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Brasil movilizado: Pase libre a la participación política

Fuentes: Rebelión

«La revolución nace dentro de ti mismo», dice -traducción mediante, una de las pancartas que llevan los jóvenes en las movilizaciones y que llamó la atención de uno de los manifestantes. Él -conmovido-, le tomó una foto y me lo comentó. No es para menos, esas movilizaciones en sí mismas son conmovedoras, tal vez por […]

«La revolución nace dentro de ti mismo», dice -traducción mediante, una de las pancartas que llevan los jóvenes en las movilizaciones y que llamó la atención de uno de los manifestantes. Él -conmovido-, le tomó una foto y me lo comentó.

No es para menos, esas movilizaciones en sí mismas son conmovedoras, tal vez por lo infrecuentes en los años recientes, y sobre todo por su magnitud y grado de espontaneidad. Casi dos décadas de «calma» parecieron convencer al mundo y a los políticos brasileños, también los del PT, de que los brasileños/as se movilizaban masivamente y con tanto entusiasmo solo por el fútbol y el carnaval. Y así, el mito de que los partidos políticos son los dueños absolutos de la acción política, cobraba realidad en territorio carioca. Estaba a punto de arraigarse, cuando cientos de miles de ciudadanos, principalmente jóvenes de una ciudad, hicieron estallar las calles rechazando la suba del pasaje urbano. Pero esto era solo la punta de un iceberg que comenzaría a derramarse por innumerables ciudades del gigante país.

El llamado Movimiento Pase Libre se ha ampliado en las calles; se han diversificado l@s manifestantes y se ha ampliado la plataforma reivindicativa. Atrás de los reclamos inmediatos como los relativos al precio de los pasajes de buses urbanos, asoma lo político. La juventud emergente no quiere entregarle su presente y futuro a las grandes empresas petroleras, ni a la FIFA, ni a los congresistas. Exige a los gobernantes y parlamentarios que se hagan cargo de problemas sociales olvidados tras una silenciosa pero constante baja en la inversión social, que se expresa en el deterioro de la salud y la educación, en un caótico crecimiento urbano sin los servicios garantizados y de muchas otras formas. Por ello, cuando todo parecía brillar y marchar sobre ruedas, la juventud salió a increpar a «la razón política» imperante haciéndose oír en las calles.

Como ocurre en no pocas de las grandes movilizaciones políticas, grupos ajenos a los móviles de la convocatoria se infiltran buscando desvirtuar y manipular los reclamos en función de sus oscuros y mezquinos intereses elitistas conservadores. Con sus actos vandálicos, saqueos, provocaciones violentas, etc., alientan la represión contra los manifestantes. Es claro que sectores de derecha aspiran a la ira colectiva para transformar los reclamos sociales en movilizaciones antigubernamentales, anti petistas, ilusionados con aprovechar el descontento social para instalarse como favoritos para las elecciones del 2014, o al menos para tratar de llegar a la segunda vuelta. Algunos sueñan tal vez con dar cuerpo a un nuevo formato de «golpe ciudadano» que, obviamente luego encabezarían sus jefes de guante blanco. En realidad, esta es la natural actitud mezquina y sectorial que la derecha puede asumir ante una situación como esta; sorprendente sería una actitud contraria. Pero esto no puede empañar los hechos.

Los provocadores constituyen una minoría antidemocrática sin arraigo social, no representan el espíritu ni los contenidos de la marea humana que reclama en las calles. Su presencia en ella es pequeña, aunque muy potenciada por los medios de comunicación a su servicio en el espacio local e internacional, como puede observarse. Conclusión: La derecha existe y actúa, la lucha de clases existe, y estos acontecimientos son parte de la lucha política de clases con la modalidad en que ella existe y se desarrolla en este tiempo.

La ciudadanía movilizada en las calles recupera socialmente -de hecho la política, anquilosada en aparatos partidario-estatales-gubernamentales. Con su presencia multitudinaria l@s manifestantes expresan claramente: queremos participar. La juventud hace valer su derecho a ser protagonista de su tiempo y de su vida; quiere ser parte del sujeto político social y se moviliza en esa dirección. Esto marca la impronta política del presente: la participación popular desde abajo. Y por eso rebasan a los partidos políticos tradicionales de derecha, de centro, y también de la izquierda.

L@s manifestantes reaccionan contra la política del viejo formato partidario, y contra acomodados representantes alejados de la problemática de la ciudadanía. Van a manifestar frente al Congreso y ello no es una casualidad. Están cansad@s de que l@s parlamentari@s hayan transformado la política en una negociación entre bancadas para lograr acuerdos corporativos y así garantizar la «gobernabilidad». No confían en ellos. La política es otra cosa dicen, y llevan razón.

Algunos observadores rechazan lo que ocurre porque dicen que nadie «los controla», que «no hay dirección». Pero eso es exactamente lo que está mostrando la juventud en las calles. Si sus demandas estuvieran cubiertas, si fueran escuchados, si hubiera canales para que participen en la toma de decisiones, no estarían en las calles. Participar es el anhelo que late en el corazón de los reclamos.

Con la instalación del conflicto social, la juventud movilizada reabre un tiempo político que parecía «superado» y ausente de la realidad brasileña. Estaba latente en los movimientos sociales, pero desarticulados en su analítica y orgánica no pudieron estructurar un quehacer político común. De cierta manera, muchos de estos actores también relegaron el quehacer político a los partidos de izquierda, imaginando algo así como una «asignación de roles» diferenciados y distribuidos entre movimientos y partidos, que cada uno debía respetar en aras de llevar una «convivencia armónica».

Y esa lógica que asigna «roles» políticos y «roles» sociales para actores políticos y sociales respectivamente, no era (ni es) solo local. A través de la coordinación petista del Foro de Sao Paulo, a la usanza de la III Internacional, se irradiaba -al menos hasta ahora , como el formato único admisible para la relación entre partidos de izquierda-movimientos sociales, adaptando y actualizando así el viejo esquema de subordinación de los movimientos sociales a los partidos de izquierda (dominantes). Quien subordina no escucha, no pregunta, considera que «ya sabe» lo que hay que saber y, de un modo u otro, pretende que «los demás» escuchen y obedezcan.

La propuesta de interrelación horizontal entre partidos y movimientos apunta a transformar precisamente ese esquema. No es una forma organizativa sino un principio de igualdad para construir una interrelación dialogal entre actores-sujetos pares. Obviamente, este principio ha sido siempre subestimado y desestimado por los partidos de izquierda. Estos redujeron el planteamiento de horizontalidad a una cuestión morfológica y, sobre esa base, la desecharon calificándola de basista, espontaneísta, anarquista, etc.; todo, menos pensar en modificar las arcaicas morfologías partidarias acorde con la realidad de los sujetos político-sociales, con sus modalidades de existencia y organización, y con las tareas político-sociales-culturales que reclama la transformación raizal (desde abajo) de la sociedad capitalista en el presente. La horizontalidad no es un problema, sino la fragmentación, la sectorialización de las luchas y sus actores, y la transición defensiva de estos hacia grupos reivindicativos-corporativos.

Por mucho que los representantes de tales partidos evoquen a Lenin creador del partido revolucionario «de nuevo tipo», pensado por él en virtud del sujeto, las condiciones y las tareas de su época , está claro que Lenin se espantaría al ver que, en más de un siglo, a pesar de los grandes cambios ocurridos en el sistema mundo bajo el dominio global del capital, las «vanguardias» de izquierda no modificaron los criterios básicos de su organización político-partidaria para que esta sea convergente con los sujetos, las tareas y las condiciones de transformación revolucionaria de las sociedades en el presente. Resulta casi ridículo decir esto, pero es parte de la realidad. Y ciertamente, constatar este anquilosamiento es más impactante aun en este continente, donde las luchas sociales y el quehacer político protagonizado por diversos movimientos sociales, indígenas, sindicales, urbanos y rurales, marcaron el rumbo y el camino de lo nuevo y -con ello , crearon también las condiciones para que la izquierda partidaria (tradicionalista) modificara sus conductas y posicionamientos políticos.

En estas tierras, con las luchas de partidos de izquierda, de movimientos indígenas y demás movimientos sociales, se han creado condiciones para convocar a un Foro político-social continental que articule partidos de izquierda y movimientos sociales. Pero no ocurre, pues para ello el conjunto de actores sociales y políticos tendría que articularse de modo horizontal, es decir, en pie de igualdad en tanto todos son integrantes del sujeto sociopolítico.

En este sentido, el desafío es construir un espacio horizontal de articulación-coordinación-conducción política de los actores sociopolíticos, dando pasos concretos que impulsen los procesos de conformación constitución del sujeto político colectivo, en cada país y también en el ámbito continental. Y esto poco y nada tiene que ver con la actual propuesta-invitación del Foro de Sao Paulo a los movimientos sociales para que se agrupen y constituyan «un capitulo» en el seno del Foro.

Los procesos de cambio abiertos en Indo-afro-latinoamérica reclaman articulaciones sociopolíticas; ellas constituyen parte de sus fortalezas de base, pero hoy -además de afianzar lo logrado , las articulación requieren reconstituirse o redimensionarse acorde con lo recorrido, con la emergencia o maduración de nuevos actores sociopolíticos y sus demandas, aspiraciones y propuestas, y con las tareas democratizadoras revolucionarias del presente, entre ellas, la primera y central: la actualización permanente de la construcción de la fuerza social y política de liberación, sujeto político colectivo de los cambios en procesos de revolución democrático-cultural hacia un nuevo modelo civilizatorio. Y el proceso de cambio social abierto en Brasil no escapa a esta realidad sociopolítica del continente.

En todas las latitudes, las prácticas de lucha y construcción de l@s sujeto@s afirman que este es el tiempo del protagonismo político de la juventud, de las mujeres, de los indígenas, de l@s afrodescendientes, de los movimientos sociales del campo y la ciudad. La ampliación y renovación de la política y lo político está en ellos, en sus resistencias, protestas y propuestas, y los partidos de izquierda ya deberían haber tomado nota de ello.

En este sentido el dilema no es «movimientos o partidos», sino la articulación de todos construyendo la convergencia estratégica común, con las consiguientes transformaciones en los formatos organizativos que reclamen las organizaciones (sociales o partidarias) en aras de avanzar hacia los objetivos colectivos y dejar atrás su condición (y proyección) sectorial defensiva. Hay mucho por andar y hacer, ciertamente. Sería apresurado pretender sacar conclusiones acerca del curso futuro de los acontecimientos tanto en Brasil como en el continente; estos pueden encaminarse -como en todos los procesos de luchas sociopolíticas hacia varias direcciones. No hay garantías; es parte de la pulseada con el poder del capital, pulseada que nace en el corazón del pueblo y desde ahí lo increpa.

La transformación revolucionaria de la sociedad implica la construcción-recuperación de poder desde abajo. Es decir: nace en la raíz de la problemática a cambiar-enfrentar, y desde el interior de los sujetos (trabajadores/as, sectores medios, indígenas, afrodescendientes, habitantes de las favelas, desplazados, etcétera). El desarrollo de la conciencia política crítica que hace a la construcción de subjetividades revolucionarias, es parte de los procesos de lucha y transformación. No puede «implantarse» desde afuera por ninguna vanguardia, por muy esclarecida que sea; es una construcción colectiva en pulseada constante con el la hegemonía del capital instalada en el interior de todos y cada uno de los seres humanos que vivimos bajo la feroz dictadura del mercado, que tiene la capacidad de disponer de la vida y la muerte de todos los que dependemos de vender nuestra fuerza de trabajo para sobrevivir. Estos son los proletarios, ayer y hoy, con la cualidad de que en el presente la proletarización se ha extendido a las capas medias, haciendo de un profesional un asalariado más. Esto, además de que el capital ha conformado un nuevo escenario global que amenaza con hacer desaparecer el hábitat de la humanidad, emplazándonos a tod@s a luchar por la vida.

Esto late, en multiplicidad de voces y consignas, en las calles de Brasil. Para defender la vida se movilizan millares de jóvenes del pueblo, trabajadores de clase media y pobres. No tienen una propuesta elaborada, no tienen tampoco certezas acerca de los límites y alcances derivados de su acción, pero tienen claro lo que quieren: romper el cerco del poder, participar protagónicamente en el quehacer político que define sus vidas y jugar su papel en la lucha por un mundo mejor.

Las reacciones a lo que está ocurriendo son y serán diversas; ya hay alcaldías que han bajado los precios del transporte, recientes declaraciones de la Presidenta Dilma Rousseff evidencian que el problema le llega y le preocupa, pero el asunto de fondo es un desafío mucho más importante que todo eso, se trata del cambio de mentalidad política, de entender el nuevo mundo que bulle detrás del aparente equilibrio.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.