Pasada la primera década y media del siglo XXI, es posible afirmar que América Latina ha vivido una situación muy especial en la cual se combinaron dos elementos: la contestación de las políticas neoliberales de los años 1980-90 y la ascensión de China y su creciente demanda por materias primas y productos primarios. Debido a […]
Pasada la primera década y media del siglo XXI, es posible afirmar que América Latina ha vivido una situación muy especial en la cual se combinaron dos elementos: la contestación de las políticas neoliberales de los años 1980-90 y la ascensión de China y su creciente demanda por materias primas y productos primarios. Debido a la combinación de ambas situaciones, coincidieron la ascensión de nuestros gobiernos «progresistas» y el boom de los precios de nuestros productos exportables.
De esa manera, de forma general, durante la última década fue posible promover políticas sociales de inclusión y democratización en la mayoría de los países latinoamericanos. Si por un lado no hemos siquiera recuperado las condiciones materiales de vida de los años 1960, por otro la situación está significativamente mejor que en los años 1990. Hay muchos elementos para reflexionar con relación a la unión de esos dos factores: la contestación popular al neoliberalismo, que resultó en la llegada de gobiernos progresistas, y la explosión de la demanda china, que resultó en el boom de las commodities .
No es un equívoco afirmar que sin la demanda china es bastante probable que los gobiernos de «izquierdas», pese a sus buenas intenciones, hubieran avanzado mucho menos en sus políticas redistributivas. Y tampoco es una locura decir que si el boom de las exportaciones de bienes primarios hubiera llegado algunos años antes, quizá los gobiernos progresistas, pese a la presión de las calles, no hubieran obtenido sus victorias electorales en aquel momento.
Pero, como afirmó Luiz Alberto Moniz Bandeira, «Si nada es absolutamente intencional, nada también es absolutamente fortuito». Si bien hay que admitir la importancia de la creciente demanda china, igualmente se hace fundamental reconocer que hubo una ofensiva popular victoriosa en contra el neoliberalismo. Desde el Caracazo, pasando por el movimiento zapatista y la deposición de presidentes en Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Perú y Venezuela. La ascensión de los gobernantes de izquierdas fue el fruto de esas luchas sociales y de históricas movilizaciones que aglutinaron la mayoría de nuestras sociedades, convulsionadas por el desastre privatizador y desnacionalizador.
El camino escogido por el PT
En el caso de Brasil, pese a los inmensos avances en el campo social, a partir de su victoria electoral en 2002 y toma de posesión en 2003, el Partido de los Trabajadores (PT) apostó en la des-movilización social, en la des-politización, en la anti-lucha política, en la homogenización y la pasteurización del discurso y la acción. Desaparecieron del debate términos como imperialismo, oligarquía, transnacionales y se ocultó al enemigo número uno de las últimas décadas: el FMI. Si un extraterrestre llegara a Brasil hoy, en septiembre de 2014, tendría dificultad para ubicar quien es de «izquierda» o de «derecha». Eso sucedería porque la cúpula del PT apostó conscientemente en extenuar esas diferencias, tratando de crear una coalición que garantizara una «modernización conservadora», con el «progreso de todos» y la «gobernabilidad».
En nombre de la construcción de una «paz», el gobierno optó por aliarse con parcelas de los sectores menos avanzados de nuestra sociedad, aislando los liderazgos más politizados, más radicalizados y más comprometidos con el necesario proceso de cambios. Eso incluso se explica y se entiende, pero tiene sus riesgos y ahora, en vísperas de una nueva elección, cobra su factura.
No hubo acciones del PT para la formación de conciencia política e ideológica. No hubo esfuerzo por politizar, por reforzar los elementos que ayudaran a empujar y promocionar la transformación económica de Brasil. No hubo contacto con el pueblo, sea por televisión, radio o periódicos. Así, se apostó en un alejamiento y una esterilización que refleja la disputa interna dentro del gobierno y la «flacidez ideológica» de la dirección del partido. Aunque, por ejemplo, Lula algunas veces hable en términos de nacionalismo económico y en los últimos años parezca haber finalmente comprendido el rol de Getúlio Vargas (y del prócer Tiradentes) para la construcción de Brasil y la dignidad de los brasileños, la llamada «Cuestión nacional» habita de forma muy vaga las intervenciones del partido.
Se trata, de esta forma, de una «izquierda» rara, que no entiende ni asume el Nacionalismo Antiimperialista. Incluso por eso no tiene un Proyecto Nacional2. Y eso complica bastante el cuadro, nubla el escenario y confunde a los seguidores y a los militantes. Por lo tanto, la interpretación de que el PT empobreció el debate político nacional no es una exageración, y hace años viene ganando eco, incluso y sobre todo, entre las centrales sindicales más respetadas, el Movimiento de los Sin Tierra (MST) y los liderazgos más comprometidos con la transformación del país.
En el campo económico, sin duda hubo una reorientación hacia el mercado interno de más de 200 millones de personas. El número de pobres y miserables disminuyó, las fuentes de trabajo formal crecieron, los bancos públicos (como el Banco de Brasil, la Caixa Económica Federal -CEF y el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social -BNDES) ampliaron sus créditos para la agricultura (la familiar y el agro- business ), la construcción de viviendas y hubo un sutil esbozo de esfuerzo industrializador. Dichas medidas, adoptadas durante el segundo mandato de Lula (2007-10), cumplieron un rol fundamental en el enfrentamiento de la crisis internacional.
Aun así, prevaleció intocable el llamado «tripé» (las tres patas) de la política macroeconómica, muy bien denominado por un senador como el «Tridente Satánico». El «tripé» se refiere al gasto público, el nivel de precios y el tipo de cambio. Sus tres patas son: 1- Las tasas de interés más altas del planeta, para supuestamente controlar la inflación (dichas tasas elevadas atraen dólares y abaratan su precio, valorizando la moneda nacional… además de aumentar la deuda); 2- Las tasas de cambio sueltas, «flotantes» y sobrevaluadas, dificultando las exportaciones y promocionando las importaciones (el precio del dólar está en 2,3 reales y según estudios de los industriales debería estar en 3,5 o 4,0 reales); 3- El «control» del gasto público, contrario a la «macroeconomía irresponsable» y al «manejo populista del Estado» (el «fiscalismo» de los gerentes neoliberales condena el endeudamiento y las políticas fiscales o monetarias de promoción de la actividad económica, para garantizar el «superávit primario» y la remuneración del sistema financiero detentor de la deuda). El tema de la deuda pública se transforma cada día más en un tremendo mecanismo de concentración de renta por un pequeño sector oligárquico nacional o internacional (anualmente, la mitad del presupuesto de Brasil se dirige al pago de intereses de la deuda).
Así, las acciones de los gobiernos de Lula fueron contradictorias. Mientras se aplicó una política externa independiente (de apoyo a la integración latinoamericana y la promoción de un mundo multipolar) se mantuvo una política económica interna de carácter «ortodoxo». Pese a los grandes avances sociales, la acción macroeconómica siguió oscilando entre el neoliberalismo de los años anteriores y una suerte de keynesianismo. En el mejor de los casos, la izquierda brasileña tuvo que contentarse con la segunda opción. Vale decir que en el actual momento de superación del neoliberalismo esa alternativa keynesiana no es necesariamente negativa, como bien se demuestra en el caso de la economía de Argentina (que asume la propuesta de construcción de un capitalismo nacional autónomo) y también de Ecuador, Bolivia y Venezuela (aunque en esos casos se impulse un Capitalismo de Estado, se plantea el avance hacia un todavía furtivo Socialismo del Siglo XXI).
En el caso de Brasil, la intensificación del «tripé» por Dilma y la reducción de la demanda internacional de nuestros principales productos tuvieron resultados tétricos. El hundimiento de los precios internacionales de las commodities que exportamos es evidente: desde el pico de 2012, la soja cayó 40%; el maíz, 60%; y el petróleo, 15%. Solo en 2014, la cotización del mineral de hierro se desplomó 40%. Aunque los precios continúen en niveles considerados históricamente altos, esos números demuestran que es posible y necesario aprovechar los ciclos de valorización de las materias primas para reforzar el aparato productivo nacional, sin creer mínimamente que dicha expansión durará para siempre. Se reafirma, una vez más, la secular tendencia al Deterioro de los Términos de Intercambio, apuntada por Raúl Prebisch, en 1948.
Vale apuntar que durante el primer período de Cardoso (1995-98), el PIB brasileño acumuló crecimiento de 2,4%. En el segundo período (1999-2002), se expandió aún menos, 2,1%. En las administraciones de Lula, las expansiones fueron de 3,5% en la primera (2003-06) y de 4,6% en la segunda (2007-10). Con Dilma, el promedio acumulado entre 2011-13 es de 2,0%, peor que el periodo neoliberal. Pero en 2014, hasta ahora, la economía cayó 0,2% durante el primer trimestre y otro 0,6% en el segundo. Los indicadores económicos y sociales dan señales claras de retracción.
Peor: la cantidad de empresas vendidas vía Inversión Extranjera Directa (IED) -que en ese caso no son «inversiones», sino meros traspasos de propiedad- aumenta sin parar desde 2003. Las cuentas externas están en rojo y lo que garantiza su cierre al final del año son los ingresos de capital para comprar títulos de deuda muy bien remunerados o para adquirir empresas brasileñas. No obstante, como se sabe, ese dinero que entra como «inversión» por la cuenta de capital -para la compra de bienes o de títulos- después sale del país por pago de intereses o vía crecientes remesas de lucros al exterior. Es la fiesta de las transnacionales de automóviles, bancos, telecomunicaciones, electricidad, alimentos, bebidas…
Parece incuestionable que la gran preocupación del gobierno del PT no fue con la «Economía Nacional» ni con el «desarrollo económico» (aunque se hable en un pretenso «Neo-Desarrollismo» que nada tiene que ver con el «Desarrollismo» de los años 1960 a 1980 y mucho menos con el «Nacional-Desarrollismo» de los años 1930 a 1950). La propuesta petista se asocia a una vaga idea de «Crecimiento con transferencia de renta», por medio de la cual «todos ganan». Sin duda, se promueve una justa mejora de los indicadores sociales. En realidad ocurre lo siguiente: se amplían las oportunidades de los brasileños más pobres vía acciones paliativas de transferencia de los recursos oriundos de la permanente desnacionalización del país.
Se intentó trabajar con acciones moderadas por encima de los escombros de dos décadas de gobiernos militares y otras dos de neoliberalismo. En ese sentido, incluso las medidas paliativas del PT tuvieron grandes impactos positivos. Por ejemplo, el número de estudiantes universitarios se amplió en un 100%. Hay 14 universidades públicas nuevas, becas de investigación, extensión y post-grado, estímulos y facilidades para los jóvenes de menor renta cursar escuelas técnicas, y universidades públicas o privadas. Se amplió el poder de compra de los trabajadores. De acuerdo con el Departamento Intersindical de Estadística y Estudios Socioeconómicos (Dieese), desde 2003, el valor del salario mínimo acumuló crecimiento real de 72,31%. Los beneficios impactan directamente sobre la vida de 48 millones de brasileños que dependen especialmente del piso del salario. La creación de empleos formales fue considerable: 20,264 millones entre 2003 y 2013. Son reales y admirables los resultados de los programas «Bolsa-Família», «Mais Médicos», «Minha Casa, Minha Vida». Suena incomprensible que -dentro de la izquierda- haya quienes no reconozcan esos esfuerzos y conquistas, que benefician a decenas de millones de brasileños.
La prestidigitación tiene sus límites
Lula, con su gran capacidad de articulador y de malabarista político, se aprovechó del escenario internacional favorable para practicar una política económica híbrida. Un poquito para Dios y un poquito para el diablo. Empujado por el crecimiento del precio de nuestros productos primarios y por la entrada de inversiones extranjeras, se terminó profundizando el retorno a una suerte de modelo primario exportador. Sin embargo, es cierto que, al mismo tiempo, se potencializó el mercado interno vía transferencia de la renta. Transferencia de la renta, ya que la política tributaria mantiene la riqueza de pocos intocable.
En la última década, seducidos por el canto de las sirenas chinas, la pauta de exportaciones de Brasil consolidó un retroceso de 100 años: volvimos al escenario de los años 1920, cuando las principales ventas para el mundo eran de café. Hoy día, exportamos mayormente mineral de hierro, soja, petróleo bruto y azúcar. Vendemos animales vivos, ganado en pie o preñado. Y, de paso, compramos café tostado. Las exportaciones de bienes con mayor valor agregado encogieron como nunca, expresando la retracción del parque productivo nacional. El país no está enfrentando mínimamente la invasión china, sea con la tasa de cambio, con aranceles o cualquier otro tipo de protección.
Si eso ocurrió durante la gestión de Lula y su vicepresidente, el industrial progresista José Alencar, imagínese con Dilma. Son muchas las semejanzas de Michel Temer, el actual vice, con una momia. Liberal en el campo económico, conservador en el campo político. Masón activo. Una alegoría precisa del atraso de nuestra élite blanca, católica y reaccionaria. De esa forma, la alianza del PT con el PMDB, supuestamente fundamental para asegurar las victorias electorales y la «gobernabilidad», cuesta bastante caro. La tenue coalición de poder termina inviabilizando incluso el debate sobre temas fundamentales.
No se habla en reforma agraria y control sobre el agro-negocio; auditoría de la deuda pública; suspensión de concesiones de estructuras públicas para usufructo de privados nacionales o extranjeros; fin del control de los medios de comunicación por conglomerados familiares; suspensión del impulso a los «campeones nacionales» vía financiamientos públicos para oligopolios privados (construcción civil, alimentos, banca, siderurgia, etc.); control de la tasa de cambio; reducción de las tasas de interés; nacionalización de sectores estratégicos de la economía; entre otras medidas que son esenciales para que Brasil crezca y se firme en el escenario interestatal. Para la cúpula del PT esos son temas excéntricos y ultrapasados; y solo trasnochados podrían pensar en traerlos de vuelta para la pauta.
Es improbable que el gobierno corrija o reoriente sus acciones sin movilizaciones sociales contundentes. La fuerza difícilmente va surgir desde dentro de la administración. Es cierto que cumplimos cinco décadas de aplastamiento y «blindaje político» de nuestra sociedad: tantos años de plomo (1964-85), de neón conservador (1990-2002) y, ahora, de esterilización ideológica (2003-2014). Sin embargo, el pueblo brasileño se mostró capaz de superar cada una de esas trabas a su proceso de emancipación. Con el movimiento de «Directas Ya», puso fin a la dictadura; con protestas multitudinarias tumbó a Fernando Collor de Mello en 1992; y se levantó en la urnas para elegir a Lula en 2002. Pese a las tremendas dificultades, es hora de contestar la pasteurización sin detener los cambios.
Véase que, además de la creciente despolitización de la vida nacional, para agravar el escenario, durante el gobierno de Dilma se retomaron las llamadas «concesiones» de estructuras públicas al sector privado nacional y extranjero. El sector de infraestructura (puertos, carreteras, ferrocarriles, aeropuertos, hidroeléctricas, termoeléctricas e incluso estadios de fútbol) se privatizó y se extranjerizó aún más. El peor caso fue el del Pre-sal, los yacimientos de petróleo depositados debajo de la capa de sal del océano Atlántico, descubiertos por Petrobras. Amplios sectores de la sociedad condenaron la participación de Shell, Total y dos compañías chinas. Quedó claro que Brasil no necesitaba del dinero ni de la tecnología. Se abrió ese sector estratégico a la participación extranjera por motivos netamente políticos. Para colmo, el gobierno califica a las posturas contrarias despectivamente como «nacionalistas». Es inolvidable la escena de la truculenta Tropa de Choque de Dilma arremetiendo con caballos, perros, tiros y bombas en contra de manifestantes defensores del Pre-sal, en octubre de 2013, en Barra da Tijuca.
Se nota que el gobierno del PT apostó y sigue lanzando sus fichas en una «modernización» de Brasil «sin meter la política y la ideología en el medio». Ahora, ante la disminución de los precios de algunas commodities , se siente un frenazo. Aunque es posible atribuir los malos resultados actuales a la crisis mundial, los indicadores demuestran que se pone en práctica una política económica regresiva: la priorización del combate a la inflación ante el desarrollo económico; la inmensa preocupación con los gastos públicos; las tasas de intereses elevadas; y el dólar barato.
La situación de Brasil es inadmisible. Somos el país capitalista que más creció entre 1930 y 1980, que superó la condición de hacienda arcaica y se consolidó como un poderoso parque industrial. Pese a la pésima distribución de la renta entre las clases sociales y entre las regiones del país (potencializados por la industrialización dependiente post-1964), la creatividad y el ingenio nacional posibilitaron la producción de aviones, turbinas, motores, medicamentos y bienes de alto valor agregado. Por eso, para un brasileño es un tanto raro imaginar a su país como exportador de petróleo en el siglo XXI, después de haber exportado maquinarias y equipos a Estados Unidos durante tantas décadas. Además, esa exportación de bienes primarios es esencialmente problemática cuando el dinero obtenido con las ventas es drenado hacia el exterior. Ante un gobierno frágil, las grandes corporaciones actúan sueltas, de forma casi despótica.
La encrucijada de 2014
Ahora, la gran pregunta. ¿El pueblo se da cuenta de esa situación? Es muy probable que no. De verdad, hay más comida en la mesa del brasileño. Hay más empleo, hay más renta y más dignidad que en los años 1990. Aunque ya empieza a haber un poquito menos que con Lula. Por ese motivo, en principio, los electores deben optar por que siga Dilma, comprando la idea de que está en marcha un proceso lento de cambios y de mejoras que no debe ser interrumpido. Esa decisión es mucho más basada en elementos reales y concretos que en una perspectiva político-ideológica de «izquierdas» o «derechas».
El problema es que ahora la despolitización, la pasteurización y la esterilización promocionadas por el PT después de 2003 obviamente se vuelven en su contra. Es inmenso el peso de los medios de comunicación hegemónicos. Dichos mecanismos de entorpecimiento colectivo establecen arbitrariamente que los grandes problemas del Brasil actual son: la inflación (de un 6,2%!) y la corrupción (José Dirceu y José Genoino -líderes del PT y guerrilleros anti-dictadura militar en los años 1970 están encarcelados por capricho de la «Justicia» cuando Fernando Henrique Cardoso, José Serra y los privatizadores y desnacionalizadores de los 1990 andan sueltos dando charlas sobre «Ética en la política» y «Gerencia pública»).
El aumento de los precios y la «violencia», estuvieron entre los argumentos centrales de las manifestaciones de junio de 2013, cuando los sectores más retrógrados de la sociedad brasileña tomaron las calles para reivindicar sus demandas contra el PT. Se condenó la «corrupción», la «inflación», la «inseguridad» y el «autoritarismo» promocionados por el gobierno3. Al mejor estilo «Primavera Tropical», las pancartas señalaban «Cansancio» de la «Política» e incluyan slogans como «Não vai ter Copa», contrarios a la gran fiesta del fútbol mundial. Un verdadero show de despolitización.
Si bien Dilma por lo menos esbozó algunas propuestas de reformas, esas fueron prontamente enterradas por el Parlamento. Si hay o no la verdadera intención de promocionar cambios efectivos, lo cierto es que todo se detiene en la propia dinámica de la «democracia» brasileña. Sin exentar al gobierno, el actual sistema basado en elecciones de cuatro en cuatro años está rotundamente fallido. Vigora una plutocracia, controlada por bandidos de alta sociedad: poderosos empresarios, terratenientes armados, líderes de iglesias bendecidos y dueños de medios de comunicación inexplicablemente financiados por el propio gobierno.
El sistema electoral es una rotunda farsa, que inviabiliza los procesos transformadores. Además, solidifica la pasteurización política y promueve un creciente embrutecimiento de la sociedad. Son millonarios costos para candidatearse a concejal, alcalde, diputado, gobernador o senador. Imagínese para lanzarse a presidente. Hasta 5 minutos antes de votar, la gente no tiene idea de quienes son los candidatos a concejal o diputado. Eso hace posible que cantantes, bailarines, payasos, bromistas y jugadores de fútbol, obtengan decenas de millones de votos (en honor a la verdad, algunos se demuestran buenos legisladores). Lo cierto es que sin enredarse con compromisos espurios o sin sumergirse en el submundo de los intereses privados, las candidaturas se hacen prácticamente inviables.
La marioneta de Washington
Hace algunos años, Maria Osmarina Marina Silva Vaz de Lima es celebrada en Estados Unidos y Europa, con premios y micrófonos abiertos para su verborragia. Inminente «líder mundial», promotora de la «Nueva política». Sus charlas vacías, un desesperador zigzag de ideas sueltas, son reproducidas como espectaculares contribuciones para la construcción de «un mundo diferente». Integra el movimiento internacional denominado «Tercera Vía», que en Brasil ahora viene asumiendo la denominación de «Nueva Política».
Como una Dalai Lama amazónica, igualmente celebrada por los patrones en Washington, Marina Silva rellena de encanto los corazones de Barack Obama y Bill y Hillary Clinton, de los «izquierdistas» o «socialistas» Tony Blair, Lionel Jospin y François Hollande, y de mega especuladores como George Soros. Gracias a esa «anorexia ideológica»4, igualmente dialoga con Gerhard Schroeder, con el joven primer-ministro italiano Matteo Renzi y el nazi-israelí Ehud Barak. Fernando Henrique Cardoso y Ricardo Lagos también son prestigiados miembros fundadores de esa conservadora cofradía.
La candidata de Obama reúne un equipo que congrega diversos personajes de la era Cardoso y del Partido Social Demócrata Brasileño (PSDB). Llaman la atención los economistas neoliberales André Lara Resende (banquero fantasma) y Eduardo Giannetti da Fonseca (Instituto Brasileño del Mercado de Capitales -Ibmec), el «ex-izquierdista» y anti-comunista Alfredo Sirkis, el ex-PSDB Walter Feldman, la «ecologista» Muriel Saragoussi (articuladora con la Fundación Ford) y el mil millonario Guilherme Leal (co-presidente del Consejo y dueño de 25% de las acciones de la empresa Natura, quien fue candidato a vicepresidente de Marina en las elecciones de 2010).
Con respecto a la política económica, los economistas ultra-liberales conservadores proponen reforzar el «tripé macroeconómico» que andaría «muy frágil». Están avisando antes para que no haya sorpresas. En el supuesto negado de que Osmarina ganara las elecciones, volverían los paquetazos de «ajuste fiscal» y de «estabilización» tan destructivos en los años de neoliberalismo. La promesa de «independencia del Banco Central» es una bendición al mercado financiero y a la organizadora su programa de gobierno, la Boneca Setúbal, heredera del banco Itaú y figura destacada en los eventos de la high society . La magnate es responsable por desembolsar más de un 80% del patrimonio millonario del Instituto Marina Silva, trampolín para la realización de conferencias sobre la «Nueva Política Global» y el «Desarrollo sostenible».
Al referirse a la región, la política de Marina es clara: desestimulará la consagrada política integracionista del PT y apostará en la desintegración, vía implosión de la iniciativa concreta más promisora desde 2003: el Mercosur. Hace años el bloque trascendió la perspectiva meramente comercial e incluyó elementos políticos y sociales en su agenda, además de representar la apuesta brasileña por la consolidación de un mecanismo de integración que abarca las regiones Andina y del Caribe. La propuesta de la candidata de Obama es «flexibilizar el Mercosur», permitiendo que cada país firme Tratados de Libre Comercio (TLC) separadamente, sin acuerdo con los demás. Se trata de una proposición aterradora, sobre todo cuando Uruguay y Paraguay, países menos beneficiados, amenazan acercarse a Estados Unidos, a la Unión Europea, a China o a la Alianza del Pacífico. En la práctica, la posibilidad de cada país manejarse solo representaría la eliminación del Arancel Externo Común (AEC) y, en la práctica, llevaría al fin del bloque5.
Candidata de Lula versus Candidata de Obama
Es importante recalcar que todas las acusaciones acerca de los vínculos de Osmarina con la derecha quizás suenen un poco «frágiles» cuando comparados con la lamentable postura asumida por el PT. Es importante decir que las tres candidaturas son realmente parecidas, aunque Dilma -pese a los serios errores- no sea conservadora ni de derecha como los otros dos personajes preferidos por Washington. Aunque el riesgo de que ocurra alguna transformación radical en Brasil por las manos del PT sea muy pequeño o incluso nulo, tanto la política imperial como la élite brasileña prefieren cualquiera una de las otras dos opciones.
Resumidamente, se puede afirmar que la «izquierda histórica» está al lado de Dilma. Allí se incluyen el PDT y el PCdoB, hoy bastante transfigurados. El PMDB (el frente de centro-izquierda que tumbó la dictadura militar en los años 1980) también está con Dilma -es el partido del vicepresidente. Está con Dilma así como estuvo con Lula, con Cardoso, con Itamar Franco y con Fernando Collor de Mello. Siempre estuvo y siempre quiere estar. Ese, que es el mayor partido de Brasil en número de diputados, senadores, alcaldes y concejales, ya no tiene casi nada de la combatividad de treinta años atrás. Posee plata para la campaña y tiempo para los anuncios o programas de radio y televisión.
Como suele suceder, los micro-partidos de «izquierdas» lanzaron candidatos propios, separados. La muy noble y digna actitud ilustra, sin embargo, el tradicional fenómeno de «izquierda desagregada». Siguen peleando y dividiéndose entre otras razones debido a interminables debates, interpretaciones y discusiones sobre las posturas de Trotsky, Stalin, Mao, Tito, Fidel y el Che. Sumando el PSTU, el PCO, el PCB y el PSOL quizá se alcance al 2% del total de votos.
Marina no tiene partido. Con la muerte de Campos tomó de asalto al PSB, que es una caricatura del partido de izquierda que fue hace algunas décadas. La candidata cuenta con el apoyo de agremiaciones de centro-derecha y de micro-partidos que estaban con Dilma y se abrieron por divergencias. Los lectores no brasileños pueden confundirse. Por un lado es un gran eufemismo que el PT sea el partido de los «trabajadores». Con todo, por otro lado, el caso del PSB es claramente una burla. Desde hace mucho años, pero aún más hoy, bajo el manto de Osmarina, no se trata de un partido «socialista».
Por fin, vale recordar que las condiciones de caída del avión del candidato Eduardo Campos no solo no fueron explicadas, como difícilmente lo serán en los próximos años. Extrañamente, la caja negra de la aeronave no grabó ninguna conversación del último vuelo. Para mayor sorpresa, se autorizó que «especialistas» del National Transportation Safety Board (NTSB) de Estados Unidos participaran de las investigaciones. Sea como sea, tratándose de un asesinato promocionado por la CIA o de un simple accidente muy beneficioso para el imperialismo y la élite brasileña, hasta ahora quien ganó fue Estados Unidos y su nueva candidata. Su imprevista victoria electoral, sueño de la administración Obama, sería una pesadilla para el pueblo brasileño, para el MERCOSUR, la UNASUR y la CELAC.
Además, dicho revés representaría un fuerte giro a la derecha en la región, muy peligroso para la continuidad de los procesos de cambio, impactando duramente sobre Argentina, Bolivia, Ecuador, Uruguay y Venezuela. Sin dudas, al mismo tiempo representaría un importante apoyo para las administraciones liberales y conservadoras pro-Estados Unidos de Colombia y Paraguay. Serviría, incluso, para consolidar la doble postura de los gobiernos de Chile y Perú.
Es cierto que muchos estamos bastante insatisfechos, incrédulos y con sentimiento de impotencia ante las elecciones. Pero pese a la tentación creada por algunas mentes iluminadas que sugiere que «cuanto peor mejor, la historia debe andar siempre hacia adelante. El aparente estado actual de apatía y engaño no puede ceder paso a la destrucción de todo lo que fue duramente alcanzado en los últimos doce años. Son los pueblos que sienten, pagan, viven y escriben la historia.
Con la caída del avión de Campos, los medios de comunicación y las encuestadoras privadas inventaron un supuesto ambiente de conmoción nacional, intentando arrastrar la disputa para una segunda vuelta, en 26 de octubre. Hoy, el confronto más probable es entre las dos mujeres, la candidata de Lula versus la candidata de Obama. Será la puja entre dos caminos distintos. El primero, del PT y aliados, encarna inmensas contradicciones y se debate entre el «neoliberalismo retrasado» (la vuelta al pasado) y el «keynesianismo periférico avergonzado» (un posible paso hacia el futuro). Confronta las opciones de abandonar definitivamente lo acumulado desde 2003 o de seguir avanzando a pasos lentos. Pareciera que, con Dilma, habría mucho más espacio para la lucha política y social en los próximos años. El segundo camino es el del «neoliberalismo insolente», de Osmarina. Es la alternativa planteada por Washington y abrazada por nuestra élite.
El resultado impactará de forma contundente sobre el futuro. Dilma quizá represente poco en términos de mejorías. Por otro lado, Marina representaría un inmenso retroceso para nuestros países y pueblos.
Notas:
2 Aprovechamos para recomendar la lectura de la reciente entrevista con el Prof. Carlos Lessa, de UFRJ, denominada: «Brasil: Impossível pensar o futuro sem discutir a geopolítica mundial». El economista afirma que «por lo menos tres de los grandes países periféricos del mundo poseen proyectos nacionales claro, mientras Brasil no».
3 Se sugiere la lectura de nuestro artículo «ICIA en América Latina», publicado en mayo de 2013. El texto argumenta que «Las banderitas de la ICIA (‘Inflación’, ‘Corrupción’, ‘Inseguridad’ y ‘Autoritarismo’) forman el cuadrilátero reaccionario, oligárquico y derechoso, que orienta los discursos y las acciones de una parcela de las oposiciones de la región».
4 La expresión fue utilizada, en 2010, por José Luis Fiori en el texto «Requiescat in Pace» para presentar la muerte de la «Tercera Vía».
5 Se sugiere la lectura de dos textos recientes, publicados en septiembre de 2014, por importantes agentes de la política externa de Brasil: «Samuel Pinheiro Guimarães: EUA apostam em Marina» y «Marco Aurélio Garcia critica propostas de política externa de Marina». Los análisis igualmente prevén que la candidata de Obama, siguiendo orientaciones superiores, aplicaría medidas de reducción del papel de los BRICS.
Luciano Wexell Severo. Doctorando del Programa de Economía Política Internacional de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ) y Profesor de la carrera de Economía, Integración y Desarrollo en la Universidad Federal de Integración Latinoamericana (UNILA).
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.