Todo aquel que pasee su mirada por el proceso histórico-social venezolano, específicamente, desde el momento en que se inicia la ruptura del vínculo colonialista español hasta la fecha presente, podrá apreciar el papel relevante que ha ocupado lo que algunos estudiosos llaman el factor militar en estos doscientos años de la vida nacional. Impronta militar […]
Todo aquel que pasee su mirada por el proceso histórico-social venezolano, específicamente, desde el momento en que se inicia la ruptura del vínculo colonialista español hasta la fecha presente, podrá apreciar el papel relevante que ha ocupado lo que algunos estudiosos llaman el factor militar en estos doscientos años de la vida nacional.
Impronta militar
Desde 1830 hasta la actualidad de los 60 mandatarios que han ejercido la Presidencia de la República 32 han sido militares, siendo ello, de por sí, un dato que aunque empírico, nos indica la relevancia del tema que esbozamos en estas cuartillas.
Ya con la generación Libertadora, que tuvo bajo su dirección la guerra independentista comenzó a hacerse sentir la impronta militar en la sociedad venezolana. Sin dudas, fue esta generación, con Bolívar al frente, la que supo integrar y conducir, superando sus contradicciones internas, la alianza social que hizo posible imponerse en la cruenta lucha liberadora.
Por supuesto, con esta reputación, ya desaparecido Bolívar, se hace indiscutible, que fuesen los jefes militares los que asumieran la conducción política de la naciente República; dándose con ello inicio a lo que se ha dado por llamar el fenómeno del militarismo que, si a ver vamos, no es tal fenómeno, más bien es expresión de un hecho político y social ineluctable.
Dos proyectos
Pero, a nuestro juicio, lo sustantivo no está en destacar la sectaria condición militar de quienes han gobernado, como pretenden algunos historiadores y analistas, sino en relievar en función de qué proyecto de país, en función de qué intereses de clase han ejercido el poder político los militares tanto en los siglos pasados como en el presente. Y, por supuesto, este criterio analítico es válido, también, aplicárselo a los civiles que han detentado el mando de la nación.
Desde este punto de vista se puede apreciar una evidente diferenciación entre el proyecto de país que encarnaba Bolívar y quienes con él pretendían forjar una Patria Grande, que sirviese de contención a la pretensión hegemonicista de las potencias de entonces, y en el que se contemplaba la emancipación de los sectores sociales preteridos que durante siglos habían estado sometidos a la más abyecta explotación y sin cuyo concurso y sangre derramada no hubiese sido posible la materialización del anhelo liberador; y que tuvo expresión de continuidad en la insurgencia de Zamora y de quien se asumió en discípulo de ambos, en la era contemporánea, el Comandante Chávez, quien recreando los principios bolivarianos concibió un proyecto de país orientado a la reafirmación definitiva de la independencia nacional, a la redención social y a la potenciación de la sociedad venezolana en el marco de una visión integracionista con todos los pueblos nuestramericanos; estando en el centro de la propuesta chavista la síntesis resolutiva de aquella ecuación primigenia en la que el pueblo se hizo ejército para ganar la guerra de independencia pero que se hizo irresoluta por el divorcio que establecieron quienes se adueñaron del poder no para avanzar en el proyecto de país soberano sino para truncarlo.
Y el que finalmente se fue concretando con Páez, Soublette, Vargas, los Monagas, Guzmán Blanco, Crespo, Juan Vicente Gómez, López Contreras, Pérez Jiménez, Betancourt, Caldera, Carlos Andrés Pérez y sus derivados, quienes, al margen de sus formales contradicciones, militares unos y civiles otros, ejercieron el poder en aras de los intereses de los sectores económicamente poderosos y subordinados, primero, a la esfera inglesa y luego a la hegemonía imperialista estadounidense; utilizando al Estado como palanca para la acumulación capitalista y cuyos adláteres siempre se han esforzado en ponderar tanto en la academia como en los medios de comunicación una supuesta «paz social y estabilidad política» fabricada por estos gobernantes, para la instauración y reproducción de un modelo de país atrofiado, dependiente y periférico del sistema capitalista mundial.
Profesora Capriles
Estas reflexiones vienen a esta palestra por las opiniones de Capriles, no precisamente del que funge como gobernador de Miranda, cuya aridez de pensamiento en este tema y otros temas es más que manifiesto, no, nos referimos a las de la profesora universitaria y psicóloga social Colette Capriles, vertidas en una entrevista que le fuese formulada para la página web prodavinci en la que sostiene que el chavismo si bien tuvo legitimidad popular «es, ante todo, una propuesta de reconfiguración de las relaciones que existen entre el Estado y el estamento militar y entre la sociedad y los militares»; legitimidad que, según su saber entender, perdió el 6D. Para la académica el chavismo fue una gran impostura, una gran ilusión que se evaporó con la caída abrupta de la renta petrolera.
Ante esta situación, le corresponde a la oposición reconectarse con la sociedad y esta no es una tarea de aventureros, plantea la psicóloga, de allí que le enmienda la plana a la Asamblea Nacional e insiste en que hay que acumular fuerzas actuando desde la dirigencia política hacia la sociedad e imbricarse con el factor militar que es clave para lo que pueda pasar en los próximos meses y próximos años; predicamento este muy parecido al formulado en el informe último del Comando Sur yanqui que orienta a los lacayos criollos en la conveniencia estratégica de socavar la institucionalidad militar.
No dejan de sorprender estos planteamientos de la profesora Colette Capriles si recordamos que fue ella misma la aventurera que con voz destemplada el 11 de abril de 2002 arengó a las masas opositoras, en Chuao, a abalanzarse contra la embajada cubana porque supuestamente allí estaban metiendo unas maletas cargadas de armas, con lo que se produjo el vergonzoso hecho liderado por los agentes de la CIA Salvador Romaní, Ricardo»cañita» Koesling y Henry López Sisco, fungiendo como mampara el inefable Henrique Capriles Radonski, a la sazón, alcalde de Baruta.
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