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Capitalismo real: Libre mercado de palo

Fuentes: Colectivo Novecento

En el imaginario colectivo prevalece una visión mistificada del funcionamiento del sector financiero. Probablemente la inmaterialidad de los activos financieros, junto con la apariencia sofisticada de las operaciones alimenta esa idea, según la cual las finanzas serían el exponente paradigmático de las virtudes del libre mercado. Pero la manida imagen de la bolsa como mercado […]

En el imaginario colectivo prevalece una visión mistificada del funcionamiento del sector financiero. Probablemente la inmaterialidad de los activos financieros, junto con la apariencia sofisticada de las operaciones alimenta esa idea, según la cual las finanzas serían el exponente paradigmático de las virtudes del libre mercado.

Pero la manida imagen de la bolsa como mercado perfecto, donde los precios se ajustan de forma inmediata, reflejan fielmente las condiciones de oferta y demanda y conducen a asignaciones eficientes de recursos, no es más que mitología económica. La idea de que el mundo de las finanzas prueba las bondades del libre funcionamiento del mercado es una ilusión. Y quienes mejor lo saben son los teóricos y profesionales especializados en el sector.

Uno de los rasgos que definen el funcionamiento financiero es lo que llaman «información asimétrica». Sintéticamente, se trata de reconocer el hecho de que no todos los agentes cuentan con la misma información y ninguno posee toda. Los (pocos) grandes inversores siempre saben más que el resto, de forma que en muchas ocasiones su comportamiento es la única información con la que cuentan los demás. Aunque suene poco serio, el concepto de «efecto rebaño» se acuña así para referirse a los comportamientos masivos, seguidistas y sin fundamento de la mayoría de los inversores. Los grandes, por supuesto, utilizan a su favor tanto su información privilegiada como su capacidad para influir en el mercado. Ello contradice, por cierto, otro de los axiomas de la teoría económica ortodoxa: el de que los agentes tienen «expectativas racionales» que anticipan adecuadamente un futuro que, en realidad, siempre es incierto.

El hecho de que el sector financiero sea tan complejo y opaco hace de la información una mercancía escasa y valiosa. Nada más lejos del mundo ideal de la competencia perfecta, con individuos que en igualdad de condiciones y bien informados toman decisiones racionales. La realidad del sector financiero es bien distinta. Pensemos en el caso de las agencias de calificación: supuestamente informan a los compradores de la calidad de los activos pero, según ha quedado documentado, están estrechamente vinculados con los intereses de los emisores (vendedores) de esos mismos activos. El conflicto de intereses y la manipulación de la información proliferan en todos los niveles del sistema financiero. El que entidades bancarias aconsejen a sus clientes comprar activos que les llevarán a la ruina, buscando con ello un rescate encubierto de la entidad -caso de las preferentes-, es otro ejemplo.

La actividad financiera reproduce «anomalías» de este tipo porque incumple el principio básico de la economía ortodoxa según el cual el mercado fija el precio adecuado. En el caso de un producto financiero -una acción, un título de deuda pública, una participación en un fondo, una hipoteca-, este sería el que valorara correctamente su rentabilidad y su riesgo. Ambas características dependen de acontecimientos futuros, y por tanto impredecibles; más aun teniendo en cuenta que lo más frecuente es que buena parte de los agentes ni siquiera conozca bien la naturaleza de los activos financieros que compra o vende.

Otro mito del libre mercado es que el beneficio es la justa retribución que recibe el capital a cambio del riesgo que corre al financiar la actividad económica. Pero de nuevo en el sector financiero este principio se viola de forma recurrente. La existencia del llamado «riesgo sistémico» -la posibilidad de que la quiebra de una entidad arrastre a todo el sistema generando mayores costes de lo que supondría su rescate- justifica que, tras años acumulando beneficios espectaculares, los contribuyentes sufraguemos las pérdidas del sector. Al margen de que algún tipo de rescate fuera necesario: si en caso de pérdidas el capital no las asume, ¿cuál es el riesgo que justifica sus beneficios anteriores? Las reglas del libre mercado se suspenden y la banca, que a diferencia de los demás juega en un capitalismo con red, siempre gana.

En definitiva, en el sector financiero las operaciones ineficientes no son la excepción, sino la norma. Más allá de la propaganda, el capitalismo realmente existente tiene poco que ver con la competencia perfecta, el libre mercado y la eficiencia. Eso sólo sucede en los libros (malos) de teoría económica. En el mundo real, los mismos que arremeten contra los servicios públicos insistiendo en las supuestas bondades del inexistente libre mercado y en los males congénitos de la regulación y la intervención pública, se sirven de la mística de la competencia para lucrarse gracias a enchufes, manipulaciones y estafas. Sobrepasa la mera hipocresía. Lo cierto es que la actividad financiera real se ve fuertemente determinada por relaciones de poder. La información, la capacidad de influencia, la afinidad política y personal, son poder. El hecho de que Caja Madrid llevara años gestionándose como un chiringuito al servicio de los poderosos es otro ejemplo. Aderezado, eso sí, con detalles propios de la clase política y empresarial que sufrimos.

http://colectivonovecento.org/2014/06/25/capitalismo-real-libre-mercado-de-palo/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.