¿La elección de Lula y el pleno ejercicio de su gobierno representan una prueba definitiva de la consolidación de la democracia en Brasil?Dicho de otro modo, el marco institucional que fué construído en los último vinte años, está apto para representar intereses plurales y contradictorios, con estabilidad? ¿O habrá sido la izquierda institucional la que […]
¿La elección de Lula y el pleno ejercicio de su gobierno representan una prueba definitiva de la consolidación de la democracia en Brasil?Dicho de otro modo, el marco institucional que fué construído en los último vinte años, está apto para representar intereses plurales y contradictorios, con estabilidad? ¿O habrá sido la izquierda institucional la que tuvo que madurar sus rasgos más particularistas y pervertidos para ascender en un sistema político privatizado y corrompido?
La evolución de las instituciones es completamente extraña a nuestra formación histórica. Por aquí las instituciones surgieron de forma compensatoria, con déficit y vicio de origen. Los procedimientos corren frente a los procesos sociales, siempre en el esfuerzo de hacer menos visibles sus asimetrías. Los intereses de classe y fracciones son nominalmente representados precisamente para que no salgan de sus «debidos» lugares.
El gobierno de Lula fue electo para agendar la alternativa a un modelo económico de carácter inequívocamente antisocial. Exactamente por eso fue obligado a gobernar para probar lo contrario. El precio de la confianza de los mercados fue la profundización de ese mismo modelo a través de reformas económicas, administrativas y sectoriales que solidifican las posiciones del enclave financiero exportador. Sus portavoces, oficiosos y oficiales, reiteran que disciplina fiscal, control inflacionario, fluctuación cambiaria y libre movilización de los capitales, son orientaciones «universalmente aceptadas», y por eso ya no estarían sujetas al debate político. ¿Son estas las señales de «madurez política» de nuestro país?
Cual democracia? Cual Brasil?
La alternancia del poder fué reduzida a un cambio de cartelera. Rutinária reciclage del espetáculo político para que la audiencia no se fije en el hecho de nada puede cambiar sustantivamente. Entonces, ¿de qué democracia estamos hablando? ¿Puede haber Estado de Derecho donde los marcos regulatorios se anticipan, en una especulación invertida, a los intereses de los inversionistas? ¿Puede haber ciudadanía en la polis de las condicionalidades privadas?
En la economia brasileña, lo que debería ser la moneda nacional, fluctúa como instrumento especulativo utilizado adicionalmente cuando conviene. Metas de inflación por los suelos y tasas de interés por los cielos, para que, en el medio, el rentismo se acomode al infinito. Gastos públicos en la exacta medida de las migajas que sobran de la extracción de superávit primarios máximos.
Órdenes, amenazas y opciones prefabricadas del oligopolio financiero transnacional son endulcoloradas como «ventanas de oportunidades».
Somos regalados con profecías autocumplidas. ¡Puerto tropical preferido por los capitales errantes! ¡Plataforma preferencial para atender las estrategias de deslocalización industrial y el outsourcing de servicios! ¡Títulos top de línea, con clasificación investment grade!
Es preciso reconocer que las políticas neoliberales de los últimos 15 años minaron fundamentos y fuentes constitutivas de un posible otro Brasil. Ni sequiera tenemos un «capitalismo asociado». «Nuestro» capitalismo al perder sus contornos identificables, fue fundido y anexado, tanto por la vía financiera como por la productiva-comercial.
A lo largo de los años 90, el desmonte de los ejes económicos internos de carácter estructurante, la liberación comercial-financiera y, por fin, la delegación de la política macroeconómica al sistema financiero internacional, nos aprisionaron en una especie de crisálida reversa. Las elites que sobrevivieron a la selección neoliberal trataron de dar por terminado el Brasil «por hacer», absolutizando, en seguida, el Brasil más «bien- sucedido».
Las lentejuelas del agronegocio y de las serviciales gerencias del capital global ocultan mal el cuerpo del país moribundo. En el campo, especialmente en la extensa frontera agrícola, el progreso es parasitismo sin disfraz. Lo altamente lucrativo del sector se posibilita con depredación ambiental y con precarización del tejido social. Es el paroxismo de una modernización conservadora que se consolida en sus polaridades extremas.
Nuestras enormes ciudades como São Paulo, Rio de Janeiro, Belo Horizonte, Salvador, entre otras, son pruebas materiales de la barbarie consumada. Son en sintesis un corte diametral de un país que busca el triunfo a cualquier costo. Los repuestos de miserables subutilizados sirven para absorber externalidades del mercado dinámico, adecuándose a su lógica flexibilizadora como un guante. Elásticas rentabilidades en mercados de droga, prostitución, tráfico de infantes y de órganos. La forma criminal se generaliza, como su hermana, la forma mercancía . Redes mafiosas de segunda generación, fuertemente enlazadas con el mercado formal y con el aparato estatal, determinan lo que puede compensar o no.
La transición dual El origen del inmenso vacío político en que se asienta el gobierno de Lula debe ser buscado en un escenário de dualidad marcado por una «transición democrática» que ocurre, en paralelo y en confluência, con una «transición económica». La torrente de inversiones externas que ha fluido para Brasil y América Latina en la década de los 90, tuvo frente a si un Estado en quiebre, situación que propicia su reestructuración desde su núcleo. De tal modo que los procesos financieros y transnacionalización del territorio terminaron por vertebrar el proceso de democratización en el Brasil.
Durante todos esos años, los partidos del orden, en vez de cuestionar los límites estructurales impuestos por el capital a nuestra incipiente democracia, procuraron maximizar su influencia en la maquinaria gubernamental. La finalidad exclusiva: negociar de forma particularista las condiciones del desmantelamiento de la ecomía nacional y del propio Estado.
El mayor problema sería como proporcionar alguna «normalidad institucional» con un «arreglo político»de tal orden. La crisis cambial, con la abrupta caída del real, en 1999, hizo sonar la alarma. El conglomerado financiero, debidamente representado por el Fondo Monetario Internacional (FMI), percibió que la «joven democracia brasileña» requería «cuidados». La intervención llegó en forma de «ayuda»: 30 billones de dólares. Los objetivos implícitos iban más allá de un saneamiento financiero de corto plazo. La continuidad del modelo liberal privatizador fué puesta em jaque. La sucesión de Fernando Henrique Cardoso estaba definitivamente comprometida. Comenzó allí una carrera contra el tiempo para convertir los intereses de los acreedores y inversionistas en cláusulas petrificadas en el sistema político del país.
El sistema financiero internacional, consciente de la derrota de sus tradicionales aliados tucanos(PSDB) en el 2002, dio inicio a una operación de encuadramiento de las elecciones presidenciales brasileñas, con la finalidad de reducir los excesivos «márgenes de incertidumbre». Pedro Malan y Armínio Fraga, en puestos claves de la economía, recibieron la autorización para dar inicio al último acto. El Banco Central y el Ministerio de Hacienda lanzaron, intencionadamente, medidas vulnerabilizadoras para inducir una desbandada de capitales. Fuego en el circo para que vengan, rápidos y diligentes, los bomberos. Se le prometia al país asfixia por falta de créditos. El chantaje embutido en los contratos de salvamento del FMI se duplicaban en el chantaje de los capitales de corto plazo. Condicionamientos redoblados para mantener al futuro gobierno bajo riendas cortas.
La confirmación del acuerdo lesivo de la democracia tomó forma en la «Carta a los brasileños». El PT y Lula ofrecieron plenas garantías de que el modelo de gestación proactivo para los capitales no sería alterado después de la llegada al poder central. Mediante la política de hecho consumado, las fuerzas populares y de la izquierda podrían haber respondido con movilización popular. El camino adoptado, sin embargo, fue el de avanzar por donde hubiera menor resistencia sistémica. La democracia que pudo ser fortalecida a partir de la ampliación de las aspiraciones ciudadanas, fue diluida en función de los centros nodales de poder.
Nuestras herramientas contra nosotros mismos
El PT, por tanto, aprobó y dio sello a los límites con que gobernaría Brasil. Aunque las prácticas de desestructuración y desregulamiento comandadas por el capital financiero tengan impuesto fuertes constreñimientos, el PT nunca dejó de protagonizar su propia domesticación. Ante las restricciones objetivas que las elites, crecientemente desterritorializadas, le impusieron, siempre tuvo la opción de la ruptura. La opción de deslegitimar más un pacto por arriba y de apostar por una alternativa, generosa y nativa, de poder.
El rechazo del PT a participar en el Colegio Electoral en 1985, órgano que ratificava las elecciones indirectas para Presidente, y también su recusa en firmar la Constitución de 1988, expresabam una autonomía directamente vinculada a sus raíces sociales. La fundación del Partido de los Trabajadores en 1980 representó una fusión, o por asi decir, un assemblage, de los múltiples motines del pueblo brasileño contra una modernización capitalista subordinada al capital forâneo y conducida por un régimen militar. La vanguardia era ocupada por la nueva clase operaria brasileña, surgida a partir de segunda división internacional del trabajo direccionada para reducir los costos operacionales de las multinacionales.
Allí estaban los metalúrgicos, deteniendo la mano que chicoteaba del padre-patrón. Jamás ninguno iba a aceptar en silencio opresión salarial, ni condiciones indignas de trabajo ni autoritarismo. Lula en verdad era símbolo de una nueva y pujante «clase trabajadora» capaz de pensar por sí misma la nación, sin intérpretes, sin cabestros. La clase se miraba en la nación vilipendiada y agredida y tomaba su partido. Subversíon de la política desde abajo. Un país de piernas al aire, bajo control de los trabajadores, necessariamente democrático y popular.
En ese entrecruzamiento de identidades negadas que se basaba el carácter anticapitalista y antiimperialista del PT. Las masivas huelgas de 1978 en Brasil desafiaban el acuerdo constitutivo del régimen instalado en 1964, un acuerdo entre el capital extranjero y la Dictadura para hacer de nuestro pueblo/territorio, una base para la acumulación ampliada.
El PT nació como prueba y promesa de que no habría por estas cercanias superexplotación sostenible. Hoy, la principal misión del PT y de su gobierno centrista es asegurarse de lo contrario, previniendo reacciones descontroladas y dislocaciones institucionales. Encargado que fué de causar la implosión de las últimas bases constitutivas que podrían viabilizar un proyecto nacional y, de ahí, un proyecto socialista para el país. Al PT le cabe la obscena tarea de expulsar la alternativa del campo de lo «plausible», de lo «razonable» y, en breve, de lo «legal».
¿Lo que pudo ser, fue o será?
Huérfanos de un destino plural o colectivo, acabamos sumergidos en grupos autorreferentes o en un consumismo concebido para proyectar un status siempre superior. Con voluptuosidad incomparable hacemos lo que sea para salir adelante. De ahí ponernos de moda entre los países «adelantados». Nuestra insaciabilidad tropical es fuente renovada para designers y estilistas. Contribución exótica al lifestyle de la globalización vigente. Vivimos ávidamente el ahora, con fluidez y cínico buen humor. Los sectores incluídos y los admnistradores de la abundancia quieren la fórmula de esa ascensión placentera, procesada en medio del dolor y la falta de sentido reinantes.
Un país desmantelado sólo se hace entero de nuevo en el marketing institucional orientado, ipsis literis, para su auto venta. La «marca Brasil» se diseña y se graba en el cuerpo de la nación derrotada. En la colonia penal en que fué encerrada, el castigo es retroactivo. El origen es el mal. El crimen: querer haber sido. Un país no puede tener una utopía tan original y generosa. El futuro que insiste en entrañarse en el tiempo/espacio precisa socavarse incesantemente. Imperativo y minucioso control sobre lo que puede o no sedimentarse como memoria colectiva.
Sin embargo, podemos seguir resistiendo. Basta con recordar. En seguida empaparnos del recuerdo. Después rescatar las experiencias inspiradas en ello. Y recordar todo de nuevo con las manos dueñas del presente.
* Traducido para la Revista Trabajadores/Universidad Obrera de Mexico; revisado por el autor
** Sociólogo, miembro de ATTAC-Brasil
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