Unas horas después de haber asumido Jair Bolsonaro, siento bronca. Mucha bronca. Me duele ver un presidente que no va a representar ni a defender los derechos de un pueblo, pero que fue elegido democráticamente en una elección que se inserta en un cuadro más amplio, de una ola conservadora que está barriendo el país, […]
El flamante presidente apoya la Base Nacional Curricular Común, que propone que sólo las áreas de lengua y matemática sean obligatorias en la currícula, desvalorizando a las ciencias naturales, humanas y sociales. Además, promulga la censura a los profesores a través del Proyecto de Ley Escuela sin Partido, que dice erradicar el «adoctrinamiento ideológico»; quiere ampliar la educación a distancia a partir de los seis años, debido a que miembros de su gabinete son empresarios en ese rubro; y busca cobrar mensualidades en las universidades públicas. Pero esto no es todo: también apoya la ley que congela los gastos en educación y salud por los próximos ¡veinte años! En definitiva, la educación es el fiel reflejo de un proyecto neoliberal que se radicalizará en nuestro país.
Me invade el alma tamaña injusticia, cuando veo que desprestigian el legado de Paulo Freire. Con ayuda de los medios de comunicación dominantes, e incluso de fake news, se construyó una campaña basada en emociones y no en la racionalidad, manteniendo la narrativa falsa de que el Partido de los Trabajadores (PT) fue el partido más corrupto. «Una mentira repetida mil veces se vuelve verdad«, aseguraba una máxima de la estrategia de comunicación del nazismo. Con su asunción, llegan a ocupar cargos políticos personas que apoyan un discurso totalitario y afirman que «el error de nuestra dictadura militar fue haber torturado en vez de matar más personas». ¡Es temible nuestro futuro! Siento una inmensa angustia, por mí y por el resto de mis hermanas y hermanos.
No nos quedaremos dormidos, aunque anestesie el televisor…