En los tiempos que corren, cuando las bolsas de valores aplauden algo es que las cosas no andan bien. El mundo de la especulación financiera y las ganancias ultra rápidas nos han enseñado que sus gustos son fuente de tragos amargos para el resto de la economía. Los recientemente aprobados acuerdos de Basilea III son […]
En los tiempos que corren, cuando las bolsas de valores aplauden algo es que las cosas no andan bien. El mundo de la especulación financiera y las ganancias ultra rápidas nos han enseñado que sus gustos son fuente de tragos amargos para el resto de la economía. Los recientemente aprobados acuerdos de Basilea III son un ejemplo de lo anterior.
La Banca de Pagos Internacionales (BPI) aprobó el 12 de septiembre los acuerdos con la nueva regulación para el sistema bancario. Estos acuerdos, denominados Basilea III, han pasado casi desapercibidos y son la respuesta del BPI a la crisis financiera y económica que comenzó en 2008.
Es la secuela de los acuerdos de Basilea I (de 1988) y Basilea II (2004) que no sólo no sirvieron para dotar a la economía mundial de un sistema bancario más sano, sino que hasta hicieron daño. Basilea I creó incentivos perversos que borraban la línea divisoria entre operaciones prudenciales y especulación. Basilea II trató de corregir eso al exigir niveles más altos de capitalización a medida que aumentaban los créditos más arriesgados en la cartera de un banco, pero no pudo frenar las operaciones especulativas realizadas por los bancos.
Desde esa óptica, Basilea III es un paso en la dirección correcta (mayor regulación del sistema bancario y financiero en general), pero es demasiado tímido. Se le presenta como un nuevo marco regulatorio integral para fortalecer la capacidad del sistema bancario a fin de absorber choques y mejorar sus esquemas de administración de riesgos. Incluye mecanismos de regulación prudencial a nivel microeconómico y sistemas macroprudenciales para evitar la amplificación procíclica de choques financieros. En cierto sentido es un reconocimiento de que una economía capitalista no tiene mecanismos intrínsecos de autorregulación.
El diagnóstico que hace el BPI sobre el origen de la crisis se limita a los acontecimientos en el sistema bancario, sin tomar en cuenta los problemas que venían acumulándose en la economía real y en sector financiero no bancario. Para el banco la crisis se origina en el apalancamiento excesivo en todas las actividades del sector bancario, así como en su insuficiente base de capitalización y deficientes sistemas de contabilidad. Todo eso impidió a los bancos enfrentar las pérdidas vinculadas a las transacciones corrientes que se presentaron en 2006-2007. Además, las pérdidas del sistema bancario paralelo (banca de inversión) fueron amplificadas en todo el sistema bancario debido a los altos niveles de exposición de los bancos. Por supuesto, el análisis deja de lado las variables centrales que explican la acumulación de capital bajo el neoliberalismo: el estancamiento del poder de compra de las grandes masas, la necesidad de operar con burbujas y ciclos cada vez más rápidos y de mayor amplitud.
La principal característica de Basilea III es la elevación del nivel de reservas duras que deben mantener los bancos en sus operaciones. En estos acuerdos se sube el nivel de 2,5 por ciento a 4,5 por ciento del valor de los activos, y eso se complementa con un amortiguador de 2,5 por ciento. Así, los fondos que cada banco debe mantener como reserva dura ascienden a 7 por ciento de los activos.
Estas medidas afectan de manera diferente a cada banco, pues la composición de su cartera es una variable importante, al igual que sus niveles actuales de exposición. Pero, tranquilos todos en la banca: estas medidas entrarán en vigor progresivamente. La aplicación definitiva está prevista para 2019, después de un proceso de consultas, pruebas y evaluaciones. De ese proceso podemos esperar un debilitamiento de todo aquello que no le guste al lobby bancario mundial.
Aumentar los niveles de capitalización es algo positivo. Pero si los niveles que se exigían en el pasado eran muy bajos, el aumento no es algo tan importante. Aún con el 7 por ciento la actividad bancaria seguirá siendo la que tiene mayores niveles de apalancamiento. Además, si no se dice nada sobre los métodos de valuación de activos, ese requisito puede ser anulado. El lobby bancario se ha quejado de la dureza de estas nuevas reglas, pero de aquí a que los gobiernos aprueben estas medidas y tengan la capacidad de imponerlas, van a pasar muchas cosas.
La triste realidad es que el sector bancario mundial descubrió hace tiempo que puede sobrevivir saqueando la economía real, y que en caso de caer en bancarrota puede ser rescatado sin problemas y así multiplicar exponencialmente sus ganancias. Esta es la conclusión de un clásico documento publicado por George Akerlof y Paul Romer (NBER Working Paper R1869, se puede consultar en www.nber.org). Sus palabras escritas en 1994 fueron una profecía: la bancarrota para obtener ganancias ocurrirá en el contexto de contabilidad defectuosa, poca regulación y penalización débil; en esos casos los dueños de bancos tendrán incentivos para declarar la quiebra, ser rescatados y pagarse sumas astronómicas. Suena familiar, ¿verdad? En tiempos normales, el saqueo. En la crisis, la quiebra, el rescate y las súperganancias.
http://www.jornada.unam.mx/2010/09/22/index.php?section=opinion&article=028a1eco
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