No por anunciado menos sorpresivo, amanecimos con Temer al borde del abismo. Antes que nada advertir que la judicialización de la política es un síntoma de la pauperización de las democracias, cuando no de su descomposición. Su actividad en las crisis apunta a la defensa del sistema y de sus clases dominantes. Último bastión conservador […]
No obstante el caso del escándalo Temer merece especiales, y singulares consideraciones. La gran mayoría de los protagonistas de esta mezcla de sainete y tragedia claramente son o han sido golpistas y son o han sido corruptos. Con seguridad lo son los parlamentarios y funcionarios del ejecutivo, casi con certeza jueces y magistrados. El, hasta hoy, presidente Temer es golpista y corrupto, compartiendo con el resto la nave de la decadencia y el cinismo a toda prueba. Entonces no será ni por corrupto ni por golpista que hoy le soltaron la mano y lo están colocando al borde de la destitución.
Es cierto que cuando Dilma ganó las elecciones y destrozó las aspiraciones de Aécio Neves de reemplazarla, la desesperación, que nunca es buena consejera, obnubiló a los cipayos del neoliberalismo y apuraron la burda comedia de un impeachment amañado y fuertemente adobado en dólares. No les importó que un patético personaje de cuarta, incluso como traficante de influencias y personero de poderosos, llegara al más alto cargo del Brasil. Por el contrario la falta de escrúpulos era una condición necesaria. Y además era lo que tenían a mano. Temer llegó a Presidente.
Pero esto suponía una debilidad de nacimiento: el nuevo presidente nacía a ojos vistas ilegítimo y e impresentable. El resto que vendría lo aportaron las medidas sociales, políticas y económicas dictadas por los gerentes de la globalización y que a toda velocidad sumirían al país en la recesión y un aumento de la pobreza de las que Brasil no logra emerger, al tiempo que se liquidarían las tradiciones de políticas, y geopolíticas con ciertas dosis de independencia y autonomía que ni la larga dictadura militar se atrevió a descartar. Incluso el resurgimiento de la protesta militar ante la perspectiva de cesiones de soberanía en el Amazonas es una prueba de cuán lejos fue el golpista Temer en su sujeción a los mandatos externos. La reprimarización de la economía y la subordinación al capital financiero externo, que condicionó al formidable industrialismo que Brasil había logrado desarrollar, son factores de una regresión profunda. Pero lo fundamental es que el fracaso económico se hizo visible en muy corto plazo ya que el neoliberalismo no tiene un proyecto económico alternativo y es altamente vulnerable frente a los efectos de una crisis internacional que se mantiene.
Podríamos recurrir a un chivo emisario muy en boga para echarle la culpa de todo: Donald Trump. Es que hay algo de cierto en ello si tenemos en cuenta que Michel Temer, al igual que su principal apoyo regional, Maurizio Macri, habían apostado todas sus fichas en la aún reciente elección norteamericana a Hillary Clinton, entusiasmados por las promesas de Obama por promover los acuerdos Transatlántico y Transpacífico y convertirse en socios del megaproyecto de la globalización del gran capital financiero. En esta apuesta lo acompañaba, y lo condicionaba, la FIESP, la gran central paulista del capitalismo brasileño, motor del golpe contra Dilma. Pero ganó Trump y en uno de los escasos cumplimientos de sus aventuradas propuestas preelectorales, hundió los tratados y vació de proyecto para una improbable salida de la crisis a sus socios sureños. Y hasta ahora el neoliberalismo no reconstruyó ningún proyecto alternativo como no sea la madre de todas las bombas.
Así este gobierno, fracasado en lo económico e ilegitimo en su origen, enfrentó hace pocos días un formidable paro de los trabajadores -la primera huelga general en 20 años- casi en simultáneo con masivas demostraciones a favor de la candidatura de Lula, que asoma como imparable para las elecciones presidenciales. Es evidente la debilidad insuperable de Temer y la necesidad del neoliberalismo de buscar otro camino ya que Temer está acabado y hay que frenar al PT. Esto es lo que ve, mira y siente la clase dominante brasileña. Pero el fondo de la cuestión y que nos atañe también a nosotros es que se ha puesto en evidencia que el neoliberalismo no tiene alternativa sustentable, es una fuente de inestabilidad y llegado el momento afecta a la institucionalidad democrática misma. Porque ¿cuál es la salida para Brasil ahora? Temer puede renunciar o afrontar el juicio político. El Parlamento o el Poder Judicial pueden arrinconarlo e incluso destituirlo. Pero la salida, por otra parte inevitable de Temer, simplemente abre otra etapa de la crisis de gobernabilidad.
La renuncia abriría paso a la línea sucesoria, enteramente sucia y en proceso por corrupción. Una maniobra de renuncias sucesivas y la invención parlamentaria de un sucesor suena como una provocación ante una población que ya empezó a ganar las calles para terminar con Temer y exigir elecciones libres y directas ya. Lula presidente dice la calle. La historia suele tener su peso y sus enseñanzas. Collor de Melo debió irse así ante la marea popular y Lula surgió en su verdadera magnitud de en esa situación. El poder económico también lo recuerda.
Nosotros debemos recordar que la historia reciente había colocado a Brasil en la cumbre de la oleada alternativa de los países que aspiraban autonomía y dignidad: los Brics. Y como los cambios que trajo el golpe no mejoraron la oferta de futuro esa perspectiva está aún está allí. Acá en estos pagos acabamos de ver que la denostada China elegida por el kirchnerismo como socia estratégica había sido despreciada por el macrismo, encandilado por las promesas de cuantiosas inversiones que nunca vinieron. Hoy Macri arruga de sus dichos y viaja a China a probar una «alternativa». Temer no llegará a tanto. El movimiento político y popular brasileño no le dará tiempo. Pero la crisis está apenas en sus comienzos y puede ser también gestora de oportunidades, sobre todo cuando algo como el neoliberalismo y su versión de la globalización han fracasado.
Es mucho lo que se está jugando en Brasil. Dicen que por el camino donde vaya nuestro gigantesco vecino irá el resto de Latinoamérica. No por nada ha sido su principal locomotora económica durante algo más de una década. Los cambios que asoman en Brasil casi inexorables, con crisis previa corta o más o menos larga replantean la pregunta del millón: ¿se termina la oleada restauradora y se reinicia el ciclo progresista y latinoamericanista en la región?
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