A falta de un año para la salida del Reino Unido de la UE y el inicio del periodo de transición, todo son incógnitas
Un manifestante contra el brexit ondeando banderas de la UE con la británica, ayer frente al Parlamento, en Londres (Tolga Akmen / AFP)
A partir de hoy faltaría un año para la fecha que originalmente dio elGobierno británico para irse de la Unión Europea. Pero, en un calendario que está bajo constante revisión, lo que pasará el 29 de marzo del 2019, si no hay más cambios y nadie lo remedia, es que comenzará un «proceso de transición» que durará en principios hasta finales del 2020, pero que desde hace tiempo se especula que podría ser más largo. Y a partir de ahí, incógnitas.
¿Brexit duro o blando? ¿Una nueva relación inspirada en la que tiene la UE con Noruega? ¿Con Suiza? ¿Con Islandia? ¿O más bien parecida al acuerdo de libre comercio con Canadá? ¿Prevalecerá el deseo británico de picar un poco aquí y otro poco allá del menú comunitario, y que el sastre le haga un traje a su medida a precio de prêt-à-porter? ¿Se incluirán la City y el sector servicios en el trato? ¿Permanecerán unidos los 27, o se saldrá Londres con la suya en su política de divide y vencerás? ¿Encontrarán los británicos una solución tecnológica mágica para el problema de la frontera de Irlanda? ¿Sobrevivirá un año el Gobierno May?
Londres quiere un menú de lujo: seguir de facto en la unión aduanera y no perder los servicios financieros
En el fondo, todo se reduce a la cuestión de si Gran Bretaña permanecerá o no en la unión aduanera, y a partir de ahí todo son variaciones sobre el mismo tema. Los partidarios del brexit duro insisten en que no, porque es la única manera de que Londres pueda empezar a negociar esos acuerdos comerciales con Estados Unidos, China, Brasil o India que ve (con una considerable capacidad de autoengaño) como maná caído del cielo, aunque no entrarían en vigor hasta cumplido el periodo de transición. Pero cada vez más se temen una encerrona basada en la realpolitik por parte del Parlamento y de la propia May.
El acuerdo preliminar con Bruselas para poner en marcha las negociaciones propiamente dichas sobre la futura relación comercial está lleno de concesiones británicas. Londres ha cruzado líneas rojas que dijo a voz en cuello que nunca pasaría, como el reconocimiento de plenos derechos a los europeos que se instalen en el país en los próximos dos años, el sometimiento en ese «periodo de implementación» a las sentencias de los tribunales europeos y las decisiones de la UE sin tener voz ni voto («seremos un Estado vasallo», se ha lamentado el ministro de Asuntos Exteriores Boris Johnson), y la aceptación -a falta de mejor solución- de un «alineamiento regulatorio», ya sea entre el Ulster y Bruselas o entre todo el Reino Unido y Bruselas, que sería un eufemismo para permanecer dentro de la unión aduanera.
Hasta ahora los 27 se han mostrado mucho más unidos de lo que esperaba Londres, resistiendo a la tentación de sacrificar la política colectiva por intereses particulares, tal vez dándose cuenta de que devaluar la importancia de ser miembro del club sería mucho más perjudicial que cualquier otra cosa. De hecho, la autoridad del francés Michel Barnier como estratega jefe ha quedado reforzada a pesar de todos los esfuerzos británicos por erosionarla, y los países miembros sólo necesitaron dos minutos en la última cumbre para aprobar las nuevas directrices negociadoras.
Los partidarios del brexit duro temen una encerrona, pero la batalla final ha sido aplazada hasta el otoño
El ideal de Londres sería una fórmula como la de Noruega -que no pertenece al mercado único, pero paga por el acceso-, pero además con el «alineamiento regulatorio» propio de la unión aduanera y la incorporación al paquete de los servicios financieros, que es la esencia de su economía. Por el momento, sin embargo, un plato tan sabroso no está en el menú, y resulta difícil ver los beneficios de incorporarlo a la carta desde el punto de vista de Bruselas, por muy caro que fuera. El Gobierno May dice que no le importa pagar por las angulas. La UE le responde que no le sale a cuenta.
Dentro o fuera de la unión aduanera, esa es la cuestión. El líder laborista, Jeremy Corbyn, ha modificado la línea oficial de la oposición, que ahora es » seguir dentro de ella, o algo equivalente», y tiene los votos en la Cámara de los Comunes para derrotar al Gobierno. Pero nadie quiere que la batalla definitiva se celebre ya. Mejor en el otoño, a partir de la segunda quincena de octubre, cuando se conozca la oferta de la Unión Europea y el precio del brexit. Entonces pasará lo que tenga que pasar: refrendo, rechazo, nuevas elecciones u otro referéndum. El final de la historia es aún impredecible.
Rafael Ramos, corresponsal de La Vanguardia en Londres.