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Diario cinéfilo de una dama

Bellos y malvados en el Hollywood dorado

Fuentes: Revista de cine Insertos

Cautivos del mal (The Bad and the Beautiful, Estados Unidos, 1952) comienza con un plano detalle de un teléfono que suena, y, precisamente, toda la historia se articula a través de la espera de una llamada desde París.

El teléfono se convierte en el hilo conductor de la película; de hecho, la última imagen nos muestra a  tres personajes escuchando alrededor de un único auricular. Y ¿quién está siempre detrás del hilo telefónico?: el productor Jonathan Shields (Kirk Douglas), el protagonista de una de las películas más reveladoras de la temática del cine dentro del cine, casi un valioso documental de la época dorada de Hollywood, con todas sus contradicciones. 

Si Ciudadano Kane (1941) de Orson Welles nos desveló desde varios puntos de vista la figura de un magnate de la prensa, sobre todo sus sombras, la película de Vincente Minnelli hace lo mismo con un productor de cine. No es ninguna locura nombrar la película de Welles, pues tanto en aquella como en la de Minnelli, había un hombre detrás de ambos proyectos: el productor y actor John Houseman. Además, hay varias similitudes entre ambas películas, como el empleo de flashbacks a la hora de reconstruir la vida de un personaje. De alguna manera, Houseman era de ese tipo de productores que reivindicaban el oficio: personas que amaban el cine con pasión y que dejaban su impronta, su firma, en el proceso creativo, porque eran capaces de sacar adelante la pieza cinematográfica que dirigían, surgiendo lo heroico y tiránico de sus personalidades. Era muy parecido al productor reflejado en pantalla

Una forma de ver Cautivos del mal consiste en dejarse llevar por todas las referencias que se manejan en la película, pues esta es, sin duda alguna, todo un canto al Hollywood clásico (tanto por los hechos del relato  como por la forma de plantearlo). Muchos de los implicados conocían muy bien el mundo del cine: Minnelli, Houseman y también el guionista Charles Schnee. El origen del proyecto es curioso. La idea surgió de un relato del escritor y periodista George Bradshaw, Tribute to a Bad Man, en donde se contaba la historia de un productor teatral que trataba de justificar su mal comportamiento con un actor, un escritor y un director. Cuando el proyecto llegó a manos de Houseman, este decidió trasladar el relato al mundo del cine, pues el éxito de Eva al desnudo (1950), ambientada en el universo del teatro, todavía era demasiado reciente. A partir de ahí, cada personaje o las situaciones que se plantean en la película son, en realidad, todo un anecdotario de un ambiente que conocían muy bien sus creadores.

Uno de los grandes aciertos de Cautivos del mal es la personalidad contradictoria de Jonathan Shields, un hombre ambicioso capaz de pisar a sus colaboradores más cercanos; un tipo manipulador, traicionero, embaucador, depresivo, autodestructivo… pero también un hombre apasionado, trabajador incansable y comprometido con cada uno de sus proyectos, alguien capaz de sacar lo mejor de sus colaboradores y de trabajar en equipo para  el bien de la obra que produce. En definitiva, un hueso duro de roer con una energía inagotable, capaz de transmitir entusiasmo por cada una de sus ideas, aunque también crítico con su trabajo. Jonathan Shields podría ser uno de los muchos productores que existieron en el viejo Hollywood, enamorados de las películas, jefes imprevisibles y comprometidos con aquellas obras en las que creían y, a la vez, individuos  con personalidades explosivas que podían volver locos a los que les rodeaban. De esta manera, aunque Cautivos del mal deje ver el lado oscuro de Hollywood, también pone el foco en el romanticismo latente de una profesión vocacional en la que si uno se entrega, ya está atado para siempre a ella.

Regreso al pasado

La narración de la trayectoria vital y laboral de Jonathan Shields, no solo encuentra una estructura eficaz, a través de un teléfono y de la espera de una llamada, sino que aborda la complejidad del protagonista a través de tres miradas distintas, que corresponden a tres personajes fundamentales  que han tenido una serie de vivencias  con él. Para mostrar estos puntos de vista, Minnelli emplea a la perfección el recurso del flashback y las voces en off en primera persona.

El recuerdo del pasado nace ante la espera de una llamada y de la decisión que deben tomar los tres: embarcarse o no con Jonathan Shields en un nuevo proyecto cinematográfico. Después de fracasar estrepitosamente con una película y arruinarse, Shields, tras dos años sin trabajar, quiere ponerse en marcha otra vez. Pero para sacar adelante su obra necesita que sus antiguos colaboradores, que ahora triunfan, se comprometan de lleno. Son el director Fred Amiel (Barry Sullivan), la estrella Georgia Lorrison (Lana Turner) y el escritor y guionista James Lee Bartlow (Dick Powell).

En cada uno de los tres flashback quedan patentes las múltiples caras del personaje. También cómo la relación laboral con el productor saca lo mejor de ellos, además de transmitirles el amor y el placer por la profesión. De alguna manera, los tres salen ganando y su camino queda trazado, pese a  la traición, el daño y el abandono que sienten una vez que Shields logra sus objetivos. El director vive con dolor que este traicionara su amistad al apoderarse de un proyecto común y le quitara de en medio sin miramiento; la estrella sufrió una pérdida de confianza al constatar de la manera más cruel que jamás iban a ser una pareja sentimental; y el guionista descubrió, en un día al que al productor todo le salía mal, que este quería alejarle conscientemente de la influencia de su esposa para que se sentara y escribiese un buen guion.

Minnelli, un buen narrador

Vincente Minnelli suele ser recordado por sus musicales, que alcanzaron una excelencia especial: no hay más que echar hoy día un vistazo a la atemporal Melodías de Broadway, (1955). Pero mostró también versatilidad como realizador en melodramas, dramas y comedias. Es un director con un gran dominio del lenguaje cinematográfico, y lo demostró en todos los géneros que tocó. Minnelli siempre hizo «bailar» elegantemente a la cámara y dotó a sus historias de un ritmo que arrastra al espectador hasta el final. En Cautivos del mal, además, se constata el interés que siempre tuvo por la psicología humana, como demuestran la complejidad y los matices con los que construye a sus personajes, algo que se vislumbró más en sus melodramas. Y, asimismo, la película es toda una lección sobre cómo rodar una buena secuencia o cómo presentar a un personaje.

No hay más que echar un vistazo a cada segmento para encontrar secuencias que se quedan grabadas en el recuerdo y que son ejemplo de una narración a través de las imágenes. En el primer flashback, cuando el director y el productor se sientan en una sala y piensan en cómo rodar una película de miedo sobre unos hombres gatos, Shields apaga la luz de la sala y solo enciende una lámpara, que genera  sombras y da pie a una lluvia de ideas sobre cómo mostrar sutilmente la presencia de estos seres fantásticos.  La secuencia es toda una lección de cómo sugerir es mejor que enseñar. Otro ejemplo: en el segundo flashback, cuando la actriz rueda la última secuencia de la película en la que están ambos implicados, la cámara va recorriendo a todos los profesionales del plató, extasiados con el momento, hasta llegar al último técnico de iluminación, que está subido en una torre..  Y, por último, un momento fugaz en el último segmento, pero de una fuerza tremenda, cuando el escritor se da cuenta de que Shields es el culpable de su desgracia: en un plano medio, el escritor está en primer término, y vemos que Shields se ha metido en una habitación del fondo; no se le ve, solo se le oye hablar y que está recogiendo; de pronto mete la pata con algo que dice, y el silencio llena toda la secuencia;  entonces vemos el cambio producido en el rostro del escritor, y a Shields saliendo lentamente del cuarto… No hace falta más para un clímax.

En Cautivos del mal la construcción de los personajes es perfecta, pues no solo no hay ninguno que sea plano, sino que comprendes cada una de sus reacciones.  Al personaje protagonista solo lo conocemos a través de la mirada de los otros. Cuando aparece por primera vez Georgia, se encuentra en una casa prácticamente en ruinas y solo le vemos las piernas y le escuchamos la voz,  un modo muy expresivo de decirnos que es una mujer que se quiere muy poco. De la esposa del escritor, una pizpireta dama sureña llamada Rosemary (Gloria Grahame), solo se nos proporciona unas medidas pinceladas de su personalidad, y con ellas se dibuja toda su vida y queda más desgarrador su trágico final. De hecho, su marido gana el Pulitzer con una novela inspirada en ella, y no nos extraña nada.

Incluso, hay dos personajes ausentes de los que sabemos mucho con tan solo unos pocos detalles que denotan su poderosa presencia: los padres de Jonathan y de Georgia.  Una caricatura, una jarra de cerveza con un escudo y varias fotografías son suficientes para construir sus personalidades, y también aportan información las estancias que habitaron (una casa en ruinas) o los objetos que sus hijos colocan en auténticos altares. El padre de Jonathan es un productor todopoderoso y odiado en Hollywood, tanto que su hijo tiene que pagar a los asistentes a su entierro; y el padre de Georgia es un carismático actor con una personalidad arrolladora, que anula a su hija a pesar de ya no estar presente. No es de extrañar que tanto Jonathan como Georgia conecten, y se respeten a pesar de su ruptura personal, pues entienden ambos lo que es tener unos padres con tanta presencia. Saben lo que marca.

Minnelli también cuidaba las reacciones de los personajes y su representación. Por ejemplo, la manera en que escenifica un ataque de nervios, con una Georgia fuera de sí en el volante de un coche. Curiosamente esta excesiva y magnífica secuencia habría de dialogar con otra similar, también de un ataque de nervios en un coche, en otra película del director. Diez años después Vincente Minnelli rodó Dos semanas en otra ciudad (1962), otra cinta sobre el mundo del cine,también con Kirk Douglas como protagonista, como comentamos en esta sección.

En busca de referencias cinematográficas

Pero si algo apasiona del análisis de Cautivos del mal es navegar por sus referencias cinematográficas e ir descubriendo las personalidades mezcladas que van modelando a cada uno de los personajes, o buscar otras influencias menos evidentes, pero de alguna manera apasionantes. Por ejemplo, su título en inglés es The Bad and the Beautiful, y es tremendamente similar al título de una novela de Francis Scott Fitzgerald, conocida como Hermosos y malditos (The Beautiful and Damned). Y es que el espíritu de Scott Fitzgerald  está presente en cada uno de los fotogramas de Cautivos del mal. Por otra parte, este escritor tuvo una amarga experiencia como guionista, algo reflejado (con más suavidad) en el personaje de James Lee Bartlow. Su visión de un Hollywood dorado y de la figura de un complejo productor se encuentra en una maravillosa novela inacabada, El último magnate.

Si Scott Fitzgerald se inspiraba en Irving Thalberg, otro de los productores-autores de Hollywood, el Jonathan Shields de Cautivos del mal comparte muchos rasgos a pinceladas de otros profesionales del sector. En él hay huellas de un productor independiente de personalidad arrolladora, David O. Selznick. Y en la escena clave sobre cómo filmar el miedo, donde se demuestra el poder de la sugerencia, el director Fred Amiel y el productor Jonathan Shields parece que están emulando un momento verídico entre Jacques Tourneur y Van Lewton, siendo este último otro ejemplo de productor-autor. Además, este flashback es todo un homenaje al cine de serie B como escuela de grandes cineastas. En último lugar, podríamos pensar que el tiránico productor que fue el padre de Jonathan quizá esté inspirado en Harry Cohn, dueño y señor de Columbia Pictures.

Por otro lado, la historia de Georgia y su padre fallecido tiene  cierto parecido a una historia muy real: la de John Barrymore (muchas de las fotografías que aparecen en el altar que ha montado Georgia en su cuarto son una mezcla entre John Barrymore y Douglas Fairbanks) y su hija Diana; un relato de gente carismática, alcoholismo, suicidio y muerte. Solo que Diana no tuvo tan buena suerte como la de Georgia. Y, por otra parte, en la vulnerabilidad y dependencia emocional del personaje de Lana Turner pueden verse características de Judy Garland, la ya exesposa de Minnelli cuando se estrenó la película.

En diversos personajes secundarios se aprecian inspiraciones directas. El director con el que Shields traiciona a su amigo tiene aires de Fritz Lang. Y uno de los realizadores y su asistente con los que discute Jonathan son una sombra de Alfred Hitchcock y Alma Reville.

No hace falta poner más nombres, uno puede jugar a imaginar, en el momento de estrenarse la película, ¿cuántos productores ejecutivos no se verían reflejados en Harry Pebbel (Walter Pidgeon)? ¿Cuántos se sentirían identificados y entenderían perfectamente al director Fred Amiel? ¿O cuántos escritores no solo reconocerían como propia la ironía del personaje de Dick Powell, sino que sabrían lo que significaba la perversión de sus ideales literarios? ¿Cuál de todos los actores condenados a ser latin lovers se vería representado en Gaucho (un estupendo Gilbert Roland)?

Cautivos del mal es un viaje al corazón del Hollywood dorado, a un mundo de traiciones y puñaladas, pero también a un espacio donde estaba presente un romanticismo extremo y donde era posible un amor profundo hacia la profesión y una fe enorme capaz de realizar buenas películas.

Fuente: https://insertoscine.com/2020/09/16/bellos-y-malvados-en-el-hollywood-dorado/