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Bolsonaro, el falso nacionalismo y la destrucción de Brasil

Fuentes: Rebelión

La crisis ambiental y diplomática promovida por el gobierno brasileño, como consecuencia de su complicidad con el «Día del Fuego» organizado por sectores de la agro industria amazónica y las hostilidades que dirigió al gobierno francés, es un capítulo más de un proyecto en curso de sumisión neo colonial al imperialismo unilateral de Trump y […]

La crisis ambiental y diplomática promovida por el gobierno brasileño, como consecuencia de su complicidad con el «Día del Fuego» organizado por sectores de la agro industria amazónica y las hostilidades que dirigió al gobierno francés, es un capítulo más de un proyecto en curso de sumisión neo colonial al imperialismo unilateral de Trump y de la extrema derecha estadounidense. Presentado por Bolsonaro y su base como una reacción del gobierno brasileño a un imperialismo francés y europeo que pretendería internacionalizar la Amazonia, en realidad representa exactamente lo contrario: la subordinación visceral de un subimperialismo de títeres y vasallos al poder de los EE.UU. y a la internacionalidad fascista organizado por Trump.

Debilitados internacionalmente por la acelerada disminución de su competitividad desde el año 2008, presionados por la expansión de su deuda pública, por la proyección de China en la economía mundial, por la afirmación de distintos proyectos de integración regional y por un nuevo eje geopolítico global, a través de la Ruta de la Seda, el BRICS y las pretensiones de un proyecto de Sur Global, los Estados Unidos han buscado reaccionar a esta coyuntura que globalmente se presenta desfavorable de diferentes maneras.

Obama ha combinado las políticas de expansión de la globalización neoliberal con las de desestabilización, asedio o intervención militar, bajo pretexto humanitario, según los espacios y las circunstancias. Una expresión de la búsqueda de la expansión de la globalización neoliberal fue el intento de firmar el Acuerdo de Asociación Transatlántica sobre Comercio e Inversión con la Unión Europea, la firma del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica el acuerdo con Irán sobre enriquecimiento de uranio y el proyecto de flexibilizar el bloqueo contra Cuba, con el fin de frenar su creciente integración en la economía china. Las políticas de asedio y desestabilización se orientaron hacia Rusia &nd ash; buscando separarla de las regiones fronterizas, como Ucrania, y confrontarla con la Unión Europea – hacia el norte de África y, especialmente, hacia América Latina, a través de la preparación y el apoyo a los golpes de Estado en Paraguay y Brasil, y el asedio a Venezuela, declarado una amenaza a la seguridad de Estados Unidos. Las políticas de intervención se manifestaron en las coaliciones que condujeron a la intervención en Libia, que llevó al derrocamiento y asesinato de Muammar Al Gaddafi, y en Siria, que fracasó debido al apoyo de Rusia a Bashar-al-Assad.

Trump rompe con las políticas regionales de libre comercio e inversión, paraliza a organismos multilaterales como la OMC, adopta una postura hostil hacia la defensa del ecosistema, saca a Estados Unidos del Acuerdo de París y se opone al Pacto Mundial sobre Migración. Toma en serio los efectos de la globalización neoliberal sobre la destrucción del sector industrial estadounidense y la reducción de los salarios de los trabajadores. Sin embargo, no rompe con la globalización financiera y la financiarización del capital: Rebaja los impuestos de las grandes corporaciones, aumentando el déficit y la deuda pública, y elige como enemigos a los estados competidores y a los trabajadores inmigrantes. Utiliza la fuerza del Estado no sólo contra China, sino también c contra aliados históricos como Alemania y México; impone aranceles a los productos chinos; amenaza con sanciones empresas y estados que negocian con Huawei; intimida Alemania anunciando el propósito de establecer cuotas a las exportaciones de sus automóviles por razones de seguridad nacional; y hace chantaje a México con los impuestos a las exportaciones de sus productos, si no impone un control de las fronteras que impida o reduzca drásticamente el flujo migratorio a los Estados Unidos, y hasta exige que se compren grandes cantidades de sus producciones agrícolas.

El «America First» de Trump debe entenderse como una reanudación de la Doctrina del Destino Manifiesto. Se trata de restablecer el control político y económico de América Latina y el Caribe, que considera que su espacio continental es vital, reduciendo sus estados al nivel de semicolonialidad y neocolonialidad, para hacer frente a las amenazas extranjeras o a los obstáculos al expansionismo de los Estados Unidos. Esta doctrina, que orientó la política exterior de Estados Unidos de 1846 a 1933, desde la guerra por la conquista del territorio mexicano hasta la Política de Buena Vecindad de Roosevelt, se está extendiendo para incluir no sólo a México, el Caribe, Centroamérica y el Canal de Panamá, como en el pasado; sino también a América del Sur, que se consideraba entonces como una zona de relativa autonomía. Esto está relacionado con el grado mucho más alto de desafío al imperialismo estadounidense, representado por el ascenso de China en el sistema mundial.

Trump es la continuación de un camino ya emprendido por Obama para contener la integración latinoamericana y su articulación geopolítica global. Pero lo hace de una manera mucho más unilateral y violenta. Rompe con el liberalismo global, restablece con mayor intensidad la estrategia del asedio contra Cuba y busca derrocar lo que llamó la Troika de la Tiranía, que atribuyó a los gobiernos de Venezuela y Nicaragua. Establece una nueva escala de sanciones económicas y guerras híbridas, estimulando la intervención militar en Venezuela a través del Grupo de Lima. Su objetivo es controlar los inmensos recursos estratégicos de la región para dar un nuevo impulso a la industrialización de Estados Unidos, amenazada por la competencia internacional. En este proyecto, la desindustrialización está reservada a América Latina, convirtiéndose en un productor de alimentos y materias primas minerales y agrícolas. La desindustrialización afecta incluso al sector petrolero, donde Estados Unidos se lanza como potencia industrial, exportador de diésel y gasolina e importador de petróleo crudo. Esto abre un gran espacio para la carrera por los recursos naturales de la Amazonía con el objetivo de la explotación minera, ganadera y agrícola. De especial interés es el área constituida por la Reserva Nacional del Cobre y Similares (RENCA, en portugués), que se pretende extinguir, revirtiendo la demarcación de las tierras indígenas y otras reservas naturales que se encuentran en su perímetro y que son equivalentes en tamaño a Dinamarca.

El gobierno de Bolsonaro está promoviendo esta estrategia internamente y encuentra resistencia limitada de los segmentos industriales. Ellos aceptan convertirse a la financiarización, o a estrategias más específicas de diversificación productiva, como la minería y los agronegocios, rechazando cualquier proyecto de desarrollo más amplio que aumente el nivel de empleo y, por lo tanto, la presión de los trabajadores para redistribuir el excedente. El desarrollo se abandona en nombre del control político del Estado.

El imperialismo unilateral de Trump implica un cambio en la relación con la Unión Europea. Trump, a diferencia de Obama, apoya el liderazgo de Brexit y Boris Johnson para debilitarla. La ve cada vez más como una competidora y trata de limitar su penetración en el mercado interno de los Estados Unidos. También busca limitar sus acciones en el área de la dominación continental de Estados Unidos, recuperando la dimensión imperialista de la Doctrina Monroe. Cuando el Mercosur y la Unión Europea acordaron los términos de un acuerdo de libre comercio, Trump exigió que Brasil iniciara negociaciones para firmar un TLC y despachó al Secretario de Comercio Exterior de Estados Unidos, que no había venido a este país desde 2011, para advertir sobre el riesgo de hacer trampas que harían inviable un futuro con Estados Unidos. Desde entonces, Bolsonaro ha abierto fuego contra el acuerdo con la Unión Europea, eligiendo como objetivo a Francia, la potencia europea más sensible en materia ambiental.

En la víspera de la llegada de Wilbur Ross a Brasil, Bolsonaro canceló la reunión con el Canciller francés, por supuesta falta de tiempo, para cortarse el pelo, a la hora prevista, en directo, inspirado en el registro fotográfico del corte de pelo de Hitler en una peluquería. Se cruzó los brazos frente al «Día del Fuego», con el fin de mostrar su apoyo a su política sobre el Amazonas, retrasando el rescate de la floresta, de las reservas indígenas y de sus habitantes. Acusó a las ONGs ecologistas de estar detrás del fuego, ofendió a la Primera Dama francesa, rechazó la ayuda de la Unión Europea para combatir el fuego y promover la reforestación. Hizo todo lo posible para crear un incidente diplomático irreversible que haría imposible el acuerdo, mientras simulaba un nacionalismo retórico al denunciar el supuesto intento europeo y francés de internacionalizar la Amazonia, cuando en un discurso de campaña dijo que entendía que ya no era de Brasil. Anunció que estaba articulando con Estados Unidos una solución para la Amazonia y que estaba a formular de un documento de los líderes sudamericanos que rechazaban el intervencionismo europeo.

Las actitudes de Bolsonaro no deben ser interpretadas como improvisadas e irreflexivas, sino como parte de una estrategia deliberada y articulada para debilitar el multilateralismo de la política externa brasileña y someter al país al imperialismo neocolonial de Trump. Representan una cruzada ideológica para imponer un gobierno fuerte y represivo internamente, pero débil y servil en la escena internacional. Su defensa del nacionalismo brasileño es patética cuando los hechos indican que actúan como una marioneta de Trump para entregar nuestra riqueza y control de la Amazonia a la capital estadounidense. La imprudencia de Macron al revelar su intención de internacionalizar la Amazonia, si el gobierno brasileño no la protegía, sirvió de pretexto para que Bolsonaro levantara una cortina de humo en torno a sus verdaderas intenciones. La amenaza del imperialismo francés que circula por la Amazonia equivale a un riesgo cero para Brasil. No existe la posibilidad de que el uso de la fuerza francesa o europea contradiga los intereses de los Estados Unidos en la región.

Por otro lado, el nacionalismo no se debe defender como un instrumento para aniquilar los derechos de los trabajadores, promover el ecocidio, exterminar a las poblaciones indígenas, destruir la democracia y amenazar a los gobiernos socialistas vecinos. Fue por esta razón que la Alemania nazi terminó siendo invadida por la URSS durante la Segunda Guerra Mundial, con un amplio apoyo internacional y una gran proporción de los alemanes, oprimidos por el fascismo.

Bolsonaro encarna en el siglo XXI y, de manera marcada, las formulaciones del ala fascista que organizó el golpe militar de la gran capital en 1964, y que tuvo sus principales representantes en los generales Artur da Costa e Silva y Silvio Frota. Algunas de sus principales iniciativas se hacen eco de las directrices básicas de este grupo: La subordinación de la política exterior a la alineación ideológica dirigida por la extrema derecha de Estados Unidos, el acercamiento al sionismo, la drástica reducción del Estado en la economía, la búsqueda del protagonismo de los sectores militar y represivo en el aparato estatal y el rechazo a la democracia.

En «Ideales traicionados», Sylvio Frota expone estas tesis: argumenta que las razones ideológicas son más importantes que las motivaciones del comercio exterior; rechaza la política exterior de Geisel de pragmatismo responsable y ecuménico; ataca el establecimiento de relaciones diplomáticas con China, afirmando que el maoísmo no sería compatible con la civilización democrática (sic) y cristiana brasileña, procedimiento que Ernesto Araújo reverbera, cuando dice que Brasil no debe vender su alma para exportar soja y minerales a China; se opone al voto brasileño contra el sionismo; rechaza la abstención en el bloqueo de Cuba; y critica el establecimiento de relaciones con Angola y Mozambique. También acusa a Geisel y Golbery de pertenecer a la centroizquierda; ataca al capitalismo de estado en la economía, al que considera precursor del comunismo; se opone a la redemocratización y a la libertad de prensa; propone un alineamiento radical con Estados Unidos, al que nombra como el último baluarte de la democracia, aunque no con todos sus líderes, como Jimmy Carter, a quien acusa de actuar bajo la influencia soviética cuando intenta contener el sionismo.

Uno de los aspectos de la política neocolonial de sumisión de Bolsonaro, que ya está empezando a surgir, es la liquidación de las reservas brasileñas para evitar que las fuerzas políticas en el futuro las utilicen para el desarrollo del país y la integración latinoamericana. Sólo en septiembre, el Banco Central, bajo el mando de Roberto Campos Neto, pretende vender 11.000 millones de dólares con el pretexto de mantener el valor del real estable frente al dólar. Tal iniciativa, si se vuelve sistemática, podría actuar para fortalecer la liquidación de los activos del Estado y amenazar el ahorro de las clases medias a favor de la centralización financiera en los grandes bancos internacionales.

Este proyecto, si prospera, cristalizará el poder casi absoluto de una burguesía compradora y parasitaria sobre el aparato estatal, que lo utilizará para hacer sus negocios privados, destruyendo la autonomía relativa e imponiendo un estilo de gestión privada y familiar, como en el caso de la mafia. Para conseguirlo, buscará poner el fanatismo religioso y la cultura del exterminio en el lugar de la ciencia, la educación y la cultura, reduciendo a la clase obrera a la condición de un lumpemproletariado desamparado compuesto por una chusma de individuos pobres, ignorantes, violentos y resentidos que, sin derechos y sin un mínimo de consciencia anticapitalista, se acercarán a las situaciones de trabajo análogas a las de la esclavitud, lo cual convierte en una metáfora aún más viva de retorno a un Brasil colonizado.

Traducción: Pedro Martinez.

Carlos Eduardo Martins es profesor asociado del Instituto de Relaciones Internacionales y Defensa de la UFRJ y coordinador del Laboratorio de Estudios de Hegemonía y Contra-Hegemonía (LEHC/UFRJ). Miembro del consejo editorial de la revista bianual de Boitempo, Margem Esquerda, es autor, entre otros, de Globalização, dependência e neoliberalismo na América Latina (2011) y uno de los coordinadores de América Latina: Enciclopedia Contemporánea de América Latina y el Caribe (Premio Jabuti al Libro del Año de la No Ficción en 2007) y co-organizador de A América Latina e os desafios da globalização (2009), ambos publicados por Boitempo. Es colaborador del Blog Boitempo cada dos semanas, los lunes.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.