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Ayudas que ahogan soberanías

Fuentes: Rebelión

Cuando se habla de la ayuda que los países ricos otorgan a los subdesarrollados, la fuerte propaganda en los medios de comunicación occidentales provoca que muchos se dejen llevar por el sentido literario de esa palabra y no comprendan que lleva implícita una determinada carga política y económica. Esa ayuda, en la mayoría de los […]

Cuando se habla de la ayuda que los países ricos otorgan a los subdesarrollados, la fuerte propaganda en los medios de comunicación occidentales provoca que muchos se dejen llevar por el sentido literario de esa palabra y no comprendan que lleva implícita una determinada carga política y económica.

Esa ayuda, en la mayoría de los casos, se analiza en términos financieros y monetarios según los precios de los países desarrollados y por tanto se infla su valor.

La Organización de Naciones Unidas estableció que el Norte debía favorecer el desarrollo de los países del Sur con el famoso 0.7 % de sus Producto Interno Bruto (PIB), pero nunca se ha llegado a esa cifra y además se ha dirigido hacia determinadas naciones por intereses específicos y en la mayoría de los casos a cambio de presiones y prebendas.

En el 2003, los países económicamente ricos aportaron solo el 0,2 % del PIB, lo que fue igual a 68 400 millones de dólares. Si hubieran cumplido con el compromiso oficial del 0,7 %, la suma hubiera llegado a 160 000 millones de dólares.

A partir de los años 80 esa palabra mágica y tan prolifera acuñada con el término de «ayuda», comienza a sufrir los embates del neoliberalismo y del libre comercio.

Por ejemplo, en África, anteriormente ese acápite tuvo un papel preeminente, viniera de gobiernos con carácter bilateral, de organismos internacionales o regionales, y era de menor importancia para tener acceso a los préstamos y a la inversión extranjera.

Sin embargo, en nuestros días, al continente negro lo están homogeneizando con el resto de las regiones pobres del planeta porque las políticas neoliberales realizan ese proceso con todas las regiones subdesarrolladas, independientemente de las diferencias que existan en las zonas.

La homogenización, como una peligrosa red, obliga a que los países se abran a la inversión extranjera y por tanto, la ayuda representa un retroceso en cuanto a la característica y la importancia que tenía en años anteriores.

Esto motiva que muchas de las llamadas asistencias destinadas a África se destinen a actividades muy puntuales que persiguen desconflectivizar situaciones extremas en ese continente y a la par desempeñen cada vez un papel más directo en el camino de la penetración de las empresas transnacionales.

A fines del siglo XX y principios del XXI, el dinero entregado a numerosos países pobres se ha dirigido a obras de infraestructura como transporte, carretera y comunicaciones, en relación directa con la entrada del capital extranjero, mientras que resultó marginal lo destinado a programas de desarrollo industrial, pesquero y agrícola

También se fue focalizando hacia cosas específicas y se destinó gran parte hacia lugares o situaciones que eran o son conflictivas, con vista a amortiguar los efectos y servir como apaga fuegos bajo la óptica de mantener un nivel de estabilidad y gobernabilidad, mas que para conseguir objetivos económicos beneficiosos en las naciones.

En el caso de Estados Unidos, el mayor proveedor de esa ayuda por tener un PIB de más de 11 billones de dólares anuales, nunca otorgó el 0,7 % y en los últimos años solo dispuso del 0,2 %.

Pero además, las donaciones están controladas por la United State Aid International Development (USAID) y solo las entrega a aquellos países que han aceptado las reglas establecidas por ese organismo, es decir, abrir las puertas al capital privado y a los mercados, prebendas que sujetan a los gobiernos que las reciben.

Bajo esas circunstancias, muchos Estados han sido obligados a reducir sus aparatos públicos, cortar los fondos que dedicaban a las cuestiones sociales, y al retirarse de esas actividades le abren el camino al capital privado, a las Organizaciones No Gubernamentales (ONGs), instituciones religiosas y fundaciones.

Como la política neoliberal plantea que el gobierno central es muy rígido e ineficiente, éste debe descentralizarse y lo que antes hubiera podido resolverse mediante la ayuda, ahora se privatiza, o sea, servicios básicos como el abasto de agua, educación, salud y electricidad, con las consecuencias que contrae la dependencia política.

Una simple operación matemática demuestra una cruda realidad. En el año 2003 los países ricos entregaron a las naciones pobres 68 400 millones de dólares en ayuda oficial, mientras éstos entregaron a los primeros 436 000 millones por concepto de pagos de la deuda externa. Valdría preguntarse, ¿no sería mejor invertir las transacciones?, ¿hasta cuándo los países subdesarrollados continuarán financiando el derroche y la opulencia de los desarrollados?

Aunque en los últimos 13 años las naciones en desarrollo han pagado por concepto de deuda 4,1 billones de dólares, los servicios por ese acápite crecieron en ese período de 1,4 billones a 2,6 billones.

Es innegable que en esta era de globalización diferencial, esas ayudas, en vez de beneficiar, van encaminadas a matar la independencia y la soberanía de los pueblos.