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A 20 años de su estreno

«Belleza americana»: american way of…

Fuentes: Rebelión

Aunque para la protagonista, Annette Benning (Carolyn), American Beauty (1999) o Belleza americana no se trate de un «drama familiar políticamente correcto», ni de una comedia sentimental, hay que decir que el filme del gringo Sam Mendes, director de teatro de origen portugués (The Blue Room, Cabaret), es una tragicomedia atípica (puesto que sí tiene […]

Aunque para la protagonista, Annette Benning (Carolyn), American Beauty (1999) o Belleza americana no se trate de un «drama familiar políticamente correcto», ni de una comedia sentimental, hay que decir que el filme del gringo Sam Mendes, director de teatro de origen portugués (The Blue Room, Cabaret), es una tragicomedia atípica (puesto que sí tiene un desenlace trágico) sobre el más utópico de los núcleos sociales: la familia. Para hacer su examen, recurre al melodrama y a los estereotipos, al sarcasmo sobre el american way of life, a la resistencia frente a la sociedad de consumo. Y, claro, a las virtudes del guión de Alan Ball, quien se apresura a señalar el carácter deliberado de la ambigüedad del título: «Uno de los temas de la película es cómo tenemos nociones preconcebidas sobre las cosas, cuando la verdad resulta ser con frecuencia algo que nunca ni siquiera hemos considerado: donde encuentras verdadera belleza puede ser el lugar donde menos te lo esperas.» Tiene razón en especial si se considera que en lo fundamental es un filme sobre la apariencia, la subversión de valores, el dinero como una institución imaginaria, la necesidad humana de consolación (ningún sistema es bueno cuando se olvida preguntar al otro cómo está…), la cosificación de la mujer (Carolyn es una mujer estereotipada absorbida por el arribismo, el afán de éxito, el odio hacia un marido mediocre), la sin salida de una sociedad nihilista y de consumo, capitalista que, en últimas, no representa otra cosa que la serpiente que se muerde la cola.

En efecto, Mendes instala al espectador frente al más puro melodrama, aquel que recurre al drama y a la música, pero, sobre todo, al drama de carácter popular que apela a la emoción antes que a la razón, que impide la toma de conciencia crítica. Para ello se vale de los estereotipos, no olvidando que estos están llenos de una profunda verdad y que pululan por doquier en la sociedad. Esa profunda verdad de los estereotipos y su proliferación social anula de entrada cualquier observación sobre una pretendida manipulación de los personajes al servicio del éxito económico del filme. Y es que dicho éxito no tiene nada que ver con las bondades o defectos de una obra que, precisamente, cuestiona el éxito como categoría de status, como fin social para el que vale cualquier medio, como elemento de una supuesta unidad familiar. En este punto aflora el sarcasmo, la ironía mordaz, la burla literalmente sangrienta sobre el tan mentado, pero poco comprendido american way of life.

Representado en el filme ya por Carolyn y su insoportable mediocridad y arribismo, su inigualable necesidad de aparentar, su insospechable capacidad para esconder su miseria tras el incierto velo de la felicidad, una felicidad montada sobre las endebles bases de un adocenado rey de los bienes raíces, con quien engaña a su marido; ya por Angela y su desmedido afán de mostrar una falsa belleza americana, de hacer alarde de su potencia fornicadora, de querer exhibir sus dotes de mujer liberada, autosuficiente, pero que termina siendo víctima de sus propios temores: a la postre encarna toda la vulgaridad que permanentemente rechaza y que pretende endilgar a su amiga Jane, cuando ve que ésta ha dejado de ser su soporte emocional sobre el cual ha descargado siempre su inseguridad, su miedo, su pobre espíritu… una vez la propia Jane (otra víctima de sus temores) decide irse con su amigo Ricky (a quien, no obstante, inicialmente trata de psicópata) a Nueva York; ya por el coronel Fitts, del glorioso Marines Corp o Cuerpo de Infantería de Marina, y su inocultable actitud homofóbica detrás de la cual se parapeta una también inocultable represión sexual, un reconcentrado homosexualismo que él con torpeza quiere atribuir a su hijo Ricky una vez se entera de las dudosas relaciones entre su vástago traficante de drogas y el tardío físico-culturista vecino, Mr. Burnham (K. Spacey), quien termina siendo depositario de la furia erótica y al tiempo tanática de ése intachable defensor de los límites, la disciplina y las buenas costumbres, en fin, del orden establecido; de ése coleccionista de fetiches nazis, símbolo que viene a desnudar su verdadero carácter como verdugo de todo aquello que represente diferencia, minoría o singularidad. Carolyn, Angela y el coronel Fitts son tres rostros distintos de un único y verdadero problema: la realidad tras el sueño americano (mejor, gringo), la miseria debajo del tapete del estilo de vida ídem, la frustración en medio de la Tierra prometida, la democracia y las oportunidades.

La cara contraria de los tres personajes estaría representada por otro terna: Lester Burnham, el marido que aun dentro de su reconocida mediocridad, lo único que necesita es recordar, hacerle resistencia a esa sociedad de consumo que entre más días pasan más rápido devora, cual Saturno, a sus hijos, en últimas, tratar de ser auténtico al saber que se encuentra en un momento límite: entre la vida y la muerte, pues tiene 42 años y ya sabe que va a morir a los 43: mejor dicho, desde su papel como narrador lo hace como si ya estuviese muerto; Jane, quien se debate entre el odio y al dependencia económica frente a sus padres, la inseguridad vital frente a Angela y la urgencia de huir con Ricky de ese espacio mórbido, castrante y cerrado que a ambos afecta; Ricky, el hijo de un oficial sospechosamente seguro ante lo que afirma y de una cuasi robot y a todas luces sumisa mujer de hogar, un video drogadicto capaz de descubrir la belleza en la danza de una bolsa plástica, en la observación continua de su objeto de amor (Jane) o en el rictus de muerte de un satisfecho Lester…

No deja de ser curioso e irónico que sobre estos personajes, Mendes haya elaborado, con base en un guión descrito como «la tormenta de hielo», semejante retrato de esas nuevas familias que viven en esas nuevas urbes que hoy surgen imitando al cine y a los hipermercados: el ya citado estilo de vida americano transcurre ahora entre desbordantes presiones de hiperrealismo cotidiano enfiladas a producir un raro mínimo/máximo para así mantener altos niveles de consumo… en una sociedad panadicta: a los mass media (no hay semana que pase sin un nuevo circo, extensivo al mundo entero gracias a lo virtual), a la velocidad («el grado de velocidad es directamente proporcional a la intensidad del olvido; el grado de lentitud es directamente proporcional a la intensidad de la memoria», Kundera), a las drogas (¿se entiende que la sociedad que más drogas consume sea la más enferma?, jeje), al trabajo o, más bien, a la producción económica con base en el trabajo. Otra cosa no menos irónica y ya no tan curiosa es que Belleza americana hable, o pretenda hacerlo, de la familia, ese núcleo ideal de la sociedad, en un medio capitalista… cuando es justamente el capitalismo, que la tiene como pilar de unidad, el que en su prurito de consumo, competitividad y éxito la ha atomizado y desintegrado hasta hacerla irreconocible.

En ese orden de ideas, Burnham, quien durante 14 años ha trabajado «como una puta en la publicidad» (y en esas formas ocultas de la propaganda, de las que habló Vance Packard, c. 1970) es quien, al menos en apariencia, más se resiste al modelo institucional que ahoga la vida en el consumo. En apariencia por cuanto el citado personaje se va de la empresa con unos cuantos verdes, producto del chantaje (una de las parainstituciones que el capitalismo ha originado) a su jefe inmediato. Él se rebela para afirmar su existencia aun a costa del sacrificio del ente familiar y, a través suyo, Mendes desbarata el espejismo donde se miraba la belleza gringa y su inconfundible estilo de vida, no sin antes advertir que tal belleza y estilo no han propuesto más que una existencia hipotecada al oropel, a la vanidad y al éxito.

Mediante el humor negro, la ironía y el sarcasmo, Mendes ha desbaratado la armonía artificiosa de una sociedad de consumo consumada -la serpiente se muerde la cola- por su propia amnesia disfrazada de recuerdo (sustantivo cuyo verbo atormenta a Lester); por su propio pecado vestido de virtud, virtud que creen poseer Carolyn, el rey de los bienes raíces sin raíces Buddy Kane, el coronel Fitts y, cómo no, Angela; por su propia miseria ataviada con los dudosos ropajes de la apariencia, anomalía que en carne propia sufren Jane, Ricky y el propio Lester pues los tres terminan, por vías distintas, renunciando al statu quo: los dos primeros con la huida y el tercero con la muerte a manos de quien personifica la intolerancia: extrañamente, no a manos de quien encarna el odio visceral.

Aunque, como ya se dijo, Belleza americana está lleno de la honda verdad de los estereotipos, lo que quizás no hable bien de estos aunque sí de los personajes: el padre mediocre, claro, por improductivo; la madre ambiciosa, metalizada y elitista; la hija adolescente que los odia y que a su vez es marginada por ellos; el exoficial de aspecto intachable y pasado oscuro nunca revelado salvo por un plato/cliché; la apócrifa seductora seducida y finalmente rechazada, en un acto de emocionante generosidad; el muchacho tímido y retraído a la postre no rebelde sino expulsado del hogar; la madre ensimismada y muerta en vida por su imposibilidad de expresarse; aunque, se reitera, el filme de Mendes esté poblado de estereotipos, a la vez posee la magia del tratamiento propicio basado en la sencillez.

Al fin y al cabo, es la sencillez misma la que permite la subversión de valores, esto es, ver los hombres, las situaciones y las cosas como son y no como debieran ser, a los ojos de los convencionalismos, ni como los pintan los prejuicios; dejar de pensar con el deseo y por el contrario desear con razones; retornar al abrazo de las cosas humildes, donde al decir de Jean Baudrillard está el verdadero ascenso espiritual del hombre. No en el oropel, la vanidad o el éxito. Y menos en cosas tan complicadas y abstractas como una familia del corte de la de Belleza americana, la negación perfecta de aquello que es considerado el núcleo de la sociedad capitalista que esta misma ha destruido con la triple tenaza del hiperconsumo, la competitividad y el éxito.

Con Belleza americana, Sam Mendes ha decretado, de modo involuntario, no solo la destrucción de la familia: ante todo la ruina de un estilo, ya no life o de vida, que en adelante se conocerá, más bien o menos bien, no en tanto virtual sino en tanto real, como american way of death.

FICHA TÉCNICA: Título original: American Beauty. Título en español: Belleza americana. G: Alan Ball. D: Sam Mendes. F: Conrad L. Hall. M: Thomas Newman. I: Kevin Spacey (Lester Burnham); Annette Benning (Carolyn Burnham); Thora Birch (Jane); Mena Suvari (Angela); Wes Bentley (Ricky); Peter Gallagher (Fitts). Formato: 35 mm; color; 122 min. Año: 1999. País: EEUU. P: Bruce Cohen, Dan Jinks para Dream Works. Deluxe Color, Technicolor Prints. Dolby Digital/DTS/SDDS. Premios: Globo de oro (Mejor Película, director, guión); Oscar (Mejor Película, Director, Guión Original, Fotografía, Actor Principal); British Academy Awards (Mejor Actor: Kevin Spacey; Mejor Actriz: Annette Benning).

Luis Carlos Muñoz Sarmiento (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de EE, desde 2012, y columnista, desde el 23/mar/2018. Corresponsal de revista Matérika, Costa Rica. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao Eds., 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Invitado por UFES, Vitória, Brasil, al III Congreso Int. Literatura y Revolución – El estatuto (contra)colonial de la Humanidad (29-30/oct/2019). Autor, traductor y coautor, con Luis Eustáquio Soares, en Rebelión.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.