La visita del presidente-terrorista George Bush a Brasil, a principios de marzo, empieza a surtir sus primeros efectos. El objetivo de la turné imperialista, que incluyó a otros cuatro países de la región (Uruguay, Colombia, México y Guatemala), fue eminentemente político. Como ha apuntado el profesor Nildo Ouriques, fundador del Observatorio Latinoamericano de la Universidad […]
La visita del presidente-terrorista George Bush a Brasil, a principios de marzo, empieza a surtir sus primeros efectos. El objetivo de la turné imperialista, que incluyó a otros cuatro países de la región (Uruguay, Colombia, México y Guatemala), fue eminentemente político. Como ha apuntado el profesor Nildo Ouriques, fundador del Observatorio Latinoamericano de la Universidad Federal de Santa Catarina, estaba dirigido a sabotear el proceso de integración regional en curso, a fragilizar el Mercosur y a aislar a los gobiernos del continente más a la izquierda, en especial el de Hugo Chávez. «Los EE UU intentan primero dividir para reinar, un instrumento clásico de la política. Segundo, están tratando de cambiar la política de hostilidad, pero aún no han encontrado la fórmula».
«Los productores de caña, que hace diez años eran considerados los bandidos del agronegocio en este país, se están convirtiendo en héroes nacionales e internacionales, porque todo el mundo tiene los ojos puestos en el alcohol [1]. ¿Y por qué? Porque tienen políticas serias».
(Discurso del presidente Lula en Mineiros (GO), 20 de marzo de 2007.)«No se justifica en ningún país, por muy grande que sea, que haya alguien ¡con dos millones de hectáreas de tierra! Eso no tiene justificación en ningún lugar del mundo! Sólo en Brasil. Porque tenemos un presidente cobarde, que se limita a contemplar a una bancada ruralista a cambio de algunos votos».
(Lula en entrevista a la revista Caros Amigos, noviembre de 2000.)
El «imperio del mal» trató de disfrazar este carácter político, a través del «paquete de asistencia» para los pobres de la región y de los acuerdos sobre los llamados «biocombustibles». Pero sólo consiguió engañar a los más inocentes. En Uruguay la visita trató de sacar al país del Mercosur a cambio de un tratado bilateral de comercio (TLC). En Colombia, buscó fortalecer el gobierno de Álvaro Uribe, debilitado por las denuncias sobre su relación con los paramilitares y el narcotráfico. En México, sirvió para legitimar al «presidente» Felipe Calderón, investido tras el escandaloso fraude electoral. Ya en Brasil, la negociación sobre el etanol no ocultó sus artimañas. «Esa energía tiende a reducir el poder de algunos Estados que pensamos que tienen un peso negativo en el mundo, como Venezuela», reveló Nicholas Burns, subsecretario de Estado de los EE UU.
Depredador disfrazado de ecologista
La alardeada negociación sobre los biocombustibles, entre tanto, tuvo razones políticas, incluso como moneda de cambio, pero también económicas. El presidente Bush, el mismo que fracturó el Protocolo de Kyoto contra la emisión de gases contaminantes y gobierna un país responsable del 25% de la polución del planeta, aterrizó en São Paulo disfrazado de «ecologista» y defendió una «asociación estratégica» con Brasil para la investigación y exploración de fuentes de energía alternativas. Al final del encuentro con Lula se firmó un Memorando de Entendimiento sobre Cooperación en el Área de Biocombustibles, cuyo objetivo es estimular al sector privado a invertir en el área y fijar patrones comunes para la expansión de este «mercado verde».
Lo que se acordó realmente aún no se ha hecho público, pero ambos presidentes derrocharon alegría al final de las negociaciones. «El memorando firmado es, sin duda, nuestra respuesta al gran desafío energético del siglo XXI… La asociación que vamos a inaugurar es ambiciosa y dirigida a todos los aspectos ligados a la incorporación definitiva del etanol en la matriz energética de nuestros países», celebró Lula en su discurso en Transpetro, una subsidiaria de Petrobras en Guarulhos. El presidente incluso doró la píldora del acuerdo, al afirmar que el biodiesel «tendrá gran impacto social, está pensado para el pequeño agricultor, para la agricultura familiar, y ayudará a crear empleo y renta en los lugares más pobres de este país».
Pirotecnia publicitaria
En el mismo tono festivo el presidente-torturador George Bush ensalzó el memorando: «Veo a Brasil y a los EE UU trabajando juntos por el bien de la humanidad». Toda esta animación contó con una fuerte dosis de pirotecnia publicitaria. Derrochando arrogancia, Bush afirmó que no atenderá a la principal reivindicación del gobierno y de los productores brasileños: la reducción de la tarifa cobrada sobre el alcohol exportado al mercado de los EE UU. «Eso no va a suceder. Ésta permanecerá hasta 2009 y después el Congreso la revisará». Actualmente, el imperio proteccionista cobra una tasa de 54 centavos de dólar por galón sobre el alcohol vendido por Brasil, además del 2,5% de impuestos aduaneros. Sólo durante el año pasado el gobierno de los EE UU se embolsó 220 millones de dólares en sobretasas sobre el etanol importado de Brasil.
A pesar de las barreras, la tendencia se encamina hacia una enorme expansión del sector en los próximos años. «Ya invertimos 12 billones de dólares en nuevas tecnologías que permitirán alcanzar una mayor independencia económica y un medioambiente de mejor calidad», informó el gobernante yanqui. Dejó claro que pretende invertir en Brasil, incluso en la adquisición de nuestras fábricas, para garantizar una alternativa al petróleo, que es más escaso y se encuentra en países hostiles. «Espero que podamos hacer estas inversiones juntos», afirmó Bush, mirando fija y seductoramente a su potencial socio brasileño, el presidente Lula.
Optimismo por razones distintas
El gobierno de los EE UU tiene mucha prisa. Incluso ha aprobado ya un plan de reducción del consumo de petróleo en un 20% en un plazo de diez años y pretende elevar de 5 billones de galones por año a 35 billones el consumo de biocombustibles, como el alcohol. «Aprecio el hecho de que la energía proceda de la caña de azúcar, lo que proporciona a Brasil grandes ventajas. Aprecio la innovación que se da en Brasil. Vosotros sois líderes en el alcohol. Estoy seguro de que continuareis descubriendo nuevas tecnologías, que serán útiles para otras personas», dijo Bush, quizás pensando en los millones de usuarios de automóviles existentes en los EE UU.
Ya hace mucho que el gobierno Lula está obcecado con la idea de los biocombustibles. Para el presidente esta fuente alternativa de energía será decisiva para la solución de nuestros problemas económicos y sociales y podrá convertir al país en una potencia energética. «La estrecha asociación y cooperación entre los dos líderes del etanol posibilitará la democratización del acceso a la energía. El uso de los biocombustibles será una contribución inestimable a la generación de renta, la inclusión social y la reducción de la pobreza», asegura el ex sindicalista, que ha cambiado su opinión sobre el papel de los «bandidos del agronegocio», como se constata en las citas de arriba.
Cinco peligros del etanol
Este optimismo por el descubrimiento de nuevas fuentes de energía no se limita a los integrantes del gobierno Lula ni a los barones del agronegocio. La sustitución del petróleo por fuentes renovables es una vieja bandera de las grupos ambientalistas. «El fin de la quema de los combustibles fósiles es, por sí sólo, una buena noticia para la humanidad y para la atmósfera de la tierra: es una oportunidad para reducir el calentamiento global… Los biocombustibles surgen como alternativa no sólo más limpia, sino también capaz de promover la justicia social», explica un equilibrado y bastante crítico estudio de la ONG Núcleo dos Amigos da Terra.
Más allá de esto, la posibilidad de que Brasil se convierta en una potencia en el uso de esta nueva fuente de energía también abre una «ventana de oportunidades», el término de moda, para que el país se desarrolle y afronte sus graves y crónicos problemas sociales. El desarrollo de los biocombustibles tendría, potencialmente, la capacidad de impulsar el crecimiento de la economía nacional, generando empleos y renta. Pero todo esto es sólo una posibilidad. Es preciso no embriagarse con el etanol, este rico derivado del alcohol. Una visión idílica del asunto puede quemarle la lengua a los optimistas en el futuro. Los riesgos de esta nueva fuente de energía son enormes.
Ambiciones imperialistas de los EE UU
En primer lugar, es necesario no olvidar los ambiciosos intereses de los EE UU en el «oro verde». La potencia imperialista no está interesada en el desarrollo nacional, como demuestra su rechazo a cualquier reducción de las barreras proteccionistas. Lo que ansía es apropiarse de este rico producto, sea copiando nuestra tecnología, comprando nuestras tierras y fábricas, pagando precios irrisorios por nuestro alcohol o degradando nuestros recursos naturales; los EE UU han destruido sus reservas naturales en apenas cuatro siglos, en cuanto a Brasil, aún está lejos de agotarlas. La producción yanqui del etanol con base en el maíz es menos rentable y no garantiza la ejecución de su plan de reducción del petróleo. De ahí su saña para apropiarse nuestro etanol.
Como advierte el profesor Bernardo Kucinski, «los gobiernos americanos no son fiables para ningún tipo de asociación porque incumplen sistemáticamente sus promesas tras obtener lo que quieren. En los años 50 se llevaron nuestro uranio y torio con la promesa de compensaciones específicas en tecnología nuclear, que nunca han llegado; prometieron petróleo a Corea del Norte a cambio del desmantelamiento de su programa nuclear, pero el petróleo no se entregó; siguen sin cumplir con la determinación de la OMC de desmontar sus subsidios agrícolas. Los EE UU dependen ahora de forma determinante de la energía importada… Quieren nuestro etanol, pero sin anular las sobretasas que hacen viable la producción del etanol también en los EE UU».
Concentración de la propiedad rural
En segundo lugar, dependiendo de la forma en la que dichos «biocombustibles» sean producidos, estos sólo servirán para reforzar la histórica y absurda concentración de tierras en el país. El ciclo de la caña en Brasil, desde el siglo XVIII, ha estado marcado siempre por la esclavitud de los trabajadores y por el aumento del poder del latifundio -que hoy concentra el 56% de las tierras cultivables-. Ante la expectativa de que el etanol se convierta en un recurso estratégico, se observa ya un fuerte movimiento para la compra de tierras. Hay grandes inversiones en proyecto, que indican que el país podrá sumar, de media, una fábrica de alcohol al mes en los próximos seis años.
No faltarán recursos financieros, incluso del banco estatal BNDES, que anunció hace días la liberación de «hasta 10 billones de reales del monto necesario para la instalación de las nuevas unidades». El resto del dinero deberá venir de la iniciativa privada nacional e internacional, además de las agencias multilaterales, como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y el Japan Bank for International Cooperation. Un reportaje de la revista de negocios Forbes, del pasado febrero, titulado «El alcohol atrae a nuevos emprendedores», confirma la peligrosa tendencia del aumento de la concentración de tierras en Brasil a consecuencia de la «fiebre del etanol».
«Con las exportaciones brasileñas de alcohol en acelerada expansión, habiendo alcanzado 1.604 billones de dólares en 2006, un 109,6% más que en 2005, y con las ventas de coches biocombustibles correspondiendo al 78,19% del total de la venta de vehículos, el alcohol es hoy la estrella más brillante de los mercados externo e interno». La revista recuerda que el Programa de Aceleración del Crecimiento del gobierno Lula prevé un añadido de 50 fábricas a las 270 ya existentes en el país. Con innumerables datos sobre el potencial del sector, la publicación estimula a los productores a comprar tierras y a invertir en el monocultivo de la caña. Y no tergiversa: «La apertura del capital por parte de las empresas productoras de alcohol a partir del azúcar puede ser la mejor opción para captar recursos extranjeros».
Desnacionalización del campo brasileño
En este punto reside el tercer riesgo: el de que la concentración de tierra se vea agravada por la desnacionalización del campo brasileño. «Muchos extranjeros ya consideran a Brasil como la Arabia Saudita del alcohol, como relató The Wall Street Journal, y el interés de los inversores extranjeros, en general por la caña de azúcar, es clamoroso. ‘Pocas personas consiguen imaginar la revolución silenciosa que la agroenergía está provocando en Brasil y la cantidad de inversores extranjeros a la búsqueda de espacios en el mercado brasileño. Estamos asistiendo en este inicio de febrero a una verdadera guerra entre varios grupos para la compra de una gran industria’, comenta Antonio Cabrera» (ex ministro de Collor de Mello), relata, exultante, la Forbes.
La multinacional estadounidense Bunge, principal empresa de alimentos del mundo, ya se disputa con la brasileña Cosan el control de la fábrica Vale do Rosário, en Morro Agudo (SP). La empresa Noble Group, con sede en Hong Kong, anunció la compra de la fábrica Pertibru Paulista, en Sebastianópolis do Sul (SP), por 70 millones de dólares. Otra revista de negocios, Exame, cuenta en un texto apologético titulado «El biodiesel se convirtió en negocio», que la yanqui ADM, una de las mayores productoras de semillas del planeta, va a abrir en junio una fábrica en Rondonópolis (MS) y que la francesa Dreyfus ha anunciado un proyecto de producción de 150 millones de litros de alcohol y ha adquirido cinco fábricas del grupo Tavares de Melo, convirtiéndose en la segunda mayor productora de etanol del país. Hasta el mega-especulador George Soros ya ha adquirido una fábrica en Monte Alegre (MG).
«Lo que se ve hoy es un número creciente de grandes empresas -algunas de las mayores del sector en todo el mundo- entrando en juego. La capacidad de producción de las fábricas en funcionamiento alcanzará hasta el final de este año 1,2 trillones de litros, sobrepasando los 800 millones necesarios para cubrir el consumo previsto», describe Exame. Ya la Folha de São Paulo, tan ligada a los intereses alienígenas, reproduce una preocupante entrevista del asesor internacional del presidente Lula, Marco Aurélio Garcia: «Brasil tiene tecnología y poco capital. Los EE UU tienen mucho capital y un enorme interés estratégico en los biocombustibles».
Ese proceso de desnacionalización se puede ver aún más acentuado por el feroz apetito de las multinacionales que controlan el cultivo de los transgénicos, como Monsanto, Dupont, Bayer, Basf, Dow y Syngenta. Éstas ya están invirtiendo mucho en la manipulación genética del maíz, la caña de azúcar y la soja, convirtiendo a éstos en cultivos no comestibles, lo que incluso pone en riesgo la seguridad alimentaria de los brasileños. Según Eric Holt-Giménez, coordinador de la ONG Food First, «tres grandes empresas (ADM, Cargill y Monsanto) están forjando un imperio, en una alianza que va a amarrar la producción y la venta de etanol». A esto se añade que las empresas del agronegocio, aliadas a las transnacionales del petróleo y a las montadoras de automóviles, ya hayan creado una asociación inédita viendo grandes beneficios en los biocombustibles.
Trabajo precarizado e inhumano
Un cuarto riesgo, que no debe ser subestimado por los que mantienen una perspectiva de clase, es la brutal explotación de los trabajadores. El etanol producido a partir de la caña tiene una rentabilidad superior al extraído del maíz en los EE UU -mientras el primero puede generar 7.300 litros de alcohol por hectárea, el segundo no produce más que 3.000 litros-. Esa productividad se asienta, principalmente, en un trabajo que roza la esclavitud. La productividad media del cortador de caña se ha duplicado desde la década de los 80 -alcanzando hoy las 12 toneladas por día-. La Procuradoría del Ministerio Público fiscalizó el año pasado las 74 fábricas de São Paulo y todas fueron intervenidas. En las primeras fiscalizaciones de este año, el mismo organismo ya encontró varias irregularidades. «La agroindustria es la que más infringe la legislación laboral y los acuerdos colectivos», asegura el organismo.
La investigadora Maria Cristina Gonzaga, de Fundacentro, fundación vinculada al Ministerio de Trabajo, denuncia que «el azúcar y el alcohol en Brasil están bañados de sangre, sudor y muerte. Los trabajadores son masacrados y enferman todo el tiempo». São Paulo concentra el 59,5% de la producción brasileña de caña y emplea a cerca de 400.000 cortadores. Cada uno debe recoger por lo menos 10 toneladas por día. Según el boletín del Centro de Referencia en Salud del Trabajador, cada cortador da aproximadamente 30 golpes de hoz por minuto en ocho horas de trabajo. «Muchos de ellos son trabajadores en régimen de esclavitud disfrazada», señala el especialista Pedro Ramos, de la Universidad de Campinas (SP). Son personas mal alimentadas y con pocas horas de sueño, lo que provoca innumerables enfermedades y envejecimiento precoz.
Según el valiente texto de Maria Cristina Fernandes, editora de política del periódico Valor, «la media de vida útil de los cortadores de caña es de 15 años. Entre las zafras de 2004 y 2006 murieron 10 cortadores sólo en la región productora de caña de azúcar de São Paulo. Mientras el principal factor de insalubridad, la carga de trabajo, aumenta, el salario cae. En los años 80, tras un periodo de huelgas, los trabajadores conquistaron una base salarial de 2,5 salarios mínimos, lo que equivaldría hoy a 875 reales (o 950 reales a partir del 1 de abril). Hoy varía de 380 reales a 470… Sin afrontar esos problemas, el éxito del etanol, para una gran parte de brasileños, se limitará a los arcaísmos del ciclo de la caña de azúcar en el país».
Los daños al medioambiente
Por último, todavía es preciso relativizar el pretendido potencial de esta «energía limpia» y alertar sobre los riesgos ambientales de los llamados biocombustibles, en especial del etanol. Como alerta la profesora Mae-Wan-Ho, de la Universidad de Hong Kong, «los biocombustibles han sido publicitados erróneamente como ‘neutros en carbono’, como si no contribuyesen al efecto invernadero en la atmósfera. Cuando se queman, el dióxido de carbono que las plantas absorben se devuelve a la atmósfera… Se ignoran, así, los costes de las emisiones de CO-2 y de los fertilizantes y pesticidas usados en las cosechas». Un estudio del Gabinete Belga de Asuntos Científicos refuerza el temor. «El biodiesel provoca más problemas de salud y ambientales porque crea una polución pulverizada y libera más contaminantes que promueven la destrucción de la capa de ozono».
Actualmente, la matriz energética mundial está compuesta por petróleo (35%), carbón (23%) y gas natural (21%). Los diez países más ricos del mundo consumen el 80% de la energía producida en el mundo. Ante la aceleración del calentamiento global, los biocombustibles surgen como alternativa para la supervivencia del planeta. Pero, como sostienen los investigadores Edivan Pinto, Marluce Melo y Maria Luisa Mendonça, «el concepto de energía ‘renovable’ debe ser discutido a partir de una visión más amplia que considere sus efectos negativos». Recuerdan, entre otros peligros, que cada litro de etanol producido consume cerca de cuatro litros de agua, lo que agrava la escasez de este recurso natural tan estratégico en la actualidad.
Podríamos añadir un sexto riesgo, de carácter ético, como indicó la periodista Verena Glass, de la Agencia Carta Maior. «En un mundo donde, de acuerdo a las Naciones Unidas, 1 billlón de personas sufre de hambre crónica y malnutrición y 24 mil mueren diariamente por causas relacionadas con esos problemas – entre estos, 18 mil son niños – se hace necesario cuestionar si las tierras del planeta se destinarán preferentemente a atender a los cerca de 800 millones de propietarios de automóviles, o a garantizar la seguridad alimentaria mundial. Y aún más: si el Sur continuará desempeñando el papel de abastecedor de las materias primas necesarias para permitir al Norte mantener su modelo de consumo».
* Altamiro Borges es periodista, miembro del Comité Central del PcdoB (Partido Comunista do Brasil), editor de la revista Debate Sindical y autor del libro As encruzilhadas do sindicalismo (Editora Anita Garibaldi, segunda edición). Este artículo ha sido publicado originalmente en portugués en Correio da Cidadania (27/03/2007) y traducido para Pueblos por Aloia Álvarez Feáns.
[1] El término alcohol se corresponde en este texto con el alcohol etílico utilizado como carburante, sinónimo, por tanto, del etanol, N, de T.