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¿Alianza estratégica?... No será para tanto

Bush y Lula, la foto de Camp David

Fuentes: Agencia Periodística del Mercosur

El proyecto agrocombustibles basta como preocupación, pero desconocer que en lo político y en lo comercial hubo más diferencias que acuerdos sería un grave error de apreciación. Cuando en una cumbre presidencial uno de los protagonistas reconoce que volverá a casa con las manos vacías, y ante un escenario de alta tensión, como es el […]

El proyecto agrocombustibles basta como preocupación, pero desconocer que en lo político y en lo comercial hubo más diferencias que acuerdos sería un grave error de apreciación.

Cuando en una cumbre presidencial uno de los protagonistas reconoce que volverá a casa con las manos vacías, y ante un escenario de alta tensión, como es el de Irán, el mismo presidente le dice a su anfitrión jefe de la guerra, nosotros continuaremos con nuestras inversiones en ese país, porque se trata de un buen socio comercial, pues entonces poco se puede hablar de alianza estratégica.

Tras mantener el pasado fin de semana su séptimo encuentro con George W. Bush – el segundo en dos semanas -, el presidente de Brasil, Luiz Inacio Lula Da Silva, reconoció «si alguien me pregunta que me llevo de vuelta, yo le diría que nada».

Cuando para reforzar sus amenazas contra Irán, Bush volvió a calificar de «inaceptable» a la política de Teherán – en otros artículos de su servicio informativo de este lunes APM analiza el grado de temeridad de la estrategia estadounidense -, Lula respondió «le digo con convicción que Petrobrás (la petrolera cuasi estatal brasileña) seguirá invirtiendo allí. Irán ha sido un importante socio comercial para nosotros».

Bush replicó «cada nación toma las decisiones que cree que mejor responden a sus intereses», una frase que podría sonar a gesto de comprensión hacia su homólogo sudamericano aunque otra lectura indica una reafirmación del unilateralismo de Washington, más allá de que el mismo signifique una agresión a otros países.

Sí es un dato preocupante para la marcha estratégica de Sudamérica la insistencia tanto de Estados Unidos como de Brasil en emprender en forma conjunta un programa de desarrollo para agrocombustibles, basado en el etanol y amparado en una severa falacia conceptual: que se trata de una matriz productiva que sustituirá a la civilización del petróleo.

En realidad se trata de un proyecto atentatorio de la Soberanía Alimentaria, objetivo al que debe apuntar tanto el Mercado Común del Sur (MERCOSUR) como las otras instancias de integración regional si es que se aspira a encontrar un sitio independiente y efectivamente democrático en el escenario financiero, económico y político global del siglo XXI.

Son muchas las voces científicas, técnicas y políticas – las recientes apreciaciones del líder cubano Fidel Castro al respecto resultaron concluyentes- que alertan sobre la amenaza de hambre que se cierna sobre miles de millones de seres humanos, desde el momento que el proyecto motorizado por Washington y Brasilia fortalece el criterio del agro como generador de materias primas con precios regulados en los centros de poder («commodities») y atenta contra la producción sustentatable y accesible de alimentos, por sólo citar aquí algunos de los aspectos negativos de la iniciativa capital del negocio agro-energético-petrolero.

Por ahora, y difícilmente vaya a modificar los ejes de su posición, Brasil se mantiene firme ante Estados Unidos en lo que hace a la lectura de las negociaciones comerciales globales, conocidas como la ronda de Doha.

«Estamos trabajando para que las naciones menos desarrolladas tengan más chances. Es necesario un consenso sobre Doha para que sea reducida la pobreza», una clara demanda contra Estados Unidos y la Unión Europea que se niegan a desmantelar sus políticas proteccionistas y de subsidios», dijo Lula en la reunión con Bush.

El jefe de estado brasileño también estacó que su país «cree firmemente en la integración de América del Sur. Invite a Estados Unidos y al presidente Bush a ser socios en esa integración», aunque inmediatamente agregó sus reclamos por Doha y exigió la extensión de preferencias arancelarias para varios países de la región, como Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia.

Pese a lo magro del resultado político que obtuvo Bush en Camp David, la mayoría de los grandes medios de prensa hegemónicos insistieron en considerar que la cumbre selló un acuerdo estratégico.

Sin embargo, uno de los puntos preferidos de Estados Unidos en la relación bilateral con Brasil – arrastrar al país sudamericano a un política crítica o de enfrentamiento con el presidente Hugo Chávez de Venezuela – quedó fuera de la agenda y los influyentes medios de comunicación sólo pudieron apelar al recursos tergiversador de comenzar sus análisis favorables a Washington sin ningún sostén en los hechos.