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Blockchain: misterio resuelto

Fuentes: Rebelión

Como vine al foro de FairCoop con ganas de hacer cosas y encontrar gente en otra onda, por unos días me olvidé de la perplejidad que me había traído hasta aquí. A saber, si es posible que una nueva tecnología haya abierto un escenario nuevo para la transformación social. He estado de espaldas a estas […]

Como vine al foro de FairCoop con ganas de hacer cosas y encontrar gente en otra onda, por unos días me olvidé de la perplejidad que me había traído hasta aquí. A saber, si es posible que una nueva tecnología haya abierto un escenario nuevo para la transformación social. He estado de espaldas a estas innovaciones y de pronto me encuentro con gente de todos los pelajes y colores que casi parecen preguntarse cómo pudo el hombre vivir y organizarse antes de la aparición de la cadena de bloques. Tan providencial parece la cosa, tan aburrido estaba Dios y tan desesperado el mundo, que no faltan ahora quienes piensan que incluso pueda tratarse de una intervención alienígena para echar una mano a esta especie descarriada.

El misterio del fantasma de blockchain, lo que importa no es tanto quién esté detrás de la criatura como la cuestión de si el virus está controlado, si realmente supone una amenaza para los estados, la banca y el estatu quo. Y aunque lo que voy a decir es obvio, ver que se habla tan alegremente de postcapitalismo me ha ayudado a recordar ciertas cosas.

Tras la crisis del 2008, cuando el descontento con el sistema monetario empezaba a hacerse clamor, yo andaba publicando y traduciendo libros con algunas de las alternativas históricamente más destacables, como las de Gesell y Riegel. Ya entonces se me hizo patente un dilema que no sé si alguna vez se ha presentado como tal aunque es de evidencia palmaria.

Los mutualistas tendían a ignorar la función del dinero como reserva de valor en beneficio de las otras dos, como medio de intercambio y como medida de valor. Pero si se introduce un respaldo de valor en el nuevo dinero, éste reincorpora también los mecanismos de atesoramiento o codicia del dinero anterior, puesto que una reserva es por definición una acumulación, y por ende, capital. Por el otro lado, el dinero «sin dinero» de los círculos de comercio mutualista o de las monedas sociales sin valor, dinero líquido por excelencia, tendría que ser ideal no sólo para comunidades pequeñas, sino también para la confederación de innumerables comunidades bien con estándares o con mercados de cambio, o con ambos -pero al no plantear ventajas de almacenamiento de valor, es incapaz de crecer y extenderse.

El sistema más universal no tiene interés particular, así que es el más particular el que tiende a hacerse universal. Esto es poco más que una variante de la viejísima y mal llamada «ley de Gresham». Si FairCoop se ha podido postular como primer intento de cooperativa abierta, es por introducir una moneda con los beneficios del registro distribuido electrónico pero que, al existir en un número limitado, es capaz de apreciarse en valor. Esta capacidad de apreciación, de acumular valor, es el verdadero motor de expansión de la moneda, que, se supone, tendría que contribuir igualmente a la difusión de la actividad cooperativa e igualitaria.

«Colonización o confederación», me decía el otro día Petros Polonos en este mismo foro. Pero dado que Faircoin ha nacido limitado en su diseño, parece tarde para plantear la disyuntiva. La expansión de la cooperativa abierta depende crucialmente de un sistema monetario cerrado, aunque, por otra parte, si no admitiera el cambio normal con otras monedas, si que nos encontraríamos con las mejores condiciones de captura y explotación de sus trabajadores.

De modo que las únicas monedas con un potencial de crecimiento y difusión amplios son aquellas que mejor atesoren valor, ya sea valor cambiario con otras monedas o por su traducción en bienes y servicios. Y si atesoran valor, son capital y están sujetas a todas las vicisitudes del mercado -única consideración digna de mención para los poderosos, pues el resto, incluida la legislación de los estados, no son más que detalles técnicos.

Bajo estas condiciones las criptomonedas, Faircoin incluida, no distan de conocidas propuestas de banca libre con divisas propias respaldadas por cestas de otras monedas lanzadas por Hayek y otros seguidores de la escuela austriaca. Sólo las tecnologías de punta que facilitan su viabilidad le han dado el atractivo de lo nuevo. Así cabe explicar la juerga que tienen montada ahora los libertarians americanos, por lo demás un tanto prematura.

Si los mutualistas ignoran el papel del dinero como reserva de valor, los de la escuela austriaca, y no sólo ellos, todos los que apelan a las relaciones espontáneas de mercado, a su carácer horizontal e igualitario, procuran ignorar la dimensión vertical que introduce y reproduce la misma concentración o reserva de valor: es esto mismo lo que ha creado jerarquías y estados, y lo que sigue creándolos en cualquier experimento que quiera partir de cero, como el mismo FairCoop. Ambos factores, el que el que solidifica y el que licúa, son el azufre y el mercurio que mueven la alquimia del capital, ésa que Marx no quiso entender porque descuidó tan convenientemente los aspectos bancarios y monetarios en su teoría.

La adopción de una moneda como faircoin es legítima y bien puede defenderse en nombre del pragmatismo; tampoco dudo que permita a FairCoop hacer y emprender muchas cosas valiosas con ella. Pero hablar de postcapitalismo con estas premisas está fuera de lugar y para colmo revela el paso más desenvuelto de los principios al marketing. Claro que si en vez de hablar de «toda esta revolución» se hablara de «cambiar el capitalismo desde dentro» la cosa perdería su encanto; pero me temo que es de lo que se trata.

Por más grandes que sean las ganas, hablar hoy por hoy de FairCoop como una salida del capitalismo sirve más para desacreditar este movimiento que para promoverlo entre gente medianamente comprometida e inteligente. Si se asume ese paso, se asumen todos los otros en beneficio de la cantidad y a costa de la calidad y se dilapida el valor auténtico que pueda tener.

Volviendo al tema general, si hoy las criptomonedas están al cabo de la calle y todos hablamos de blockchains no es porque un virus ande suelto, sino porque hace mucho que se evaluó el riesgo y se decidió abrirle la puerta del laboratorio. No puede ser de otra forma. Si un pobre iluso pensando por si solo, que sabe muy poco de estos insufribles temas monetarios y tiene cien cosas más interesantes a que dedicar su tiempo puede verlo tan claro, también puedo contar con que toda esta camarilla de obsesos que hasta copula con su cuenta de resultados y han tenido el mango del asunto desde hace más de tres siglos me lleva algo más que diez años de ventaja. ¿No crees? El asunto fue hace mucho examinado y la decida conclusión fue: No chance.

Porque el tema no está en la tecnología.

Desde luego bitcoin ya nació como Atenea armada de arriba a abajo con todos los atributos del capitalismo, como su símbolo más evolucionado. Hay que ver hasta qué punto tenían internalizada su lógica estos supuestos hackers. De paso tampoco he conocido ningún ángel vengador de la escuela austriaca, un ángel vengador que por añadidura amasa en la sombra su fortuna recibiendo el justo pago a su acción liberadora. Pero la ignorancia voluntaria no es monopolio de esta escuela; reina en todas partes donde pensamos que todo lo que hemos acumulado a lo largo de milenios se dejará poner sin más al servicio de un «orden natural». Así por ejemplo los espejismos sobre tecnologías liberadoras.

Con que después de sopesarlo un tiempo, veo todo este fenómeno de las criptomonedas y sus nuevas tecnologías distribuidas como una nueva ofensiva del capital en una época en que tan desesperadamente necesita los prestigios del dinamismo y la transformación social. Se parece tanto también en esto a nosotros. Posiblemente mientras discutimos esto ya está convenida la salida de este laberinto, con estándares, tecnologías y legislaciones incluidas; y si no ha ocurrido el día llegará pronto. Lo cual no significa que haya que ponerse ineluctablemente distópicos, sabemos que no pueden atarse todos los cabos. Pero esto no excusa de ver la evolución general de los acontecimientos.

El fin del dinero en efectivo es inminente y ahí no se puede negar que la cosa viene desde arriba. Como esto es tan claro y marca una temible divisoria la única forma de que la transición parezca menos flagrante es hacer que las gentes se sumen voluntariamente a la causa con el cebo y el tirón de las nuevas tecnologías. En eso estamos.

No cabe subestimar la astucia que ha presidido los manejos del sistema bancario-monetario; y aunque la verdadera historia es aún poco conocida, si nos quedan dudas ahí tenemos lo indescriptible del tinglado actual. Tampoco será esta ni mucho menos la maniobra más complicada de las que han llevado a cabo, pero, in fairness, hay que reconocer que es una buena jugada.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.