Una f otografía de Camille Claudel, en color sepia, dicen que de Johansen Krause, nos muestra a la escultora seria, despeinada, joven y triste : sólo tiene veinte años, y parece tener los ojos verdes, aunque su hermano, el poeta Paul Claudel, dijese que eran azules. Es la misma fotografía que puede verse adosada a […]
Una f otografía de Camille Claudel, en color sepia, dicen que de Johansen Krause, nos muestra a la escultora seria, despeinada, joven y triste : sólo tiene veinte años, y parece tener los ojos verdes, aunque su hermano, el poeta Paul Claudel, dijese que eran azules. Es la misma fotografía que puede verse adosada a la piedra del memorial de Montfavet que recuerda su muerte : no existe una tumba, porque sus restos reposan en el osario del cementerio, mezclados con otras personas olvidadas, en una involuntaria advertencia de la atroz desgracia que persiguió a la escultora durante más de treinta años . La pasión de su vida fue la escultura, y el amor de Rodin, en una difícil relación que Paul Claudel definió como » una triste historia «. Es una discreta e hipócrita explicación para entender a una persona que pasó los últimos treinta años de su vida encerrada en un manicomio, absorta en su desgracia, luchando con sus escasas fuerzas para conseguir que su familia le devolviera la libertad.
Rodin fue el origen de sus desgracias. Rodin es un escultor que convive y crea con el neoclasicisimo de finales del siglo XIX (es evidente su interés por Miguel Ángel), aunque también con la mitología simbolista, a través de su relación con Baudelaire (ilustró Las flores del mal ) y de su interés por autores como Puvis de Chavannes. Buena parte de su obra está recogida en un palacio parisino y en su casa-taller de Meudon. El museo que guarda la obra de Auguste Rodin es el antiguo hôtel Biron, un palacio construido medio siglo antes de la revolución francesa, y que fue habitado por personajes diversos, desde el cardenal Caprara, embajador de los Estados Pontificios, hasta el embajador de la Rusia zarista, pasando por las pupilas de un colegio religioso, y, ya en el siglo XX, por inquilinos pobres como Cocteau, Matisse, Isadora Duncan, Clara Westhoff (escultora alemana que fue alumna de Rodin, poco antes de casarse con Rilke), y que el escultor alquiló en los primeros años del siglo. El jardín con césped ante el palacio, la alberca circular que se adivina al fondo, una iglesia neogótica adjunta que hoy también es parte del museo, forman el tranquilo conjunto donde el curioso puede ver hoy, juntas, las obras de Rodin y de Camille Claudel. En el jardín, está El pensador, del que Gómez de la Serna afirmó que «es un ajedrecista a quien le han quitado la mesa». Al lado del palacio, se ven los Inválidos.
Las chimeneas del hôtel, recargadas y con grandes espejos hasta el techo, de seis metros de altura, recrean interiores señoriales, con algunas sorpresas. En la sala 15, está Le maire de Torquemada, de Zuloaga, regalada por el pintor vasco a Rodin. Después, Le père Tanguy, de Van Gogh; y la Mujer desnuda, de Renoir, una pintura cursi y poco atractiva. Aquí mismo, se conservan antigüedades acumuladas por Rodin: cerámicas griegas, un halcón egipcio, una máscara funeraria egipcia, un Efebo etrusco; un retrato de mujer, en piedra calcárea, procedente de Palmira; una máscara japonesa. Otro cuadro de Van Gogh, Les moissonneurs, y uno de Monet, Belle-Ile. Muy cerca, La mano de Dios, de Rodin, de 1902. El crujido que hacen los grandes bloques de madera del suelo, parece anunciar la sala de Camille Claudel, donde se ve un retrato de Rodin, y La vague, en ónice y bronce, que tanto recuerda a Hokusai: es una gran ola que está a punto de envolver a tres bañistas que juegan en la playa. También, Perseo et la Gorgone, de Claudel, en mármol. Algunas de sus obras más inquietantes, como Torso de Cloto, instrumento para volver sobre sus diferencias sentimentales con Rodin, se encuentran en el Museo d’Orsay. Rodin hizo muchos retratos de Camille, y los conservó hasta que hizo su donación de 1916 para los fondos que formaron el museo del hôtel Biron.
Camille Claudel nació en 1864, en Fère-en-Tardenois, un pueblecito de la Picardía, y, en 1881, su madre se instaló en París, en el 135 del bulevar de Montparnasse, con sus hijos, mientras el padre vivía en pequeñas ciudades adonde le llevaba su función de registrador de la propiedad. Muy joven, Camille ya empieza a hacer algunas esculturas, como la de su hermano, que tituló Paul Claudel a los trece años. Al año siguiente, la familia se muda al 111 de Notre-Dame-des-Champs, y, justo al lado, Camille, que sólo tiene dieciocho años, alquila un local para habilitarlo como taller, junto con su amiga Jessie Lispcomb y otras camaradas. Un año después, en 1883, por una coincidencia, el escultor Rodin empieza a dar clases al grupo de amigas en ese taller, donde la belleza de Camille le deslumbra: es un hombre maduro, de cuarenta y tres años, casi veinticinco más que ella, muy conocido ya en los medios artísticos franceses desde el escándalo que causó su escultura La edad de bronce, su primera estatua con ese material, realizada en 1877. Entonces, le acusaron de haber realizado el molde de yeso directamente sobre el cuerpo de un joven modelo, acusación que le marginó hasta que consiguió quedar libre de toda sospecha. Rodin tenía acceso al Depósito de mármoles, en el 182 de la rue de l’Université, muy cerca de la tour Eiffel, que utilizó hasta su muerte, y donde Camille observaba absorta. Allí hizo Rodin la famosa máscara en yeso de Camille, que todavía nos inquieta hoy con las líneas que cruzan el rostro, las rebabas que parten los labios o el óvalo de la cara. Juntos, discuten y elaboran, crean, sin preocuparse de la autoría de cada pieza.
Con veinte años, Camille empieza a trabajar como ayudante y modelo en el taller de Rodin, y todo indica que el escultor está prisionero de una pasión por la joven que llega a hacerle abandonar temporalmente su trabajo. Rodin trabaja en las figuras que compondrán La puerta del infierno, y su ánimo perturbado por Camille se refleja en ellas: la pareja Soy hermosa, donde un hombre rapta a una joven, es la declaración artística de su amor enajenado, de su delirio, de su obsesión. Camille toma distancias, pero coquetea con él, aunque, agobiada por los comentarios, se va a Inglaterra en 1886, a casa de su amiga Jessie Lispcomb. No es casualidad que Rodin viaje, durante la primavera, a Londres: Peterborough, donde vivían los Lispcomb, está a poco más de cien kilómetros al norte, y el escultor está loco por la joven, hasta el punto de que le escribe quejándose de su agonía, y de su decisión de abandonarlo todo, jurando que no tiene a ninguna otra mujer, aunque sea mentira. Camille todavía pasará una parte del verano en Frome (en la casa de Amy Singer, a quien había conocido en París), y en la isla de Wight, frente a Southampton, hasta su vuelta a Francia en septiembre. Ambos, han forjado ya una unión que marcará sus vidas para siempre.
La familia de Camille se ha trasladado, en 1885, al 31 de Port Royal (donde el escrupuloso ayuntamiento de la ciudad ha dispuesto una placa para recordarlo) y allí vivirá Camille hasta que, tres años después, se instala en el 113 del bulevar Blanqui (entonces, boulevard d’Italie). Justo al lado, en la Folie-Neubourg, Rodin alquilará un palacio destartalado para encontrarse con ella y trabajar juntos. Camille desarrolla febrilmente su Sakuntala, un grupo de dos figuras en el que trabajaba desde 1886 y que obtendrá un gran éxito en el Salón de 1888. Sus inquietudes se mezclan. Rodin deja en manos de su alumna la factura de algunas partes de sus esculturas, y la simbiosis es tan acusada que es difícil establecer la autoría de cada uno de ellos. En esa época, Rodin firma algunas obras de Camille como si fueras suyas, y ella, para dar a conocer su obra, se relaciona con el crítico Léon Gauchez, con la baronesa Nathaniel De Rothschild, y con el hermano de ésta, Alfhonse de Rothschild, que oficiaba de mecenas y editaba la revista L’Art.
Pese a los celos, ambos tienen una relación profunda. En octubre de 1886, Camille consigue que Rodin firme una especie de contrato donde estipula que el escultor sólo la protegerá a ella, y que, tras un viaje a Italia que durará seis meses (o, eventualmente, a Chile), Camille se convertirá en su mujer. Esos deseos de acaparar a Rodin le llevan incluso a romper con su amiga Jessie Lispcomb. Nunca hicieron esos viajes, pero Rodin es su amante: se va con él a la Turena, al castillo de l’Islette, en Azsay-le-Rideau. Camille viaja también, en 1889, con una familia inglesa, por Francia, los Pirineos, e incluso por el norte de España. Sin embargo, Rodin mantiene su vida con Rose Beuret (tenían un hijo, y llevaba unido con ella desde hacía más de veinte años, y con quien acabará casándose en 1917, unos días antes de su muerte, y nueve meses antes de la muerte del propio Rodin), aunque su relación con Camille es muy fuerte. La escultura también los une. Camille ha culminado su grupo Sakuntala, de inspiración india, aunque su pretensión de tallarlo en mármol, para lo que solicita un bloque a la dirección general de Bellas Artes, se frustra, y el grupo quedará en yeso, pero se fundirá en bronce en 1888. En 1889, Camille escribe a Rodin: «Me meto en la cama desnuda para tener la sensación de que estáis conmigo cuando me despierto, pero no es lo mismo.» De forma reveladora, añade una postdata: «Sobre todo, no me engañe más.» Quiere mantener una unión exclusiva con él, pero muchas cosas se interponen.
En 1891, Rodin está trabajando en su Balzac, y su relación es intensa. Un año después, Camille tiene un aborto, y la tragedia precipita el fin de su relación con Rodin, tal vez agobiados ambos por el aborto (que el católico Paul Claudel definirá como «un crimen») y por los enfrentamientos domésticos. Paul Claudel escribirá años después que «la ruptura era inevitable». Al decir del hermano poeta, la ruptura fue una tragedia para el escultor, para quien Camille fue el gran amor de su vida, y quien, además, estaba convencido de la valía artística de la joven escultora. Ese mismo año, Camille se traslada al número 11 de la avenida de la Bourdonnais.
Paul Claudel, que tanta influencia tendría en el atroz destino de su hermana, ejerce durante esos años de diplomático en Nueva York y Boston, y, después, en Shanghai y Fuzhou, frente a Formosa, y, años después, en Hamburgo, Praga, Frankfurt. Recibe las confesiones y los proyectos de Camille, como cuando se consuma la ruptura entre los amantes. En esos años, Camille recibe la atención de Debussy, que, en 1890, se enamora de ella, aunque se ignora casi todo sobre su relación. Camille es admitida en 1893 como miembro en la Sociedad Nacional de Bellas Artes (de la que Rodin era presidente de la sección de escultura), y recibe encargos del Estado francés, como el de La edad madura, o el de Cloto, para un homenaje a Puvis de Chavannes. Pero la ruptura entre ambos se consolida, aunque una equívoca relación continúe. En ese 1893, Rodin se va a Meudon con Rose Beuret, que siempre le había sido fiel. Allí trabajará, recordará los días pasados, coleccionará objetos, antigüedades: Rilke cuenta que las vitrinas de Meudon estaban llenas de «diminutas esculturas, viejas piedras rotas, multitud de pequeños fragmentos, gatos, pájaros, lagartos…» Camille trabaja entonces en su grupo La edad madura, donde Rodin está representado por el personaje central del trío, unido a Rose Beuret, plasmada como la vejez, y tiene a la izquierda la propia Camille que adopta el papel de la juventud mientras implora a Rodin, a quien intenta retener inútilmente asiendo su brazo izquierdo. Camille se ha dado cuenta de que Rodin nunca abandonará a Rose Beuret, y que nunca compartirá su vida con ella: esa convicción le lleva a romper con él.
La ruptura se alarga durante casi seis años desde 1893, aunque, al parecer, hubo una reconciliación hacia 1895: se conserva una carta de Camille, de abril de 1896, donde agradece a Rodin su intención de presentarle al presidente de la república. Pese a todo, el escultor sigue preocupándose por Camille, y, cuando ya hace dos años que no se han visto y se presenta una oportunidad para hacerlo, ella se niega a verlo, e incluso sugiere a algunos conocidos que le hagan llegar su deseo de que no vaya nunca a visitarla. Está preocupada por los rumores que afirman que sus esculturas las ha hecho, en realidad, Rodin, y, celosa de su independencia artística, de su talento y originalidad, cree que la mejor forma de defenderse como escultora es renunciar a cualquier relación con Rodin. En una carta a Mathias Morhardt (un periodista que la admiraba con fervor y que desempeñó un papel relevante en el caso Dreyfus), escribe: «El señor Rodin no ignora que a mucha gente malintencionada le ha dado por decir que él hacía mis esculturas».
El escultor sigue obsesionado con Camille, pero es consciente del alejamiento, y su cobardía le hace plasmar el rostro de la joven en obras como El adiós, de la que surgirán dos mármoles donde la cabeza va desapareciendo, hundiéndose en la piedra, aunque ya antes había trabajado el rostro de Camille en El pensamiento y en La aurora. En abril de 1895, Camille, que vive en la estrechez y es ayudada por su hermano, acepta encontrarse de nuevo con Rodin, pero cada vez más renuncia a verse con los demás, a salir a la calle. Así, en una ocasión, escribe a Rodin una breve carta, diciendo: «No puedo ir adonde me dice porque no tengo sombrero ni zapatos, mis botines están muy gastados», aunque ello no impide que varios críticos, como Octave Mirbeau y Gustave Geffroy, o mecenas como Maurice Fenaille, además de Rodin, elogien su obra y se esfuercen por conseguirle encargos del Estado. Pero Camille también callejea, observa el movimiento de los bulevares, la vida de la gente y, después, trabaja con el yeso en su taller, crea obras como Mujeres hablando, donde capta con sutileza las confidencias que se hacen cuatro mujeres en un vagón de tren. También, desconfía de la gente: incluso de Morhardt (sospecha que Rodin, con toda razón, encuentra injustificada), y le confiesa al escultor su convicción de que todas las mujeres muestran hacia ella «un negro odio».
En 1898, Camille rompe definitivamente con Rodin. Trabaja en el 63 de la calle Turenne, y unos meses después, se muda al 19 del quai Bourbon, en la isla de Sant Louis: vive en la miseria, sola, sin recursos, hasta el punto de que los tenderos le exigen a gritos que liquide sus deudas. Ha desarrollado una profunda aversión por Rodin, a quien califica de monstruo, y cree que conspira para que no la acepten en el Salón y que planifica su venganza. Camille, que ignora que Rodin la ayuda, haciéndole llegar mensualmente sumas de dinero o pagando el alquiler, cree que el escultor la insulta, e incluso que le impide conseguir alimentos.
La magnificencia del hôtel de Jassaud, en el quai Bourbon, esconde la pobreza de Camille. Hoy, el ayuntamiento ha dispuesto también una placa recordando que Camille vivió allí quince años, desde 1898 hasta 1913, cuando la encierran en Ville-Évrard: fue su último domicilio mientras tuvo libertad, frente al Sena. La placa recuerda que a su marcha «commença la longue nuit de l’internement». Queda atrás su relación con tantos artistas y personajes de la época, muchos de ellos hoy olvidados, como Alfred Boucher (que tanto se preocupó por Camille), Eugène Carrière, Carolus-Duran, Eugène Blot, Antoine Bourdelle (escultor y ayudante de Rodin), Henry Lerolle, el noruego Frits Thaulow (pintor y escritor, y cuñado de Gauguin), el marchante Samuel Bing (coleccionista de arte chino y japonés), y el marchante japonés Hayashi Tadamara, entre otros.
Sigue trabajando, en un proyecto para un monumento al revolucionario Blanqui, por ejemplo. Hacia 1906, Camille muestra una tendencia creciente al aislamiento, mientras Rodin ha llegado a la cumbre de su carrera, y es admirado por todos, considerado un escultor genial, a quien todos celebran. Camille se muestra desequilibrada, con crisis nerviosas, destruye sus obras cuando recibe alguna mala noticia, y su hermano Paul es consciente de su estado: en 1909, escribe que su hermana está loca, que vive entre una espantosa suciedad, con el papel de las paredes arrancado, y ella misma descuidando su higiene personal. La escultora ve conspiradores contra ella por todas partes y se siente perseguida por todos. Una carta que escribe a Henry Thierry en 1910, da idea de su estado: «[…] toda la población francesa está siendo diezmada por el veneno de los protestantes, francmasones, etc, sobre todo los que se significaron como patriotas en el momento del asunto Dreyfus lo tienen claro. Se les reemplaza poco a poco por población alemana a la que se hace venir secretamente en pequeños grupos. Si te digo esto es porque lo he observado muchas veces. Cada vez que un alemán necesita una plaza o una propiedad, se mata al francés que le estorba. En cuanto a mí, tengo mi ración, estoy siempre enferma por el veneno que tengo en la sangre, tengo el cuerpo abrasado; el hugonote Rodin es quien me hace recibir la dosis ya que espera heredar mi taller […].» Acusa también a Rodin de haber envenenado al cuñado de la escultora, Ferdinand de Massary. Son años difíciles, de soledad, de tristeza.
En 1912, una parte de la obra de Camille se expone en Roma, a iniciativa del director de los Museos Nacionales de Francia, Henry Marcel, pero su equilibrio emocional es muy precario. A principios de 1913, escribe una carta a Henriette Thierry donde afirma que «tan pronto como salgo, Rodin y su banda entran en casa para desvalijarme. ¡Todo el quai Bourbon está infestado de ellos! Así que ahora mi casa se ha transformado en fortaleza: cadenas de seguridad, matacanes, trampas para lobos detrás de todas las puertas testimonian la poca confianza que me inspira la humanidad.» Su padre, Louis-Prosper Claudel, que siempre se preocupó por ella (aunque no por ello dejó de ser severo en ocasiones: en una carta a su hijo Paul, de 1909, la califica de «loca rabiosa»), muere en marzo de 1913, y, apenas unos días después Camille es internada en Ville-Évrard por decisión de la familia: su madre pide una plaza de internamiento y su hermano Paul hace los trámites. De Ville-Évrard, a consecuencia de la ofensiva alemana en la gran guerra, Camille será trasladada, en agosto de 1914, a Enghien, y, más tarde, al hospital psiquiátrico de Montdevergues, en Montfavet, al lado de Avignon. Su madre prohíbe que Camille reciba visitas, y solo acepta que la vea Paul. Allí, hasta su muerte en 1943, recibirá espaciadas visitas de su hermano Paul, y una sola de su amiga de juventud, Jessie Lipscomb. El aislamiento será absoluto: por orden de su familia, ni siquiera le entregan el correo dirigido a su nombre, que queda incautado, y oculto, y no se expiden las cartas que ella escribe, primero en Ville-Évrard y, finalmente, en Montdevergues. Desesperada, tras cinco años de internamiento, consigue enviar una carta al médico que firmó el certificado de internamiento, Michaux, y dice: «Es terrible estar abandonada de esta manera, no puedo soportar la pena que me abruma».
Mientras tanto, Rodin había muerto en 1917, en su retiro de Meudon. El viejo Rodin, déspota y cobarde (quien, según una carta que el marchante Eugène Blot dirigió a la prisionera del psiquiátrico, y que nunca le entregaron, sólo amó a Camille), muere sin haber ido nunca a visitarla. En 1920, tras siete años de internamiento, el doctor Brunet recomienda a la familia que Camille vuelva con ellos: no aceptan, y tanto su madre como el católico Paul Claudel, la mantienen encerrada en el manicomio. Víctima de la hipocresía de la sociedad burguesa, que siempre le reprochó ser una mujer libre, y de una profunda decepción que la llevó a la soledad y el delirio; víctima de los demonios familiares, Camille Claudel pareció a veces inclinarse por opiniones progresistas, como en su interés por Blanqui o por la anarquista Louise Michel, participante en la Comuna, y en su amistad con Octave Mirbeau (un escritor católico que evolucionó hacia el anarquismo y que fue un decidido defensor de Rodin, de Camille Claudel y de Monet), aunque no por ello hay que olvidar su confusión ideológica, y su ruptura con Mathias Morhardt, que fue debida a que este era partidario de Dreyfus y secretario de la Liga de los Derechos del Hombre. Al mismo tiempo, forzada por la penuria, Camille utilizaba todas las influencias posibles para conseguir que el Estado le encargase nuevas obras.
El acta de defunción es escueta, terrible, cruel: «Mademoiselle Claudel ha muerto en Montfavet, donde se encontraba ocasionalmente [!!], el 19 de octubre de 1943″. Ocasionalmente: llevaba encerrada allí casi treinta años, y, muchos años después, cuando algunos admiradores quisieron enterrarla en París, ni siquiera pudieron recuperarse sus restos, abandonados en el osario. Mathias Morhardt, que siempre estuvo con ella, se ocupará de su recuerdo, y será su primer biógrafo.
Rodin está enterrado en el jardín de la casa de Meudon, cerca de París, junto a Rose Beuret, al lado de una copia de El pensador. De Camille Claudel apenas queda el memorial de Montfavet, donde la vemos, en esa fotografía sepia, con veinte años, casi desamparada, grave, con una expresión que parece anunciar los dolorosos años de reclusión y desamor que llegarían, y que no nos deja apartar la mirada de sus ojos tristes, de un extraño azul, como los calificó su hermano Paul.