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Bagdad arde, Calgary prospera

Fuentes: Rebelión

La invasión a Irak desencadenó lo que podría ser el mayor boom petrolero en la historia. Todas las señales están ahí: multinacionales con libertad para tragarse a voluntad empresas nacionales, llevarse ganancias ilimitadas a casa, disfrutar de placenteras «vacaciones fiscales» y pagar un risible uno por ciento de regalías al gobierno. Este no es el […]

La invasión a Irak desencadenó lo que podría ser el mayor boom petrolero en la historia. Todas las señales están ahí: multinacionales con libertad para tragarse a voluntad empresas nacionales, llevarse ganancias ilimitadas a casa, disfrutar de placenteras «vacaciones fiscales» y pagar un risible uno por ciento de regalías al gobierno.

Este no es el boom en Irak iniciado por la nueva propuesta de ley petrolera. Eso vendrá después. Este boom ya está en pleno apogeo, y ocurre tan lejos de las matanzas en Bagdad como se puede llegar a estar: en las remotas tierras del norte de Alberta. En los pasados cuatro años, Alberta e Irak han estado conectados entre sí a través de una especie de subibaja invisible: mientras Bagdad arde, desestabilizando la región entera y haciendo que los precios del petróleo se eleven, Calgary prospera.

Así es como el caos en Irak desató lo que The Financial Times recientemente llamó «el boom de recursos más grande de Norteamérica desde la fiebre de oro de Klondike». Los habitantes de Alberta siempre han sabido que en la zona norte de su provincia hay vastos depósitos de betún (sustancia viscosa negra parecida al alquitrán, que se mezcla con arena, arcilla, agua y petróleo). Hay aproximadamente 2.5 billones de barriles de esa sustancia, los depósitos más grandes de hidrocarburos en el mundo.

Se pueden transformar los desechos de Alberta en crudo, pero es terriblemente difícil. Un método es extraerlo de vastas minas abiertas: primero se talan los bosques, luego se remueve el mantillo. Posteriormente, enormes máquinas sacan la sustancia negra y la cargan en los camiones de volteo más grandes del planeta (dos pisos de altura; una sola llanta cuesta 100 mil dólares). El alquitrán se diluye con agua y solventes en gigantescas tinajas, donde se revuelve hasta que el petróleo sube a la superficie; mientras, enormes cantidades de deshechos son vertidos en estanques más grandes que los lagos naturales de la región. Otro método es separar el petróleo donde está: grandes tubos de perforación empujan vapor dentro de la tierra, a grandes profundidades, lo cual derrite el alquitrán. Mientras, otro tubo lo extrae y lo transporta por varias etapas posteriores de refinamiento; gran parte funciona con gas natural.

Ambas técnicas son costosas: entre 18 y 23 dólares por barril, sólo en gastos. Hasta hace poco no tenía ningún sentido económico. A mediados de los años 80, el petróleo se vendía a 20 dólares el barril; en 1998-99 bajó a 12. Los principales «jugadores» internacionales no tenían ninguna intención de pagar más por obtener crudo que el precio en que lo podían vender, razón por la cual, cuando se calculaban las reservas petroleras globales, ni siquiera se incluían las arenas bituminosas. Todos, a excepción de unas cuantas compañías fuertemente subsidiadas, sabían que el alquitrán iba a permanecer ahí.

Luego vino la invasión estadunidense a Irak. En marzo de 2003, el precio del petróleo alcanzó 35 dólares por barril, incrementando las posibilidades de obtener ganancias de las arenas bituminosas (la industria les llama «arenas de petróleo»). Ese año, la United States Energy Information Administration (Administración de Información Energética, perteneciente al Departamento de Energía estadunidense. N de la T) «descubrió» petróleo en las arenas bituminosas. Anunció que Alberta -antes se creía que había sólo 5 mil millones de barriles de petróleo- estaba en realidad sentada en al menos 174 mil millones de barriles «económicamente recuperables». Al año siguiente Canadá rebasó a Arabia Saudita como el principal provedor de crudo a Estados Unidos.

Todo esto ha significado que el boom petrolero iraquí no se retrasó, sino que se trasladó de lugar. Todos los grandes, salvo BP, corrieron hacia el norte de Alberta: ExxonMobil, Chevron y Total (el cual planea gastarse entre 9 y 14 mil millones de dólares). En abril, Shell pagó 8 mil millones de dólares para tomar el control de su subsidiaria canadiense. El pueblo de Fort McMurray, foco del boom , no tiene dónde albergar a las decenas de miles de nuevos trabajadores, y una compañía construyó su propia pista de aterrizaje para poder llevar a la gente que necesita.

Setenta y cinco por ciento de petróleo de las arenas bituminosas se lleva directamente a Estados Unidos, lo cual impulsó a Brian Hall, consultor energético para el IHS (importante compañía que provee información estratégica a las industrias energética, de defensa, aeroespacial, de la construcción, electrónica y automotriz. N de la T), con sede en Colorado, a llamar a las arenas bituminosas «el manto de seguridad energético de Estados Unidos». Ahí hay cierta ironía: Estados Unidos invade Irak, al menos en parte, para asegurar acceso al hidrocarburo. Ahora, en parte gracias al golpe económico que produjo esa desastrosa decisión, encontró en su vecino la «seguridad» que buscaba.

Está de moda predecir que los altos precios petroleros despertarán una respuesta de libre mercado al cambio climático, desencadenando una «explosión de alternativas innovadoras», como recientemente escribió Thomas Friedman, columnista de The New York Times . Alberta es la prueba de que esa aseveración es falsa. Los altos precios sí llevaron a una extravagancia en investigación y desarrollo, pero enfocada a intentar encontrar la manera de obtener el petróleo más sucio de los lugares más difíciles de alcanzar. Shell, por ejemplo, trabaja en un «novedoso proceso de recuperación termal» (incrusta enormes calentadores eléctricos en los depósitos, y literalmente cocina la tierra).

He ahí las arenas bituminosas de Alberta: la industria que ya contribuye al cambio climático, más que cualquier otra, sube frenéticamente la temperatura. El proceso de refinar betún emite tres a cuatro veces más gases de efecto invernadero que los producidos cuando se extrae petróleo de los pozos tradicionales, lo cual hace de las arenas bituminosas la mayor contribuidora al crecimiento de emisiones de gases de efecto invernadero de Canadá. Los 100 mil millones de dólares en inversiones proyectadas para las arenas bituminosas también han vuelto a Canadá en un renegado del clima global. Ese dinero es la razón principal de por qué la próxima semana, en la Cumbre de los 8, en Heiligendamm, el Primer Ministro de mi país -quien favorece a la industria petrolera-, Stephen Harper, se reunirá con George W. Bush en su oposición a todo esfuerzo serio para poner un tope o reducir los gases de efecto invernadero. En casa, su gobierno apoya plenamente los planes de la industria petrolera de por lo menos triplicar la producción de las arenas bituminosas para 2020, sin que se le vea fin. Si los precios se mantienen altos, pronto se volverá rentable extraer 141 mil millones de barriles más de las arenas bituminosas, lo cual colocaría en Alberta las más grandes reservas de petróleo en el mundo.

Desarrollar las arenas implica devorar los árboles y la vida silvestre. El Pembina Institute, la más prominente autoridad en el impacto ambiental de las arenas bituminosas, advierte que el bosque boreal, que cubre «un área del tamaño del estado de Florida», corre el riesgo de ser allanado. Ahora resulta que el río principal que alimenta la industria con las enormes cantidades de agua que necesita está en peligro. Científicos del clima dicen que los decrecientes niveles de agua son resultado -claro- del calentamiento climático.

Al observar la locura colectiva en Alberta -una escena que hasta The Financial Times calificó de «distópica fantasía»-, se me ocurre que Canadá se quedó con algo más que el boom petrolero trasladado desde Irak. También tenemos sus elusivas armas de destrucción masiva. Están allá, cerca de Fort McMurray, en la sustancia negra azabache, bajo la corteza terrestre. Y con la ayuda de camiones de carga, pipas, vapor y gas, esas armas son detonadas.

Copyright 2007 Naomi Klein.
www.nologo.org.
* Naomi Klein es periodista canadiense, autora de No logo .
La columna fue publicada en The Nation (www.thenation.com).

Traducción: Tania Molina Ramírez.