La amplia victoria de la derecha en las elecciones parlamentarias venezolanas del 6 de diciembre de 2015 exige abordar tres asuntos cruciales para comprender el momento presente: por un lado, analizar con precisión los resultados electorales; por otro lado, identificar con claridad las razones de la derrota; finalmente, anticipar el escenario a corto plazo. Balance […]
La amplia victoria de la derecha en las elecciones parlamentarias venezolanas del 6 de diciembre de 2015 exige abordar tres asuntos cruciales para comprender el momento presente: por un lado, analizar con precisión los resultados electorales; por otro lado, identificar con claridad las razones de la derrota; finalmente, anticipar el escenario a corto plazo.
Balance de los resultados electorales. En primera instancia es fundamental analizar con detenimiento los resultados reales, es decir, el número de votos obtenido por cada movimiento político y compararlos con comicios anteriores. Si solo reparamos en la cantidad de parlamentarios obtenidos por cada grupo la impresión más superficial es que la derecha (agrupada en la MUD) arrasó y duplicó en apoyos al chavismo (109-112 VS 55). Esto es producto de un sistema electoral que premia excesivamente al ganador en cada circunscripción.
En las anteriores parlamentarias de 2010, por ejemplo, la coalición izquierdista nucleada en torno al PSUV consiguió 98 parlamentarios, frente a 65 de la MUD, a pesar de que en número de votos se produjo casi un empate (5.400.000 VS 5.300.000). Ahora, la derecha obtuvo 7.700.000 sufragios frente a 5.600.000 del chavismo. Sobre un total de 14.300.00 votos, la MUD consiguió un 53,5% de apoyo frente a un 39% del chavismo. La diferencia real es, por tanto, de 14 puntos y medio. Otro dato muy relevante es que más de un millón de sufragios (casi un 7%) no han sido recogidos por ninguna de las dos partes. Gonzalo Gómez de Marea Socialista (escisión del PSUV a la que se impidió participar en las elecciones) advierte que hubo un gran volumen de votos nulos que en gran medida pueden agrupar a chavistas descontentos.
Por otra parte, si comparamos la evolución electoral de cada sector político es obvio que tenemos que medir el desempeño de cada uno a lo largo de los 2 últimos años, teniendo como parteaguas la muerte de Chávez. Esto obliga a comparar los resultados de las presidenciales de abril de 2013, cuando Maduro obtuvo casi 7.600.000 papeletas, frente a las recientes parlamentarias de 2015, en las que el chavismo ha reducido su caudal de voto en 2 millones de sufragios. La derecha, por su parte, consiguió hace 2 años y medio 7.360.000 votos, por lo que su aumento real es de menos de 350.000 papeletas.
Esto indica que no ha habido tanto una transferencia de voto sino fundamentalmente un incremento sustancial de la abstención chavista, que refleja un ‘voto castigo’, según Oscar Schemel. De cualquier manera, la diferencia de 53,5% VS 39% es sumamente relevante y simboliza la distancia media habitual que durante años tuvo a su favor el movimiento bolivariano pero que ahora, por primera vez en 17 años, se invierte en favor de la derecha. En síntesis, de cara a la más que probable cita electoral de 2016 (el revocatorio contra Maduro), el mapa electoral favorece a la MUD pero no presupone una derrota inevitable de la izquierda venezolana.
Causas de la derrota. Las razones que explican el fuerte revés electoral son múltiples, complejas y se retroalimentan cada vez con más intensidad. Sin embargo, hay un factor que destaca con mucha fuerza: el deterioro del poder adquisitivo y las consiguientes dificultades, cada vez más crecientes, para solucionar necesidades básicas de la vida cotidiana. Así lo perciben diversos analistas, como Eleazar Díaz Rangel.
De hecho, una de las mayores conquistas de la Revolución Bolivariana fue la mejora progresiva y sustancial de las condiciones de vida de millones de personas (principalmente de los sectores populares). Así fue durante por lo menos el primer decenio del proceso (1999-2009). En esa época, ni los problemas de vieja data (alta inseguridad, corrupción estructural, etc.) ni los de nuevo tipo (surgimiento de la boliburguesía, ineficiencia…) afectaron sustancialmente la hegemonía bolivariana.
Por otro lado, hay que subrayar que el deterioro del poder adquisitivo y el inicio del empeoramiento de las condiciones de vida se inician durante el mandato de Chávez, hacia los años 2009 y 2010. Esto significa que no es un fenómeno nuevo vinculado a la etapa de Maduro (2013-2015), aunque sí es cierto que se agrava en los últimos tiempos. Las lecturas idealizadas de la etapa de Chávez frente a la de Maduro no se ajustan a la realidad y además no permiten comprender el deterioro como un proceso de acumulación en el tiempo. La diferencia trascendental que aportó Chávez en su última etapa (2010-2013), en el contexto de retroceso paulatino -no lineal pero sí tendencial- fue su capacidad de sostener la articulación política y emocional de las bases bolivarianas, gracias a su arrollador liderazgo.
Uno de los factores fundamentales para entender el deterioro del poder adquisitivo es la desestabilización económica. El aumento desproporcionado de precios, el desabastecimiento de productos básicos y las interminables e irritantes colas han configurado una ecuación letal y muy funcional para las aspiraciones históricas de reconquista oligárquica.
El problema es que los actores que participan de la desestabilización son múltiples, formalmente antagónicos y con objetivos a corto plazo disímiles pero paradójicamente complementarios. Por una parte, están los actores con objetivos políticos expresos de derrocamiento gubernamental (oposición empresarial). Por otra parte, tenemos a franjas corruptas de la burocracia chavista con objetivos principalmente lucrativos. Finalmente, podemos citar a sectores de la sociedad «civil» que abrevan de la «cultura de la especulación», y en la que destacan los llamados ‘bachaqueros’, revendedores de productos básicos que operan en el mercado negro. Nos encontramos, por tanto, ante un monstruo inorgánico que ha ido creciendo ante la ineficacia gubernamental y con el impulso de la reacción interna (político-mediático-patronal) y externa (imperialismo).
En síntesis, la dificultad cada vez mayor para llegar a fin de mes, no solo de sectores populares sino también de algunos estratos medios (cargos intermedios de la administración, profesores, investigadores…) ha sido la pieza clave para desequilibrar la balanza y para que el resto de problemas y padecimientos (inseguridad, corrupción, ineficiencia, falta de autocrítica…) se gestionen ahora, subjetivamente, con mucha menos permisividad y tolerancia.
Escenario a corto plazo. La victoria de la MUD y fundamentalmente el control de dos tercios de la Asamblea Nacional configura un nuevo campo de juego ya que por primera vez en muchos años la derecha recupera un poder del Estado trascendental: el legislativo. A lo largo de la primera década de Revolución Bolivariana el gobierno de Chávez logró progresivamente controlar los 3 poderes tradicionales del Estado y crear además dos nuevos, el Poder Electoral y el Poder Ciudadano (Defensor/a del Pueblo), los cuales también hegemonizó.
En consecuencia, es evidente que a muy corto plazo la disputa por los poderes del Estado será un escenario de batalla de primer orden. Los debates jurídicos que se han activado los primeros días posteriores a las elecciones así lo confirman, principalmente por la pugna teórica entre los que consideran que el nuevo parlamento podrá cambiar con facilidad y rapidez todos los Poderes (excepto el Ejecutivo) y aquellos que advierten que el procedimiento es complejo y largo. De cualquier manera, el control del Poder Electoral y del Judicial serán objetivos prioritarios de la nueva asamblea de mayoría derechista.
Otro asunto clave es descifrar cuál será la hoja de ruta de la oposición en estos primeros meses. En primer lugar, como acabamos de señalar, la recolonización de dos poderes estratégicos del Estado será prioritario: por un lado, la cooptación del Poder Electoral es de suma importancia para viabilizar con más seguridad el deseado Referéndum Revocatorio contra Maduro; por otro lado, la toma de los órganos centrales del Poder Judicial es vital para darle mayor legitimidad a la más que probable excarcelación (vía Ley de Amnistía) de criminales vinculados al Golpe de Estado, paros patronales, plan de derrocamiento de 2014 (‘La Salida’) que provocó más de 40 muertos… La salida de prisión del conocido ultra Leopoldo López -convertido en demócrata (sic) por la maquinaria mediática transnacional- podría ser uno de los primeros episodios.
En segundo lugar, la aprobación de nuevas leyes de contenido social y económico será otro frente de suma importancia. Por un lado, en el ámbito más específico de la política social, la derogación de la Ley de Precios Justos y quizás la Ley de Arrendamientos puede ser factible, aunque en el caso de esta última perjudicarían a una masa de votantes de estratos medios que han conseguido atraer en los últimos tiempos. Paralelamente, no parece que vayan a atreverse a tocar, por ahora, las Misiones Sociales, emblema de la política de inclusión del proceso bolivariano. Eso vendría después del revocatorio si consiguieran tumbar a Maduro.
Por otro lado, en el terreno económico, la Ley de Trabajo, una de las más avanzadas del mundo, puede convertirse en objetivo prioritario. De hecho, la patronal ya ha empezado a presionar con fuerza aunque diputados recién electos de la derecha, como José Guerra, advierten del riesgo social de una medida de estas características. Se avecina, en consecuencia, una disputa muy fuerte al interior de la derecha, entre los sectores más ultras y empresariales, ávidos de derruir los cimientos de protección social de la Revolución Bolivariana y otros grupos, no menos reaccionarios pero sí más pacientes y astutos, proclives a una táctica de desmontaje parcial y progresivo.
De cualquier manera, el horizonte de intentar sacar a Maduro y reconquistar el Poder Ejecutivo se traduce en un más que probable Referéndum Revocatorio que en principio, podría ser celebrado a lo largo del año que viene. A pesar de que el citado Guerra acaba de declarar que «creo que no debemos precipitarnos, ya que tengo la impresión de que en 2016 la situación económica va a ser más aguda y, en medio de una crisis tan profunda, generar un cambio de gobierno puede ser un autogol y un bumerán», no parece que la derecha, después de 17 años expulsada del gobierno, vaya a permitir que Maduro gobierne hasta fines de 2018. Esto no solo por el deseo irrefrenable de reconquistar el Estado, sino sobre todo para evitar que el chavismo pueda recuperarse a lo largo de los próximos 3 años.
En cuanto al gobierno bolivariano, lo tiene sumamente complicado, ya que la estrategia del miedo de regreso al neoliberalismo no funciona con la misma efectividad, sobre todo entre la gran masa de votantes jóvenes que han crecido al calor de las políticas sociales. En los primeros días, el Ejecutivo ha apostado por la confrontación político-mediática, por la movilización de algunos sectores organizados y por la puesta en marcha de un proceso de debate con las bases y con los distintos colectivos que apoyan al gobierno.
De cualquier manera, esto no será suficiente para abordar el año 2016, probablemente el ‘año’ decisivo y con mayúsculas. Los discursos grandilocuentes y sobrecargados de retórica socialista quizás haya que aparcarlos temporalmente (el propio Maduro acaba de reconocer la saturación existente) y centrarse en asuntos más terrenales pero de vida o muerte, como lograr pulsar la tecla adecuada que empiece a revertir, por lo menos de manera leve, el deterioro de las condiciones de vida.
Luismi Uharte. Parte Hartuz Ikerketa Taldea
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