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Capitalismo Neoliberal y Capitalismo Regulado: dos caras de la misma moneda

Fuentes: Claridad

En muchos de los círculos populares y académicos, la crisis actual es descrita como el último clavo en el ataúd del pensamiento que sostiene que el libre mercado, junto a la propiedad privada, es la institución fundamental que garantiza la mayor prosperidad posible para los seres humanos. Ese pensamiento que se identifica tanto con el […]

En muchos de los círculos populares y académicos, la crisis actual es descrita como el último clavo en el ataúd del pensamiento que sostiene que el libre mercado, junto a la propiedad privada, es la institución fundamental que garantiza la mayor prosperidad posible para los seres humanos. Ese pensamiento que se identifica tanto con el «laissez-faire» como con su manifestación contemporánea en el neoliberalismo, presentaba al mercado como un ente «natural» con el cual el gobierno no debería entrometerse. Se postulaba que intervenir en el mercado mediante regulaciones, tarifas, subsidios, y demás políticas socioeconómicas, significaba atentar contra la libertad de los individuos que participan de dicho mercado, sea como productores, consumidores o ambos. Es en esa perspectiva donde más explícita queda la visión de que el capitalismo y la democracia son inseparables.

Con la llamada crisis financiera que afecta al mundo entero, la fe en la mano invisible del mercado y su capacidad de autorregulación por ahora ha quedado desacreditada. Ahora se dice que la actual crisis ha puesto al descubierto que el mercado libre y no regulado es uno donde las necesidades de la mayoría son, en el mejor de los casos, un apéndice ante la salvaje búsqueda de ganancias sin considerar los efectos directos e indirectos que puedan causar tales actividades de capitalización al resto de la sociedad.

La respuesta ante el colapso del capitalismo neoliberal ha sido traer a la mesa la posibilidad de un capitalismo «más humano»-un sistema regulado donde el gobierno tome la forma de un estado benefactor que busca intervenir para prevenir los excesos a los que conduce la lógica de buscar expandir las ganancias a toda costa. En esta visión, el mercado y la economía en su totalidad son vistos como un complicado sistema mecánico donde se pueden halar palancas y oprimir botones para lograr los resultados deseados.

En Estados Unidos

En el caso de Estados Unidos, en los últimos meses del término de George W. Bush y en lo que va de la presidencia de Barack Obama hemos visto intervenciones en el mercado en la forma de políticas monetarias y fiscales orientadas a restablecer la salud del sistema (Para un resumen de estas políticas ver El Plan Obama y las Representaciones de la Crisis Capitalista, Claridad, 4-11 de marzo, 2009). Hasta ahora, ese repertorio de movidas gubernamentales no ha cumplido con las expectativas de creación de empleos, recuperación del sistema de crédito bancario y crecimiento económico, entre otros.

Según el Bureau of Labor Statistics de Estados Unidos, el desempleo aumentó a un 9.5% al perderse 467,000 empleos durante el mes de junio, lo cual sobrepasó por cerca de 80,000 la proyección de pérdidas para ese mes. La misma estaba basada en que entre los meses de noviembre a marzo se perdieron en promedio 670,000, mientras que de abril a junio el promedio bajó a 436,000 por mes (NY Times). Esa baja relativa en la pérdida de empleos para esos periodos llevó a muchos a concluir mecánicamente que ya la economía estaba próxima a comenzar un proceso de recuperación dado los distintos tipos de estímulos.

Un dato muy importante es que la tasa de desempleo sólo toma en cuenta como parte de la fuerza laboral desempleada a aquellas personas que buscan empleo de manera activa. Es importante mencionar esto porque el número de desempleados es mucho mayor si se toma en cuenta que «155,000 personas abandonaron la fuerza laboral» (Dean Baker). En otras palabras, esas personas dejaron de buscar empleo y se fueron a ganar la vida fuera del mercado laboral.

En términos del sector bancario y financiero, las «pruebas de tensión» realizadas a los bancos como parte del «Financial Stability Act», donde se examinaron sus estados financieros para determinar si podrían seguir trabajando de manera normal en caso de que la recesión se extendiese hasta el 2010, arrojaron el resultado de que todos estaban capacitados para continuar. Otra de las conclusiones fue que 10 de los 19 bancos analizados necesitaban una inyección de capital. En otras palabras, el diagnóstico, igual que cuando se aprobó el TARP, fue que el problema era uno de liquidez, por lo que a esos 10 bancos se les iba a proveer más dinero. Lo interesante del caso es que ya a muchos de esos bancos se les ha provisto grandes sumas de dinero y, aun así, sus actividades prestatarias no están cerca de los niveles «normales». Tal parece que algo anda mal con las «pruebas de tensión» porque lo que se ha notado es que gran parte de todo ese dinero que inicialmente se había provisto a los bancos está siendo acumulado en sus reservas para servir de colateral ante la posibilidad del fallo de pago de varios de sus activos, muchos de los cuales son parte de los famosos «activos tóxicos» cuyos rendimientos probablemente no se realizarán. Esta tendencia ha continuado aun cuando los gobiernos de Bush y Obama dirigieron dinero para la garantía y compra de todos esos activos. Si con este cuadro tan preocupante las pruebas de tensión dicen que el paciente está bien, cualquiera diría que estuvieran diseñadas para provocarle un infarto, pues prescribirle más inyecciones de capital al paciente, sin atacar las causas de su dolencia, es ayudarlo a que siga operando de la misma manera que lo llevó a la crisis.

Cambios más significativos en la regulación financiera

Por otro lado, a mediados de junio el presidente Obama propuso «los cambios más significativos en la regulación financiera desde la época de la Gran Depresión». En esta nueva propuesta, el Departamento del Tesoro y la Reserva Federal tendrían muchos más poderes buscando que «este tipo de crisis nunca más vuelva a suceder» mediante «nuevas y más estrictas regulaciones» (Associated Press). En términos generales, el proyecto busca fusionar varias de las agencias reguladoras y ponerlas directamente bajo el control de la Reserva Federal buscando así evitar lo que muchos catalogaron como una de las causas de la crisis financiera: el que los bancos e instituciones financieras tuviesen varias opciones y buscasen la institución que menos los regulara para llevar a cabo sus operaciones.

Hay que señalar que desde la época de Franklin Delano Roosevelt todos los presidentes que han lidiado con crisis han prometido de una manera u otra no sólo sacar a la economía de periodos de estancamiento, sino que tomarían los pasos requeridos para que este tipo de situación no se volviera a repetir. Es evidente que nunca encontraron la manera de hacerlo. El que Obama haga cosas similares pero a una escala mayor tampoco significa necesariamente que vaya a lograr evitar las crisis.

Una vez abandonamos la idea del capitalismo neoliberal y abrazamos el capitalismo regulado, no es difícil comprender que los liberales norteamericanos (y sus fotutos como Paul Krugman y Joseph Stiglitz) concluyen que si las iniciativas implementadas no han funcionado para revivir el sistema, debe ser porque no se ha inyectado suficiente dinero o porque no se le ha provisto el poder necesario a las entidades reguladoras. En su visión no cabe la posibilidad de que el problema sea el sistema mismo. De hecho, es importante notar que en sus análisis siempre mencionan que la crisis financiera ha llevado a una crisis sistémica (ver, por ejemplo, a Stiglitz en «A real cure for the global economic crackup», The Nation, julio 13, 2009). De ahí entonces, no sólo se deriva la conclusión de que si regulamos al sistema financiero todo estará bien, sino que para nada queda en la mesa la posibilidad de comprender a la crisis financiera como un síntoma de la inestabilidad inherente que tiene el capitalismo como sistema que organiza la producción y distribución de bienes y servicios con la meta de materializar más y más ganancias dentro de una estructura de poder específica. En la misma, la mayoría de las personas, que son los trabajadores y trabajadoras que crean esa riqueza, no sólo no tienen control sobre el fruto de sus trabajos sino que muchas veces, aun cuando producen más y más, no experimentan aumentos en sus beneficios, y cuando sí se benefician es porque al capital le conviene.

Conclusión

En conclusión, las políticas económicas adoptadas para tratar de revivir al sistema, por ahora no han funcionado, y en el mejor de los casos, lo único que lograrán es suprimir de manera temporera los síntomas de profundos problemas sistémicos, problemas que históricamente siguen manifestándose en los ciclos económicos que son inherentes al sistema capitalista.

Lo que antes se hubiera visto como interferencias indebidas del gobierno, ahora se presenta como regulaciones necesarias para que la misma lógica que nos llevó al desastre pueda reactivarse. De mantenerse intacta la estructura de poder y la organización del trabajo enfocada en la creación de ganancias, las regulaciones terminarán siendo evadidas y eventualmente derogadas en el momento en que se reestablezca el dinamismo del sistema.

Autor: Ian J. Seda-Irizarry ([email protected]). Estudiante graduado en el Departamento de Economía de la Universidad de Massachusetts en  Amherst. El autor quiere agradecer a los miembros de http://losexpatriados.blogspot.com/ por su colaboración.