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Estados Unidos

Batallas presupuestarias: ruido, furia y engaño

Fuentes: Richard D. Wolff

Traducido por Ian J. Seda-Irizarry

Luego de semanas de debate público (más en los medios que en el Congreso) los republicanos y demócratas llegaron a un acuerdo sobre el presupuesto. Para aumentar la atención pública, estuvo presente la amenaza de un cierre del gobierno. Ambos partidos manifestaron que déficits gubernamentales y la deuda acumulada eran «problemas serios» y acordaron que para resolver el problema solamente había que hacer recortes en los impuestos en vez de tratar de aumentar los recaudos. Al unísono prácticamente declararon «nosotros tenemos que aprender a vivir con lo que tenemos».

En realidad ninguno de los dos bandos bregó con el déficit y la deuda. Se limitaron a unos recortes cosméticos, dentro de un acto simbólico, donde los republicanos favorecían los mismos mientras los demócratas se oponían. Poniendo los ojos en las elecciones del 2012, ambos partidos usaron los debates sobre déficit y deuda para proveer un espectáculo para impresionar a sus electores.

Algunas cifras básicas muestran la verdad detrás del montaje. El presupuesto para el año fiscal 2011 muestra unos gastos que suman $3.5 trillones de dólares mientras se reciben $2 trillones en ingresos vía impuestos. La diferencia entre lo que se recauda y lo que se gasta es de 1.5 trillones (1,500 billones) y equivale al déficit de este año. El Departamento del Tesoro de los Estados Unidos tiene que tomar prestado de quien quiera que esté dipuesto a prestarle al gobierno norteamericano. Luego de un discusión «acalorada», los republicanos y demócratas llegaron al «compromiso histórico» de recortar los gastos por $38 billones. Eso reduciría el déficit de $1,500 billones a $1,462 billones, una suma económicamente insignificante. El ruido y la furia de los debates en Washington en realidad mostraron que no se haría nada sobre el déficit.

Los republicanos aparentan estar preocupados por los enormes déficits gubernamentales que se han acumulado en los últimos años. De manera conveniente olvidan el porqué de ese aumento: (1) la crisis capitalista redujo los empleos y por lo tanto la base de ingresos para ser tributada, (2) y la respuesta de Washington fue de tomar trillones de dólares en préstamos para salvar a los bancos y los mercados de bonos y acciones. Entonces terminan reviviendo su viejo mantra: hay que reducir los déficits mediante recortes en los «gastos que despilfarran dinero» y disminuir «las actividades erradas de manejo del gobierno», lo que significa recortes en los programas que no les gustan. Finalmente, los republicanos piensan aprovecharse de los enormes costos que ha traído la crisis y las acciones injustas y erradas del gobierno para tratar de resolverla.

Los demócratas pretenden estar tan preocupados como los republicanos. Copian a los republicanos en denunciar el mal manejo y gasto del gobierno. Sin embargo, defienden menos recortes al presupuesto que los republicanos, esperando así aprovechar políticamente el apoyo popular a los programas gubernamentales vistos como necesarios en tiempos difíciles. También se oponen en voz alta a cosas que puedan aumentar el apoyo electoral (por ejemplo, salvar de los recortes al programa de Planificación de Paternidad y Maternindad).

Los republicanos y demócratas no discutieron, y menos aprobaron un el gravar más impuestos a los ricos y corporaciones como una manera para recortar el déficit. Del mismo modo sus propuestas para recortar los gastos fueron económicamente insignificantes. Para ponerlo de manera breve, las campañas de reducción del déficit de ambos partidos fueron un engaño.

¿Qué diferencia hace un déficit? Cuando los recaudos gubernamentales se quedan cortos ante sus gastos, el gobierno tiene que tomar prestado para cubrir la diferencia. El tomar prestado entonces se suma a la deuda acumulada. Como resultado, el gasto de los años venideros incluye el pago del interés de esa deuda incurrida. Eso significa que una porción del dinero que el gobierno adquiere mediante la recolección de impuestos se utiliza, no para proveer servicios públicos o para ayudar a las personas con necesidades, sino para pagar los intereses adquiridos por la deuda.

El déficits importa porque los ingresos del gobierno a base de impuestos son desviados de servir y ayudar a la mayoría de los contribuyentes hacia el enriquecimiento de los acreditadores de Washington.

También importa cuando los republicanos y demócratas conservadores utilizan el déficit y la deuda gubernamental como excusa para recortar programas gubernamentales que no les gustan.

Los conservadores se oponen y le tienen miedo a todo tipo de intervención económica del gobierno a menos que la misma sea una para ayudar y proteger los intereses del sector empresarial. Cuando la mayoría de las recesiones se dan, los conservadores quieren recortar los impuestos para el sector empresarial. Cuando recesiones graves son la orden del día, entonces quieren rescates masivos para ese mismo sector. Si eso requiere un déficit, los conservadores no titubean y lo apoyan (así hicieron con los rescates de Bush en el 2008 y Obama en el 2010). Sólo se oponen a los déficits luego, una vez las ganancias corporativas son reestablecidas, y luego piden disminución en las intervenciones del gobierno que benefician a otros intereses que no son los suyos.

Los liberales y keynesianos usualmente apoyan correr déficits durante recesiones. Quieren que el gobierno gaste, no sólo para tratar de suavizar el sufrimiento durante la caída económica, sino también para compensar por la vacilación del sector empresarial en invertir en momentos donde las condiciones económicas no son favorables. Y es que los liberales le tienen miedo a que la crisis lleve a la gente a adoptar posiciones extremas que pongan en riesgo al supervivencia del sistema capitalista. Es por eso que vemos a un Paul Krugman airado que incita a Obama a aumentar en vez de limitar el gasto del gobierno sin que tenga que preocuparse por el déficit. En tales momentos de entusiasmo, los liberales y keynesianos subestiman los costos reales de quienes en un momento van a tener que pagar por el déficit.

Los problemas con la lógica liberal abundan. Primero, si el gobierno le aumentara los impuestos a las corporaciones y a los ricos, podría mantener altos niveles de gasto sin tener que incurrir en déficits. Un cálculo reciente (ver mostró que si las corporaciones e individuos que ganan sobre un millón de dólares al año pagaban la misma tasa impositiva que pagaron en el 1961, el Departamento del Tesoro recogería $716 billones al año. Esa cifra recortaría el déficit y los costos asociados a su pago prácticamente a la mitad. Segundo, hay que consider quien le presta al gobierno de los Estados Unidos. Los mayores prestamistas incluyen a China, Japón, grandes corporaciones e individuos acaudalados tanto dentro como fuera de los Estados Unidos. Mientras mayor sean nuestros déficit, más del dinero que paga la gente en impuestos va dirigido a pagar el interés que se le debe a los acreedores. Tercero, consideremos la injusticia básica de lo déficits: (1) Washington le cobra menos impuestos a los ricos y a las corporaciones que en, digamos, la década de los 60; (2) por lo tanto Washington corre un déficit; y (3) el Departamento del Tesoro luego le coge prestado a las corporaciones y a los ricos el dinero que el gobierno les permitió conservar al no tener que pagar impuestos.

En resumidas cuentas: el capitalismo norteamericano colapsó en una dependencia masiva de ayudas gubernamentales desde el 2008. Más allá de proveer garantías por la deuda de los bancos y compañías aseguradoras que colapsaron, la ayuda del gobierno al sector empresarial incluyó un gasto de trillones de dólares para salvar bancos y corporaciones. El gobierno decidió pagar por todo eso a través de préstamos masivos (en vez de aumentar los impuestos a las corporaciones y los ricos- ni siquiera a esas corporaciones que los fondos del gobierno salvaron de una quiebra certera). Es por eso que los inmensos rescates requirieron inmensos déficits.

El 13 de abril, Obama sugirió un pequeño aumento en los impuestos a los ricos (subiendo de 35% a 39% el impuesto aplicable a ese sector, comparado con el 91% que se les gravaba en la década de los 60) y un fin a las lagunas jurídicas en las leyes aplicables a los impuestos corporativos. Si alguna vez se aprueban y pasan esas leyes, no será mucho el cambio. En el mejor de los casos traerían menos de 100 billones al año a las arcas gubernamentales. Eso recortaría el déficit actual por un mero 7.5%. Además, más «compromisos históricos» con los republicanos sólo reducirán aún más todavía (o eliminarán) la carga contributiva en las corporaciones y los ricos.

Ambos partidos en Washington han utilizado continuos déficits para sostener a un capitalismo moribundo apoyado en el estado. Esos déficits continuarán aumentando nuestra deuda nacional y seguirán siendo utilizados como excusas para recortar servicios públicos. Los falsos debates alrededor del déficit no deberían distraernos de lo que el capitalismo ha exigido y obtenido de ambos de sus partidos o de la necesidad real de construir una verdadera oposición a ellos.

Nota sobre el autor: El doctor Richard D. Wolff (http://rdwolff.com/) es Profesor Emeritus en la Universidad de Massachusetts en Amherst y profesor visitante en el Programa de Asuntos Internacionales de la New School University en Nueva York. Wolff es autor de varios libros, entre los cuales se encuentran New Departures in Marxian Theory (2006) y Capitalism Hits the Fan: The Global Economic Meltdown and What to Do about it (2010).