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Austeridad, una idea que mata

Fuentes: La Vanguardia

Dos libros acaban de salir en inglés (uno de ellos en español también) que cuentan la misma historia: la austeridad no solo no sirve para nada sino tambien mata a la gente. Es un poco como un bomba suicida solo que el terrorista fanático es aquel tipo del traje gris que habla inglés como un […]

Dos libros acaban de salir en inglés (uno de ellos en español también) que cuentan la misma historia: la austeridad no solo no sirve para nada sino tambien mata a la gente. Es un poco como un bomba suicida solo que el terrorista fanático es aquel tipo del traje gris que habla inglés como un robot. Uno es Austerity, history of a Dangerous idea de Mark Blyth, el economista escocés de la universidad de la Ivy League estadounidense Brown University. Le hice una entrevista en Chatham House la semana pasada. Antes de que debatiera con un economista aleman de la filial de Berenberg Bank en la City Holger Schieding que repetia hasta la saciedad (con acento de robot y traje gris) la frase «para ser sano, hay que adelgazar» mientras que Mark miraba al cielo con gesto de desesperanza. Blyth explica en su libro por qué la austeridad jamás funciona a no ser que se adopte en países individuales en un entorno global de fuerte crecimiento (Canadá, Escandinavia en los noventa) que permite subirse al carro de crecimiento de los demás como un buen free rider. Lo cual, evidentemente, no es el caso, en estos momentos, en eurolandia. El otro libro The Body Economic: why austerity kills (Por qué la austeridad mata. El coste humano de las políticas de recorte (Taurus)) de David Stuckler y Sanjay Basu comenta el terrorífico impacto de las políticas de shock therapy económico sobre la salud pública citando ejemplos desde los años veinte en EEUU y Europa, los años noventa en Europa del Este tras la caida del comunismo, Asia tras la crisis de 1998, hasta la crisis actual en la periferia europea. Es duro leer sobre la locura, sobre todo cuando vives en un país en el cual los internos mandan en el manicomio. Pero es lectura imprescindible.

Stuckler y Basu arrancan de la siguiente manera: «Gracias por participar en la prueba clínica. Quizás usted no recuerde haberse apuntado pero ellos le apuntaron en diciembre del 2007. El experimento no fue llevado a cabo por médicos o enfermeras sino políticos, economistas y ministros de finanzas». El resultado del experimento: primero, que «el impacto es el contrario de lo que se pretendía». O sea que, lejos de reducir la deuda, la austeridad la aumenta debido al impacto negativo sobre el crecimiento». Pero la austeridad no solo es inútil sino que provoca también enfermedades y muerte. «Hemos aprendido que el verdadero peligro para la salud pública no es la recesión en sí sino la austeridad . Cuando se recortan las redes de protección sociales , perder un empleo o una vivienda pronto se convierte en una crisis de salud». En Grecia, el conejillo de indias de la austeridad en Europa «los costes humanos quedan muy claros: un aumento del 52% de los sero positivos; la duplicación de la tasa de suicidio, un aumento de los homicidios y el regreso de la malaria» .

No es sorprendente. Pasó lo mismo en la Gran Depresión (antes del New Deal de Roosevelt) y durante los ajustes llevados a cabo en Europa del este tras la caída de la Unión Soviética. En Rusia las duras políticas de terapia de shock tuvieron un desastroso impacto demográfico, una población en declive que aun perdura: «Durante la transición rápida los hombres rusos empezaron a morir de manera muy rápida». La esperanza de vida masculina cayó de 64 a 57 años. «Incluso los jóvenes rusos de repente empezaron a morir de infartos», explican David Stuckler y Sanjay Basu. Miles de hombres de 40 hasta 30 años registraron graves problemas cardiovasculares. ¿Por qué? Por el alcohol. Claro, eran rusos, pero beber, -como cualquiera entienda que visita el centro de Madrid en esta larga depresión económica-, es un sintoma del trastorno social, del paro de larga duración, de la pobreza, de la falta de expectativas, de los recortes de protección social. «El estrés social y el alcohol van juntos», advierten. Es más, para ahorrar dinero en tiempos de austeridad los hombres rusos bebían cada vez más alcohol industrial tras el colapso de la URSS. Y, en una comparación entre los diferentes países post comunistas, Stuckler y Basu advierten que «los países que adoptan una transición rápida (short, sharp shock) al sistema de mercado con programas radicales de privatización y gran desestabilización socioeconómica con enormes recortes de protección social son los que sufren la peor crisis de salud pública».

Ténganlo en cuenta la próxima vez que escuchen a Mariano Rajoy felicitarse de que España haya hecho sus deberes de austeridad más rápidamente, con más cojones de torero que nadie en la euro periferia.

La austeridad no es solo trágica por su impacto sobre la salud sino que es cómica porque no cumple con sus propias metas de reducciones de deuda. ¿Por qué demonios lo estamos haciendo? Pues, para proponer una respuesta alternativa a la de nuestros gobiernos, reproduzco aquí, una carta irónica que Mark Blyth incluye en su libro. Es una carta hipotética de un gobierno de la periferia europea que, de repente, sufre un ataque de integridad (como aquel político demócrata en la película de Warren Beatty, Bulworth), y empieza a decir La Verdad, y nada más que la verdad:

Para: Los votantes

De: El primer ministro de país X de la periferia europea

¡Mis apreciados conciudadanos: Hace cuatro años que les insistimos en que el motivo por el que muchos de ustedes están en paro y que la próxima década va a ser un suplicio para la mayoría de ustedes, es que los estados hayan gastado demasiado, que debemos ser austeros y volver a algo que calificamos como finanzas publicas sostenibles. Sin embargo, ha llegado el momento de decir la verdad. La explosión de la deuda soberana es un síntoma y no una causa de la crisis en la que nos encontramos.

Lo que ocurrió en realidad era que los bancos más grandes de los países del centro de la zona euro (Alemania, Francia, etc.) compraron mucha deuda soberana de sus vecinos periféricos, los llamados PIIGs. Esto inundó a los PIIGs de dinero barato para que pudieran comprar productos de los países del centro, de ahí los desequilibrios por la cuenta corriente en la zona euro de los que se habla tanto y la perdida consiguiente de competitividad en estas economías periféricas. A fin de cuentas ¿por qué vas a fábricar un automóvil que compita con BMW si los franceses te dejen dinero para que compres uno? Todo iba muy bien hasta que los mercados entraron en pánico por lo que ocurría en Grecia en el 2010 y calcularon a partir de nuestras respuestas insuficientes diseñadas a aplazar el problema hasta otro día, que las instituciones europeas no están capacitadas para hacer frente a lo que ocurria. El dinero que lubricaba las ruedas dejó de circularse de manera retina y el precio de nuestros bonos se disparó.

El problema era que habíamos abandonado nuestra maquinita monetaria y nuestras tasas de cambio independientes al adoptar el euro. Estos eran nuestros amortiguadores económicos. Mientras tanto, el BCE, la institución que, en teoría, debía estabilízar el sistema, resultó ser un banco central falso. No ejerce ninguna función de prestamista de último recurso. Existe para luchar contra la inflación pero la inflación murió en 1923. La Fed y el Banco de Inglaterra pueden aceptar cualquier activo que quieran a cambio de la cantidad de dinero que ellos quieran emitir; el BCE es constitucionalmente e intelectualmente limitado. No puede monetizar ni mutualizar la deuda. Tampoco puede rescatar a países. Tampoco puede prestar directamente a bancos con cantidades suficientes. Va aumentado sus poderes sobre la marcha en esta crisis pero sus capacidades son limitadas.

Bien, si añadimos a esto el hecho de que el sistema bancario europeo es tres veces mas grande y dos veces más apalancado que el sistema bancario estadounidense; si consideramos el hecho de que el sistema europeo está lleno de activos de muy baja calidad, se verá que tenemos un problema muy gordo. Hemos celebrado más de 20 cumbres, nos hemos comprometido a mas disciplina fiscal, hasta hemos sustituido a algún gobierno democráticamente elegido para resolver esta crisis. Pero no lo conseguimos. De modo que ya es hora para que digamos la verdad. La respuesta es que no podremos arreglar la crisis. Lo único que podemos hacer es aplazar la decisión. Lo cual supone que usted va a sufrir una década perdida. No podemos crear inflación para pasar el coste a los ahorradores, no podemos devaluar y pasar el coste a los extranjeros; y no podemos declarar una moratoria sobre la deuda sin suicidarnos; de modo que necesitamos la deflación interna durante todo el tiempo que sea necesario hasta que los balances de los bancos estén en mejores condiciones. Por eso no podemos permitir que nadie se escape del euro; el contagio destruiría a nuestros bancos. De modo que todo el mundo tendrá que bajar sus precio y salarios frente a Alemania lo cual, incluso en las mejores de las circunstancias, es muy difícil. Es horrible pero bueno. Así es la vida. El paro de ustedes va a salvar a los bancos y salvar el euro. Nosotros, las clases políticas de Europa quisiéramos agradecerles su sacrificio.

Claro. Este discurso jamás lo vas a escuchar -añade Blyth-. «Porque el político que lo pronunciase tendría que poner su resumen en Monster.com diez minutos después», ironiza.

Fuente: http://blogs.lavanguardia.com/diario-itinerante/?p=2044