El reconocimiento de Brasil a China como una economía de mercado puso al gobierno argentino entre la espada y la pared. Tras la decisión de Brasil, que se suma a la ya tomada por Chile, será muy difícil que el país no le reconozca a la potencia asiática el mismo status sin arriesgarse a perder […]
El reconocimiento de Brasil a China como una economía de mercado puso al gobierno argentino entre la espada y la pared. Tras la decisión de Brasil, que se suma a la ya tomada por Chile, será muy difícil que el país no le reconozca a la potencia asiática el mismo status sin arriesgarse a perder acuerdos comerciales. El pedido explícito de China, realizado durante la reciente visita del presidente Néstor Kirchner, generó una fuerte discusión al interior del Gobierno. Un reconocimiento de estas características afectaría a muchos de los sectores más favorecidos por el nuevo modelo, aquellos que se recuperaron y crecieron tras la devaluación sobre la base de una producción intensiva en mano de obra. Entre ellos, textiles, calzados, juguetes y algunos productos metalúrgicos. Sin embargo, prácticamente todos los productos manufacturados se verían amenazados. China ya había logrado también el reconocimiento como economía de mercado de parte de Australia y los diez países de Asean, entre ellos Malasia, Tailandia, Singapur, Filipinas e Indonesia. El hecho de reconocerle a la potencia asiática el status de «economía de mercado» tiene efectos directos sobre el tratamiento del dumping y los subsidios a la exportación, dos casos de «mala práctica» de comercio internacional que pueden combatirse dentro de la normativa de la Organización Mundial de Comercio. Se dice que en la exportación de un determinado producto existe dumping cuando se vende en el mercado de destino a un precio inferior al del mercado interno de origen. Un efecto similar se consigue con un subsidio. El resultado de largo plazo es que la industria del país importador termina desapareciendo por no poder competir con los precios de los productos importados. Desde el lado del exportador, esta estrategia puede ser deliberada para ganar mercados o, a través de los subsidios, mantener industrias que de otra manera no serían competitivas. Por esta razón la OMC permite, si el dumping se comprueba, el establecimiento de derechos especiales de importación que anulen el efecto del subsidio o la diferencia de precios entre los dos mercados. Un caso reciente se dio esta semana: se dictaminó dumping en anteojos que entraban de China a un valor de medio dólar por unidad, y ahora no podrán ingresar a menos de 2 dólares. En el caso de China, la principal acusación de las economías de Occidente es el llamado dumping social. Esto es, los bajos precios de exportación se consiguen sobre la base de salarios bajísimos, situación que explica también el establecimiento en la potencia asiática de las plantas de muchas multinacionales. Entre ellas, por ejemplo, parte de la industria electrónica japonesa, pero también muchas estadounidenses. Las más célebres son las fábricas de conocidas marcas de zapatillas. De acuerdo con la normativa de la OMC, si un país no tiene rango de economía de mercado sólo es posible demostrar la existencia de dumping sobre la base de un precio internacional. Es decir, tomando como referencia a un tercer país. En el citado caso de los anteojos, se tomaron como parámetro los precios de Italia, obviamente superiores a los de China que no sólo son más bajos, sino mucho más difíciles de testear. En cambio, si se reconoce al país de origen el status de economía de mercado, se supone que sus precios sí son testeables y no están influidos por la acción gubernamental. Si la Argentina, para preservar el crecimiento del comercio exterior a China -con el agregado, a modo de quid pro quo, de programas de inversión en infraestructura y en otras áreas- otorga a dicho país el status de economía de mercado, terminará afectando precisamente a los sectores más beneficiados por el modelo posdevaluación, como los textiles, calzados, juguetes y algo de metalurgia. Si no se escuchó todavía una reacción furiosa de la Unión Industrial Argentina, ello se debe a que se encuentrademasiado enfrascada en luchas intestinas. Por otro lado, las posibilidades para los sectores agroexportadores que abriría un acuerdo con la nación asiática son lo suficientemente importantes como para reeditar la vieja antinomia entre los sectores de base primaria y la industria. De todas maneras, en el Gobierno la decisión no está tomada. En tanto en Brasil, que transita el camino de una ortodoxia con menos matices, la cuestión produjo menos dudas. La visita del presidente chino Hu Jintao terminó de cerrar lo que su gobierno había demandado insistentemente. Luego de su primera reunión con su par Lula da Silva, Hu pudo anunciar el reconocimiento. El propio Lula dijo que, a cambio, Brasil obtuvo un «amplio entendimiento comercial» que, según Hu, «en los próximos tres años» permitirá alcanzar intercambios «del orden de los 20.000 millones de dólares». Actualmente, el comercio bilateral ronda los 8000 millones de dólares. Las dos naciones ya firmaron protocolos agrícolas que abren los mercados chinos a la carne bovina y a los pollos brasileños. «Los chinos aceptaron nuestras propuestas en el ámbito agropecuario y la aplicación plena del acuerdo de venta de aviones brasileños» por 200 millones de dólares, declaró el ministro de Industria y Comercio, Luiz Furlan. Lula agregó que «estamos avanzando en inversiones chinas en infraestructura brasileña, en particular en la recuperación de la red ferroviaria, en la reforma de los puertos, en proyectos siderúrgicos y de producción de energía». Un plan parecido al que sonó, por estos días, en Argentina