Las potencias mueven sus fichas en un tablero cada vez más tenso. Los recursos naturales, el medio ambiente y el afamado dinero son los objetivos en disputa.
No es descabellado pensar que la paz mundial es un bien sujeto al hecho de que las potencias hegemónicas tengan acceso a los recursos naturales que sus industrias necesitan. La Primera Guerra Mundial, motivada en parte por el reparto colonial para el saqueo de África es un antecedente bastante claro.
Aún si quedaran dudas, bastaría con negar la afirmación inicial y preguntarse si los estados más poderosos estarían dispuestos a romper con el orden de cosas que les ha otorgado las ventajas de su potencial en el marco de las reglas de juego capitalista. No es creíble tal cosa y los resultados del G-20 de Londres son una prueba de que la lógica depredadora capitalista sigue como telón de fondo.
La lucha por los recursos naturales pasa -en la actualidad- por la posesión de la energía, que es el motor económico del sistema capitalista y cuyo mal manejo ha generado la debacle del ecosistema terrestre, tercer componente de la actual crisis mundial.
Si bien, es real que el problema ecológico ha sido detectado, no es menos cierto que el reemplazo de sus causas implicaría el recambio de los modos de producción en un esfuerzo calculado en 20 años y mientras tanto la maquinaria no puede detenerse.
No es el único inconveniente. Los recursos naturales no se encuentran precisamente en territorios soberanos de los países demandantes y las reglas del juego mundial -a inicios del siglo XXI- han cambiado de manera tal que ya no es tan sencillo pasar por alto las soberanías a fin de disponer de ellos. Eso abre las puertas a otra pelea mundial de chacales.
La disputa en la arena internacional
En la lucha por el reparto de los recursos, Washington no la tiene muy fácil. El petróleo -principal fuente de energía de Estados Unidos- cotiza en dólares, y una buena parte de las reservas de dólares, fundamento de todo su poder económico , está en manos precisamente del bloque agrupado en la Organización de Cooperación de Shangai (O CS), liderada por Rusia y China.
El petróleo y el gas, las energías clave de la economía mundial en los próximos 20 años, están en manos de: países islámicos; Venezuela y de la alianza de Rusia con Irán financiada por China. Esta situación otorga aproximadamente más del 50 por ciento de las reservas energéticas mundiales a la OCS.
Además de los dólares, la OCS controla un alto porcentaje de los bonos del tesoro estadounidense lo cuál convierte a China en el principal acreedor de Estados Unidos.
Ambos valores están hoy al borde de convertirse en basura merced a la Crisis Financiera que, a la luz de las pobres medidas adoptadas por el G-20 y del tortuoso avance de la administración económica de Barack Obama, no parece estar solucionándose con la velocidad que las sociedades exigen para su sobrevivencia. Los disturbios producidos en Londres en vísperas de la última reunión G-20 fueron una muestra de la impaciencia popular.
Frente a este panorama, China acaba de exteriorizar su intención de desplazar la hegemonía del dólar -algo sacrílego sólo unos años atrás- proponiendo su reemplazo por una moneda de cambio internacional más fuerte y estable. De esta forma China no dejaría de ser acreedora de Estados Unidos, pero disminuiría el potencial de Washington para saldar su deuda en base a la ventaja que le otorga ser el único habilitado para imprimir ese papel moneda.
Esta iniciativa de reemplazo -que el gigante asiático ya llevaba adelante con Corea del Sur, Malasia, Bielorusia e Indonesia- ha dado un paso más allá con el acuerdo entre su banco central y el de la República Argentina. y que involucra a las monedas de ambos países por un monto equivalente a 10 mil millones de dólares. China avanza con estrategias sin tiempo.
Si bien la maniobra por desplazar al dólar no es de carácter militar, su efecto sería para Washington igualmente demoledor: el centro de su poder, la hegemonía del dólar en el mundo, está siendo atacado y, si el reemplazo tuviera éxito, llevaría a Estados Unidos a la bancarrota. Esa razón refuerza la posición de China como el principal oponente estadounidense. Si el dólar dejara de ser lo que es, se anularía la capacidad extraordinaria que Estados Unidos posee de licuar sus deudas mediante la simple devaluación.
Este mecanismo fue expresado ya por Shi Jianxun, profesor de la Universidad de Tongui, Shanghai, cuando declaró que «la cruda realidad ha llevado a la gente, en medio del pánico, a darse cuenta de que Estados Unidos ha utilizado la hegemonía del dólar para saquear las riquezas del mundo. Urge cambiar el sistema monetario internacional basado en la posición dominante del dólar».
Si parte del problema consiste en definir en manos de quien van a quedar los yacimientos de petróleo y gas necesarios para las próximas dos décadas, y cual moneda va ser el medio principal de pagos internacionales a Washington, parece no quedarle más remedio que insistir con la inyección de dólares para rescatar al sistema financiero y la opción militar.
Ya antes de la crisis global Estados Unidos daba pasos en el sentido de cercar militarmente a China. El sistema capitalista depredador, siempre ávido de nuevos recursos y mercados lo impulsaba en ese sentido.
La participación de la Organización del Atlántico Norte (OTAN) en los Balcanes; el conflicto de Osetia del Sur; la invasión de Irak y de Afganistán; Somalia y el Golfo de Guinea; los ataques israelíes en la Franja de Gaza como provocación a Irán y las presiones sobre Corea del Norte son, en conjunto, maniobras para ocupar posiciones estratégicas favorables de cerco al Bloque de Shangai y un avance sobre las fuentes energéticas. (Ver: «El eterno ‘Gran Juego’ por la llave del mundo». APM 24/08/2008)
A esto se suman las presiones sobre Venezuela (rica en petróleo e hidrocarburos) y sobre las reservas de gas de Bolivia y Latinoamérica en general.
Rescates financieros y soluciones militares
Sobre los planes de rescate, el Premio Nóbel de Economía Paul Krugman se manifestaba poco auspicioso calificándolos de «Planes Zombis» en el sentido de que habiendo ya mostrado previamente su ineficacia eran siempre revividos como única alternativa para la solución de la coyuntura.
Por su parte, el sociólogo argentino Atilio Borón sostiene que «no se saldrá de esta crisis con un par de reuniones del G-20 (…) Dentro del capitalismo no habrá solución para nuestros pueblos ni para las amenazas que se ciernen sobre todas las formas de vida del planeta Tierra».
Sobre la opción militar hay que decir que Estados Unidos es dueño del potencial bélico más formidable del mundo, constituido por un mayúsculo arsenal atómico y convencional y un despliegue de más de 700 misiones y bases militares en aproximadamente 120 países. Si las demás opciones fracasan, la fuerza bruta está en óptimas condiciones de ser usada en forma demoledora.
Es necesario recordar que existe consenso en la idea de que la crisis más parecida a la actual se produjo entre 1929 y 1945. De aquella Gran Depresión se salió con proteccionismo y guerra. La industria bélica movilizó las deterioradas economías y el uso de esas armas por ejércitos nacionales rompió el proteccionismo. ¿Podría esta situación repetirse hoy?
A pesar de que la pregunta está sugestivamente ausente en el debate mediático, hay señales como para considerarla.
Como se dijo antes la inversión estatal en industria bélica es un camino para reactivar las economías.
En ese sentido y también como defensa, Rusia acaba de anunciar su intención de rearme nuclear y convencional como demostración de fuerza ante el cerco de la OTAN sobre su territorio.
Por otra parte la administración Obama insiste con su prédica de reforzar las posiciones en Afganistán, territorio llave a las puertas de Rusia y de China.
Ya en el 2007 el Pentágono alertaba acerca de que los gastos militares de China superaban largamente los montos que Beijing declarara públicamente.
A fin de equilibrar su potencial militar con la expansión de su poder económico y político, el esfuerzo de mejoramiento bélico chino estaría centrado en una mayor capacidad para lanzar ataques preventivos, nuevos tipos de submarinos, aviones de combate no tripulados y sofisticados misiles. Estas mejoras involucrarían montos que oscilan entre los 100 mil y 150 mil millones de dólares.
Asimismo el gobierno de Estados Unidos estima que para 2010 China estaría en capacidad de destruir muchos de los satélites estadounidenses con sus misiles.
Esto se complementaría con una moderna flota de submarinos atómicos, equipados con misiles balísticos que pueden transportar tres ojivas nucleares cada uno con un alcance de 8 mil kilómetros. También el despliegue de nuevos misiles balísticos intercontinentales DF-31A, con base en tierra pero móviles, cuyo rango cubriría todo el territorio estadounidense.
A la falta de cordura que significa esta industrialización de la muerte se suma una curiosidad: la construcción de refugios nucleares e incluso ciudades subterráneas a prueba de radiación nuclear parece estar extendiéndose.
A finales del 2007 se publicó en prensa.com una nota sobre la construcción en Israel de un nuevo refugio subterráneo para albergar la Oficina del Primer Ministro en caso de ataque nuclear.
En Suiza existen 230 mil bunkers que alcanzan para albergar prácticamente al total de su población. En Suecia disponen 7 millones de plazas para albergar al 80 por ciento de población y, además, las empresas también disponen de refugios antiatómicos para sus trabajadores.
En Noruega la construcción de refugios resulta obligatoria. Cuenta con un millón y medio de plazas en refugios privados y 180.000 en públicos. Dinamarca y Finlandia cuentan, en cada caso, con 2 millones y medio de plazas
Por su parte, Rusia cubriría al 70 por ciento de su población y en Estados Unidos -antes de los ataques del 11S- se contabilizaban cien millones de plazas en estas construcciones.
Si las armas existen y si alguien construye refugios es lógico pensar que hay quienes consideran posible un escenario bélico generalizado.
Mientras todo esto sucede, los resultados de la reunión del G-20 en Londres han generado un shock de confianza en el mundo por el reconocimiento de la necesidad de marcos regulatorios y del trabajo como generador de riqueza.
Sin embargo, la declaración final no escapa a la lógica depredadora del capitalismo, cuyos principios básicos siguen incólumes y son los que han generado la crisis. Tampoco se ha considerado el reemplazo del dólar como moneda internacional lo cuál implica la continuidad del sistema expoliatorio en beneficio de Estados Unidos. Esta situación no contribuye a frenar los aprestos estratégicos que apuntan al conflicto generalizado.
Sin duda se aproximan tiempos difíciles en los que la alternativa bélica está muy lejos de ser una quimera.