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Brasil, armamentismo y nacionalismo

Fuentes: rolandoastarita.wordpress.com/

Por estos días los medios se hicieron eco del propósito del gobierno brasileño de continuar la Estrategia Nacional de Defensa, aprobada en 2008, bajo la presidencia de Lula. La END determinó, entre sus objetivos fundamentales, reactivar la industria militar y recomponer efectivos militares. Bajo su orientación, también se comenzó a diseñar el Plan de Articulación […]

Por estos días los medios se hicieron eco del propósito del gobierno brasileño de continuar la Estrategia Nacional de Defensa, aprobada en 2008, bajo la presidencia de Lula. La END determinó, entre sus objetivos fundamentales, reactivar la industria militar y recomponer efectivos militares. Bajo su orientación, también se comenzó a diseñar el Plan de Articulación y Equipamiento de Defensa (PAED), que se extendería por los próximos 20 años, con un gasto de entre 30.000 y 35.000 millones de dólares. Entre sus iniciativas figura la construcción del primer submarino a propulsión nuclear, la adquisición de navíos de guerra, de vehículos anfibios, el desarrollo de una nueva aeronave y la compra de helicópteros. El programa contempla, además, la creación de un Centro de Defensa Cibernética, y el desarrollo de un vehículo lanzador de cohetes, entre otros aspectos.

Desde el punto de vista del pensamiento crítico, este avance armamentista de Brasil lleva a preguntarnos por la caracterización del status de este país en el mundo capitalista. Es que en la izquierda hubo dos caracterizaciones centrales de Brasil. Por un lado, se sostuvo que era un Estado semicolonial, a igual que sus pares latinoamericanos. Dado que un país semicolonial no goza de plena autodeterminación política, el actual plan armamentista podría interpretarse entonces como un paso en el camino de la liberación nacional. La segunda línea interpretativa fue formulada por Ruy Mauro Marini, y sostiene que Brasil, ya en los años 1970, había accedido al rango de un país subimperialista, y así se habría mantenido hasta el presente. La carrera armamentista sería una expresión de este fenómeno. El propósito de esta nota es examinar brevemente ambas caracterizaciones, y proponer una alternativa.

La tesis «Brasil semicolonia»

Hasta que aparecieron las tesis de Marini, Brasil fue considerado, por la mayoría de la izquierda latinoamericana, una semicolonia. La categoría «semicolonia» fue utilizada por Lenin para hacer referencia a países que tenían una limitada independencia política, debido a que los actos de sus gobiernos estaban sometidos a la jurisdicción extranjera. Por los tiempos en que escribía Lenin -principios del siglo XX- los casos típicos eran China, Turquía y Persia, que estaban parcialmente ocupados por las potencias coloniales. China, por ejemplo, había sido obligada, bajo presión militar, a liberar sus puertos, fijar topes a los derechos aduaneros de importación y permitir que los extranjeros tuvieran áreas residenciales y comerciales, por fuera de la justicia local. China también debió conceder plena libertad de navegación por sus ríos, y permitir el establecimiento de factorías extranjeras. Las potencias tenían tropas permanentemente destacadas en sus áreas, en el interior de China. La situación en Turquía y Persia eran similares. Es por esto que Lenin pensaba que las semicolonias estaban en un status muy próximo al de las colonias, y que, al igual que en estas, se imponía luchar por la liberación nacional. Esta significaba la conquista de la autodeterminación política y la constitución de un Estado soberano. Se trataba, por eso, del derecho a la existencia de un Estado separado (Lenin, 1914), del tipo del que había logrado Noruega al separarse de Suecia. Los países que tenían un Estado propio, y eran económicamente atrasados (en relación a los países más industrializados) eran considerados «dependientes», siempre según la óptica leninista. Además de Noruega, ya mencionada, otros países que Lenin consideraba dependientes eran Argentina, Serbia, Bulgaria, Rumania, Grecia, Portugal y hasta Rusia. Todos ellos dependían económicamente del poder del capital financiero de los países burgueses «ricos». A pesar de que las referencias son escuetas, pareciera que Lenin pensaba que eran explotados, de alguna manera, por los países imperialistas. Así, consideraba que Argentina era «una colonia comercial de Inglaterra» y Portugal «un vasallo» de Inglaterra, aunque tuvieran su independencia política formal. En cualquier caso, en estos países no estaría planteada la liberación nacional, ya que ésta es identificada, en Lenin, con la autodeterminación política. Es que la liberación nacional es concebida como una tarea democrático-burguesa, la obtención de la libertad formal. Romper con la dependencia económica de los países atrasados entraba en las tareas reservadas a una futura revolución socialista.

Aunque Brasil no es mencionado por Lenin -al menos hasta donde alcanza mi conocimiento- es claro que se ubicaría, a principios de siglo XX, como un país dependiente. Sin embargo, en los años que siguieron a la muerte del líder bolchevique, países como Brasil pasaron a ser considerados «semicoloniales». Esto significaba que era necesario obtener una «Segunda Independencia»; la liberación nacional se ponía así en primer plano. En la visión más general (por ejemplo, la que prevaleció en la Tercera Internacional a partir de 1934) el dominio colonial, o semicolonial, impedía el avance al capitalismo de las periferias. La revolución democrático-burguesa se identificaba así no sólo con la independencia («segunda independencia», en el caso de América Latina), sino también con las posibilidades de desarrollo capitalista. La noción de «neocolonia», surgida a partir de los procesos de liberación asiáticos y africanos en la segunda posguerra, fue una variante de la idea de «semicolonia», más tradicional.

Semicolonia y carrera armamentista

El plan armamentista en que se ha embarcado Brasil parece poner en jaque -yo diría que de manera definitiva- a la caracterización del país como «semicolonial» (alternativamente, «neocolonia»). Actualmente Brasil está desarrollando tecnología militar propia, ha establecido acuerdos estratégicos con Francia para la construcción de submarinos y está en un plan de compra de aviones militares por un valor de unos 6000 a 8000 millones de dólares, por el que compiten EEUU, Suecia y Francia. Aunque la compra de aviones está demorada porque el gobierno brasileño está exigiendo que vaya acompañada de transferencia de tecnología. También está en negociaciones con Ucrania para la fabricación de cohetes y satélites. Esto sin mencionar que grandes empresas como Petrobrás, Embraer, Brasil Foods, Camargo Correa, JBS y otras, despliegan sus inversiones a nivel planetario. No hay forma de encajar todo esto en la noción «Brasil es una semicolonia», dominada por el «imperio». Pero la categoría «semicolonia» no solo no permite entender hoy a Brasil, sino tampoco su evolución. Es que si en los años 1920 a 1960, por caso, Brasil fue una semicolonia, y hoy ya no lo es, habría que preguntarse cuándo se produjo la «liberación nacional», y cómo fue que ocurrió tan importante y singular episodio sin que nadie en la izquierda «nacional y popular» se haya percatado de que estaba ocurriendo. Lo cual debería llevar a preguntarse seriamente si no era más ajustada, e importante, la caracterización de «dependiente».

La tesis de Marini

Tal vez consciente de los problemas que acarreaba la caracterización tradicional de Brasil como «semicolonia», es que Ruy Mauro Marini va a proponer la noción de subimperialismo. Según Marini (1977), en las décadas de 1960 y 1970 se había producido una diversificación y extensión de la industria manufacturera a escala mundial, lo que daba lugar al escalonamiento y jerarquización de los países capitalistas en forma piramidal, y al surgimiento de potencias capitalistas medianas. El subimperialismo -Irán del Sha, Brasil, e Israel- era así el resultado de una creciente internacionalización del capital. En el caso de Brasil, y siempre según Marini, la entrada de la inversión extranjera directa, desde el fin de la Segunda Guerra, había fortalecido un centro de acumulación en ese país. Pero, las limitaciones estructurales de su mercado interno -que Marini explicaba por la sobreexplotación del trabajo- hacía imperioso impulsar las exportaciones manufactureras, y de ahí la necesidad de desplegar una política imperialista. En otras palabras, la lucha por los mercados externos subyacía al imperialismo. Esto daba lugar a una política expansionista relativamente autónoma, que se acompañaba, de una mayor integración de Brasil al sistema productivo mundial, bajo la hegemonía del imperialismo. El subimperialismo brasileño no era solo la expresión de un fenómeno económico, sino también el resultado del proyecto político definido por el equipo tecnocrático militar que había tomado el poder en 1964. Era una respuesta también al ascenso de las luchas de clases en América Latina. Marini subrayó entonces la intencionalidad ideológica del Estado militar brasileño, ya que había tenía el objetivo de transformarse en un centro desde el cual se irradiaría la expansión imperialista en América Latina.

Fortalezas y debilidades de la tesis

El planteo de Marini es muy rico, y da lugar a muchas «aperturas». En la cuestión que nos ocupa, uno de sus puntos fuertes es que supera la visión, muy arraigada en la izquierda de los 60 y 70, que consideraba a la dictadura militar brasileña como un simple títere de Washington. Marini opinaba que, si bien el proyecto militar estaba integrado con el imperialismo, era relativamente autónomo, y esto se evidenciaba en las relaciones comerciales y diplomáticas. Por ejemplo, Brasil mantenía relaciones estrechas y privilegiadas con países africanos como Angola, a pesar de sus gobiernos izquierdistas enfrentados a EEUU y Sudáfrica. Y exportaba trigo a la URSS, desconociendo el embargo decretado por el gobierno de Reagan. Pero el planteo de Marini también tiene problemas. Es que además de los que encierra la noción leninista de imperialismo (la discuto aquí), está la dificultad de que no se termina de entender cuál es la especificidad que caracterizaría al subimperialismo. Esto se debe a que la lucha por los mercados es característica de todo capital, y a que todo Estado nacional que defiende los intereses de «sus» capitales, con el objetivo de posicionarlos en la lucha competitiva. En este respecto no se entiende cuál era la particularidad de Brasil que lo elevaba, a los ojos de Marini, a la categoría de «sub-imperialismo». Argentina, Brasil, Chile, países europeos, etc., pueden estar compitiendo por favorecer los intereses de sus empresas en Paraguay, por caso, sin que por ello todos deban considerarse «imperialistas» o «subimperialistas».

Subrayamos, además, que la categoría de imperialismo, tal como la concibió el marxismo de principios de siglo, (y Marini parte de esta noción) estaba asociada a la idea de que el sistema funcionaba según leyes distintas a las que prevalecían durante el período llamado de la libre competencia (siglo XIX, principalmente). En particular, se pensaba que prevalecía la extracción del excedente de los países atrasados, por medios no económicos (robo y pillaje colonial, o semicolonial) por sobre la relación capital/trabajo. Pero nada de esto se podía detectar en las relaciones del Brasil de los años 1960 o 1970, con otros países. Menos todavía en la actualidad. Las relaciones que establecía, y establece, Brasil son propias de las que existen entre países capitalistas con diversos grados de desarrollo. Por caso, Petrobras o Brahma explotan a la fuerza de trabajo de Argentina en un nivel de igualdad con otros capitales, nativos o extranjeros. De la misma manera que lo hacen con la clase obrera brasileña los capitales argentinos, estadounidenses, o brasileños.

Ni semicolonia ni subimperialista

Como alternativa a los enfoques anteriores, mi propuesta es que hay que caracterizar a Brasil como un país capitalista que, por ahora, no habría dejado de ser dependiente. Por «dependiente» quiero significar una situación de predominio tecnológico, comercial y financiero de los capitales de los países más desarrollados (EEUU, Alemania, Japón en primer lugar), y de sus Estados. En este sentido es que se puede considerar todavía a Brasil un país dependiente. A pesar de que es la sexta economía a nivel mundial, su PBI por habitante está muy por detrás del de las potencias. Recordemos que el PBI por habitante brasileño en 2010 era de 10.900 dólares (calculado a paridad de poder adquisitivo), contra 47.200 de EEUU. Y su capacidad tecnológica es mucho menor que la de los países más industrializados. Los cambios fundamentales de la economía mundial, y las líneas directrices del avance tecnológico siguen siendo establecidas en los países centrales.

En base a lo dicho, sostenemos que el status actual de Brasil no se puede comprender con los esquemas tradicionales de la izquierda latinoamericana influenciada por el marxismo-leninismo. Frente a esto, la interpretación que proponemos se apoya en una idea que ya había planteado Marx con respecto a India. Marx pronosticaba que la entrada del imperialismo británico en India, además de generar devastación y retroceso de las fuerzas productivas (un hecho que confirman los estudios posteriores), terminaría generando, en el largo plazo, un capitalismo indio. Pensamos que esto se aplica a América Latina. A partir de su independencia de España y Portugal, la relación con las potencias de Argentina, Chile o Brasil, fue distinta de la que tuvieron las colonias, o las semicolonias. En este marco es que se desarrollaron capitalismos locales. Éstos cada vez más participaron en un pie de igualdad con los capitales extranjeros de la explotación del trabajo. Su participación en la «torta» de la plusvalía cada vez más estuvo determinada por las relaciones diferenciales de poder económico. Los factores extraeconómicos desempeñaron un rol cada vez menos significativo; o, en términos tal vez más precisos, no tuvieron un rol mayor que el que desempeñan en un país adelantado.

Por eso, con este enfoque, tampoco hay que recurrir a la noción de «subimperialismo» para explicar a Brasil. Su programa armamentista es propio de un país cuyos capitales participan de manera cada vez más significativa en la explotación globalizada del trabajo. El ascenso del capitalismo dependiente brasileño también se manifiesta en el terreno de las relaciones internacionales: su demanda de pasar a integrar el Consejo de Seguridad de la ONU; su posición con respecto a Cuba e Irán, enfrentada con la de Washington; o en sus diferencias con las potencias en temas como el calentamiento global. Nada de esto, enfatizo, se puede explicar con la noción de «semicolonia». Y no es necesario introducir la categoría «subimperialismo».

Consecuencias políticas

Lo anterior tiene consecuencias bastante directas para los análisis de los conflictos políticos y las luchas sociales. Por un lado, porque la noción de semicolonia pone en el primer lugar de las plataformas programáticas de la izquierda a la «segunda independencia», e introduce un sesgo «nacional» en los análisis. Así, por ejemplo, las políticas de los gobiernos son interpretadas como «pasos hacia la liberación nacional», o de «claudicación ante el imperialismo»; los gobiernos son caracterizados como «liberadores» (de la opresión imperialista) o «cipayos» (todavía se emplea la palabra); y en muchas oportunidades, el capital «nacional» es preferido al extranjero. Esta óptica infunde con su color particular todo el discurso izquierdista, y plantea como objetivo programático una cuestión carente de sentido. La autodeterminación política de un país como Brasil (o Argentina) es la natural a cualquier Estado capitalista.

En cuanto a la categoría «subimperialismo», nos lleva también al enfoque nacional, pero esta vez el mismo se desenvuelve en una cadena de eslabones, que va desde el imperio «máximo» hasta la región más pobre del planeta (un esquema caro a algunos teóricos de la dependencia, como André Gunder Frank). Así, si Brasil es subimperialista, y tiene fuertes intereses en Argentina, podría considerarse que Argentina es dominada por Brasil (por lo que estaría planteada una tarea de liberación nacional argentina con respecto a Brasil). Pero entonces los paraguayos o uruguayos tendrían todo el derecho a considerarse explotados u oprimidos por el subimperialismo brasileño, y también por el argentino (después de todo, la relación Argentina/Uruguay es, por lo menos, tan asimétrica como la relación Brasil/Argentina). Y así se podría seguir. Por ejemplo, muchos argentinos denunciaron al imperialismo de Finlandia, a raíz del conflicto por la papelera instalada en Uruguay. Aunque muchos uruguayos criticaron las ínfulas imperiales de Argentina, porque ésta les quería dictar qué y cómo producir. En cualquier caso, Finlandia sería imperialista con respecto a Uruguay; pero a su vez, un finlandés tendría el derecho a considerar a su país sometido a las potencias europeas, o a EEUU. De la misma manera, las disputas que tuvo el gobierno boliviano con Petrobrás por el precio de exportación del gas, deberían ser leídas como un conflicto contra la explotación nacional. Otro ejemplo: todavía hasta hace poco algunos partidos de izquierda griegos consideraban que su país era imperialista (se mantenían apegados a una vieja caracterización leninista del «imperialismo griego»). Pero con la crisis, el peso de la denuncia pasó a estar en el «imperialismo germano», que impone los planes de hambre y ajuste. Aunque al mismo tiempo, se mantiene la caracterización de que el capital griego es imperialista con respecto a los países vecinos. En todas estas secuencias, la contradicción capital/trabajo pierde centralidad.

Desde el punto de vista que defiendo, en cambio, estos conflictos se interpretan como conflictos inter-burgueses, propios de países y Estados que defienden capitales con distinto poder económico. Una disputa por el precio del gas no es una lucha por la liberación nacional, sino por porciones de plusvalía (bajo la forma de renta o ganancia) entre fracciones del capital con diferentes colores nacionales. Cuando una empresa brasileña, finlandesa, alemana o estadounidense, hace un acuerdo con un capital argentino para establecer una planta industrial o comercial, las participaciones en la plusvalía futura se discuten y establecen siguiendo los criterios normales de cualquier negociación entre explotadores. No existe aquí explotación de la nación, sino del trabajo.

En conclusión, la divisoria central no pasa por los colores nacionales, sino por las relaciones de producción. Lo mismo se aplica al caso de las inversiones en Brasil, y en la inmensa mayoría de los países dependientes de América Latina. Es desde esta perspectiva que el avance armamentista de Brasil no debería interpretarse ni como un acto de «liberación nacional» (del imperialismo estadounidense), ni como una nueva vuelta de tuerca de su «subimperialismo». Simplemente, es el reflejo del fortalecimiento relativo de un capitalismo que busca afirmarse en las guerras competitivas que se libran a escala mundial.

Textos citados:

Marini, R. M. (1977): «La acumulación capitalista mundial y el subimperialismo», Cuadernos políticos, México, abril-junio.

Lenin, N. (1914): «The Right of Nations to Self-Determination», en www.marxists.org/archive/lenin/works/cw/volume20.htm


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