Se ha reeditado hace muy poco tiempo «Borges a contraluz», un bello libro de Estela Canto, quien pasó a la historia del ambiente literario argentino como “la novia de Borges”. En realidad no fue tal cosa y sí una novelista de peso cuyas obras esperan para salir del olvido.
Estela Canto fue una escritora que debería ser conocida (y leída) por derecho propio y no sólo por su intrincado vínculo con Jorge Luis Borges. Se desempeñó también como periodista y militó en política desde la izquierda, con lo que dejó su sello en diversos circuitos intelectuales y políticos.
Por ahora cabe la esperanza de que alguna editorial con ánimo de correr riesgos vuelva a publicar algunas de sus novelas. Tenemos ya, en cambio, a este libro en torno al autor de “Poema conjetural”, cuya publicación original data de 1989, tres años después de la muerte del escritor y cinco antes del fallecimiento de la autora.
Borges traslúcido
Cabe reparar en el acierto del título. Alguien que no poseyera el lenguaje depurado y cuidadoso de la escritora tal vez hubiera optado por el más coloquial y rudo “a contrapelo”. Lo que no correspondería a la delicadeza con la que se ocupa de ir a contracorriente de algunos prejuicios, lugares comunes y generalizaciones excesivas en torno al idolatrado narrador.
Es ésta una obra sobre el genial escritor y al mismo tiempo una autobiografía incompleta de quien fuera su “novia” durante algunos años. La que asimismo mantuvo, con intermitencias, una amistad de por vida con quien llamaba “Georgie”.
Uno de los atractivos de este libro es que, siendo autobiográfico, no es autojustificatorio. Ni siquiera lo es en lo que respecta a su relación sentimental con Borges. Hasta en algún pasaje se autocalifica como “insensible” y se adjudica insuficiente comprensión de lo que pasaba por la compleja mente del escritor.
Si bien nunca luce implacable hacia J.L.B., no le ahorra objeciones y críticas. Hasta se anima en algún espacio en el que el narrador, ensayista y poeta parece inexpugnable. Cuestiona, por ejemplo, que haya sido un gran erudito de cultura enciclopédica, como casi todos dan por supuesto.
Respalda esa afirmación al atribuir a Borges un deficiente conocimiento de literaturas tan conspicuas como la francesa o la rusa así como ignorar a figuras de la talla de Goethe. Lo mismo que un contacto más bien superficial con corrientes de pensamiento de singular riqueza, como el budismo y el hinduismo.
Al mismo tiempo cuestiona algunos de sus gustos e inclinaciones, tales como su persistente dedicación al estudio del inglés antiguo y la primitiva literatura anglosajona. La evalúa como una producción arcaica y rudimentaria.
Eso no quita que le reconoce al autor de Ficciones la inusual capacidad de volver atractivo cualquier tema, a través de su fina comprensión y su apasionamiento por lo que le resultaba cautivante. Lo que hacía olvidar lo arbitrarias que podían ser sus elecciones estéticas.
Asimismo se encara con el vínculo borgeano con la sociedad y la política, campo en el que el escritoraparece más vulnerable. La autora no se ensaña con él, pero marca con claridad sus incomprensiones. Alguna de ellas consciente y voluntaria, como su negativa a entender nada del peronismo y su propensión a justificar todo lo que fuera “anti”.
Sin embargo no le echa todo el fardo, ya que se encarga de mostrar la determinante influencia de su entorno social sobre su modo de percibir (mal) al país. Lo que no le impide resaltar sus desvaríos en política, en particular los posteriores a 1955. En ese lapso, J.L.B justificó a todas las dictaduras, sólo por ser antiperonistas.
Incluida la última, a la que aplaudió durante un buen tramo, a despecho de la magnitud inédita de sus atrocidades.
E.C. también fue antiperonista, si bien de otra procedencia e inclinaciones. Estuvo enrolada en la izquierda intelectual e incluso sostuvo años de militancia en el Partido Comunista. La extracción social es otro factor diferencial. Descendiente de una familia uruguaya, de antepasados ilustres pero sin fortuna, no se deja deslumbrar por lo que no trepida en denominar, “oligarquía argentina”.
Ni siquiera la amistad con el matrimonio de Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo modifica sus pareceres. A lo sumo los percibe como exponentes rescatables de esa clase social, por cierto a causa de sus valores humanos y su talento literario y no por sus opiniones acerca de la esfera pública.
A la hora de fustigar a algún emblema de la “oligarquía”, la elegida es Victoria Ocampo, a la que pinta dotada de una prepotencia casi ilimitada. Y a la que en su visión acompañaba una vocación más inclinada al “gran mundo” que a las preocupaciones artísticas y literarias.
En estrecho vínculo con lo anterior, se refiere al desconocimiento o la visión distorsionada de J.L.B. a propósito de todo lo popular. Un ámbito al que sólo exalta a través de malevos y cuchilleros idealizados, a los que sitúa en un tiempo y espacio irreales, o en todo caso ya enterrados hace décadas.
Remarca además que el escritor admiraba hasta la desmesura a expresiones burdas y esquemáticas de un coraje físico que lamentaba no poseer. Desentraña allí un machismo expandido hacia la brutalidad y el crimen, representado en el acto homicida teñido de homosexualidad que constituye el nudo del relato “La Intrusa”. O en el cuasi suicidio en aras de no ser imputado de cobarde del protagonista de “El Sur”.
En cuanto a la personalidad de Borges, lo caracteriza como un hombre atado a múltiples convencionalismos, carente de sentido práctico en aspectos elementales de la vida e incapaz hasta su vejez de buscar su propia felicidad.
Apreciación que no la priva de reconocer su camino de superación cuando, ya consagrado, recibió amplios reconocimientos e incluso la fama aún entre quienes jamás lo habían leído. Al sentirse admirado y sujeto de atención general, su autoestima habría dado un vuelco favorable, que llevó a su vida en otra dirección.
A diferencia de muchos detractores, E.C. visualiza como parte de ese impulso superador la peculiar vida de pareja de los últimos años con María Kodama. Y señala el talante de felicidad del escritor al compartir su vida con ella, por más que ya fuera un anciano cercano a la muerte.
Leer a Borges, comprenderlo, no idealizarlo
La obra tiene extensos pasajes intimistas. A veces linda con lo chismográfico. Nadie se confunda, no se reduce a eso ni es su rasgo principal.
Como para demostrarlo con creces la autora dedica varios capítulos al análisis de sus cuentos, vinculándolos con el itinerario vital y sobre todo con la mentalidad del autor. En particular agudos nos parecen los trechos dedicados a El Zahir y El Aleph.
Sin vanagloriarse en exceso, E.C. pone el punto sobre la huella que dejó en algunas producciones de Borges. La locación del primero de los cuentos mencionados en la misma esquina de Monserrat donde ella vivía es un ejemplo. Se le une en el segundo la superposición, no explicitada pero transparente, entre la presente ausencia de Beatriz Viterbo y la experiencia de amor desafortunado que Borges vivió con ella.
Canto se dedica así a bucear en el significado profundo de varias piezas de la narrativa borgeana, con algunos toques de originalidad, aún a costa de contrariar las interpretaciones más aceptadas.
Entre las vertientes atractivas del escrito también se encuentra la reconstrucción virtual del Buenos Aires de Borges, en particular el de lo que él llamaba el Barrio Sur, la zona en la que vivía Estela y lo conducía a otro campo geográfico y social que el que solía frecuentar. Si escribiéramos acerca de una ficción, podríamos decir que el Parque Lezama y una zona de Constitución son mudos protagonistas del relato.
Otro sitio evocado más de una vez es el Jardín Zoológico. La autora refleja con renovados matices producto de la vivencia directa, un episodio muy renombrado: La fascinación del escritor por un enorme tigre de Bengala alojado allí.
La descripción vívida del ámbito espacial y social urbano es particularmente atrayente para las décadas de 1940 y 1950, entre una ciudad que se hundía en la historia y otra que surgía, renovada y alterada por la presencia del peronismo. En etapas posteriores, ya con Borges limitado en sus recorridos por la ceguera, la calle Florida y otros lugares cercanos a su domicilio de la calle Maipú toman la primacía.
Estela no acepta para sí el rótulo de “novia”. En parte porque el vínculo nunca se consumó en el plano sexual. Y, quizás sobre todo, a consecuencia de que ella se limitó a dejarse querer, sin nunca enamorarse de J.L.B, como explica reiteradas veces. En esa línea se inscribe la ya muy conocida anécdota de que Estela no se negó en redondo a una propuesta de casamiento. Pero la condicionó a que tuvieran una relación física antes, de lo que Borges no se sintió capaz.
Es verdad que el libro contiene aspectos de la vida del frustrado candidato al Nobel que están ya trillados: La tutela inflexible que sobre él ejercía su madre, Leonor Acevedo; el desastroso primer matrimonio que contrajo a sus 60 años, la modestia con la que vivió hasta el fin de sus días, sus devociones literarias más difundidas, etc.
Ello no le quita valor, sobre todo si se piensa en un universo de lectores que no está necesariamente al tanto de lo mucho que se ha escrito y se escribe sobre el insigne escritor.
E.C. le deja la palabra a Borges al reproducir cartas que él le enviaba. Más allá de la atracción que puede ejercer cualquier escrito suyo, no forman un agregado decisivo. Gracias a la escritura de Estela, el libro seguiría siendo el mismo sin la reproducción de esa correspondencia.
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Repetidas veces Canto endilga a los argentinos en general una escasez de lectura y más aún de comprensión de la obra borgeana. Considera que, ya consagrado en el plano internacional, se le prestó una reverencia ilimitada y pueril, poco digna de su estatura intelectual. Nos parece innegable que en las casi 300 páginas de su libro, Canto arrima elementos valiosos para mitigar el conocimiento superficial de la obra y el enaltecimiento sin matices de su autor.
Y, quizás sin proponérselo, nos revela por añadidura a una muy buena prosista y penetrante observadora de cosas y personajes. Amén de capaz de emitir juicios literarios de sumo interés.
Al dar vuelta la última página, quien esto escribe se sintió embargado por la sensación de conocer mejor a J.L.B. Y a la vez la de haber establecido una conexión con una de las muchas mujeres cuya consideración pública sucumbió a manos de la fama y el éxito de los varones que las rodeaban. Es hora de repararlo.
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