Tal como ha hecho notar con sarcasmo Paul Krugman, [1] muchos responsables políticos escuchan a los economistas obsesionados con la austeridad simplemente porque esos economistas son «Gente Muy Seria». Y así de repente, esta gente se pone seria hablando de obligar a Italia a saltar por el mismo precipicio que Grecia, Irlanda y Portugal. O […]
Tal como ha hecho notar con sarcasmo Paul Krugman, [1] muchos responsables políticos escuchan a los economistas obsesionados con la austeridad simplemente porque esos economistas son «Gente Muy Seria».
Y así de repente, esta gente se pone seria hablando de obligar a Italia a saltar por el mismo precipicio que Grecia, Irlanda y Portugal. O se aprueba el paquete de austeridad propuesto por el presidente del Gobierno, Silvio Berlusconi y el Ministro de Economía, Giulio Tremonti, dicen, o Italia está condenada.
Hay dos problemas respecto a esta idea. El primero es italiano: las soluciones de nuestro gobierno carecen tanto de imaginación como de credibilidad. Italia no sobrevivirá a la crisis prestando oídos a la misma gente que nos metió en ella, y en particular no cuando exigen que sean la clase media y los pobres los que paguen la factura de sus errores.
El segundo problema es europeo. En lugar de crear soluciones adaptadas a la economía de cada nación, los gobiernos tienen ahora una fijación obsesiva con poner en práctica un control más estricto del déficit presupuestario con el fin de cumplir el pacto europeo de estabilidad. La política económica se ha convertido en un ejercicio de puro dogma, carente de todo debate real sobre cómo hacer que funcione el euro o promover un crecimiento sostenible.
La cosa va completamente en serio y es un completo error. En 2008, este dogma dictaba que los irlandeses tenían que rescatar a sus bancos. En 2010 le dictaba a los griegos que con una ronda de austeridad obraría milagros. En 2011, le dicta a Italia que ha de recortar las inversiones en energías renovables y reducir drásticamente el gasto social, poniendo una camisa de fuerza a los gobiernos municipales, que andan cortos de dinero.
¿Tiene alguna importancia que no seamos Grecia, que nuestro déficit esté en buena medida autofinanciado y que nuestra tasa personal de ahorro sea elevada? ¿O que no seamos como España? ¿Que – pese a los grandes esfuerzos de Tremonti por importar la especulación inmobiliaria a Italia a principios de la década del 2000 – los italianos no hayamos sufrido una burbuja especulativa de la vivienda? No, dice la Gente Muy Seria. La situación de Italia es crítica, y lo que nos hace falta es justamente una dosis del paquete de austeridad de Tremonti.
Salvo que esta clase de austeridad no arregla nada. Si se aprueba y se aplica, el paquete de Tremonti será una catástofre social de 45.000 millones de euros. Lo que debemos hacer en vez de esto es volverla contra él. Reconociendo que Italia tiene, sí, una deuda muy elevada en relación a su PIB, pero que nuestro país ha de concentrarse en la parte del PIB de esa cifra. El problema de Italia es tanto de crecimiento como de deuda.
Esto no puede ocurrir a menos que substituyamos el gasto despilfarrador por inversiones públicas inteligentes. En lugar de tirar miles de millones en derroches como el puente de Berlusconi en Sicilia [para unirla al continente], tenemos que invertir en infraestructuras que incrementen la productividad. Deberíamos expandir – y no recortar – las inversiones en el sector de energías renovables, en educación, investigación y desarrollo.
Adoptar estas medidas requerirá de un nuevo gobierno. Italia necesita elecciones, porque sólo una clase gobernante completamente nueva puede alcanzar el consenso político necesario para diseñar y poner en práctica un plan con el que enfrentarse a la crisis. Quienes invierten en bonos italianos entenderán seguramente que, en un país en el que la evasión fiscal impulsa el déficit, no pueden esperar que nuestro ciudadano más opulento saque el látigo de la disciplina fiscal. Como demostró su torpe intento de introducir en el presupuesto una cláusula que libraría a Berlusconi de pagar 560 millones de euros en indemnizaciones derivadas de un caso de soborno, este gobierno ha estado bastante más interesado en hacer progresar las prioridades del presidente del Gobierno y sus opulentas amistades que en las de los italianos corrientes.
Al oponerme al plan de Berlusconi y Tremonti’s plan, no quiero dar a entender que eche la unidad europea en saco roto, pero rechazo la mentalidad de una misma medida igual para todos, que tantos problemas ha causado. No podemos seguir imaginándonos que una sola solución europea puede aplicarse igualmente bien en las islas del Egeo que en el condado de Cork.
El pacto de estabilidad no es el undécimo mandamiento. Podemos y debemos renegociar su marco para permitir pautas más flexibles, y dar prioridad a las cosas que más les importan a los europeos: los puestos de trabajo. No nos hace ningún bien complacer a las élites de nuestras capitales, que viven en otro mundo, mientras la gente tiene que apretarse el cinturón y a nuestra juventud le roban su futuro.
NOTA: [1] Paul Krugman, The Austerity Delusion, The New York Times, 24 de marzo de 2011.
Nichi Vendola es gobernador de la región de Apulia y líder del partido Sinistra Ecologia Libertà (Izquierda, Ecología y Libertad). Fue miembro del parlamento italiano entre 1992 y 2005.
Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón