Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
Introducción
Recientemente se han producido dos importantes ataques terroristas casi simultáneos. En Boston, dos chechenos hicieron estallar bombas durante el maratón anual de la ciudad, matando a 3 personas e hiriendo a 170. En Venezuela, partidarios del candidato presidencial derrotado, Henrique Capriles, asesinaron a 8 y causaron heridas a 70 seguidores del candidato victorioso del Partido Socialista, Nicolás Maduro, durante el lanzamiento de bombas incendiarias a 8 establecimientos sanitarios y a varias oficinas y residencias del partido. En el caso de Boston, la orgía terrorista provocó otra muerte posterior, la de uno de los autores; en Venezuela, algunos de los terroristas están detenidos pero sus mentores políticos siguen activos en la calle (y ahora los medios de comunicación estadounidenses les presentan como «víctimas de la represión»).
Si examinamos el contexto, las políticas, las respuestas gubernamentales y el tratamiento que reciben en los medios estos actos podemos llegar a un mayor conocimiento del significado general del terrorismo y de cómo refleja no solo la hipocresía del gobierno y los medios estadounidenses, sino las políticas implícitas que lo estimulan.
El contexto del terrorismo: un juego peligroso de Chechenia a Boston
Chechenia ha sido durante más de veinte años un campo de batalla entre el Estado ruso laico y los separatistas musulmanes fundamentalistas. Cuando Washington acababa de armar y financiar a los yihadistas musulmanes en su guerra triunfante contra el régimen laico afgano apoyado por los soviéticos en la década de los ochenta, amplió su programa de apoyo a las regiones musulmanas del Cáucaso y Asia Central de la antigua URSS. Probablemente, el ejército ruso derrotó a los señores de la guerra chechenos, pero muchos de sus seguidores armados huyeron a otros países para unirse a grupos extremistas de combate en Iraq, Pakistán, Afganistán , posteriormente en Egipto, Libia y ahora en Siria. A pesar de que aceptaran las armas occidentales, especialmente estadounidenses, para luchar contra adversarios laicos del imperio norteamericano, el objetivo final de los yihadistas siempre ha sido implantar un régimen clerical (islámico). Washington y los europeos han practicado un juego peligroso al utilizar a los fundamentalistas islámicos como tropas de asalto contra nacionalistas laicos, mientras pretendían posteriormente apoyar a neoliberales «moderados» o regímenes clientelares.
Esta política cínica ha fracasado en todas partes, incluyendo los Estados Unidos. Cuando los soviéticos abandonaron Afganistán, los fundamentalistas afganos se apoderaron del Estado. Se enfrentaron a EE.UU., que invadió el país tras los atentados del 11-S de 2001, y han logrado mantener una guerra de desgaste contra Washington y la OTAN durante doce años, engendrando poderosos aliados en Pakistán y muchos otros lugares. Las áreas de Afganistán controladas por los talibanes sirven como base de entrenamiento y como «punto focal» para terroristas de todo el mundo.
La invasión estadounidense de Iraq y el derrocamiento del presidente Saddam Hussein dio paso a diez años de terrorismo de Al-Qaeda y otros grupos religiosos en Iraq, barriendo por completo a toda una sociedad secular. En el caso de Libia y Siria, la OTAN y las armas proporcionadas por los estados del Golfo han aumentado enormemente el arsenal del terrorismo fundamentalista en el norte de África, África subsahariana y Oriente Próximo. Los terroristas fundamentalistas apoyados por Occidente estuvieron detrás de los atentados de Nueva York y Washington el 11-S y apenas cabe duda de que los últimos atentados chechenos de Boston son producto de esta nueva ola de avances de fundamentalistas apoyados por la OTAN en el norte de África y Oriente Próximo.
Sin embargo, contra toda evidencia, los terroristas chechenos son considerados por la Casa Blanca «luchadores por la libertad» que desean liberar a su país de los rusos laicos… Tal vez tras el atentado de Boston cambie esta valoración.
Venezuela: el terrorismo como «disensión pacífica»
El candidato de la oposición apoyada y financiada por EE:UU, Henrique Capriles, ha cumplido con su reputación de violencia política. Durante la campaña electoral de su fracasada candidatura a la presidencia venezolana del 15 de abril, sus seguidores sabotearon líneas eléctricas provocando apagones frecuentes. Sus simpatizantes dentro de la élite acapararon artículos básicos de consumo creando desabastecimiento y amenazaron repetidamente con la violencia si perdían las elecciones. En presencia de más de cien observadores internacionales pertenecientes a la ONU, la Comisión Europea y el Centro Jimmy Carter, que habían acudido a certificar las elecciones venezolanas, Capriles y su círculo más próximo dieron rienda suelta a sus bandas, que se echaron a la calle atacando a votantes socialistas, trabajadores de la campaña chavista, centros de salud, viviendas protegidas de baja renta recién construidas y médicos y enfermeros cubanos.
El «terror blanco» provocó 8 muertos y 70 heridos. Se detuvo a más de 135 matones derechistas y 90 de ellos fueron acusados de delitos mayores, conspiración para asesinar y destrucción de la propiedad pública. Las credenciales políticas violentas de Capriles se remontan al menos a la década anterior, cuando desempeñó un importante papel en el golpe de Estado sangriento que derrocó al presidente Hugo Chávez en 2002. Al frente de una horda de malhechores armados, asaltó la embajada cubana, «deteniendo» a ministros del gobierno legítimo que habían buscado allí refugio. Después de que la reacción de parte del ejército y de las masas populares restableciera al presidente, Capriles fue detenido, acusado de violencia y traición. El valiente fiscal general del Estado, Danilo Anderson, era el encargado de su proceso y del de cientos de sus seguidores terroristas cuando fue asesinado con un coche-bomba detonado por partidarios del fallido golpe.
Aunque la propaganda electoral le dio un lavado de cara (él mismo se definía como el candidato del «centro-izquierda» y decía apoyar algunas de las «misiones sociales» de Chávez) su llamamiento a la acción violenta tan pronto como conoció su derrota ha desvelado sus estrechos vínculos con operativos terroristas. Solo cuando el gobierno ordenó a la Guardia Nacional y a las Fuerzas Armadas permanecen en máxima alerta, dio marcha atrás a su descarada amenaza de organizar una «marcha masiva» para tomar las sedes de las oficinas electorales. Es evidente que las tácticas de terror de Capriles solo se desmontaron ante una fuerza mayor. Cuando el orden legal decidió defender la democracia y no rendirse ante el chantaje terrorista, Capriles suspendió temporalmente su actividad violenta y reagrupó a sus fuerzas, permitiendo actuar a la cara legal-electoral de su movimiento.
Respuestas ante el terror: Boston y Venezuela
Como respuesta al incidente terrorista de Boston, se movilizó a la policía local, estatal y federal, que literalmente cerraron toda la ciudad y sus redes de transporte y se dedicaron a un «caza del hombre» global y absoluta: los medios de comunicación y la población al completo se transformaron en instrumentos de la investigación policial. Se registraron bloques y barrios de arriba abajo, con miles de policías y fuerzas de seguridad fuertemente armados entrando casa por casa, habitación por habitación, hurgando en cada contenedor de basuras, a la busca de un estudiante de 19 años herido. Se declaro el estado de alerta terrorista en todo el país y las redes de policía y los servicios de inteligencia de países extranjeros participaron en la búsqueda de los asesinos. Los medios de comunicación y el gobierno mostraban continuamente fotos de las víctimas, haciendo hincapié en las horribles heridas y la brutalidad del acto, hasta el punto de hacer impensable la discusión de cualquier dimensión política del mismo: se presentaba, pura y llanamente, como un acto de terror político destinado a «acobardar al pueblo americano y a su gobierno electo». Cada representante del gobierno exigió que cualquiera que pudiera estar incluso remotamente ligado al crimen o a los criminales se enfrentara a todo el peso de la ley.
Sin embargo, coincidiendo con el atentado de Boston, los opositores terroristas venezolanos que lanzaron sus ataques violentos contra ciudadanos e instituciones públicas recibieron apoyo incondicional del régimen de Obama, que afirmó que los asesinos eran en realidad «demócratas que reclamaban la celebración de elecciones libres». El secretario de Estado John Kerry se negó a reconocer la victoria electoral de Maduro. A pesar de la carnicería, el gobierno de Venezuela no decretó la ley marcial; la Guardia Nacional y la policía leal al régimen hicieron respetar las leyes y detuvieron a algunas docenas de manifestantes y terroristas. Muchos de los primeros, los que no estaban directamente relacionados con la violencia, pronto fueron liberados. A pesar de todo ello y a pesar de que la limpieza de elección fue certificada por más de cien observadores internacionales, el gobierno de Maduro aceptó la principal demanda de los terroristas y accedió a un recuento, con la esperanza de detener más derramamiento de sangre.
Reacciones en los medios de comunicación estadounidenses
Todas las principales agencias de noticias occidentales y la prensa escrita (en principio)»respetable» -Finantial Times, New York Times y Washington Post- convirtieron a los asesinos políticos venezolanos en «manifestantes pacíficos» que solo pretendían exteriorizar su disconformidad. Es decir, Washington y los medios de comunicación apoyaron con todas sus fuerzas el terror político perpetrado contra un gobierno democrático considerado enemigo al tiempo que recurrían a una situación de casi ley marcial ante un atentado terrorista en Estados Unidos, brutal, pero limitado. Según parece, Washington no es capaz de hacer las conexiones entre su apoyo al terrorismo en el exterior y su difusión en EE.UU.
Los medios de comunicación estadounidenses han bloqueado el debate sobre los vínculos entre grupos terroristas chechenos con sede en EE.UU. y Reino Unido y neoconservadores y sionistas estadounidenses, entre los que se encuentran Rudolph Giuliani, Richard Perle, Kenneth Adleman, Elliott Abrams, Midge Dector, Frank Gaffney y R. James Woolsey (todos ellos miembros destacados del singular «Comité Estadounidense para la Paz en Chechenia», cuyo nombre cambió al de Comité para la Paz en el Cáucaso tras la terrible matanza en la escuela de Beslan). Todas estas eminencias de Washington son partidarias acérrimas de la «guerra contra el terror», aunque quizás deberíamos decir partidarios del «terror y la guerra» 1. El cuartel general y centro neurálgico de muchos dirigentes chechenos «exiliados», reclamados desde hace tiempo por las autoridades rusas en relación con actividades terroristas, es Boston, Massachusetts. Sin embargo, hasta ahora el FBI y el Departamento de Justicia han ignorado este importante dato, quizá para conservar las antiguas y aún vigentes relaciones de trabajo que tienen como objetivo organizar incidentes terroristas para desestabilizar Rusia.
El antiguo candidato presidencial y alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, declaró tras el atentado que los chechenos «solo actuaban en Rusia» (sic) y no en EE.UU. (sus chechenos tal vez). Tanto la Interpol como los organismos de inteligencia estadounidenses son conscientes de que algunos militantes chechenos han formado parte de diversos grupos terroristas relacionados con Al-Qaeda en el sur y centro de Asia así como en Oriente Próximo. Las investigaciones específicas del gobierno ruso en relación con cierto número de terroristas o células chechenas sospechosas -que aparentemente incluían las actividades del recientemente fallecido Tamerlan Tsarnaev- han sido desechadas de plano.
(Como detalle al margen -aunque quizá relacionado- diremos que la sección del FBI con sede en Boston fue conocida desde los setenta hasta los noventa por proteger como informante privilegiado a un brutal asesino a sueldo llamado James «Whitey» Bulger, que cometió docenas de asesinatos en el área de New England).
El verdadero significado de la Guerra contra el Terror
El apoyo de Estados Unidos a los terroristas venezolanos y su líder político, Henrique Capriles, forma parte de una política diversificada que combina el uso de procesos electorales y la financiación clandestina de «grupos de base» que promuevan la agitación por problemas locales, con un apoyo a la «acción directa», que incluye «ensayos» de violencia política contra los símbolos y las instituciones de la democracia social. El versátil Capriles es el candidato idóneo para concurrir a las elecciones mientras organiza el terror. Anteriores experiencias estadounidenses con el terror político en América Latina tuvieron un efecto boomerang, como se puede comprobar en la participación del terrorismo cubano con base en Miami en numerosos atentados con bombas y en tráfico de armas y de drogas dentro de Estados Unidos, y especialmente en el asesinato con coche bomba en Washington, en 1976, del ministro chileno en el exilio Orlando Letelier y su ayudante estadounidense. Dicho acto nunca fue calificado como «terrorismo» a causa de los lazos oficiales del gobierno con sus autores.
A pesar de los vínculos financieros, políticos y militares entre Washington y el terrorismo, especialmente el fundamentalista, éste último mantiene su autonomía organizativa y sigue su propia agenda político-cultural, en muchos casos hostil a Estados Unidos. Para los chechenos, los afganos y los sirios de Al-Qaeda, Estados Unidos es un aliado táctico del que habrá que deshacerse en el proceso de establecimiento de estados fundamentalistas independientes. Las víctimas de Boston deberían añadirse a los otros miles de estadounidenses asesinados o heridos en Nueva York, Washington, Libia, Afganistán y otros lugares por fundamentalistas antiguos aliados de Estados Unidos.
Al situarse del lado de los terroristas y sus portavoces y rechazar el reconocimiento de la validez de las elecciones en Venezuela, el gobierno Obama se ha ganado la antipatía de todo Sudamérica y el Caribe. Al apoyar los ataques violentos contra instituciones democráticas en Venezuela, la Casa Blanca está indicando a sus clientes de la oposición a los gobiernos de Argentina, Bolivia y Ecuador que los ataques violentos contra gobiernos democráticos independientes son una manera aceptable de restaurar el orden neoliberal y la «integración regional» centrada en Estados Unidos.
Conclusión
Washington ha demostrado la falta de consistencia de su oposición al terrorismo, que depende de los objetivos políticos de los terroristas y de los blancos de ataque. En uno de estos dos casos recientes, el gobierno estadounidense declaró prácticamente la ley marcial en Boston para matar o capturar a dos terroristas que habían atacado a ciudadanos estadounidenses en una sola localidad. En el caso de Venezuela, sin embargo, el régimen de Obama ha proporcionado apoyo político y material a los terroristas con el fin de subvertir el orden constitucional y el régimen electoral.
Como consecuencia de los prolongados y profundos vínculos del Departamento de Estado, prominentes líderes neocon y notables sionistas con terroristas chechenos, no podemos esperar una investigación exhaustiva que pondría en aprietos o amenazaría las carreras políticas de importantes autoridades estadounidenses que mantienen desde hace tiempo relaciones de trabajo con esos criminales.
La Casa Blanca aumentará y ampliará su apoyo a los mismos terroristas venezolanos que han saboteado la red eléctrica, el suministro de alimentos y el proceso electoral constitucional de ese país. En dicho contexto, el Terror sirve como plataforma de lanzamiento de un asalto a gran escala contra los avances sociales del último decenio bajo el fallecido presidente Chávez.
Mientras tanto y con el fin de preservar la alianza de trabajo Washington-Chechenia, el atentado del maratón de Boston se considerará como el acto aislado de dos jóvenes desorientados, pervertidos por un sitio web fundamentalista anónimo, y sus acciones serán etiquetadas como «fundamentalismo religioso». Y a pesar de la crisis económica, se destinarán decenas de miles de millones de dólares más para ampliar el estado policial interno, aludiendo a su eficacia y eficiencia en el desenlace del atentado, mientras se continúan enviando en secreto más millones para provocar el terror «democrático» en Venezuela.
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1 Véase el artículo del antiguo oficial del FBI, Coleen Rowley, sobre estas conexiones, «Chechen Terrorists and the Neocons«,19 de abril del 2013.
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