Pasado más de 100 años del final de la esclavitud, muchos indicios hacen notar que los negros y los mulatos aún son discriminados. El Estado, los medios y el mercado laboral en la mira.
En los años 40 y 50 del siglo pasado se constituyó la idea que en Brasil existía una «democracia racial», un concepto que pretendía hacer creer en una coexistencia pacífica y harmoniosa entre razas con oportunidades iguales para todos.
Recién en los años 60 y 70 los movimientos negros comenzaron a luchar contra esta idea y a colocar en evidencia no sólo el racismo en Brasil, sino a revalorizar el ser negro. En 1971 fue instituido por la ONU (Organización de las Naciones Unidas) el Año Internacional para Acciones de Combate al Racismo y la Discriminación Racial, dentro de este marco con manifestaciones se propuso el 20 de noviembre como el Día Nacional de la Conciencia Negra.
La fecha es en homenaje a la muerte del mayor líder negro del país: Zumbi dos Palmares. Al norte del país, en el estado de Pernambuco, esclavos escapados de las haciendas conformaron y defendieron durante 100 años una tierra libre que llamaron Quilombo dos Palmares. Zumbi fue su máximo jefe militar y político que combatió a los portugueses entre 1672 y 1695.
En ese marco, el primer problema que enfrentan las personas que sufren el racismo es cuando ellas mismas deben auto definir su color de piel.
En 1995, en una encuesta realizada por la empresa Datafolha (perteneciente al diario paulista Folha de Sao Paulo) los entrevistados respondieron que se consideraban en un 50 por ciento blancos. Actualmente, realizada la misma pregunta, el 54 por ciento se considera negro o mulato. Hay principalmente dos factores que mudaron radicalmente dicho porcentaje.
La tasa de hijos de mujeres negras y mulatas siempre fue superior a la tasa de las mujeres blancas, pero principalmente las conquistas de los sectores negros hacen que se revindiquen con orgullo su color de piel.
Para el sociólogo José Luiz Perucelli, del IBGE (Instituto Brasileño de Geografía y Estadística), contribuyó para el proceso de revaloración de identidad. «Lo que antes no entraba en los padrones de belleza o prestigio y era desvalorizado, hoy cambió» dice en referencia a las acciones que beneficiaron el ingreso de negros y mulatos a la universidad.
La historiadora de la USP (Universidad de San Pablo) Lilia Moritz Schwarcz no duda en afirmar que «todo brasileño se siente como una isla de democracia racial, rodeado de racistas por todos lados». Para el 91 por ciento de los entrevistados, los blancos tiene prejuicios contra los negros, sin embargo sólo un 3 por ciento (excluyendo a los negros y mulatos) admiten tal hecho.
Como aspecto positivo, desde 1995 bajó de un 22 para un 16 por ciento las personas que se sintieron discriminadas por su color de piel.
«Las cosas cambiaron, pero no mucho. Las personas reaccionan más a las frases prejuiciosas, como se estuvieran vacunadas. Es positivo ver que existe una mayoría consciente, pero es preocupante constatar que la ambivalencia se mantiene. Parece que los brasileños tiran cada vez más el prejuicio para el otro. `Ellos son, pero yo no`», afirma la historiadora.
En un mismo sentido la socióloga Fernanda Carvalho del IBASE (Instituto Brasileño de Análisis Sociales y Económicas) confirma la tesis afirmando que «no dejamos de ser un país con fuerte racismo, pero evolucionamos. No se discutía tanto la cuestión del negro. Hoy, las personas están comprendiendo mejor el tema y tienen más consciencia de que el prejuicio es un valor negativo».
El acceso de la población a la educación ha cambiado bastante esta visión negativa. Era y sigue siendo común escuchar por las calles brasileñas que los negros son buenos únicamente para el futbol y la música. Pero sólo un 5 por ciento con estudios superiores creen en ello, para los que no concluyeron la primaria el porcentaje sube al 31 por ciento.
En estudios desarrollados por la ONU, el Índice de Desarrollo Humano, hace comparaciones sobre las diferencias de los ingresos de negros y blancos. En 1987 una mujer negra recibía, promedio, un 38 por ciento de un sueldo de un hombre blanco. Vente a años después el porcentaje llega a un 56 por ciento.
Pero cuando se compara entre hombres los avances fueron menos significativos. En 1987 un hombre negro ganaba 58 por ciento de lo que ganaba un hombre blanco. En 2007 el porcentaje pasó a un 62 por ciento.
Ahora, si los números los trasladamos para el 10 por ciento de la población más pobre, los negros y mulatos conforman el 68 por ciento del total.
El racismo brasileño está embebido de una fuerte asociación entre el color de la piel y una condición social esperada o deseada. Una correlación que actúa en los diversos momentos de la vida social, económica e institucional.
En sus 20 años como médico, Eudes Freire, vivió innumerables situaciones que refleja su condición profesional como excepción. Nunca falta el paciente que lo para por el pasillo del hospital llamándolo de enfermero para saber si el médico ya está atendiendo. Como una vez que un chico de siete años, acompañado por el padre, al verlo exclamó: «¡Pá, el médico es negro!».
Freire es parte de una minoría de 9,7 por ciento de negros que ejerce la medicina. Y no es para menos, en la encuesta de Datafolha el 51 por ciento de los entrevistados dijeron no conocer ni siquiera un profesor negro.
Este fue el principal problema apuntado por los sectores negros en Brasil: las grandes dificultades en conseguir trabajo. El IBGE constató que dentro del 92 por ciento de las profesiones, los blancos ganan más que los profesionales negros. En 2007, un abogado que se declaró blanco ganó en promedio mensual de 2.911 reales; un mulato 2.304; un negro 2.243.
En lo que se respecta al desempleo, en 2006, hombres blancos tienen una tasa de 5,6 por ciento, mientras que en los negros es de un 7,1 por ciento. Para las mujeres la diferencia aumenta en el sector del trabajo informal (no registrado) donde las blancas tuvieron 47,4 por ciento, las trabajadoras negras tuvieron un 62,7 por ciento.
Otros datos de IBGE muestran que la renta promedio de los trabajadores blancos es de 977 reales, casi el doble de los negros y mulatos que llega a 506 reales. Estos números no son necesariamente resultado de una discriminación racial y si de las posibilidades de instrucción de este sector.
En el mundo empresarial es algo todavía más notorio, donde las dificultades enfrentadas por los negros y mulatos son notorias. Carlos Eduardo Santos, 53 años, es dueño de una universidad en el estado sureño de Paraná. Su visión explica como se transformó el racismo brasileño que «no está disminuyendo, sólo está disimulado; y el racismo disimulado es el peor».
Por otro lado, el ingeniero Nelson Narciso Filho, 53 años, director de la ANP (Agencia Nacional de Petróleo) cuenta: «nunca encontré un negro en un puesto de director en las empresas en la que trabajé (…) Acá la cosa es peor que en los Estados Unidos».
«En Brasil, no existe un negro en la presidencia de una empresa como la Amercian Express ni un vice-presidente en la IBM. En el mundo corporativo, Brasil es el más racista que el propio Estados Unidos», explica José Vicente, 48 años, rector de la Unipalmares (Universidad Palmares).
Brasil, como muchos países de América Latina, produce un gran número de telenovelas, donde negros y mulatos asumen personajes muchas veces negativos. En este aspecto las opiniones se dividen en partes muy iguales.
Mientras que el 31 por ciento dicen que los negros aparecen como realmente viven, el 27 por ciento creen que son retratados de forma más positiva de lo que realmente viven y el restante 33 por ciento de forma negativa.
Bajo este aspecto, los cambios en la política estatal comenzaron a darse tímidamente en los años 90 con el gobierno de Fernando Henrique Cardoso. Así lo afirma el sociólogo Carlos Hasenbalg, profesor jubilado del IUPERJ (Instituto Universitario de Pesquisas del Río de Janeiro):
«Un punto de ruptura fue 1995, cuando por primera vez se admite, desde la Presidencia de la República, la existencia de racismo en Brasil. Y se comienza la implementación de una serie de programas para promover la igualdad racial».
Durante el gobierno de Cardoso se sancionó la ley que reconoció a Zumbi dos Palmares como héroe nacional (no en la práctica como feriado nacional como a los demás héroes brasileños), y se crearon grupos ministeriales para desarrollar políticas a favor de los negros y mulatos.
Por su lado, el actual presidente Luiz Inácio Lula da Silva, en visita oficial a la isla Gorée, en Senegal, pidió perdón por el tráfico de esclavos, creó la Secretaria Especial de Promoción de la Igualdad Racial, e indicó a Joaquim Barbosa como juez la Suprema Corte Federal (primer negro en asumir dicho cargo).
Además, durante su gestión se sancionó la ley que incluye en los planes de estudio de las escuelas de forma obligatoria la materia Historia y Cultura Afrobrasileña.
La representación política en las Cámaras también es un reflejo de lo mucho que falta por hacerse respecto al tema. De los 513 diputados electos en 2006, apenas 46 son de origen negro o mulato y de los 81 senadores sólo 4 se autodefinen como negro o mulato. Lo mismo ocurre en el poder judiciario donde de los 68 jueces de la suprema magistratura apenas dos son negros.
Por otro lado, cabe recordar que desde 1888 con la proclamación de la Ley Áurea que puso fin formalmente a la esclavitud. Sin embargo, recién en los últimos 20 años se llevaron a cabo -tímidamente- acciones concretas para revertir las desigualdades raciales en Brasil.
Pese a esto, lo que antes era negado a los esclavos porque no eran considerados seres humanos, de alguna manera, en la actualidad se les es negado la condición de ciudadanos. Si antes eran las pesadas cadenas, hoy son obligados a aceptar una pobreza extrema que les restringe la educación, la salud y el trabajo digno. Entre otras cosas…
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