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Reseña

Capitalismo y patriarcado

Fuentes: El Salto

Si queremos analizar el nivel de «patriarcalización» de un país, deberemos medir no solo la mercantilización de las mujeres sino también su familiarización.

Tras leer el libro Patriarcado y Capitalismo de Josefina L. Martínez y Cynthia Luz Burgueño (Akal, 2019), no hay duda de que es un tesoro en lo que refiere a la compilación de datos que tienden a darse y publicarse (no ingenuamente) por separado, de forma que no podamos ver la dimensión estructural del capitalismo patriarcal. El libro, organizado en once capítulos, nos ofrece una panorámica de la situación actual de las trabajadoras, que en esta fase neoliberal donde el capitalismo industrial se entrelaza con el capitalismo financiero, digital y de servicios, lleva a la gran mayoría de la clase trabajadora a una situación vital de precariedad gobernada por una necropolítica que ya no disimula sus objetivos de aniquilación: aniquilación de vida, de recursos, de ecosistemas enteros, de toda lucha política, del buen vivir y de la dignidad; y es que como dice el lema «pan y rosas» no solo de pan viven las trabajadoras.

Los primeros capítulos se centran en recoger, ordenar y analizar los datos de la miseria, la precariedad y la esclavitud que millones de mujeres sufren, no solo por ser mujeres, sino también por ser trabajadoras, y no solo por ser trabajadoras, si no por ser migrantes y racializadas, por ser no-europeas, no-blancas y no ajustadas a los patrones de comportamiento que el capitalismo heteropatriarcal ordena. Las autoras no solo marcan una línea roja con respecto a las mujeres capitalistas, como Ana Botín, que defienden un feminismo neoliberal que no tiene como objetivo mejorar las condiciones materiales y por tanto simbólicas (que refiere a la autoridad, al prestigio y a la capacidad de producción epistémica) de las mujeres (que son en más de un 95% de clase trabajadora), si no que instrumentalizan el feminismo para expandir el capitalismo y legitimarlo, como hace el capitalismo con todo tipo de luchas, sean obreras, antirracistas o anticolonialistas. No está demás, de todas formas, recordar que hay feminismo liberal igual que hay obrerismo patriarcal, aunque el libro se centre más en lo primero que en lo segundo.

Merece especialmente la pena toda la información y los datos, incluidas las entrevistas, que describen la situación de las mujeres trabajadoras, y en especial de los sectores feminizados y más precarizados como son las trabajadoras del hogar, de la limpieza y del cuidado. Me ha resultado muy valioso el que hayan recogido datos no solo europeos sino mundiales en lo que refiere a la explotación de las mujeres, ya que complementan la última investigación que hemos realizado sobre el patriarcado liberal vasco, donde se realiza un análisis de cuatro dimensiones del patriarcado y de su reproducción en la era neoliberal. Los resultados coinciden: las mujeres trabajan una media de 400 horas más al año, reciben de media un 30% menos de salario, un 45% menos en lo que refiere a las pensiones, y el porcentaje del PIB que proviene del trabajo doméstico no remunerado de las mujeres es de alrededor de un 40% (dependiendo el país, en el caso de hego Euskal Herria entre un 32 y 34%). Son ellas las que piden excedencias para el cuidado y la crianza (92-95%), las que pierden capital económico y social con cada hijo que tienen y las que sufren el 99% de la violencia directa de los hombres.

Algunos de estos datos se desgranan por capítulos, donde se muestra que dependiendo del estado o régimen de bienestar de los estados-nación keynesianos, las mujeres trabajan más o menos horas sin remuneración. En los países donde el estado es más amplio, es decir, donde la densidad institucional publica es mayor (como en los países llamados socialdemócratas del norte de Europa) las mujeres hacen menos trabajo doméstico y no remunerado, mientras que en los países de régimen mediterráneo como España, Italia y Grecia llegan incluso a las 20-25 horas de trabajo doméstico semanal no remunerado, debido a que al nivel de familiarización es mayor, lo cual se debe en parte a que las instituciones públicas no se hacen cargo del trabajo no remunerado de las mujeres, y los hombres tampoco. En el libro no se hace esta diferencia, pero los estados conservadores continentales, como Francia y Alemania, difieren de los mediterráneos en algunos aspectos, como por ejemplo en que las mujeres trabajan menos horas sin remuneración. Por último, tenemos los estados liberales (mal llamados liberales, ya que todos los son), que son prácticamente todos aquellos del imperio británico, incluido los Estados Unidos, donde las instituciones públicas son mínimas y el nivel de mercantilización de la clase trabajadora es mayor que en el resto de estados referidos. En estos últimos el nivel de familiarización depende totalmente de la clase socioeconómica.

La combinación genocida entre patriarcado y neoliberalismo capitalista, y de sus consecuencias, se muestra durante todo el libro de forma concisa y contundente. El bienestar material de las mujeres varía en función de su nivel de patriarcalización y no solo en función del nivel de privatización, financiarización y mercantilización de una comunidad política. Por lo tanto, si queremos analizar el nivel de patriarcalización de un país, deberemos medir no solo la mercantilización de las mujeres sino su familiarización. Es cierto que el libro no se centra tanto en las bases estructurales de la desigualdad entre hombres y mujeres, sino más bien en la desigualdad de las mujeres entre clases socio-económicas diferentes. Se describe, pero no se explica la base de la subordinación de las mujeres con respecto a los hombres de su misma clase socio-económica, pero se comentan las diferentes dimensiones de la subordinación patriarcal en el neoliberalismo. Para entender la subordinación especifica de las mujeres, es decir, para entender el patriarcado, es necesario relacionar sistémicamente todas sus dimensiones: las relaciones patriarcales en el trabajo remunerado, en el trabajo no remunerado, en el estado (sistema de leyes, de justicia, educación, sanidad, políticas públicas, etc.), en el ámbito político-publico (movimientos sociales, partidos, medios, calle, juerga, etc.), en el ámbito de la sexualidad y en el de la violencia directa de los hombres contra las mujeres.

El libro no pretende ser explicativo, sino más bien descriptivo, proporcionando un material absolutamente necesario para que, en pasos posteriores, podamos explicar el patriarcado neoliberal. Es cierto que, a diferencia de la primera parte, en la segunda parte del libro, a partir, sobre todo, del capítulo V, el análisis explicativo comienza a coger algo más de fuerza. Las autoras ofrecen un resumen de las posiciones del feminismo obrerista, del feminismo materialista, del feminismo interseccional y negro, entre otros. Aquí es cuando más dudas y preguntas me surgen. Lo cual es de agradecer. Difiero en varios puntos, uno de ellos, en lo que respecta al movimiento feminista autónomo, que creo que es, no sólo imprescindible, sino que tiene que liderar (junto con las mujeres organizadas dentro de ámbitos mixtos) la lucha feminista.

Un segundo punto en el que probablemente no disentimos pero que quiero traer a colación por los debates que en torno a ello están surgiendo, y en los que profundizaremos en otros foros más dialógicos (como por ejemplo en el IV. Congreso Internacional de Marxismo Feminista que celebraremos en Bilbao en octubre de este año), es el que refiere al feminismo materialista, que junto con el obrerista, son parte de una extensa familia de corrientes desarrolladas a partir del feminismo marxista y otras corrientes de tercera ola: me gustaría simplemente recalcar que el feminismo materialista de Mies y Delphy, desarrollado posteriormente por Wittig, entre otras, poco tiene que ver con el feminismo del Partido Feminista de España, a pesar de que se autodefinan de esa forma. Su feminismo está más cerca del feminismo de la diferencia, el cual considero, en general, esencialista, conservador, tránsfobo y biologicista, y en las antípodas del feminismo materialista, obrerista, marxista y de todo feminismo que se precie de izquierdas y luche por la emancipación, como lo es también el transfeminismo de las mujeres de la clase trabajadora, tal y como las autoras dejan claro durante todo el libro.

Tomando como excusa el análisis que se hace en los capítulos de la segunda parte del libro, me gustaría profundizar en un tema que considero imprescindible para avanzar tanto en la dimensión teórica como en el eje de la movilización política: el feminismo materialista, y si se quiere, el feminismo materialista transfeminista, al entender las mujeres y los hombres como clases sociales no conlleva ningún biologicismo (tampoco el feminismo obrerista ni el marxista) y por eso propone precisamente la desaparición de la clase de los hombres y de las mujeres mediante diversas estrategias de lucha (la lucha de clases), para que el patriarcado caiga, igual que cuando se plantea la desaparición del capitalismo mediante la lucha de clases capitalista-obrero. Y aquí viene el nodo gordiano que estoy deseando poder debatir en nuestros próximos encuentros: descartar que las mujeres son una clase social argumentando que no todas tienen los mismos intereses implica afirmar que la clase trabajadora tiene los mismos intereses, pero no hay ni una sola autora (ni autor) contemporánea que defienda, dentro de la tradición marxista (ni weberiana) esto último. Todas las clases sociales, todas, tienen ciertos intereses comunes y otros divergentes, dependiendo de si hablamos de las reglas del juego (del capitalismo o del patriarcado), de los movimientos dentro de las reglas del juego (capitalismo indio o noruego, patriarcado saudí o vasco, europeo o africano) o si hablamos del juego mismo (sistema capitalista o socialista; sistema patriarcal o feminista). La complejidad que constituye analizar, identificar y establecer intereses y condiciones materiales determinantes significa que tales intereses cambian dependiendo, no solo de la ubicación de la clase, de las relaciones/posiciones de clase y de la estructura de la clase, sino también de si hablamos, como dice Wright del nivel de juego. Standing propone que el precariado es una clase, diferente a la clase asalariada, pero nadie entiende que eso implica la biologización del precariado, sino su politización (se esté o no de acuerdo con él). Lxs autorxs actuales que teorizan las clases desde posiciones marxistas hablan de posiciones contradictorias de clase, de condiciones híbridas, de lo fino que hay que hilar al establecer qué constituye intereses objetivos (¿objetivo significa material? ¿qué es material y qué no?, etc.), y qué intereses subjetivos (¿hablamos de preferencias individuales?, ¿cómo se instituyen y constituyen las preferencias individuales y colectivas?, ¿qué peso tienen en el análisis unas y otras a la hora de determinar una clase social?, etc.)

Tenemos un apasionante y basto trabajo por hacer a la hora de teorizar el patriarcado, el cual necesita de categorizaciones y clasificaciones no patriarcales, ni biologicistas ni liberales ni cristianas, y para eso, entre otras cosas, estamos aquí luchando y escribiendo, de cuerpo a cuerpo, y de colectivo a colectivo, para que podamos producir marcos epistémicos y de lucha propios. Y eso solo se puede hacer de forma localizada, posicionada, territorializada, desde allí desde donde cada cuerpo, cada grupo y cada colectivo político vive la opresión y la explotación del capitalismo (hetero)patriarcal y colonial en sus diversas formas, tonos y texturas, y con sus diversos grados y tipos de violencias. Así que, gracias de nuevo compañeras por este material tan necesario en nuestro camino hacia la emancipación colectiva.

Nuestro objetivo no es, como el de Ana Botín, ir sola para llegar rápido, sino ir en manada, para llegar lejos.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/polirika/capitalismo-y-patriarcado