Si bien ya ha habido altos jefes uniformados que, después de salir del Palacio del Planalto enemistados con el ala más ideológica y extremista del bolsonarismo o con los hijos de Bolsonaro, han tratado de tomar distancia de su gestión –los generales Carlos Alberto Santos Cruz, exjefe de la Secretaría de Gobierno, y Otávio Rega Barros, exvocero, son dos ejemplos de ello–, para la opinión pública está claro que, al igual que el exministro de Defensa Fernando Azevedo e Silva, todos ellos se plegaron con entusiasmo en el pasado a la idea de remover al odiado PT del Gobierno y volver al poder santificados por el voto popular. Lo que de alguna manera implicaba restablecer como legítimo y positivo todo lo hecho por la dictadura militar que gobernó a Brasil entre 1964 y 1985.
La salida del ministerio de Defensa del general Fernando Azevedo e Silva, el 29 de marzo pasado, seguida a continuación, en menos de 24 horas, por la de los comandantes en Jefe del Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea, detonó la primera gran crisis militar del Gobierno de Jair Bolsonaro, quien ya suma dos años y tres meses de mandato presidencial. La prensa internacional, en forma casi unánime, leyó estos hechos como una manifestación de la abierta ruptura y distanciamiento entre los altos mandos de las FF.AA. y el desaprensivo ex militar que ha hecho del negacionismo frente a la pandemia del coronavirus, que azota a su país, una de las banderas más representativas de su gestión.
No obstante, hay analistas brasileños, bien informados, que llaman a no engañarse con impresiones que pueden ser falsas. Y recomiendan prestar atención a cómo y de qué manera se gestó el llamado “fenómeno Bolsonaro”. Es decir, la súbita irrupción en las ligas mayores de un inexpresivo diputado que, a lo largo de 28 años en el Congreso, solo consiguió aprobar dos proyectos de ley y no se distinguía demasiado de esa masa amorfa que en Brasil se denomina “bajo clero”. Un conjunto de legisladores de partidos pequeños, pero que juntos ganan peso y musculatura, pues garantizan gobernabilidad a los gobiernos, de cualquier signo que sean.
Muchos de estos analistas, expertos en defensa, cuyas opiniones aparecen resumidas en un libro de reciente aparición, Os militares e a crise brasileira (2021), editado por Joao Martins Filho, coinciden en señalar que es imposible, a priori, intentar separar a Bolsonaro de las FF.AA. en su conjunto, ya que él, como Presidente, es resultado de un proyecto político exitoso, llevado a cabo principalmente por el Ejército. Y que se inicia, formalmente, en 2014, cuando Dilma Rousseff es reelecta como Presidenta, pero cuyas raíces se proyectan mucho más atrás en el tiempo.
Bolsonaro sale por primera vez a la luz pública en septiembre de 1986 cuando, siendo teniente, publica en la revista Veja una carta titulada “El salario está bajo”, donde reclama por el sueldo de los uniformados. Luego se involucra en un plan cuyo objetivo era explotar bombas de bajo poder en locales castrenses, a fin de llamar la atención sobre sus reivindicaciones. Su caso llega al Supremo Tribunal Militar en junio de 1998 y uno de los jueces, al declarar su voto, dice que “nunca, ni antes de 1964, si no me falla la memoria, un oficial tuvo el coraje de hacerle una afrenta a un jefe militar” como ahora, refiriéndose a su superior último, el ministro de Ejército, Leonidas Pires Gonçalves.
Pese a ello, como en muchas ocasiones, su fortuna superó a su virtud (siguiendo la dicotomía clásica de Maquiavelo), y la alta corte lo absolvió por nueve votos a cuatro. Salió del Ejército con jubilación integral, un grado mayor al que tenía (de teniente a capitán) y decidió dedicarse a la política, dado que en Rio de Janeiro, la ciudad donde vivía, hay un alto número de electores militares. Primero, fue elegido concejal y luego diputado federal, puestos desde los cuales fue acumulando una sólida fortuna con el método de la “rachadinha” (contratar asesores falsos que le devolvían el 90% de sus ingresos). Método que han imitado sus hijos Flavio (senador) y Carlos (concejal carioca), según documentadas denuncias judiciales.
Por razones disciplinarias, Pires Gonçalves y su sucesor Carlos Ribeiro Gomes, le prohibieron el ingreso a los cuarteles para hacer propaganda proselitista, debiendo hacerla “puertas afueras”. Sin embargo, a mediados de los 90, un teniente coronel del Centro de Informaciones del Ejército, Joao Noronha Neto, convence a la cúpula militar de reaproximarse a Bolsonaro para tener un portavoz semioficial en el Congreso, que defienda sus pautas. Noronha es conocido como “el doctor Nilo” y como tal participa, infiltrado, en el Congreso del PC brasileño que decide su disolución, en enero de 1992, según cuenta Marcelo Godoy, en uno de los capítulos del libro ya mencionado.
Hitos de una transformación
¿Cómo y por qué Bolsonaro pasa de líder gremial solapado de los hombres de uniforme a icono del antilulismo y, en consecuencia, la mejor carta de triunfo de la derecha en las elecciones presidenciales de 2018, frente a Fernando Haddad, ya que Lula –quien lo vencía en todas las encuestas– había sido inhabilitado por la justicia? El coronel Marcelo Pimentel (actualmente en la reserva), autor de otro de los artículos de esta compilación, dice que una lista de presuntas “ofensas” del PT contra el Ejército, sumada a otros hechos, llevó al alto mando militar, encabezado por el general Eduardo Villas-Boas (comandante en Jefe del Ejército desde 2015 hasta 2019) a involucrarse en la política activa. Desandando, de este modo, el camino iniciado en 1985, cuando Joao Figueiredo dejó el Planalto, después de 21 años de régimen militar, y las FF.AA., supuestamente, habrían comenzado a retomar su rol institucional y apartidario.
“La elección presidencial de 2010, el funcionamiento de la Comisión Nacional de la Verdad y su informe final divulgado al final de 2014, la participación de las FF.AA. en la Misión de Naciones Unidas para la Estabilización de Haití, de 2004 a 2014, y la ‘vulgarización’ del empleo de las FF.AA. en operaciones GLO (Garantía de la Ley y el Orden) y acciones subsidiarias genéricas de carácter duradero –junto a otras consideraciones de origen antropológico, histórico y filosófico– pueden configurar senderos para nuevos análisis”, dice Pimentel en su texto.
Para el antropólogo Piero Leirner, entrevistado hace poco por nexojornal.com, “aun considerando el apoyo que (Bolsonaro) tuvo en amplios sectores y de los más variados campos –empresarios, evangélicos, sistema financiero, agronegocio, clase media, la mayor parte del Sur y el Sudeste–, en fin, decenas de actores que estratégicamente impulsaron su campaña, podemos decir seguramente que quien inició la idea ‘Bolsonaro Presidente’ fue un grupo de generales de la reserva y de la activa en noviembre de 2014, probablemente entre minutos y días después de la victoria de Dilma Rousseff en aquella elección”. Y agrega: “El día 29 de aquel mes, Bolsonaro estaba haciendo campaña en la AMAN (Academia Militar das Agulhas Negras) –lo que solo es posible con autorización de toda la cadena de comando–. Y repitió eso en otras instalaciones militares de las tres fuerzas en 2015, 2016, 2017 y 2018”.
Hay muchísimos vídeos en la red que dan cuenta de esas visitas a recintos militares, donde era aclamado por los cadetes, en complicidad con los oficiales a cargo. Y hay otro registro que muestra, por ejemplo, al ex comandante de la Minustah en Haití, general Ajax Porto Pinheiro, defendiendo entre el primer y el segundo turno de las presidenciales de 2018, el voto a favor de Bolsonaro, bajo el argumento de que “aquellas elecciones no eran normales, pues se daban bajo el signo de la lucha ideológica y que, si el PT volvía al poder, lo haría con ánimo vengativo contra las FF.AA.” (Martins Filho, en columna en Folha de Sao Paulo, el 02-04-21).
Más aún: como bien recuerda Martins en su artículo, Villas Boas se vio obligado, en noviembre de 2018, consciente de los riesgos de esa excesiva aproximación del Ejército con su pupilo en las sombras, a declarar a Folha: “Estamos tratando con mucho cuidado esa interpretación de que la elección representa una vuelta al poder. Absolutamente, no es”. Y completó: “Hoy las FF.AA. están muy apartadas de las cuestiones políticas del día a día”. Menos de dos meses después, justo en la ceremonia de asunción del ministro de Defensa ahora dimitido (Azevedo), Villas Boas oyó del recién asumido Presidente lo siguiente: “Mis agradecimientos, comandante. Lo que ya conversamos morirá entre nosotros. Pero usted es uno de los responsables de que yo esté hoy aquí, muy agradecido una vez más”.
Hoy, Brasil está en una encrucijada trágica. El domingo pasado superó los 331.000 muertos por la covid-19, al que Bolsonaro llamara alguna vez una “gripezinha”, y el Instituto de Métricas y Evaluación en Salud de la Universidad de Washington proyecta que va a registrar 95.794 muertos solo en abril, mientras el epidemiológo brasileño Miguel Nicolelis cree que habrá que lamentar medio millón de víctimas fatales para julio. Bolsonaro ya lleva cuatro ministros de Salud en el período de la pandemia y uno de ellos, el general Eduardo Pazuello, experto en Logística, envió insumos médicos destinados a Amazonas al estado de Amapá. Además de ordenar al Ejército producir cloroquina, medicamento que ha demostrado cero efectividad frente al virus.
Mucha razón tuvo, entonces, el general Edson Pujol, el recién dimitido ex comandante en Jefe del Ejército, en tratar de distanciar a su arma de la inevitable rendición de cuentas que en algún momento deberá ofrecer Bolsonaro a sus compatriotas. El problema principal, sin embargo, es que pese a que los uniformados en actividad han conseguido frenar –hasta ahora y con no poco esfuerzo– los arranques autoritarios de un Presidente que sueña con una Marcha del Pueblo sobre Brasilia que le permita hacerse del poder total, y eliminar de este modo los molestos frenos que le han impuesto el Poder Judicial y el Legislativo, a los ojos de los brasileños y del mundo entero Bolsonaro y las FF.AA. aparecen como un solo bloque de poder.
Y ello es así, en gran medida, por obra de Villas Boas, actual asesor del Gabinete de Seguridad Institucional (GSI), y “los generales de Haití” –Augusto Heleno, Walter Braga Netto y Luiz Ramos–, quienes forman parte del círculo de comando más estrecho que rodea al imprevisible mandatorio y lo empujaron en su ascenso. Ellos son los que permitieron, además, la resurrección del “Partido Militar”, como lo llama el coronel Pimentel en su texto, que hoy ocupa 6 mil cargos claves en todo el aparato estatal, de acuerdo al Tribunal de Cuentas de la Nación (8.400, según una investigación del portal Poder 360, de julio del año pasado). Y serán vistos, inevitablemente, como fiadores y cómplices del descalabro del gobierno de Bolsonaro.
Pues, si bien ya ha habido altos jefes uniformados que, después de salir del Palacio del Planalto enemistados con el ala más ideológica y extremista del bolsonarismo o con los hijos de Bolsonaro, han tratado de tomar distancia de su gestión –los generales Carlos Alberto Santos Cruz, exjefe de la Secretaría de Gobierno, y Otávio Rega Barros, exvocero, son dos ejemplos de ello–, para la opinión pública está claro que, al igual que Azevedo e Silva, todos ellos se plegaron con entusiasmo en el pasado a la idea de remover al odiado PT del Gobierno y volver al poder santificados por el voto popular. Lo que de alguna manera implicaba restablecer como legítimo y positivo todo lo hecho por la dictadura militar que gobernó a Brasil entre 1964 y 1985.