Lograr autonomía estratégica y liderazgo regional es un desafío en un mundo en constante crisis
Brasil, el gigante sudamericano que comparte fronteras con 10 de los 12 países de América del Sur —excepto Ecuador y Chile—, ocupa una posición geográfica estratégica que históricamente ha reforzado su influencia regional. Sin embargo, en los últimos años, su política exterior ha enfrentado crecientes desafíos y críticas, especialmente en el marco de decisiones recientes, como su oposición al ingreso de Venezuela y Nicaragua en los BRICS. Este contexto plantea preguntas fundamentales sobre el papel que Brasil puede desempeñar en un mundo marcado por tensiones crecientes entre las grandes potencias.
Con el regreso de Luiz Inácio Lula da Silva a la presidencia en 2023, Brasil ha redoblado sus esfuerzos por reconstruir su política exterior, recuperar la confianza de sus socios latinoamericanos y reactivar su participación en organismos internacionales. Este ambicioso proyecto, sin embargo, se enfrenta a un contexto global complejo, marcado por crisis económicas, conflictos armados y un orden internacional crecientemente polarizado. En este panorama, surgen dos preguntas fundamentales: ¿qué significa para Brasil mantener una política exterior autónoma en un mundo en crisis permanente? Y, sobre todo, ¿cómo puede el país navegar entre las rivalidades crecientes de China y Estados Unidos, con todas las implicaciones regionales y globales que esto conlleva?
La inestabilidad político-diplomática que afectó a Brasil a partir de 2010 dejó profundas restricciones en las maniobras del presente. Durante la administración de extrema derecha (2019-2022), las relaciones internacionales del país sufrieron un notable deterioro. En enero de 2023, el nuevo ministro de Relaciones Exteriores, Mauro Vieira, diagnosticó un escenario de «destrucción y retroceso» y adoptó la «reconstrucción» como eje central de la diplomacia del gobierno.
El Centro Brasileño de Relaciones Internacionales identifica dos dimensiones clave para esta reconstrucción. En el plano interno: reorganizar y fortalecer el Ministerio de Relaciones Exteriores (Itamaraty), asignando recursos y personal en puestos estratégicos. Superar resistencias internas, especialmente la influencia de un Congreso dominado por la derecha y medios de comunicación críticos al gobierno, conocidos como el «Partido de la Prensa Golpista» (PIG). En el plano externo: evitar ser percibido como el «Caballo de Troya» de los BRICS o un subordinado de Estados Unidos en la región.
Para diagramar el escenario teórico donde el patio trasero de Estados Unidos no es negociable, ingresaremos el concepto de «Estado pivote». En el análisis geopolítico, un «Estado pivote» es aquel que, por su población, extensión territorial, ubicación estratégica o capacidad militar, puede desempeñar un papel crucial en el equilibrio global.
En el caso de Brasil, su liderazgo en América del Sur, su vasta extensión territorial y su rol como potencia regional lo posicionan como un posible estado pivote hemisférico. No obstante, la falta de capacidades militares y armamento nuclear limita su influencia directa en el escenario global, relegándolo a un papel más orientado a la diplomacia blanda y la cooperación multilateral.
Las prioridades diplomáticas de Brasil son la reconstrucción y la multipolaridad. En su discurso de toma de posesión, el canciller Mauro Vieira delineó las prioridades geográficas de la política exterior brasileña, organizadas en círculos:
1. Eje regional: MERCOSUR, UNASUR y CELAC.
2. Cooperación Sur-Sur: Asia Pacífico, BRICS y África.
3. Relaciones bilaterales clave: Estados Unidos, China y la Unión Europea.
4. Multilateralismo: G-20, OMC, Naciones Unidas y la posible adhesión a la OCDE.
Brasil, al igual que otras potencias intermedias, ve en la multipolaridad una oportunidad para ampliar su influencia global. Sin embargo, la estrategia de «no alineamiento activo» promovida por Lula enfrenta desafíos constantes. El presidente llama a oponerse a la “mentalidad de la Guerra Fría” y parece disfrutar de vivir en un “mundo a la carta”, aunque a veces esto le exige andar por una cuerda floja.
La postura de Brasil frente a la guerra en Ucrania ha sido objeto de controversia. Lula evitó enviar armas a Kiev, argumentando la corresponsabilidad de Ucrania y Rusia en el conflicto, lo que provocó críticas del presidente ucraniano, Volodímir Zelenski. Este enfoque refleja la estrategia brasileña de distanciarse de alineamientos rígidos, aunque ha generado cuestionamientos sobre su aparente inclinación hacia Moscú, especialmente tras su respaldo al plan de paz propuesto por China.
En el conflicto de Gaza, Brasil adoptó una postura crítica hacia Israel. En octubre de 2023, presentó una resolución en el Consejo de Seguridad de la ONU condenando las acciones israelíes tras el ataque de Hamás, la cual fue vetada por Estados Unidos. Posteriormente, en diciembre, respaldó una denuncia ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) promovida por Sudáfrica, acusando a Israel de cometer actos de genocidio en la región.
La continuidad de la política exterior de Brasil puede atribuirse en parte al propio “Estado profundo”, la persistencia de la política exterior la dan los principales grupos de intereses dentro de Brasil, que ejercen una influencia estabilizadora –aunque a veces frustrante– en las relaciones internacionales del país.
El sector agroindustrial, a pesar de las inclinaciones ideológicas más conservadoras de sus miembros, tiene un interés económico creado en mantener fuertes relaciones comerciales con China, lección que aprendió el ministro de Asuntos Exteriores de Bolsonaro, quien enfrentó importantes críticas por su postura antichina. Mientras que la industria paulista se alinea con Estados Unidos, a quien le exporta el mayor volumen.
Las ventas brasileñas al mundo alcanzaron un valor récord de 339,6 mil millones de dólares en 2023 y el país alcanzó una balanza comercial favorable de 98,8 mil millones de dólares, un 60% más que en 2022 y también un récord histórico. Los principales productos exportados fueron la soja (15,7%), los aceites crudos de petróleo (12,5%) y el mineral de hierro (9%). China, Estados Unidos y Argentina siguieron siendo los principales destinos de las exportaciones brasileñas en 2023.
A grandes rasgos, Brasil exporta principalmente materias primas a China, mientras que a Estados Unidos envía productos como petróleo, aviones, helicópteros y café. Estas dinámicas reflejan los intereses divergentes del “Estado profundo” brasileño: mientras la agroindustria depende de China como su principal mercado, apoyado por bancos y fondos de inversión —como BlackRock— la industria paulista favorece un alineamiento más estrecho con Estados Unidos.
En Bloomberg New Economy en Sao Paulo, la representante comercial de Estados Unidos, Katherine Tai, dijo que “alentaría a nuestros amigos en Brasil a mirar los riesgos de la economía actual” y a “pensar realmente en cuál es el mejor camino a seguir para lograr una mayor resiliencia en la economía brasileña”. Mientras que el ministro de Agricultura, Carlos Favaro, dijo que el país más grande de América Latina debería unirse a la Iniciativa del Cinturón y la Ruta de China para contrarrestar las medidas proteccionistas de Estados Unidos y la Unión Europea. Lo cierto es que Brasil, rechazó ingresar a la Ruta de la Seda.
En un mundo de opciones limitadas y rivalidades crecientes, las avenidas intermedias para países como Brasil son cada vez más estrechas. El país enfrenta el desafío de definir su rol con claridad: decidir si aspira a un protagonismo global o si se conforma con consolidar su papel como líder regional. En cualquier caso, su capacidad para equilibrar las presiones externas y fortalecer su autonomía estratégica será determinante para su futuro en el cambiante orden global.
Fuente: https://eltabanoeconomista.wordpress.com/2024/11/24/brasil-entre-la-multipolaridad-y-el-atlantismo/