pasada, y la importancia del campesinado y otros grupos sociales en los movimientos revolucionarios, con lo cual las «fuerzas revolucionarias» resultan siempre ser articuladas de manera compleja mediante un encadenamiento de demandas sociales y políticas. Pero además la supuesta «esencia revolucionaria» del proletariado se ve refutada en la constatación de fenómenos no pensados por Marx, como el surgimiento de una «aristocracia obrera» (Lenin), que constituiría la base social del comportamiento político no revolucionario, conciliador, reformista y hasta reaccionario de la socialdemocracia europea, que dio al traste con las oportunidades revolucionarias de la segunda década del siglo XX, y más allá. Por otra parte, el capitalismo ha mutado y, con él, las formas de trabajo, haciendo mucho más compleja la composición del trabajo asalariado.

En nuestro país, esto se hace todavía más complicado por el carácter rentista petrolero de nuestro capitalismo (de estado), la deformación de la burocracia sindical que parece endémico (pues termina por constituir una capa social beneficiada y enriquecida, por la contratación colectiva) y la movilización de capas de desclasados y «pobres», en función del aprovechamiento del asistencialismo directo, motivado al pago de la «deuda social» de varias décadas.

  1. La crisis del pensamiento:

Del lado del chavismo, percibimos una crisis de pensamiento. Esto se expresa en a) la forma de percibir la realidad, b) los problemas que se plantean y los que se dejan de plantear, c) la manera en que se plantean los problemas. Pero la crisis de pensamiento en el chavismo no sólo tiene que ver con la capacidad de su dirigencia actual para superar la crisis actual, el cambio de la correlación de fuerzas. Detectamos en los debates realizados en los espacios virtuales y reales, ciertos atascos que comprometen al conjunto del movimiento. Para agravar la cosa, la crisis de pensamiento que detectamos compromete al conjunto de la izquierda latinoamericana y hasta mundial.

En un primer acercamiento, podríamos decir que a) se conoce la realidad, no a través de la capacidad descriptiva, explicativa y comprensiva de una teoría más o menos coherente, sino a través de la simplificación de los discursos de propaganda y agitación, que tienden a reducir todo a los términos básicos de la política (a lo Schmitt): amigos y enemigos; b) los problemas que se han planteado, aparte de ser únicamente inmediatos, urgentes, son resultado, bien de la sensibilidad e intuición política del comandante Chávez (por lo que su muerte ocasiona el lógico descalabro del pensamiento mismo), bien de una confrontación cuasi-moral que se debate entre la traición y la lealtad, los auténticos y los falsos, e incluso entre los revolucionarios «prácticos» y los «intelectuales» y «académicos» ( de quienes se dicen que están ajenos al pueblo, etc, etc.). Los problemas estructurales, de mediano y largo plazo, van postergándose indefinidamente; o, simplemente, no se plantean. O se plantean mal: simplemente como problemas de principios, que, a estas alturas, en esta mentalidad, resultan ser dogmas. Por eso, hay compañeros que creen ser muy críticos, simplemente porque remiten a la lectura de los clásicos.

Esta manera de pensar es ya una situación carencial: no hay pensamiento teórico, no hay reflexión. Ni siquiera hay seguimiento, evaluación y balances de las políticas. Pero estas carencias del pensamiento en el chavismo, no son debidas únicamente a la incapacidad de ciertas personas. En parte, son debidas al tipo de liderazgo absorbente del propio Comandante Chávez y a los rasgos aluvionales que tuvo el chavismo como movimiento político. El chavismo fue primero un liderazgo; luego, un (conjunto de) movimiento(s) social(es), que se articularon en torno a ciertos discursos, en respuesta a coyunturas agudas de lucha política. Además, el PSUV fue un partido construido, en gran parte, desde el gobierno; no desde una prolongada lucha política. Recogió grupos de militantes de las más variadas formaciones y tradiciones, que se identificaron por unas maneras, unas consignas, unas acciones urgentes.

El chavismo como discurso, en primer lugar, es la articulación de diversas demandas políticas y sociales, muchas de ellas contradictorias en su origen, desarrollo y extensión, con una sucesión de propuestas, que tuvo su culminación en el planteo del socialismo en el año 2006. El chavismo ha tenido una evolución, que ha producido distintos sedimentos ideológicos, correspondientes a los bloques sociales que ha forjado en su hegemonía: desde el cuestionamiento de AD y COPEI forjado en los 80 y 90, el nacionalismo de «Venezuela heroica» propio de las versiones míticas de nuestros próceres y de las logias militares (cuya máxima manifestación fue el MBR200), pasando por el guevarismo genérico de la cultura de la izquierda de los 60 y 70, la afortunada síntesis de socialismo y democracia de esas mismas décadas, y la rebeldía social popular cuya máxima expresión fue el 27 de febrero de 1989. Estas «capas» discursivas corresponden también a fragmentos de la vieja izquierda (y de los restos dispersos de los partidos burgueses devastados por la crisis pre-chavista) que vuelven a nuclearse en torno a la figura carismática de Chávez, sin hacer un balance real de la liquidación de la izquierda durante los 80 y 90.

Todas esas demandas sociales heterogéneas, tuvieron su primera respuesta en la reorientación de la distribución de la renta petrolera, la cual se dirigió, en un primer momento, hacia el «pago de la deuda social del neoliberalismo», las misiones (con su ambigua condición de plan de emergencia social y para-estado) y, después, hacia el impulso de diferentes (y fallidos la mayoría de ellos) intentos de un «nuevo modelo productivo» (economía social, NUDES, SARAOS, desarrollo endógeno, cooperativas, EPS, comunas, etc.).

En segundo lugar, el chavismo (el discurso chavista) logró provocar la movilización de las masas populares mediante las más diversas formas de agrupación, algunas de ellas encuadradas en el Partido (PSUV), pero otras, muchas, en diversas formas asociativas (desde los «círculos bolivarianos», hasta las diversas «mesas» en las comunidades y los Consejos Comunales, y demás organizaciones sociales) que a veces se reconocen a sí mismas como un genérico «Poder Popular». Ese término igual significa el reconocimiento político de los movimientos sociales más o menos espontáneos, que el encuadramiento de esos mismos movimientos en formas cooptadas al estado, organismos por donde se redistribuye la renta petrolera bajo el control del Ejecutivo.

En tercer lugar, el chavismo, en tanto gobierno, ha reproducido las características estructurales que presenta el estado venezolano desde que el grueso de sus ingresos provienen del petróleo; es decir: un estado capitalista rentista. Giordani lo llamó «socialismo rentista»; pero esto es una contradicción en los términos, a menos que se entienda por «socialismo» un conjunto de políticas redistributivas, émulo de un estado de bienestar keynesiano. El estado venezolano sigue presentando una burocracia creciente, ineficiente e ineficaz; es prevalido de una gran «potencia financiera», propenso a las más diversas formas de corrupción y despilfarro. Es un estado descoordinado, sin continuidad en las políticas, con escaso seguimiento de los programas, con mucha improvisación.

En términos de clase, al estilo de Marx, podríamos decir que el estado venezolano ha agudizado sus rasgos bonapartistas, pues, a nombre del bienestar general y el discurso nacionalista, por un lado, mantiene (y hasta refuerza) las mismas estructuras capitalistas dependientes, mientras que, por otro lado, intenta responder a las demandas sociales y políticas de las clases populares. Se trata efectivamente de un capitalismo de estado, como lo ha señalado Rigoberto Lanz y Javier Biardeau. Con una característica adicional, la renta petrolera, que tiene dos consecuencias: reproduce burocracia (que ya no resulta de la escasez y el necesario control de la distribución, como en la Rusia soviética; sino de todo lo contrario: un exceso de recursos que facilita el despilfarro) y subsidia la improductividad estructural de la economía capitalista dependiente heredada, lo cual, a su vez, repercute en la llamada «economía de puertos» y las características burocráticas del sindicalismo.

Pero esto no es lo más complicado.

  1. La urgencia de lo importante: la teoría

Ocurre que plantear el asunto estratégico (para a continuación articularlo a las tácticas de la coyuntura) es de lo más complicado, porque, hoy en día, es sumamente difícil definir el proyecto socialista. Varios elementos inciden en esa dificultad: a) la inexistencia de un balance de conjunto de la experiencia (sería mejor decir el fracaso) de los llamados «socialismos» del siglo XX, por lo menos en el marco del pensamiento «chavista» (del cual ya vimos sus límites); b) la existencia de nuevos ejemplos «socialistas» que hoy aparecen como opciones (China, Vietnam); c) una dificultad propiamente teórica (o, mejor, epistemológica): determinar desde cuál teoría, con cuáles conceptos, modelos, métodos, etc., se puede pensar hoy el socialismo.

Por supuesto, podemos hacer una larga bibliografía de pensadores de izquierda, a nivel mundial, que se han replanteado la teoría revolucionaria. El asunto en el chavismo es lograr el reconocimiento de a) las carencias teóricas que aquejan al movimiento en su conjunto; b) la urgencia de esta elaboración teórica para fijar adecuadamente la estrategia en articulación con las tácticas de la coyuntura; c) la necesidad de superar el empirismo, el pragmatismo y el inmediatismo en la praxis. Todo esto pasa, necesariamente, por un reconocimiento previo: el de la importancia de la práctica teórica, con todas sus especificidades.

Sobre esto último hay que enfatizar que el desprecio a los intelectuales (porque son «teóricos» y no «prácticos»; porque son supuestamente arrogantes, pequeño-burgueses, o «no están en contacto con las masas», o son «habladores de paja», o de cosas «nebulosas»), es una actitud completamente reñida con las mejores tradiciones revolucionarias, en especial, con la marxista. Connota algo muy diferente a una actitud que ayude a la revolución: simplemente ignorancia, un temeroso mecanismo de defensa que trasunta debilidad ante una supuesta «amenaza» al liderazgo establecido. Pero, además, el desprecio a los intelectuales y a los académicos incluso choca contra el ejemplo del comandante Chávez, quien nunca desaprovechaba la ocasión para recomendar la lectura de algún libro, quien evidentemente estudiaba sistemáticamente como se muestra en la propia evolución de su pensamiento y sus discursos, quien llamaba siempre al estudio y la reflexión.

  1. Y entonces ¿y el socialismo?

Aun con todas sus limitaciones, el chavismo ha llegado a posiciones claves a partir de la cuales se puede emprender una profundización teórica. Esas posiciones claves, constituyen el resumen de lo mejor de las tradiciones de la izquierda venezolana, latinoamericana y mundial. Veamos.

  1. En relación a los llamados «socialismos» del siglo XX: hay una clara diferenciación. Esos «socialismos» (tal vez el nombre no se adecúa, anotémoslo, a lo que era aquello) no son modelos para nosotros. En parte, por el énfasis en las peculiaridades nacionales, por el estímulo a la creatividad (las referencias a Mariátegui y a Simón Rodríguez, sirven de inspiración a esta actitud); en parte, porque fueron experiencias dictatoriales, antidemocráticas, que se alejaron de sus propios pueblos hasta llegar a provocar su odio. Por supuesto, aquí se hace referencia, bien al análisis trotskista (deformación burocrática de los estados obreros), bien al análisis maoísta (surgimiento de una nueva burguesía usurpadora en el seno del estado socialista).

  2. Al lado de la reafirmación del carácter nacional y específico de nuestro socialismo, en contraste con los modelos extranjeros, sean chinos, cubanos, vietnamitas, etc., su vinculación con la construcción de la Gran Patria bolivariana, latinoamericana y del Caribe. Nuestro socialismo sólo se posibilita si avanza también la integración con nuestros hermanos latinoamericanos y del Caribe. De modo que nuestro socialismo no es sólo nacional: es latinoamericano, de entrada.

  3. Si bien hay un respeto hacia la ciencia (y hacia la ciencia social y de la historia), hay también un llamado (no muy bien entendido, hay que decirlo) a establecer un diálogo con otras formas cognitivas y, además, a forjar una ética y hasta una «espiritualidad» que no tiene nada que ver con la ciencia tal cual la conocemos normalmente. Más que científico, en el sentido de positivista, cientificista, modelado de acuerdo a las ciencias «duras», de búsqueda de regularidades y supuestas «leyes» del desarrollo histórico; el chavismo ha buscado siempre en la INTERPRETACION DE SU HISTORIA una fuente para el conocimiento del pueblo por el pueblo, y la forja de sus certezas y verdades vitales que les permita emprender la labor de construcción de una nueva sociedad. Más que «científico», nuestro socialismo es HERMENÉUTICO.

  4. Hay otro rasgo que aparece como un problema fundamental y pendiente: el de nuestra economía rentista petrolera. Ese carácter petrolero y rentista a veces suena como obstáculo para «desarrollar» una economía diversificada e independiente. Se observa, acertadamente, que la lucha de clases en nuestro país tiene la peculiaridad de que es por el control de la renta, y no por la plusvalía de un capitalismo industrial y modernizador. A veces, se recupera el discurso de la «siembra del petróleo», y se asume la consigna marxista (pero también positivista y desarrollista) del avance de las fuerzas productivas, combinada con la consigna cepalista de la «sustitución de importaciones». Y todo ello, como en una colcha de retazos, con la consigna ecologista de preservar la vida en el planeta, con lo que se alude, vagamente, a un proyectado «ecosocialismo».

  1. La experiencia del siglo XX

La victoria de las revoluciones socialistas del siglo XX, comenzando por la soviética, más que el cumplimiento de alguna científica «legalidad histórica», fue el encuentro azaroso, excepcional, oportuno, de una intuición política, una voluntad, una decisión férreamente ejecutada y unas circunstancias complejas, acumulación de una diversidad explosiva de conflictos, como bien lo describe el propio Lenin al explicar la especificidad de la revolución bolchevique. Lo mismo puede decirse de los otros procesos, y generalizarse como concepto.

Al fracasar los conatos revolucionarios en Alemania y Hungría, después de la victoria bolchevique de 1917, y no poder beneficiarse Rusia del nivel de desarrollo de las «fuerzas productivas» de la Europa capitalista (o sea, la industrialización), el régimen soviético (dirigido por políticos profesionales, burócratas y tecnócratas), firme en su creencia de la necesidad del avance de las fuerzas productivas, optó por impulsar un proceso de «modernización forzada» que impuso una colectivización de las tierras a sangre y fuego, con el costo de millones de vidas, una agricultura siempre fallida, una industrialización despótica de la fuerza de trabajo y un régimen totalitario que distorsionó completamente el mensaje emancipador del socialismo y el comunismo originales. Por lo demás, como ilustró Meszaros, las empresas soviéticas terminaron asimilando técnicas de gestión basadas en la rentabilidad, la competición en el mercado y el despotismo sobre el trabajo. Agreguemos a esto la derrota en la competición económica contra el bloque capitalista-norteamericano.

La tesis stalinista del «socialismo en un solo país», como señaló en su momento Trotsky, terminó por ocasionar la derrota de los movimientos obreros europeos y subordinar el conjunto del movimiento comunista mundial a los intereses de gran potencia de la URSS. De allí a la tesis de la coexistencia pacífica, la competencia económica de los dos sistemas, el reparto de influencias en el mundo entre los dos bloques durante la «Guerra Fría», etc. sólo fue un paso, cuestión de consecuencias. Pero ¿era posible (y cómo) la tesis contraria, la de la «revolución permanente»? Lo dudo. Las oportunidades son breves, pasajeras, escurridizas, azarosas. Las oportunidades de victoria de los movimientos obreros europeos lo fueron, y no volvieron más. Trotsky erró al convocar una IV Internacional justo cuando Hitler decidió atacar a la URSS. En todo caso, es inútil volver sobre lo que pudo haber sido y no fue.

Lo que no fue, fue el camino expedito de la transición del capitalismo al socialismo y al comunismo (la sociedad sin clases y sin estado, necesariamente mundial). La historia tomó otro camino. Por ello, el pesimismo de los teóricos de Frankfurt (Adorno y Horkheimer). El iluminismo, la razón, se tornó toda instrumental, bárbara, de dominación.

Es pertinente traer a colación las dos críticas históricas, surgidas dentro de la tradición marxista, para explicar el «desvío» de esos procesos revolucionarios. Por un lado, Trotsky habla de «deformación burocrática», que tiene que ver con el surgimiento de una capa social (la burocracia soviética) a propósito de la necesidad de control férreo en medio de las difíciles circunstancias de la guerra civil, el atraso económico y la persecución de la oposición apoyada por la reacción internacional de las grandes potencias imperialistas. Por su parte, Mao Ze dong advirtió acerca de la usurpación del estado soviético por una burguesía que se benefició de la explotación despótica del trabajo, apropiándose colectivamente, de la plusvalía obrera. Estas dos explicaciones del fracaso de las experiencias «socialistas» en el siglo XX se formularon mucho antes del derrumbe del llamado «bloque soviético», y fue enriquecida por los aportes de los teóricos de la Escuela de Frankfurt, que extendieron su crítica a todo el «Iluminismo», con lo cual identificaron paradójicamente la razón con la dominación (de la Naturaleza y del propio Hombre) y la barbarie.

Si articulamos estas críticas a las experiencias «socialistas» del siglo XX, hechas desde el mismo marxismo, con otras (como también la de Rosa Luxemburgo, crítica del abandono del valor de la democracia por parte de Lenin), la constatación de la formación de la «aristocracia obrera» en los países centrales, y la certificación de la imposibilidad de marchar hacia la mundialización de la transición hacia el comunismo a través del socialismo en los países más desarrollados, tendremos un panorama aproximado de la profunda crisis del pensamiento socialista. No se trata de que el proyecto socialista-comunista esté cancelado. Se trata de que, en todo caso, es un proceso de Larga Duración, sujeto, además, a circunstancias azarosas, caóticas, turbulentas, inciertas. No se trata de un camino; se trata de una apuesta, riesgosa y llena de incertidumbre, y a larguísimo plazo. La «transición» se convierte en un encadenamiento indefinido de «transiciones». Como para perderse. Por eso, el socialismo, que era la transición al comunismo, devino en una estación hacia la cual se requiere una transición, y para ésta, otra, y así sucesiva e indefinidamente.

  1. Buscar la brújula.

Chávez (la personalidad histórica que sintetiza unas fuerzas sociales e históricas) tuvo el mérito de volver a plantear el socialismo como horizonte de la lucha política en América Latina. Nos legó un plan que vincula la afirmación nacionalista de la independencia y la soberanía con la formación del bloque de poder latinoamericano (bolivariano), la búsqueda del bienestar popular (resumida en el pensamiento de Bolívar acerca de la «mayor suma de felicidad posible», inspirada evidentemente del utilitarismo de Bentham) empleando la renta petrolera para pagar la «deuda social» histórica con los pobres; la profundización de la democracia (la democracia participativa, «democracia sin fin» o «Poder Popular»), el policentrismo geopolítico en el marco del reacomodo general del sistema-mundo capitalista y la asunción de las preocupaciones ecológicas. Todo ello, apropiándose del patrimonio simbólico de las tradiciones de lucha de nuestros pueblos y llamando a una síntesis de la ética y la moral con la política. ¿Puede compaginarse esto con el capitalismo rentista de estado que tenemos? ¿Habría que «desbaratarlo» entonces? ¿Cómo? Las respuestas no son tan fáciles como tienden a pensar algunos compañeros, resolviendo problemas complejos sólo con consignas.

En primer lugar, necesitamos un estado que controle las palancas principales de nuestra economía (o sea, la producción petrolera y parte importante de la banca) para poder sostener el bienestar popular, como ya se ha intentado hacer. Por otro lado, para mantener ese control, debemos reafirmar nuestra soberanía y el esquema de alianzas continentales que se ha construido en estos años, ambos factores dependiendo, además, de la decadencia del poderío norteamericano gracias a un policentrismo del sistema-mundo capitalista que se despliega ante nuestros ojos como una oportunidad favorable.

En el mismo Plan de la Patria aparece, como desglose de los objetivos, el pase de una economía rentista a otra «productiva». Además, se propone la soberanía alimentaria como desiderátum para revertir nuestra dependencia de las importaciones. Lo mismo, en relación al estímulo a nuestra ciencia y tecnología. Algunos compañeros han planteado, retomando viejas consignas, que hay que, por enésima vez, «sembrar el petróleo» y «sustituir importaciones». ¿Nuestro socialismo es entonces el retorno de los mismos viejos problemas que nunca se resolvieron en nuestra modernización?

¿Por qué fracasaron anteriores «siembras del petróleo» y «sustituciones de importaciones»? Hay varias posibles respuestas: a) por la ineptitud de nuestra burguesía, que nunca fue innovadora, disciplinada, emprendedora; sino que buscó un enriquecimiento fácil «chupando» de la teta del estado petrolero, y terminó por integrar sus intereses con el sector financiero internacional a través de la masiva fuga de capitales; b) por el carácter dependiente de nuestra industrialización, por ser asociada al gran capital transnacional y subordinarse a su tecnología, hasta llegar a una crisis por la estrechez del mercado interno; c) por el gigantismo de los proyectos industriales de la «Gran Venezuela», que endeudaron a más no poder al estado; d) por la corrupción de políticos y burgueses que «parasitaron» el estado.

Todos esos riesgos siguen hoy vigentes: ineptitud gerencial (incluida, sobre todo, la oficial), parasitismo y corrupción, dependencia financiera, científica y tecnológica, endeudamiento descontrolado. Sólo queda una manera de combatir esos males estructurales de nuestra modernización: convocando al pueblo.

Ese «convocar al pueblo», debiera ser mucho más que una consigna ritual más. La única manera de contrarrestar las lógicas estructurales del estado capitalista rentista dependiente, es ejerciendo una contraloría social ampliada, fundada en la autonomía cultural y política del pueblo. Propongo estas líneas maestras:

  1. Separación del funcionariado del estado del del Partido, para permitir que éste último sea, efectivamente, un liderazgo colectivo, escuela de cuadros, una cantera de líderes populares, el espacio para la reflexión acerca del camino de transformación cultural, social y económica; el estímulo para la organización y movilización efectiva del pueblo contra las lógicas perversas del Petroestado; y no la «palanca» para el clientelismo. Esto acompañado del fortalecimiento de la política de alianzas con el Polo Patriótico.

  2. Eliminación del Ministerio de las Comunas y cualquier forma oficial de control político sobre los Consejos Comunales y las Comunas en formación. Al contrario, esos organismos son los espacios de los movimientos sociales que canalizan y hasta pueden dar respuestas autónomas a las demandas sociales y políticas. Estimular el surgimiento de un nuevo liderazgo popular, mediante la participación masiva en redes de contraloría social. Retomar y continuar planes de re-culturizar al funcionariado público, mediante programas a todo nivel de perfeccionamiento profesional con clara orientación ética y política socialista.

  3. Concreción de un Plan Nacional propiamente dicho, donde se fijen las metas a seis años plazo (en principio), mediante diagnósticos participativos de cada sector productivo y de servicios. En ese Plan debe enmarcarse la actividad de la iniciativa económica privada.

  4. Retomar la construcción de los polos alternativos de desarrollo de desconcentren la población, la economía y demás actividades sociales, respecto de Caracas y demás ciudades, ya agotadas y colapsadas. Ya basta de reurbanizaciones (como la concepción detrás de la Misión Vivienda en caracas). Retomar las NUDES y SARAOS.

  5. Retomar los motores «Moral y luces» y la «nueva geometría del Poder», como ejes de una «revolución Cultural», a la cual también contribuiría las 3R a la Misión Cultura y a la Misión Ciencia. Reafirmar el acento en el aspecto ético-moral de la formación. Así mismo, retomar la Constituyente Educativa.

  6. Plantearse seriamente, mediante planes educativos y campañas propagandísticas, el cambio de los patrones de consumo del venezolano, con el horizonte del desarrollo endógeno y aprecio por lo nuestro latinoamericano.

Estos lineamientos son muy generales. Lo esencial es la nueva convocatoria al pueblo a la crítica, la revisión, la rectificación y el relanzamiento del Plan de la Patria, para dar, justamente, el golpe de timón que exigía el Comandante Chávez, en esta nueva etapa del proceso bolivariano.

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