Si al ascender Bush en el año 2000, a través de una elección fraudulenta que aplaudirían los priístas, nos hubiéramos imaginado lo que sería el mundo, quizá muchos habrían pedido a Dios la mudanza a un mejor tiempo o a otro planeta. Si ya el mundo se había descompuesto de manera acelerada en cuatro años, […]
Si al ascender Bush en el año 2000, a través de una elección fraudulenta que aplaudirían los priístas, nos hubiéramos imaginado lo que sería el mundo, quizá muchos habrían pedido a Dios la mudanza a un mejor tiempo o a otro planeta. Si ya el mundo se había descompuesto de manera acelerada en cuatro años, eso no pareció importarles a 59 millones de los estadunidenses, quienes en 2004 votaron de nuevo por Bush. En sus Cartas a un amigo alemán, cuando Albert Camus en 1943 y 1944, decía Vous, ustedes, se refería, no a los alemanes, sino a los nazis; cuando reprochamos a los estadunidenses lo poco habitable que han vuelto tantos lugares del mundo Bush y su grupo de halcones (Rumsfeld, Cheney, Rice, etcétera), no nos referimos a todos, sino a esos 59 millones que votaron por él, a sabiendas de lo que había pasado y pasaría después con su conducta de pistolero de western amenazando a todos en la cantina. Desde los atentados del 11 de septiembre en 2001 y sobre todo después de la invasión a Irak en 2003 (saltándose a la ONU y justificando la barbarie con mentiras oprobiosas), en su lucha contra el terrorismo, la administración Bush volvió la vida más difícil y tortuosa para todos: lo fue para Europa, que vive en el miedo al terrorismo de los fundamentalistas musulmanes; lo fue para Israel, que se volvió más odioso para los países árabes; lo fue para los mismos árabes, de quienes se desconfía en casi todos los países occidentales; lo fue para México, que con un gobierno pusilánime y torpe, se ha visto humillado una y otra vez, siendo la última su política ambigua frente a la construcción ultrajante del muro fronterizo; lo fue para los propios Estados Unidos, que si ya era uno de los países más vigilados del mundo, lo aisló más aún, ha vuelto el país algo parecido a una fortificación o un baluarte y ha acabado el gobierno bushiano teniendo serios símiles con el Big Brother comunista al que combatió por décadas.
La verdad es que la política de Bush del Big Stick ha funcionado como un gran reactivo en Occidente. Sólo ha originado fracasos y rupturas para su gobierno, de los que sólo 59 millones de estadunidenses no parecen darse muy bien cuenta. Los gobiernos de los países europeos que apoyaron con más vehemencia a Bush en su aventura sin sentido ni dirección en Irak, aun contra la oposición de la gran mayoría de sus ciudadanos, como el español y el italiano, han caído o están cerca de caer. En 2004 Madrid y en 2005 Londres sufrieron terribles atentados y quizá nos enteremos uno de estos días -ojalá no sea así- que en Roma o en alguna ciudad importante de Italia ocurra una nueva embestida del fundamentalismo musulmán, indefendible y odioso como cualquier fundamentalismo. ¿Y los primeros ministros de esos países que lo apoyaron? Aznar, por su malevolencia rencorosa de querer culpar a la ETA de los atentados del 7 de marzo de 2003, hizo perder unos días después las elecciones al Partido Popular; Tony Blair, perdida ante los ojos del mundo toda autoridad moral, ha acabado pareciéndose más, en política exterior e interior, a Margaret Thatcher que a un gobernante liberal, y se ha empecinado, como sus aliados, en ver sus grandes errores como aciertos históricos y sus repetidas mentiras (igual que Bush) como verdades goebbelsianas; Berlusconi, con un gobierno a modo, donde están incluidos fascistas y separatistas, ha pervertido el estado de Derecho al mandar hacer en el Parlamento leyes a su medida para no ser procesado por sus actos delictivos, y ha rebajado los usos y costumbres de la política italiana a un espectáculo circense donde él es el principal payaso.
Más que acabar con la tiranía de Hussein, más que la democracia y un régimen justo para los iraquíes, Bush, su grupo de halcones y empresarios afines, buscaban ante todo el petróleo iraquí y el negocio de la reconstrucción. ¿Pero qué ha sucedido? Pese a la caída del régimen totalitario de Hussein, el mercado del petróleo se ha vuelto más inestable, los precios han llegado a límites insospechados, y el negocio de la reconstrucción es imposible en un lugar donde a diario se destruye más la infraestructura y donde muere gente a racimos, entre ellos los propios estadunidenses. Estados Unidos sufre por la escasez petrolera e Irak tiene todos los visos de volverse, si no una derrota como acaeció con Vietnam, sí una larga pesadilla de la que será muy difícil volver a la vigilia. Para ir a la guerra con Irak el gobierno de Bush ignoró a la ONU y ahora depende de la ONU para simular la legalidad y tendrá necesidad de ella para una salida más o menos digna. Peleó con aliados europeos, sobre todo los más poderosos (Alemania y Francia), y ahora ha tenido que buscar las vías de reconciliación.
¿Pero qué ha traído como consecuencia la política de la administración bushiana en América Latina? En buen número de países de nuestro subcontinente, los ciudadanos, hartos del fracaso y los quebrantos causados por las políticas neoliberales, tiende, como nunca antes, a elegir gobiernos izquierdistas, centroizquierdistas y progresistas, donde no está excluido en varios de ellos el populismo. La política bushiana ha estimulado la radicalización de presidentes como Hugo Chávez en Venezuela o ha cooperado en alguna medida, como rechazo a Estados Unidos, a que Evo Morales ganara las elecciones en Bolivia. Si triunfa Daniel Ortega en noviembre se formará un eje duro La Habana-Managua-Caracas-La Paz. ¿Ha sido el principio del fin del régimen cubano? Más bien Bush ha logrado un fortalecimiento que ni Castro mismo esperaba ni menos imaginaba. Únanse a esto gobiernos de centro izquierda como los de Kirchner en Argentina, Tabaré en Uruguay, Lula en Brasil y, de lo que será una izquierda, probablemente más moderada, de Michele Bachelet en Chile, y se verá que la política bushiana ha debilitado enormemente el liderazgo estadunidense en la región y no se ve fácil que lo recupere a corto plazo. No debe descartarse en junio el arribo al poder de López Obrador en México.
Luego de las ocupaciones de Afganistán e Irak, en nombre de la seguridad nacional, Estados Unidos interiormente se ha vuelto una fortaleza y sus libertades dudosas. Ha crecido el papel de los militares, del FBI y de la CIA; quien critica las matanzas en Irak o se niega a aceptar las versiones oficiales es acusado de antipatriota; se persigue o encarcela a periodistas críticos (Judith Miller es un ejemplo extremo) o los periodistas mismos, para evitarse problemas, se autocensuran en temas que son vistos como razones de Estado; los prisioneros en las cárceles iraquíes o de Guantánamo son tratados como ratas, y los migrantes mexicanos y centroamericanos son cazados a lo largo de la frontera del río Bravo… El colmo: en el comercio internacional el euro es ya más fuerte que el dólar y los chinos han dicho que no utilizarán en un futuro próximo el dólar para sus transacciones. Qué paradoja: los estadunidenses quisieron históricamente llevar las libertades al mundo y han ido perdiendo por dentro sus libertades.
A diferencia de Clinton, que es aplaudido donde llega, la realidad es que la mayoría de los habitantes del mundo, con mínima conciencia política, se han vuelto antibushianos, y, por extensión (lo que no deja de tener una parte de injusticia), antiestadunidenses. Jamás en la historia ha habido un presidente de Estados Unidos, ni siquiera Richard Nixon, tan repudiado y odiado en el planeta como George W. Bush. No hay un solo sitio donde llegue que no suscite furiosas manifestaciones y protestas de toda índole. Bush ha logrado que los hombres libres y los que quieren un mundo más justo sientan una honda nostalgia por los grandes presidentes estadunidenses del siglo XX: Franklin D. Roosvelt, John F. Kennedy y William Clinton.
Al igual que Hitler, la inteligencia de Bush es precaria, repite hasta la saciedad unas cuantas ideas, y sus posturas, que lo acercan a la demencia, resultan peligrosísimas, sobre todo, si tomamos en cuenta, el poder militar y nuclear con el que cuenta Estados Unidos. Eso me hace recordar lo dicho por Camus en su Discurso de Suecia del 17 de diciembre de 1957, cuando recibió el Premio Nobel: «Cada generación, sin duda, se cree consagrada a rehacer el mundo. La mía, sin embargo, sabe que no lo rehará. Pero su tarea es tal vez más grande. Consiste en que el mundo no se deshaga.» La tarea de las nuevas generaciones ante los fundamentalistas de Occidente y los fundamentalistas musulmanes es análoga: evitar que los nuevos bárbaros deshagan civilizaciones, culturas, ciudades, paisajes, obras artísticas, convivencia, paz, práctica de la justicia, simplemente por que el otro no piensa o cree o actúa como ellos.
En una genial escena de El gran dictador, Charles Chaplin, caricaturizando a Hitler, se pone a patear y a jugar con un globo planetario, como si fuera dueño de él. Ahora, si alguien tuviera que filmar una escena similar de un Bush que se cree propietario del mundo, sólo podría ser Michael Moore.
Pero 59 millones de estadunidenses quizá no entenderían la imagen.