Un nuevo brote de documentales invade las pantallas de Brasil este año, revelando una nueva generación dedicada al género, que consolida este camino como fuerte opción del cine nacional para hacer que el país se conozca a sí mismo. «Morro da Conceiçao» (Cerro de Concepción, si traducimos literalmente, incluso el nombre propio), en exhibición en […]
Un nuevo brote de documentales invade las pantallas de Brasil este año, revelando una nueva generación dedicada al género, que consolida este camino como fuerte opción del cine nacional para hacer que el país se conozca a sí mismo.
«Morro da Conceiçao» (Cerro de Concepción, si traducimos literalmente, incluso el nombre propio), en exhibición en Río de Janeiro desde el último fin de semana, señala el estreno en la dirección de Cristiana Grumbach, de 35 años, de asumida vocación documentalista.
El filme se constituye básicamente de entrevistas con ocho ancianos que nacieron o viven desde la niñez en uno de los primeros barrios de la ciudad, construido en un cerro cercano al puerto y que resistió a los ciclos de destrucción y reconstrucción que hicieron desaparecer otros «morros» del centro de Río de Janeiro, hoy ocupados por edificios de oficinas y comercio.
Los entrevistados son casi todos descendientes de inmigrantes portugueses y no por casualidad las casas y callejones recuerdan los barrios centrales de los cerros de Lisboa.
Recuerdos de los viejos pobladores y prolongadas tomas estáticas de los callejones y de los rostros arrugados hacen que los personajes del filme sean no sólo las personas, sino también el barrio y, especialmente como destaca la directora, el tiempo.
Buscar poesía, humor y otras dimensiones interesantes en personas comunes en «filmes de conversas (entrevistas)» es una línea de los documentales del inspirador de muchos de la nueva generación de cineastas como es Eduardo Coutinho, maestro de Grumbach y de quien fue asistente en cinco películas. La influencia en «Morro da Conceiçao» es evidente.
La proliferación contagiosa de documentales en Brasil sigue varias vertientes. La más prolífica es la sociológica o antropológica encabezada por Coutinho, que se apresta a lanzar «O fim e o principio» (El fin y el principio), con testimonios de personas comunes del interior pobre del estado de Paraíba, en el nordeste brasileño.
El veterano cineasta tuvo que esperar 20 años de dictadura militar para finalizar en 1984 su obra de mayor impacto, «Cabra marcado para morrer» (Tipo marcado para morir), naciente del nuevo documentalismo brasileño, que cuenta la lucha de un líder campesino asesinado y la de sus familiares sobrevivientes para reencontrarse y rescatar su memoria dos décadas después.
Luego Coutinho pudo hacer varios filmes con su talento de entrevistador, como los realizados sobre la religiosidad del habitante brasileño, el pasaje del milenio en una favela (barrio hacinado) de Río de Janeiro, la diversidad de personas en un edificio de Copacabana (barrio playero de esa misma ciudad) y la vida actual de los viejos compañeros sindicalistas del presidente Luiz Inácio Lula da Silva.
Los documentales brasileños conquistaron varios premios en festivales nacionales e internacionales desde el año pasado. Es el caso de «Do luto à luta» (Del luto a la lucha), sobre personas con síndrome de Down como la hija del director, Eduardo Mocarzel. El filme debe entrar brevemente en exhibición comercial.
Otra vertiente productiva se vincula a la música popular. Documentales sobre cantantes, compositores y movimientos musicales importantes son la vía que encontró el cine brasileño actual para mostrar esa dimensión vital de la cultura nacional.
También en los próximos días se estrenará «Vinicius», una biografía del poeta Vinicius de Moraes, que se convirtió en uno de los mayores cultores de la bossa nova. Una de sus obras, «Garota (muchacha) de Ipanema», es una marca del país.
Aún sigue en exhibición en Río de Janeiro otro documental más precisamente sobre la bossa nova, el movimiento que nació a mediados de los años 60, aportando requinto e influencias jazzísticas a la samba y reflejando la euforia que vivía entonces la creciente clase media urbana de Brasil.
El título, «Coisa mais linda» (Cosa más linda), salió de un verso de «Garota de Ipanema».
Los documentales de este año contemplan también proyectos sociales exitosos. El más reciente, «Doctores de la Alegría», cuenta la historia de un grupo de actores que se hicieron payasos para alegrar niños enfermos en decenas de hospitales del país. Ganó varios premios y estuvo en exhibición el mes pasado.
Esa vocación documentalista del cine brasileño tiene paralelo con el naturalismo que lo domina desde la década pasada, quizás por influencia del lenguaje televisivo de las telenovelas y la ola de los «reality shows».
Los filmes de mayor taquilla en los últimos años no son documentales, pero reconstituyen hechos reales. «Carandirú», dirigido por Héctor Babenco y que atrajo a 4,8 millones de espectadores en 2003, cuenta la vida cotidiana en el mayor presidio nacional, desactivado el año pasado, y la masacre de 111 presos ocurrida allí en 1992.
El fenómeno taquillero de este año, con más de cinco millones de espectadores, «Dos hijos de Francisco», cuenta la vida del dúo que más discos de música «sertaneja» (campesina) vendió en Brasil, Zezé di Camargo y Luciano, especialmente los esfuerzos de su padre para conducirlos al éxito.