Traducido del ruso para Rebelión por Josafat S. Comín
Como dice un proverbio atribuido a Confucio, es complicado buscar un gato negro en una habitación oscura, especialmente si no está allí. Y sin embargo, varios autores de izquierdas han creído ver un sentido solapado marxista en una corriente película de aventuras. ¿Existe realmente? Intentemos aclararnos.
Digamos para empezar que analizar desde un punto de vista marxista una película que no tiene ningún trasfondo ni histórico ni social, ni filosófico ni siquiera político, es imposible. O mejor dicho, sí que es posible, pero de ningún modo según lo han hecho ciertos analistas.
A modo de resumen. Un marine minusválido sustituye a su hermano fallecido en el proyecto «avatar». Las copias artificiales de los aborígenes del planeta, en cuyos cuerpos se aloja la mente humana, están llamados a entablar contacto con los pobladores locales y descubrir qué necesitan para convencerlos de abandonar su asentamiento y no molestar a los humanos. Ocurre que en el planeta se extrae un mineral único, de gran valor en la tierra. Como es de esperar, el marine se enamora de la Pocahontas local y cuando los humanos ponen en marcha la operación militar, ayuda a los aborígenes a vencer a los desvergonzados terrícolas.
Como vemos, el argumento es más simple que el mecanismo de un chupete. Realmente, más que un argumento es una plantilla mil veces repetida con una salsa nueva. En la película, una manida línea argumental sustituye a otra más manida aún: cuanto más simple mejor. Los personajes malvados, son feos hasta de apariencia. La población local tiene rasgos infantiles en sus caras: grandes ojos y una pequeña boquita, lo que instintivamente los hace adorables para cualquier persona adulta del género homo sapiens. El color de su piel es azul, hacerlos negros o rojos no hubiera sido políticamente correcto, y verdes hubiera sido complicado en una «pantalla verde»; otros colores hubieran resultado demasiado brillantes.
La peli acaba en «happy end». Claro que cualquier persona, a poco que use el cerebro, entenderá que a los terrícolas poco les cuesta enviar un par más de regimientos de marines paracaidistas para sustituir al que ha sido aniquilado y la resistencia sería aplastada. Pero el genio de Cameron, siempre tan escrupuloso a la hora de elaborar los argumentos, se casca semejante chapuza y se queda tan ancho.
Es para alucinar el absurdo que supone que en el siglo XXII siga de un modo u otro existiendo Venezuela, donde combatían los canallas «comandos» y que la corporación (S.L. por cierto) venda el mineral obtenido por dólares. Añadamos a esto los innumerables lapsus: las flechas atraviesan el cristal blindado, un cuchillo raja el caparazón quitinoso de un animal que las ráfagas de ametralladora no podían atravesar (esto es ya por si solo estupidez pura) etc. Ese tipo de lapsus y empalmes no son para nada habituales en la filmografía de Cameron, director de Terminator, la película de acción más inteligente, o al menos todo lo inteligente que pueden llegar a ser las pelis de este género (y en unas buenas manos desde luego que puede). Pero lo que encontramos no pasa de cómic, en lugar del esperado relato de aventuras con una gran carga semántica.
Y es aquí donde tenemos espacio para un análisis, aunque sea pequeño de esta película-cómic. Vale que sea un gran avance en los gráficos diseñados por ordenador, vale que es en 3D. Una publicidad nunca vista: «la película que no se puede ver más que en el cine». Vale que haya batido todos los récords de recaudación. Se ha rodado la película más cara en la historia de la humanidad… Más que una película, una fiesta para los sentidos y las emociones. Para los sentidos puede ser, pero para la razón… Esquematismo, banalidad, primitivismo. La «people» que acostumbra a comer en el McDonalds, a leer cómics de atractivos colores y a ver realitys shows por la tele, están dispuestos a consumir todo lo que les pongas por delante. Esta película es una demostración de lo innecesario del mundo espiritual en esta sociedad degenerada. Y lo sorprendente es que la haya rodado precisamente Cameron, una persona aguda y sensible. Como decía la letra de una canción de Yegor Letov «Pálidas sombras, por la tarde yo también me rendí. Y dejé lo que hacía».
El título de la película Avatar ya dice mucho. Avatar (en ruso el término es de género femenino, avatara) es la personificación de una deidad hindú. En el mundillo informático contemporáneo, la palabra designa la fotografía que representa en un foro o página a su dueño. Como vemos, incluso el título de la película ya nos dice que al hombre actual no le preocupa la realidad, sino su reflejo. Desde luego el término no es utilizado en su significado religioso original, eso es importante. Y es que los «indios» pieles azules no se parecen a los auténticos indios, sino a los imaginarios, a los de las películas. Los malos, se parecen a los malos de las películas, los científicos a los científicos de las películas. Por no hablar de los monstruos, de lo más estereotipados, monstruos extraterrestres de los que ya estamos hasta la coronilla, con sus rinocerontes y pterodáctilos, de los que hay a patadas en cualquier libro o peli de dibujos.
Y es este acabado, este agotamiento de los personajes, la muerte del cine como arte y su conversión en «producto» – de lo que Avatar es el ejemplo más claro- lo que podría ser tema para el análisis desde el punto de vista marxista. Pero para nada el sistema de producción de la tribu de los Navi, ni las veleidades imperialistas de las corporaciones terrícolas.
Para concluir y a modo de curiosidad, mencionaremos el punto de vista de ciertos «auténticos marxistas» como les gusta autodenominarse. Se resume en que la civilización de Pandora, que se encuentra en el estadio de desarrollo tribal, sin base técnica ni material, y que vive de la caza y la recolección, para la que, en consecuencia, son características las costumbres y creencias salvajes, cavernarias, no producen nada salvo risa. Por lo que una humanidad significativamente más desarrollada en el plano técnico y social, que en la película se encuentra en fase imperialista, cumple indudablemente una función progresista.
¿Qué podemos decir a eso? ¿Es acaso aplicable el marxismo a una sociedad donde la migración de las almas es algo real, donde los seres inteligentes contactan telepáticamente con los animales simbiontes, y los árboles del bosque están unidos en una red global viva, en una especie de sinapsis, a la que los humanoides locales pueden conectarse? Por supuesto que las leyes marxistas acaso sean aplicables a esta sociedad, en la medida que lo pueden ser con respecto a las sociedades de abejas, hormigas, o a una gelatina inteligente. La gelatina inteligente, si es que existe en algún lugar del universo infinito, queda muy lejos del valor añadido y de la explotación del hombre por el hombre. Igual de lejos que los humanoides de Pandora. En general sobre este tema existe un maravilloso estrato de literatura, Stanislav Lem, sin ir más lejos. Sin embargo por lo que se ve, estos «auténticos marxistas» no leen a los clásicos de la ciencia ficción con poso social y filosófico. Y si leen, también allí les aparecerá el marxismo. Por ejemplo la Isla habitada de los hermanos Strugatsky, imagino que la calificarán de «obra marxista de principio a fin».
En general el marxismo entendido de una forma vulgar y detestable, multiplicado por la incapacidad de utilizar la lógica dialéctica, sumado al bajo nivel de conocimientos y de cultura general genera una enfermedad de difícil cura denominada «marxismo encefálico».
No intenten aplicar el método marxista a una barra de mortadela, al trayecto entre dos paradas de bus, a una fórmula matemática ni al ballet de Prokófiev. ¡Sean marxistas!
P.S.
Por cierto que los avispados productores se han acabado saliendo con la suya. Incluso algún que otro miembro del partido comunista se ha enfundado las gafas de 3D para ver «la película del siglo» de turno, para no perder el «maistream» y estar en la onda. Algunos salen satisfechos. Que cada cual saque sus conclusiones.
Fuente: http://www.cprfspb.ru/3982.html