La política y la economía internacional parecen andar aceleradas en las últimas décadas. Si en 1992 nos anunciaban el triunfo del neoliberalismo y el fin de la historia, pocos años después América Latina demostraba al mundo que los postulados hegemónicos de los Estados Unidos eran, una vez más, erróneos. Con la victoria de Chávez en […]
En este sentido destaca el papel de Brasil, no por la profundidad del cuestionamiento del sistema económico capitalista, que no ha sido confrontado tan fuertemente como en otros países sudamericanos, sino por su nuevo rol en el sistema internacional, por el cuestionamiento de su función en la economía mundo capitalista y por su voluntad de romper con las políticas neoliberales de las décadas anteriores.
Brasil logró en estos años un posicionamiento de liderazgo internacional sin precedentes. El gran gigante sudamericano despertó y se convirtió en uno de los principales puntales para la construcción de un mundo multipolar. Su pertenencia a los BRICS, su impulso para la creación de nuevos espacios de integración regional y de concertación política como UNASUR o CELAC y la reorientación del Mercosur, y su reforzado liderazgo en la Cooperación Sur-Sur hacían pensar que Brasil había llegado para quedarse como uno de los principales actores en la nueva correlación de fuerzas en el sistema internacional.
El éxito no quedó solo en el plano internacional. Brasil comenzó a reducir significativamente los dos principales flagelos en su interior: la pobreza y la desigualdad. Todo hacía pensar que el siglo XXI sería el despertar definitivo del gigante sudamericano.
Sin embargo, se dejaron de lado las grandes reformas institucionales que blindaran los nuevos derechos adquiridos y garantizaran el bien común de las grandes mayorías frente a los intereses del capital. Cambiar de bando le salió barato al capital, pero le salió muy caro a la mayoría de la población brasileña. El gran capital no necesitó la victoria en las urnas con un discurso postpolítico, lleno de sonrisas y globos de colores. En Brasil su triunfo se fraguó primero con una alianza frágil tras la segunda victoria de Dilma en Brasil, y posteriormente, cuando Dilma se reusó a seguir la vía que le marcaba el gran capital, no dudó en asestarle el golpe para posicionar a un Temer al que la gran mayoría de la población desaprueba (sólo 3% de aprobación) pero al que ven con buenos ojos los nuevos aliados del Gobierno brasileño (el gran capital transnacional y sus amigos).
Hoy Brasil ya no es una potencia emergente con gran presencia internacional. En la región se ha convertido en el principal apoyo de la ofensiva del neoliberalismo y en el azote de los gobiernos progresistas que siguen quedando en la región. Los BRICS aparecen debilitados y es principalmente responsabilidad de su socio sudamericano. El Mercosur da otra vuelta de tuerca y se vuelve a posicionar como el mecanismo que garantiza la liberalización del capital tanto dentro del proceso como fuera (acuerdo comercial con la Unión Europea). UNASUR y CELAC pierden su vigorosidad y reaparecen los viejos postulados (des)integracionistas de la liberalización económica con el resto del mundo.
También en materia de privatizaciones el Gobierno de Brasil ha demostrado como barrer con (casi) todo de forma rápida a pesar del descontento popular. De momento se salva parcialmente Petrobrás, pero como contamos en un documento anterior escrito junto a Guillermo Oglietti para CELAG (¡Brasil en venta! El problema del capital social y las privatizaciones de Temer en Brasil), su privatización está también en agenda, solo a la espera del momento adecuado. Los nuevos aliados de Brasil piden más y más. El último Informe del Banco Mundial para Brasil, titulado sin sonrojarse «El ajuste justo», realizado a petición del propio gobierno de Temer, habla de la necesidad de poner fin al sistema de Universidades Públicas porque según su visión, éstas otorgan mayores beneficios a la población más privilegiada. Y sus recetas privatizadoras no quedan ahí, sino que también tocan el ajuste salarial de los servidores públicos, la aceleración y profundización de la reforma del sistema de pensiones y la reestructuración sanitaria para el cierre de los hospitales medianos.
Todo esto representa el cuestionamiento del concepto de derechos adquiridos, liderado por un gobierno que no ha sido ni tan siquiera elegido por el pueblo brasileño. Brasil cambió de bando mediante un golpe en el parlamento. Su apuesta por la liberalización, las privatizaciones, el recorte de los derechos adquiridos y la subordinación de las personas al gran capital parecen consolidados. Pero como se dijo al principio, la política y la economía parecen ir aceleradas. En octubre 2018 habrá elecciones en presidenciales en Brasil y el pueblo brasileño tendrá la oportunidad de romper con los años aciagos de la vuelta del neoliberalismo para retomar la senda que comenzó a construir en 2003. Eso sí, ahora con la experiencia de saber que los cambios deben ser blindados institucionalmente de forma que ningún gobierno ni organismo internacional al servicio del gran capital, cuestione los derechos adquiridos por las grandes mayorías.
Sergio Martín-Carrillo es miembro de la secretaría ejecutiva de CELAG.
Fuente: http://www.celag.org/brasil-cambiar-bando-solo-golpe/