Parece osado pensar que la tragedia que supone un desastre natural, puede convertirse en motivo de enriquecimiento para unos cuantos. Sin embargo existen ejemplos en el planeta que sugieren que el sistema capitalista aprovecha para imponerse el momento en el que los habitantes están en estado de shock.
Hace ya tiempo que las voces críticas ponen de manifiesto las mentiras y contradicciones del sistema neoliberal, pero su funcionamiento podría haber dado un paso más allá. Las catástrofes naturales recientes han sacado a flote las peores miserias de este sistema económico. Pensemos por ejemplo en el bien documentado caso de Nueva Orleans, con un número de muertos tan alto que ha sido ocultado por la Administración Bush. Lo que sí se sabe es que el ciclón Katrina de categoría cinco multiplicó sus estragos debido al mal estado de las infraestructuras a orillas del río Mississippi. Los 14.000 millones de dólares que inicialmente se iban a destinar a la construcción de diques, se rebajaron a 1.200, y finalmente a 71 millones de dólares. Todos en Norteamérica saben que el dinero se ha desviado a la Guerra de Iraq y a la seguridad interna. Si a ello sumamos que gran parte de la Guardia Nacional de la zona y de los agentes de policía de Luisiana estaban en Iraq, completaremos un cuadro que refleja claramente cómo las zonas más pobres son ignoradas por el capitalismo. De hecho, en Nueva Orleans vivían medio millón de personas, la mayoría negras y pobres. El Katrina no podía haberse evitado, por supuesto, pero sus consecuencias sí podrían haberse aminorado.
En México el huracán Dean puso de manifiesto que el gobierno estaba más dispuesto a proteger negocios extranjeros, turistas e incluso los pozos petroleros de Pemex en Campeche, que a sus propios ciudadanos.
Vayamos ahora al tsunami de finales de 2004. Aunque se ha asimilado la tragedia como natural, quizá se nos atraganten nuestros pensamientos al saber que las bases militares de la zona tenían conocimiento del hecho que se avecinaba y pusieron a salvo a todo su personal, mientras la población civil era engullida por las aguas. Sobre la conciencia pesan más de doscientos mil muertos, cientos de desaparecidos y miles de damnificados.
Después de la catástrofe
En mayor o menor medida conocemos los efectos que el sistema económico imperante en la mayoría del planeta produce por omisión. Pero ahora sale a la luz que lo que sucede tras un desastre natural es todavía más terrorífico. Es lo que la activista antisistema Naomi Klein ha definido como ‘La doctrina del shock’, documentada ampliamente en un libro del mismo título. Según su teoría, el sistema neoliberal aprovecha los momentos en los que las poblaciones están bajo estado de shock para imponer sus preceptos. Es decir, utiliza la vulnerabilidad para introducir medidas que de otro modo no se aprobarían, porque en ese estado la ciudadanía es incapaz de reaccionar. Los momentos elegidos son de muy diversa índole, desde guerras como la de Iraq a desastres naturales o ataques terroristas como el 11-S y 11-M.
En el caso concreto de los desastres naturales podemos apreciar cómo tras el tsunami se abrió el paso a personas y mercancías hacia el Océano Índico para facilitar la rápida llegada de ayuda internacional. El hecho fue aprovechado por Estados Unidos para incrementar su presencia militar en la zona. Desde Tailandia a Filipinas, terminando en los Estrechos de Malacca, por los que pasa el 90% del petróleo que emplea Japón. Según los expertos, el objetivo que persigue la superpotencia es posicionarse para controlar de cerca el crecimiento económico y militar de China. Incluso la marina llegó a Sri Lanka, pese a las protestas iniciales del país, escudada bajo tareas de relevo del tsunami. Condoleezza Rice lo tiene tan claro que no dudó en afirmar que el tsunami supuso una «maravillosa oportunidad» que «ha pagado grandes dividendos para nosotros». Y, por macabro que resulte, la realidad es que tenía razón porque tras el paso de las olas gigantes la zona costera quedó limpia, y las comunidades que previamente habían paralizado en ella los planes turísticos, los casinos y las granjas de gambas dejaron de lado sus reclamaciones. Sólo les interesaba salir adelante al precio que fuera.
Pero los habitantes de Sri Lanka notaron los efectos devastadores del libre mercado de una manera mucho más cercana: cuatro días después del desastre, su propio gobierno aprobó una ley para privatizar el agua y la electricidad. Algo que hubiera provocado importantes protestas en la calle, tuvo lugar silenciosamente, hipotecando el futuro de los ciudadanos en favor de las empresas.
Y es que precisamente éstas son las grandes favorecidas tras los desastres naturales. Nadie ignora en Estados Unidos que la catástrofe del Katrina supuso una oportunidad única para la empresa Halliburton, dirigida hasta hace pocos años por el vicepresidente Dick Cheney. Ella es la principal beneficiaria de los contratos de reconstrucción de Nueva Orleans. Esto subió el precio de sus acciones, y consecuentemente incrementó el índice Dow Jones de la bolsa neoyorquina. Conclusión: la muerte de miles de personas produce ganancias millonarias en la bolsa.
Todos estos hechos nos traen a la memoria una cita del economista Milton Friedman, uno de los grandes defensores del libre mercado y el capitalismo. Él decía que sólo una crisis -real o percibida- produce un cambio, y cuando llega esa crisis, el cambio que desencadena depende de las ideas que haya en el entorno. Visto lo visto, parece que multinacionales y gobiernos se han puesto manos a la obra, y el negocio está siendo muy provechoso.
Lo más alarmante es que ya existen think tanks, empresas de pensamiento, que están buscando ideas que introducir en países concretos para cuando vivan un estado de shock.
Las empresas de pensamiento ya tienen ideas para introducir |
Hay quien dice que esta estrategia comenzó cuando el huracán Mitch asoló América Central en 1998. Murieron casi nueve mil personas, y la zona estaban tan desesperada por conseguir fondos para comenzar la reconstrucción que privatizaron a precio de saldo sus compañías estatales. Guatemala vendió su sistema de teléfono, Nicaragua además de eso hizo lo mismo con su compañía eléctrica y su sector de petróleo. Honduras fue más allá: privatizaron la compañía telefónica estatal, la compañía eléctrica nacional, parte del agua, aeropuertos, carreteras y puertos marítimos. Un país en rebajas para paliar el desastre. Pero estas ideas no nacieron de esos gobiernos. Los expertos afirman que fueron inducidas por el BM y FMI, que prometieron ayudas y condonación de la deuda a cambio de dejar los países en manos de multinacionales extranjeras.
¿Solución?: La información
Ya sabemos que este sistema está agazapado, esperando su oportunidad de crisis para inocularnos sus métodos cuando estemos en estado de shock. Según los más críticos, la protección más efectiva consiste en permanecer informados y mantener la memoria. Aunque no hay ejemplos de que los ciudadanos se hayan dado cuenta de estas estratagemas ante desastres naturales, sí los tenemos para otras situaciones de parálisis. Por ejemplo los ciudadanos argentinos ante la crisis económica que su país sufrió en 2001. Ellos se defendieron expulsando a cuatro presidentes en diez días, ocupando fábricas para que fuesen gestionadas por sus trabajadores. Y nuestro país también es referencia. Federico Allodi, fundador del Centro Canadiense para las víctimas de la Tortura dice que «en España la gente ha metabolizado su historia». La propia Naomi Klein le apostilla: «Cuando España sufrió el ataque terrorista el 11-M, Aznar salió inmediatamente en televisión acusando a los vascos, recurriendo a tácticas de miedo. Y así es como perdió las elecciones. La gente decía que les recordaba a algo. Les recordaba a cómo Franco solía tenerles asustados». Para la autora, en España el shock produjo desconfianza y un deseo de concentración de estar juntos a través de las manifestaciones, porque la unión genera fuerza. En Estados Unidos, Bush animó a todo el mundo a salir de compras, una de las actividades que más aislan a las personas. De esta estrategia se deduce que otra de las soluciones es agruparse, conversar, analizar, recordar en conjunto. Sólo así la memoria toma forma, el shock no paraliza y los ciudadanos recuperan el control. Recordar es vencer.
SOBRE EL TERRENO
Para conocer de primera mano cómo funciona el sistema capitalista tras un desastre, nos ponemos en comunicación con Anamaría Ashwell, Investigadora de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de Puebla (México). A nivel particular, comenzó a organizar ayuda para los más desfavorecidos cuando el paso del huracán Paulina arrasó parte de su país en 1997. «Lo hice motivada precisamente porque mi experiencia de antropóloga me indicaba que la ayuda no iba a llegar nunca a las zonas más marginadas y pobres de las regiones afectadas». Efectivamente, a Costa Chica no llegó casi ayuda oficial y las dificultades que tuvo se repitieron en 1999, cuando volvió a ayudar a comunidades inundadas entre Chiapas y Tabasco. «Esto era un escenario de caos total -explica-, especialmente por parte de las autoridades. Proliferaba el «agandalle», como llamamos los mexicanos a la corrupción, en todo su esplendor. Y mientras, los políticos sacándose fotos, dando entrevistas a televisiones. En momentos de crisis lo que sucede es que crece la dependencia de estas comunidades hacia el Estado. En casos extremos también vi como se descompone la solidaridad interna de la comunidad con la llegada de la ayuda. Es el sálvese quien pueda. El más fuerte sobre el más débil». Anamaría observó que mientras en las zonas urbanas y céntricas todo volvía a la normalidad rápidamente, las comunidades pobres eran abandonadas. En las playas turísticas hasta se repone la arena que se lleva el huracán, pero en zonas aisladas que dependen de su cosecha y sus animales para alimentarse, hay que sobrevivir como se pueda. De su experiencia, la investigadora afirma que «el capitalismo de amigos da prioridad, no al que ofrece el mejor precio, sino al que comparte las ganancias. Entonces empieza la especulación, el acaparamiento y el alza de los precios, especialmente en los materiales de construcción. Uno de ellos -en Arriaga, Chiapas, en el año 2000- me decía que bastaba una inundación y él ganaba más que en varios años de comerciar con los mismos productos pero en tiempos normales. Esto se encadena a las grandes corporaciones que producen y distribuyen esos materiales y bienes, que inmediatamente entran en el negocio de los damnificados. Estas empresas donan unos millones públicamente en la televisión porque son muchos millones más lo que venderán para asistir -todo subsidiado- a los damnificados». Otra de las dificultades inevitables son los intermediarios, donde se pierde más de la mitad de la ayuda que se desea enviar. La doctora Ashwell afirma que no se pueden evitar. Ella lo intentó al llevar un tráiler con cien toneladas de ayuda a Chiapas. «Hay que descargar, almacenar, distribuir, viajar con ellos, pagar la gasolina y los peajes… Se va pagando en escalera para que cada botella de agua que se entrega llegue al sediento. Y esa botella de agua termina costando miles. El despilfarro que se produce es enorme. Se termina tirando la comida, la ropa… y si uno lo entrega al gobierno está el peligro de que lo almacenen para cuando lleguen las campañas políticas, como sucedió en Veracruz y Puebla. El mejor camino son las organizaciones ciudadanas independientes. Universidades o gente que se organiza al margen del Estado, partidos y empresas, yendo a lugares específicos a llevar la ayuda». Como conclusión Anamaría Ashwell comenta que «los desastres naturales son desastres que políticos corruptos y ciudadanos pasivos provocan. Todos estos desastres podrían evitarse o inhibir su impacto si fuéramos más racionales y más transparentes en el uso de recursos públicos, en la manera en la que habitamos nuestros suelos…»