La Alerta Sanitaria, al igual que en otros países, se va imponiendo en Brasil pese a que su Presidente sigue considerando el Coronavirus como una “gripecilla”
«La vida no tiene un valor infinito. Las crisis también matan a muchas personas, especialmente pobres». La frase, publicada el miércoles pasado por A Folha de São Paulo, uno de los periódicos más leídos de Brasil, no es del Presidente del país sudamericano Jair Bolsonaro, sino de Rubem Novaes, un miembro de su equipo económico. Se podrían hacer muchas valoraciones al respecto, aunque lo que realmente interesa resaltar es que la declaración en cuestión retrata fielmente la forma de pensar de parte del ejecutivo de extrema derecha que gobierna Brasil.
Se sabe que esto es así porque el día anterior el propio Bolsonaro hizo públicas sus opiniones personales, con una determinación histriónica, en pleno horario de la, en Brasil, inevitable telenovela. En ese discurso, obligatoriamente transmitido por todos los canales de televisión, el Presidente del país más grande de América Latina, dijo ante una audiencia estupefacta que hay que acabar con «el pánico y la histeria que propagan los medios de comunicación”, que no paran de fijarse en Italia, «un país con muchas más personas mayores [que Brasil] y un clima muy diferente al nuestro».
En ese mismo discurso, Bolsonaro aprovechó para «invitar» a «algunas» autoridades locales (Estados y municipios) a «repensar» medidas de prevención ya tomadas, como la suspensión del transporte público, el cierre de comercios o el confinamiento masivo porque, según él, la pandemia se superará «rápidamente» (no explicó ni «cómo» ni «por qué»). El presidente no dudó en ponerse a sí mismo como un ejemplo afirmando que, si se contagiara de COVID-19, su cuadro clínico sería similar al de una “gripecilla”, tratable, en el peor de los casos, con cloroquina (lo mismo que dijo Donald Trump).
Las críticas, por supuesto, no tardaron en lloverle. Para empezar, las de la ciudadanía: según O Estado de São Paulo, otro gran periódico brasileño, hubo protestas ruidosas desde las ventanas y balcones de al menos «once grandes ciudades» (habitadas por unos 40 millones de personas). Para continuar, por parte de la prensa que, en Brasil, está convirtiéndose cada vez más en un contrapeso político e institucional (quizás por eso Bolsonaro, en su discurso televisivo, le dedicó un inquietante mensaje: «es esencial que el equilibrio y la verdad prevalezcan entre nosotros»).
Al día siguiente, por último, arreciaron las críticas de los gobernadores de los 27 Estados del país (que tienen mucho más poder que los presidentes de la región en Italia), algunos de los cuales, hasta ahora, habían sido sus aliados políticos. Significativo, por ejemplo, es el caso del gobernador de Goiás (centro del país), el conservador Ronaldo Caiado, quien tildó el discurso de Bolsonaro de «irresponsable» dejando claro, además, que él obedecerá únicamente a las directivas de la Organización Mundial de la Salud y del Ministerio brasileño de Sanidad.
De hecho, en este momento, lo que más llama la atención de los brasileños es que la práctica institucional del Gobierno de Bolsonaro está tomando un camino muy diferente al del discurso negacionista del propio… ¡Bolsonaro! El Ministerio de Sanidad, por ejemplo, en muchos de sus decretos (publicados antes del famoso discurso) ya había adoptado decisiones similares a las de otros países, como el lanzamiento de campañas de sensibilización sobre el coronavirus, suspensión de viajes y reuniones de negocios, puesta en práctica del teletrabajo, flexibilización de horarios, etc.
Hay más: el propio Gobierno había reconocido oficialmente, también unos días antes del discurso en cuestión, que Brasil estaba en una ESPIN (Situación de Emergencia Pública Nacional) lo que habilitó legalmente a las autoridades locales para decretar confinamientos masivos cuya intensidad, de todos modos, está dependiendo del lugar y de la rigurosidad de la acción policial. El resultado está siendo una tremenda heterogeneidad que parece tener mucho más que ver con los zigzags de Bolsonaro que con la actividad «conspirativa» de los medios de comunicación.
En ese contexto, uno de los episodios más tensos de los últimos días tuvo lugar cuando, la mañana después del discurso presidencial, el propio Bolsonaro sostuvo una amarga teleconferencia (cuyo video terminó siendo publicado) con João Doria, Gobernador del Estado de São Paulo, el más habitado del país (con 44 millones de personas, casi como España), que se ha convertido en una especie de Lombardía latinoamericana: actualmente, São Paulo, es la zona con el mayor número de positivos (35% ) y muertes por COVID-19 (75%) del país sudamericano.
Lo más desagradable del encuentro entre Bolsonaro y Doria, dos antiguos cómplices políticos, es que casi todo puede resumirse en el chusco reproche del primero al segundo exento, además, de conexiones lógicas con el coronavirus. ¿Qué sucede? En Brasil, pese a que el primer año del gobierno de Bolsonaro no ha sido un camino de rosas, todos están sorprendidos. La prensa atribuye la actitud del Presidente al que llama “Gabinete del odio», un pequeño grupo de asesores informales formado por fieles y familiares, con ideas radicales y una actividad compulsiva en redes sociales.
¿Qué están buscando? No se sabe. Hay muchas teorías, pero solo una cosa está clara: para Bolsonaro el hechizo se ha terminado. Oliéndoselo, uno de sus perores enemigos, el astuto ex-Presidente Lula da Silva (actualmente en libertad provisional) ha recuperado un tono presidencial y ya habla bien de la prensa… mientras que Flávio Dino, uno de sus aliados (Gobernador comunista de Maranhão) dice que con su discurso, el Presidente “ha activado su propio impeachment«. ¿Será cierto? De hecho, después de la pandemia, ¿ocurrirán fenómenos como éste únicamente en Brasil?
* Juan Agulló es sociólogo y periodista @JAgulloF)
Fuente original en Italiano: Il Fatto Quotidiano https://www.ilfattoquotidiano.it/in-edicola/articoli/2020/03/29/bolsonaro-straparla-della-pandemia-ma-e-sempre-piu-solo/5752871/