En 1714 murió Bernardino Ramazzini. El era un médico raro, que empezaba preguntando: -¿En qué trabaja usted? A nadie se le había ocurrido que eso podía tener alguna importancia. Su experiencia le permitió escribir el primer tratado de medicina del trabajo, donde describió, una por una, las enfermedades frecuentes en más de cincuenta oficios. Y […]
En 1714 murió Bernardino Ramazzini.
El era un médico raro, que empezaba preguntando:
-¿En qué trabaja usted?
A nadie se le había ocurrido que eso podía tener alguna importancia.
Su experiencia le permitió escribir el primer tratado de medicina del trabajo, donde describió, una por una, las enfermedades frecuentes en más de cincuenta oficios. Y comprobó que había pocas esperanzas de curación para los obreros que comían hambre, sin sol y sin descanso, en talleres cerrados, irrespirables y mugrientos.
Eduardo Galeano
Hace unos meses apareció un libro titulado Tratado sobre las enfermedades de los trabajadores [1] , en el que se presentaba la obra magna del insigne médico Ramazzini en versión bilingüe: el original latino y la traducción al castellana, y se acompañaba cada uno de los cuarenta capítulos del original con el comentario de un autor distinto que los glosaba a su manera. A mí me correspondió el capítulo XXVI del mismo. He aquí mi aportación:
Comentario al capítulo XXVI del libro de Bernardino Ramazzini, De Morbis Artificum Diatriba, publicado en 1700, titulado » De Morbis, quibus Lini, Cannabis, ac Sericearum Placentarum Carminatores tentari folent». (De las enfermedades que suelen aquejar a los cardadores de lino, cáñamo y madejas de seda).
En el brevísimo texto dedicado a este capítulo, Bernardino Ramazzini, padre de la medicina del trabajo, despliega todo su ingenio y su compromiso crítico con la humanidad.
Sin ambages, señala con toda crudeza las pésimas condiciones de trabajo en las faenas que se dan con estos textiles naturales (lino, cáñamo y seda). Habla de «su olor infeccioso y gravemente lesivo»; de que «se desprende un polvillo tan nocivo y dañino (que) obliga a los trabajadores a toser continuamente», y por eso «se les puede ver siempre la tez pálida y aquejados de tos, asma y legañas»; de que «(de los rezumantes ungüentos) no pueden menos que aspirar por la boca sus pestilentes partículas»; y culmina su discurso constatando que «son pocos los artesanos que envejecen con esta profesión».
Con notable anticipación hace unas anotaciones a favor de las mujeres. Afirma que: «lo pasan muy mal los que cardan las madejas de seda desechadas por los talleres, (tarea) que hacen nuestras mujeres (… como si solo en beneficio de ellas la naturaleza hubiera mantenida oculta la seda)».
Sutílmente, condena la codicia. Dice: «conocí en esta ciudad a una familia que, después de haberse enriquecido con esta profesión, pereció miserablemente consumida por la tisis (a causa) del oficio al que se habían dedicado sin interrupción» (El subrayado es mío). Sostiene, de alguna, manera que este afán desmedido de ganar dinero es, también, un factor de alto riesgo para la salud en el trabajo.
Culmina el capítulo con sus recomendaciones para paliar estos males: tomar leche, tisana de malvavisco y de violetas, o un zumo de endivias, y «si comprueban que tal profesión (la de cardadores/as de estas fibras naturales) les enferma gravemente, busquen en otro oficio su sustento, pues es pésima ganancia la que arruina una cosa tan valiosa como la salud». ¡Cuánto hubiesen agradecido los trabajadores del amianto esta última recomendación!, pero no apareció a tiempo ningún «Ramazzini» en el pasado siglo XX. Y cuán verdadera es esa sentencia que afirma que «la salud no tiene precio».
El juego siguiente sería indagar qué pensaría Ramazzini si pudiésemos resucitarle y trasladarlo a nuestro mundo. Con su bagaje, naturalmente.
No entendería cómo el cáñamo está tan proscrito, siendo una materia prima de la que se han identificado más de 2500 usos industriales, habiendo tenido un uso milenario, produciendo efectos terapéuticos en muchas patologías y que, consumido moderadamente, produce efectos euforizantes, como el vino.
Observaría cómo siguen pendientes los mismos problemas de salud laboral que antaño: polvo patológico en las industrias causante de la bisinosis [2] y de la «fiebre de la hilandería», trabajos penosos para las mujeres y enfermedades profesionales específicas. Pero encontraría nuevos problemas, antes ausentes. Los derivados de la maquinización, como el ruido con riesgos de sordera profesional, y los accidentes de las máquinas con rodillos de trituración o máquinas de rastrillado, por ejemplo, que pueden causar graves mutilaciones. También encontraría condiciones laborales patológicas en las maquilas. Y se alarmaría de los nuevos riesgos derivados de la agricultura de estas fibras naturales, antaño inexistentes. Nos referimos a la cantidad de pesticidas, herbicidas, fungicidas, nematocidas y otros tipos de biocidas que acompañan a la agricultura industrial, practicada en una parte importante del mundo, no en todo.
Descubriría que la causa de la maquila textil tiene su dinámica en el proceso por el cual las multinacionales contratan con empresas locales para producir parte de los bienes, por ejemplo, la confección de prendas que ya vienen cortadas. Estos contratos tienen exigencia de calidad y entrega a justo tiempo por una suma de dinero determinada por la multinacional, por lo que este empresario local, para mantener la tasa de ganancia, contrata mano de obra por el coste mínimo posible y tiende a burlar todos los condicionantes ambientales. Esta dinámica reserva a los países periféricos tareas de menor valor añadido y esto hace que este trabajo precarizado recaiga, sobre todo, en las mujeres: entre el 70 y el 80% del total, según admite la OIT.
El caso de Guatemala puede ilustrarnos esta situación: «en las maquilas está prohibido embarazarse, orinar más de dos veces al día e incluso tomar agua durante la jornada de trabajo. También esta vedado quejarse o faltar un solo día por enfermedad.
Para ellas, incluso, la edad es un inconveniente. Si rebasan los 35 años, son rechazadas de inmediato, mientras que las contratadas, regularmente entre los 16 y 30 años de edad, deben estar dispuestas a hacerlo en condiciones inhumanas.
Hacinamiento, poca ventilación y a veces falta de sanitarios y agua potable son situaciones que deben enfrentar las mujeres al ingresar a esas galeras, donde muchas veces permanecen hasta 350 personas juntas. Y todo con tal de recibir, a finales de mes, un salario que resulta inferior al costo de la canasta básica e igualmente ínfimo al devengado por los hombres que realizan las mismas tareas que ellas, también bajo condiciones infrahumanas, pero sin padecer tratos tan crueles.» [3]
Concluiría nuestro médico que estas condiciones laborales son intrínsecamente patológicas.
Ante este escenario presente, el rescatado Ramazzini, haría propuestas como la que siguen:
-Control del polvo ambiental mediante sistemas de extracción y ventilación.
– Protección específica de los propios trabajadores: mascarillas, ropa de trabajo, etc. y locales adecuados.
– Humidificación, por ejemplo, de procesos como el estirado y torsionado del hilo.
– Reducción del ruido
-Controles de salud de los/as trabajadores
-Sistemas de reducción de tiempos de trabajo, diariamente y en toda la vida laboral.
– Cultivo con procedimientos ecológicos las plantas textiles, libres de biocidas.
– Eliminación de las maquilas y lucha contra el poder de las multinacionales.
– Y, por fin, un recordatorio a los codiciosos que la vida es breve y los bienes principales están fuera del mercado.
Para despedirnos del maestro Ramazzini, científico pionero, honestamente preocupado por la salud laboral y de la condición discriminada de la mujer en el trabajo, al que hemos hecho viajar en el tiempo (y como corresponde a este capítulo que hemos comentado sobre fibras industriales), para decirle adiós digo, le ofreceríamos una buena chaqueta de lino de cultivo ecológico, un pañuelo de seda para lucir en el bolsillo de la susodicha chaqueta y un cigarrillo de cannabis para que le alegrase la vuelta al otro mundo, del que lo hemos sustraído sin su consentimiento.
[1] Llacuna, J, y otros ( coord.) (2012): Tratado sobre las enfermedades de los trabajadores. Traducción comentada de la obra «de Morbis artificium diatriba de Bernanrdiono Ramazzini s. XVIII, Madrid, Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el Trabajo (INSHT) y Asociación Instituto Técnico de Prevención (ITP)
[2] Es una enfermedad de los pulmones causada por la inhalación del polvo del algodón o polvos de otras fibras vegetales como el lino, el cáñamo o el sisal al trabajar con ellas.
[3] A. Trejo, A.: » Maquilas, dos décadas de discriminación y esclavitud para las mujeres, Guatemala», Rebelión, 9.06.2009. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=86724
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