“Este mundo, tal como es, no es tolerable. Por lo tanto, necesito la luna, la felicidad o la inmortalidad. Necesito algo que tal vez esté demente, pero que no sea de este mundo” (Albert Camus)
Reflexiones sobre la cumbre de Madrid en la que se reunieron los líderes mundiales del capitalismo gore y formación del Anthropos 2.0.
Dinámica profunda de la ola nazi-libertariana
La cumbre de la ultraderecha blanca occidental que tuvo lugar en Madrid el 29 de mayo fue la culminación de un proceso que escapa a las categorías de la política moderna. Seguimos interpretándolo con las categorías que tenemos: democracia, liberalismo, socialismo, fascismo, etcétera… Pero creo que estas categorías interpretativas de la política no captan la esencia de este proceso, que no es realmente nuevo en el plano enunciativo, programático, pero que es radicalmente nuevo en el plano antropológico y psicocognitivo. Los enunciados de los líderes de la derecha mundial no explican la fuerza disruptiva del movimiento que nadie parece capaz de detener con algunas excepciones como Colombia, Brasil y la España socialista, bastiones de resistencia humana.
Las dinámicas tradicionales de la democracia parlamentaria y de la lucha social parecen haber sido superadas, como si un ciclón dotado de un poder inaudito arrasara las defensas que la sociedad ha construido tras la Segunda Guerra Mundial. La cumbre de Madrid reunió a formaciones que convergen en el supremacismo blanco occidental y no a los movimientos que lideran países como la India de Modi, ejemplo de supremacismo no blanco, y la Rusia de Putin, ejemplo de supremacismo no occidental.
En la segunda mitad de 2024 es posible que los supremacistas de derecha ganen la presidencia de Estados Unidos y cambien la mayoría en el Parlamento Europeo, aliándose con el centro. Pero incluso si la derecha no se impusiera en Europa y los Demócratas ganaran las elecciones estadounidenses, ello no cambiaría gran cosa, porque en las cuestiones fundamentales, ante todo en las cuestiones relativas al rearme, la guerra y el cambio climático, ya no hay distinción entre los ultraderechistas y los gobiernos de centro. Por el contrario, en la situación actual la victoria del lepenismo en las elecciones de junio y la victoria de Trump en noviembre tendrían el efecto de resquebrajar la unidad occidental en la guerra contra Rusia.
Me parece que no hay conciencia de la derecha a la altura de la potencia de la derecha. La brutalidad, después de todo, no suele ser consciente de sí misma
Pero el objeto de mi reflexión no es el resultado de las elecciones de 2024. Lo que me interesa aquí es comprender la dinámica antropológica y no meramente política que ha transformado las sociedades de Occidente y de la mayor parte del planeta después de haber destruido el movimiento organizado del trabajo y desactivado una tras otra las instituciones internacionales de la era liberal-democrática, empezando por la ONU. ¿Se puede reducir lo que está ocurriendo a un retorno del fascismo histórico? Yo diría definitivamente que no: el nacionalismo fascista sigue siendo la principal referencia del lenguaje y la mentalidad de la clase política que cabalga la ola reaccionaria porque se trata de personas de escasísimo nivel intelectual carentes de la capacidad de encontrar conceptos y palabras a la altura de la fuerza que la transformación antropológica ha puesto a su disposición. Me parece que no hay conciencia de la derecha a la altura de la potencia de la derecha. La brutalidad, después de todo, no suele ser consciente de sí misma. Lo que está surgiendo es un fenómeno de proporciones gigantescas que no puede explicarse con las categorías de la política porque hunde sus raíces en la mutación tecnoantropológica que la humanidad ha experimentado en las últimas cuatro décadas y porque constituye la salida del hiperliberalismo, que ha hecho de la competencia (es decir, de la guerra social) el principio universal de las relaciones interhumanas.
Las explicaciones políticas de la ola brutalista libertariana solo captan aspectos marginales del fenómeno: los demócratas liberales sostienen que el orden político se halla sacudido por el soberanismo autoritario. Los marxistas, o muchos de ellos, interpretan lo que está ocurriendo como un retorno del fascismo histórico tras los errores cometidos por el movimiento obrero organizado. Pero ninguno de ellos explica lo más importante, la cualidad antropológica y psíquica que subyace a la adhesión masiva a los movimientos ultrarreaccionarios.
El entusiasmo por la violencia racista, implican una perversión de la percepción y de la elaboración psíquica, incluso antes que moral
Lo que hay que entender no es el significado de las declaraciones de Trump, Milei, Netanyahu o Norendra Modi, sino las razones por las que una mayoría creciente de la población planetaria abraza con entusiasmo la furia destructiva de estos condotieros. A diferencia del nazifascismo histórico, que practicaba una economía estatista, la ola supremacista fusiona los lugares comunes del racismo y del conservadurismo cultural con una acentuación histérica del liberalismo económico: libertad para ser brutales. ¿Es esta novedad suficiente para explicar el éxito arrollador del batiburrillo intelectual que en todas partes suscita el entusiasmo de las multitudes? ¿Debemos pensar que las multitudes siguen a Trump a pesar de sus flagrantes mentiras, a pesar de su machismo de baja estofa? ¿Y que las multitudes israelíes apoyan al gobierno fascista a pesar del exterminio de niños palestinos, y que la mayoría de los argentinos votan a Milei a pesar de la motosierra con la que se dispone a destruir el Estado del bienestar y a matar de hambre a millones de trabajadores? ¿O tal vez habría que invertir el razonamiento?
Adelanto la hipótesis de que estamos ante una verdadera inversión del juicio ético: los estadounidenses votan a Trump precisamente porque es un violador y un mentiroso, los israelíes apoyan a Netanyahu precisamente porque practica el genocidio, compensando una profunda e inconfesable necesidad de reparación de los descendientes de las víctimas de un genocidio pasado. Y los jóvenes argentinos siguen a Milei porque creen que, por fin, los mejores podrán sobresalir y los demás se morirán de hambre como se merecen.
La novedad que debemos comprender es la calidad psíquica, cognitiva, antropológica del Anthropos 2.0. La inversión cínica del juicio, el entusiasmo por la violencia racista, implican una perversión de la percepción y de la elaboración psíquica, incluso antes que moral: capitalismo gore, como define Sayak Valencia la realidad mexicana.
Brutalismo social
Al hacer de la competencia el principio universal de las relaciones interhumanas, el neoliberalismo ha ridiculizado la empatía por el sufrimiento del otro, ha erosionado los fundamentos de la solidaridad y, con ello, ha destruido la civilización social. Cuando Milei afirma que la justicia social es una aberración, no hace más que legitimar el derecho del más fuerte y galvanizar la ilusión de masas de individuos jóvenes (en su mayoría varones) convencidos de que están dotados de la fuerza necesaria para ganar a todos los demás. Esta creencia no se desmonta fácilmente, porque cuando el día de mañana estos individuos sean, como ya lo son, miserables solitarios empobrecidos, solo culparán de su derrota a los inmigrantes, o a los comunistas, o a Satán, según su psicosis preferida.
El tiempo medio dedicado al sueño ha disminuido en un siglo de ocho horas y media a seis horas y media. ¿Qué efecto puede tener la contracción del sueño en la autonomía mental de un individuo?
Mientras se condena la justicia social como una aberrante intromisión del socialismo de Estado en la libertad de los individuos, se naturaliza el salvajismo competitivo: en la lucha por la vida, quien no esté a la altura de las circunstancias merece morir. La empatía no es compatible con la economía de la supervivencia, de hecho es autolesiva para quien la practica. Como dice Thomas Wade en la novela de Liu Cixin The Dark Forest, 2008 (El bosque oscuro, 2023): “Si perdemos nuestra humanidad perdemos algo, si perdemos nuestra bestialidad lo perdemos todo”. El brutalismo se convierte en el fundamento de la vida social.
El inconsciente conectivo y el fin de la mente crítica
McLuhan escribió en 1964 que cuando la comunicación interhumana pasa de la dimensión lenta de la tecnología alfabética a la dimensión rápida de la tecnología electrónica, el pensamiento se vuelve inepto para la crítica y se restaura el pensamiento mitológico. La mutación tecnocomunicativa está resultando más arrolladora que las propias predicciones de McLuhan. De acuerdo con lo afirmado por el director general de Netflix, Reed Hastings, el principal competidor de las infocompañías es el sueño. Sumando las horas de actividades multitarea de una persona estándar de nuestro tiempo, la jornada es de treinta y una horas, de las cuales sólo seis horas y media se dedican a dormir. En 24/7 Capitalism and the End of Sleep (24/7. El capitalismo tardío y el fin del sueño, 2015) Jonathan Crary escribe que el tiempo medio dedicado al sueño ha disminuido en un siglo de ocho horas y media a seis horas y media. ¿Qué efecto puede tener la contracción del sueño en la autonomía mental de un individuo?
Durante trece horas, la mente está expuesta a estímulos de la infoesfera. Un lector de libros podría exponer su mente a la recepción de signos alfabéticos durante muchas horas, pero la intensidad y velocidad de los impulsos electrónicos es incomparablemente mayor. ¿Cuáles son las consecuencias de esta transformación tecnocomunicativa? Resumiendo: la mente sometida al bombardeo ininterrumpido de impulsos electrónicos, independientemente de su contenido, funciona de forma completamente distinta a como funcionaba la mente alfabética, que tenía la capacidad de discriminar lo verdadero y lo falso en la información, y que poseía la capacidad de construir una procedimiento de elaboración individual. De hecho, esta capacidad depende del tiempo de procesamiento emocional y racional, que en el caso de un joven que vive trece horas al día en la infoesfera electrónica se reduce a cero. La distinción entre la verdad y la falsedad de las afirmaciones no solo se hace difícil, sino que es irrelevante, como cuando uno se encuentra en un entorno de gaming. En un entorno así no tiene sentido aprobar o desaprobar la violencia de los hombres verdes que invaden el planeta rojo. Hacerlo solo serviría para perder la partida.
La configuración conectiva de la mente contemporánea es cada vez más indiferente a la distinción entre lo verdadero y lo falso, lo bueno y lo malo. La elección entre un estímulo y otro no depende del juicio crítico, sino del grado de excitación, o de estimulación dopamínica. Por poner un ejemplo personal: la noche del 9 de noviembre de 2016, cuando se esperaban los resultados de las elecciones estadounidenses en las que Hillary Clinton se enfrentaba a Donald Trump, recuerdo que me desperté a las cuatro de la mañana para encender el ordenador y ver cómo se había zanjado la contienda. No es que sintiera ninguna simpatía por Hillary, pero me parecía moralmente repugnante pensar que el energúmeno de su contrincante pudiera llegar a convertirse en presidente. Sin embargo, me di cuenta de que algo en mí deseaba que ocurriera el acontecimiento más fuerte, más inesperado, más escandaloso, en definitiva, el más estimulante de la dopamina. Y mi sistema nervioso había encontrado su satisfacción: el horror se había impuesto y el espectador presente en mí estaba satisfecho, porque todo espectador siempre quiere que la pantalla le envíe el estímulo más fuerte. Creo que la mente conectiva ha evolucionado en una dirección incompatible con el juicio moral y la discriminación crítica.
Tecnología celular y gran migración
En general, el marxismo ha subestimado la cuestión demográfica después de que Marx criticara las tesis maltusianas a mediados del siglo XIX. Marx tenía razón contra Malthus, que predijo que el crecimiento demográfico causaría trastornos sin tener en cuenta la evolución técnica de la productividad. Pero los marxistas no tenían razón al no considerar las consecuencias de la extraordinaria aceleración que hicieron posible la medicina y el progreso social. El salto demográfico de 2.500 millones de personas vivas en el planeta en 1950 a 8.000 millones 70 años después ha supuesto una intensificación sin precedentes de la explotación de los recursos de la Tierra y ha conducido, creo que inevitablemente, a la devastación del medio ambiente planetario.
Basta con mirar el mapa de los países que condenan el colonialismo israelí y el de los países que lo apoyan para comprender la geografía del choque de época que se está perfilando
El capitalismo liberal tiene sus defectos, pero creo que ningún sistema de producción podría haber satisfecho las demandas provocadas por la explosión demográfica sin efectos catastróficos tanto sobre la ecología planetaria como también sobre la percepción psíquica del otro: en condiciones de superpoblación, el inconsciente colectivo, en su modo contemporáneo de inconsciente conectivo, ya no es capaz de percibir al otro como amigo, porque en verdad cualquier otro individuo es una amenaza para la supervivencia.
En la década de 1960 el etólogo John Bumpass Calhoun habló de un hundimiento del comportamiento en este sentido (behavioral sink). La devastación ecológica hace inhabitables zonas cada vez más extensas del planeta e imposibilita el cultivo de áreas enteras. Es comprensible que las poblaciones del Sur global (es decir, las zonas que han sufrido los efectos de la colonización y sufren especialmente los efectos del cambio climático) quieran trasladarse al Norte global (es decir, la zona que ha disfrutado de los beneficios de la explotación colonial y ha sufrido menos, por el momento, las consecuencias del cambio climático). También es comprensible (aunque sea inmoral, pero el juicio moral vale tanto como el dos de bastos en esta coyuntura) que a los habitantes del Norte global les asuste la idea de que masas cada vez mayores se desplacen desde el Sur global al Norte global. Por eso la gran migración empuja y empujará cada vez más a las poblaciones del norte hacia posiciones abiertamente racistas. Por eso el genocidio es ya, y probablemente lo será cada vez más, una técnica de control de los movimientos de población. Por eso los europeos hacen todo lo posible para que miles de personas mueran ahogadas en el mar o desperdigadas en los desiertos del norte de África.
En su novela Gun Island (2019), Amitav Gosh relata el ciclo comunicativo teléfono móvil-migración:
«Ya no estamos en el siglo XX. No hace falta un megaordenador para acceder a la red. Basta con un teléfono y ahora todo el mundo tiene uno. Y no importa si eres analfabeto. Puedes encontrar lo que buscas simplemente hablando, tu asistente virtual se encargará del resto. Te sorprendería lo rápido y bien que aprende la gente. Así empieza el viaje, no comprando un billete y sacando un pasaporte. Empieza con un teléfono y la tecnología de reconocimiento de voz.
[…] ¿Dónde crees que aprenden que necesitan una vida mejor? Mierda, ¿de dónde crees que sacan una idea de lo que es una vida mejor? De sus teléfonos móviles, por supuesto. Ahí es donde ven fotos de otros países; ahí es donde ven anuncios en los que todo parece fabuloso; ven cosas en las redes sociales, posts de vecinos que ya han hecho el viaje […] después, ¿qué crees que hacen? ¿Que vuelven a plantar arroz? ¿Has probado alguna vez a plantar arroz? Todo el día agachado hasta el suelo, al sol, con serpientes e insectos pululando a tu alrededor. ¿Crees que alguien quiere volver a esos campos después de ver las fotos de sus amigos tomando cómodamente café con leche caramelizada en un café de Berlín? Y el mismo teléfono móvil que les muestra esas fotos también puede ponerles en contacto con intermediarios […] pongamos que un tipo pide asilo en Suecia. Necesitará una historia fiable. No una de esas habituales historias de mierda. Una historia como las que quieren oír allí. Digamos que el tipo se murió de hambre, porque sus campos se inundaron: o digamos que todo el pueblo enfermó a causa del arsénico presente en el suelo; o digamos que el tipo fue golpeado por su casero, porque no podía pagar sus deudas. Nada de esto importa a los suecos. A los suecos les gusta la política, la religión y el sexo. Tienes que tener una historia de persecución, si quieres que te escuchen. Así es como ayudo a mis clientes, les proporciono ese tipo de historias (Amitav Gosh, L’isola dei fucili, Vicenza, Neri Pozza, 2019, pp. 74-76).»
La gran migración desde el sur y el este hacia el norte y el oeste del mundo es el proceso que más contribuye a la ola ultrarreaccionaria, mientras la oposición entre el norte imperialista y el sur colonizado adquiere contornos cada vez más nítidos. Basta con mirar el mapa de los países que condenan el colonialismo israelí y el de los países que lo apoyan para comprender la geografía del choque de época que se está perfilando. Pero no hay que creer que la brutalidad pertenece solo al mundo blanco occidental: la Rusia de Putin no es occidental y la India de Modi no es blanca, pero una y otra comparten las características esenciales del brutalismo y la indiferencia ante el genocidio. La posibilidad de una revolución anticolonialista tenía perspectivas progresistas en el marco del internacionalismo obrero, pero éste parece haber desaparecido del horizonte de la historia. Y el fin del internacionalismo ha abierto la puerta al apocalipsis que estamos viviendo.
Curva demográfica y conclusiones provisionales
Debemos tener en cuenta el hecho de que la expansión demográfica, que retrocede en el Norte global, va a continuar a escala mundial hasta que la población mundial alcance, de acuerdo con las previsiones, los diez mil millones de habitantes. Es cierto que algunos demógrafos predicen que en ese momento, a mediados de siglo, la población de la Tierra empezará a disminuir a un ritmo similar al que creció en el siglo pasado. En opinión de Dean Spears, economista y demógrafo de la University of Texas en Austin, puede dibujarse una curva que sube vertiginosamente de dos mil a diez mil millones, alcanza su máximo en torno a 2040 y luego desciende con la misma precipitación.
Al menos tres factores contribuyen a este hundimiento de la natalidad, que no analizaré aquí: el colapso de la fecundidad masculina, la reticencia femenina a engendrar a las víctimas del holocausto climático y bélico y la tendencia de la sexualidad a desaparecer como consecuencia de la hipersemiotización del deseo. Pero es totalmente previsible que la brutalidad política y moral que se impone por doquier, combinada con el creciente poder de las armas de destrucción masiva y la racionalidad amoral de la inteligencia artificial aplicada a los sistemas de armamento, desemboque en el colapso final de la civilización humana antes de que la curva demográfica entre en su fase descendente.
¿Podemos esperar un reflujo de la tendencia que vengo analizando en este texto? Para responder a ello debemos considerar que el auge del brutalismo libertariano ha reunido y está reuniendo una energía que parece surgir de la dinámica profunda de la evolución tecnológica, psíquica y cognitiva de la humanidad. Tal energía no puede ser frenada por la acción voluntarista protagonizada por sujetos políticos sociales y culturales cada vez que no se perciben de modo alguno en el horizonte. Por ello, temo que esta ola únicamente pueda detenerse, cuando esta energía haya producido todos los efectos de los que es capaz, del mismo modo que el Tercer Reich tan solo se detuvo cuando hubo destruido todo lo que podía destruir, incluida Alemania. Pero la fuerza destructiva de que dispone el Tercer Reich global de nuestro tiempo es suficiente para borrar todo rastro de vida humana del planeta.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/opinion/bifo-brutalismo-supremacista-libertariano