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Burocracia y Revolución: ¡el muerto atrapa al vivo!

Fuentes: temirporras.blogspot.com

Mi amigo Víctor Álvarez acaba de escribir un artículo titulado «la burocracia como burguesía funcional», en el cual emite consideraciones sobre la temática clásica de la burocracia como elemento de distorsión y destrucción de los procesos revolucionarios. Al tiempo que no puedo sino coincidir con los planteamientos hechos por él, creo también que la experiencia […]

Mi amigo Víctor Álvarez acaba de escribir un artículo titulado «la burocracia como burguesía funcional», en el cual emite consideraciones sobre la temática clásica de la burocracia como elemento de distorsión y destrucción de los procesos revolucionarios.

Al tiempo que no puedo sino coincidir con los planteamientos hechos por él, creo también que la experiencia histórica de los procesos revolucionarios anteriores, aunada a la nuestra propia, debe permitirnos afinar los análisis y renovar nuestra visión acerca de problemas recurrentes como éste, con el fin de encontrarles una solución.

En mi caso particular, creo tener suficiente experiencia de la dinámica interna del Estado venezolano en tiempos de Revolución Bolivariana, al igual que experiencias fuera de él, como para intentar hacer un aporte práctico que permita atacar con eficiencia los obstáculos que se erigen en el camino que separa a nuestras intenciones de nuestros logros.

Tomando por descontado que el señalamiento de la burocracia como obstáculo para el avance de las revoluciones es una constante, suelo ser escéptico a la hora de designarla como chivo expiatorio para la explicación de los males de la Revolución Bolivariana, y eso por las siguientes razones:

– La sociedad venezolana posee, independientemente del proceso político revolucionario que vive en la actualidad, rasgos (de desorden y desorganización) que inciden fuertemente en la ineficiencia de sus procesos institucionales en general y la colocan en posición desventajosa a la hora de emprender cualquier esfuerzo de coordinación o planificación como el que requiere una revolución política y social. Quiero decir con esto que, en Venezuela, la ineficiencia es un rasgo transversal que afecta a toda la sociedad, incluyendo a los íconos más representativos del capitalismo contemporáneo. En un hipermercado venezolano se tardará dos o tres veces más en pagar que en un hipermercado europeo, se encontrarán anaqueles mal organizados o desprovistos de productos, se estará expuesto a estrategias menos eficientes de incitación al consumo, etc. En otras palabras, hay que admitir que hasta el capitalismo en Venezuela es más ineficiente que en otros lugares del planeta, a propósito de lo cual traigo a colación el comentario de un amigo extranjero quien, alguna vez me dijo, que para tener la experiencia única de la combinación entre burocratismo soviético y capitalismo destructor, había que ir a comer en un Mc Donald’s de Caracas, o intentar efectuar un trámite en una agencia bancaria venezolana…

– Igualmente, existe en nuestra idiosincrasia una altísima tolerancia a la transgresión de la norma que llega a establecer el relativismo moral que, en sus diversas variaciones y versiones, crea el terreno fértil para la corrupción. En una sociedad donde la apropiación de un bien de consumo superfluo y banal es móvil para un asesinato, o donde un banquero huye con los ahorros de cientos de miles de familias, parece ridículo conmoverse de que los directores de administración o los jefes de compras de los organismos públicos se determinen más en función de la comisión que percibirán que de las necesidades sociales. La corrupción, a menudo señalada como uno de los rasgos característicos del execrado burócrata, es en realidad otro rasgo transversal, otro cáncer, presente en toda nuestra sociedad, a menudo con más fuerza fuera del Estado que dentro de él.

– En una sociedad tan desequilibrada como la nuestra, con diferencias abismales entre ricos y pobres, tan fragmentada entre grupos sociales incorporados a la organización salarial o la protección social y otros rezagados en una servidumbre casi medieval, se tiende a estigmatizar a quien recibe un salario fijo y goza de un empleo estable, olvidando que a menudo estos dos puntos constituyeron banderas fundamentales del movimiento obrero. Además, se olvida sobre todo que, por muy elevado que pueda ser un salario, éste siempre constituirá una remuneración del trabajo y no del capital. En el caso de los «burócratas» venezolanos, los sueldos más elevados no compiten ni de lejos con los salarios que devengan funcionarios públicos de mismo rango en países incluso más pobres, y mucho menos con las remuneraciones que obtienen grupos sociales que viven de la explotación del trabajo (comerciantes), de la remuneración del capital (burguesía financiera), o muy a menudo de ambos. En términos venezolanos, el que muchos de nuestros compatriotas no gocen de estabilidad o protección social y económica, nada tiene que ver con que algunos de ellos, como los funcionarios públicos, sí las tengan, sino con la inmensa facilidad que ofrece nuestra sociedad para que los sectores que viven de la explotación del trabajo o de la renta del capital acaparen la renta petrolera y evadan cualquier contribución al esfuerzo de desarrollo nacional por vía de impuestos sobre la renta u otros. En efecto, por mucho que el Estado distribuya la renta petrolera, ésta siempre va a parar al final, por vía del consumo, al bolsillo de los comerciantes…

Podría multiplicar los ejemplos, pero en el fondo mi propósito es objetar esa crítica casi moral de la burocracia que busca personalizar una responsabilidad que, en realidad, es social.

Parece una verdad de Perogrullo, pero una Revolución que otorga un papel central de regulación, control y acción al Estado, funciones que el capitalismo delega en la «autorregulación» del mercado, debe hacer un esfuerzo sobrehumano de organización, planificación, capacitación y fortalecimiento. Este esfuerzo, sin duda, la Revolución Bolivariana lo ha hecho, pero probablemente lleve en sí mismo la marca de nuestra proverbial desorganización, y vaya arrojando resultados valiosos aun cuando sea de manera imperfecta y a veces caótica. Además, sus resultados no pueden ser perceptibles sino con el paso del tiempo, viéndose nuestra acción actual condenada a portar el fardo de las taras e imperfecciones históricas de nuestra sociedad.

De manera que achacar nuestros desaciertos, errores e incluso retrocesos a un fenómeno como la burocracia o el burocratismo, constituye una suerte de diagnóstico parcial y, en el fondo, inútil. La primera virtud de la Revolución y de su liderazgo debe ser tener conciencia de la inmensidad de la imperfección de la sociedad que se ha propuesto transformar, de manera de no exigirle que sea hoy aquello en lo cual la Revolución debe transformarla en un futuro. Allí, yace el principal desafío de la Revolución Bolivariana: construir una sociedad nueva desde y en medio de una sociedad imperfecta que, por definición, no puede ser destruida por quienes la conformamos, y es capaz de autorreproducirse con la eficiencia que la célebre expresión de Marx grafica: en ella «¡el muerto atrapa al vivo!».

Pero al fin y al cabo, se trata de una incitación a dedicarnos cuerpo y alma a la tarea obligatoria, impostergable y personalísima, de transformar la sociedad trabajando desde y en medio de su cochina imperfección.

Fuente: http://temirporras.blogspot.com/

rCR