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Capriles y la insoportable terquedad de la burguesía venezolana

Fuentes: Rebelión

La sociedad venezolana ha ingresado en una fase de definiciones sociales y políticas. Sus tiempos y sus ritmos se moverán al compás de las relaciones de fuerzas, los protagonistas y las políticas aplicadas. Esa es la marca inevitable del complicado tránsito entre un régimen y otro en la revolución bolivariana. Sus resultados dependerás de lo […]

La sociedad venezolana ha ingresado en una fase de definiciones sociales y políticas. Sus tiempos y sus ritmos se moverán al compás de las relaciones de fuerzas, los protagonistas y las políticas aplicadas. Esa es la marca inevitable del complicado tránsito entre un régimen y otro en la revolución bolivariana. Sus resultados dependerás de lo que se haga o se deje de hacer en ambas fuerzas, pero el punto cualitativo no depende de la derecha. Este se concentra en la inteligencia política que muestre el gobierno para resguardar el proceso y el gobierno de los asedios, y blindar las conquistas. Para ello se requiere como condición previa, completar la obra truncada con la desaparición del líder.

La violencia desatada por la oposición de derecha desde el 14 de abril, apenas terminado el escrutinio que dio ganador al chavismo, es el síntoma de una enfermedad que medra en el cuerpo social venezolano con efectos de riesgo para el conjunto suramericano. El contenido de esa enfermedad nace en la incapacidad de la clase dominante y su sistema mundial de Estados, para respetar el juego democrático del cual se ufanan sólo cuando lo controlan ellos. El límite de su democracia es inversamente proporcional al desarrollo de fuerzas sociales opuestas que le cuestionen el poder, incluso por el sacrosanto voto de origen liberal.
Las novedades en el proceso bolivariano señalan un camino inexorable a la confrontación entre quienes sostienen las transformaciones que dieron vuelta al país y movieron al continente hacia un rumbo de rebelión, y aquellos que no las soportan y harán de todo, absolutamente todo, para cambiar ese estado de cosas adversa.

En ese puso exacto, nace la gigantesca responsabilidad del gobierno de Nicolás Maduro, sus vanguardias socialistas y sus Fuerzas Armadas Bolivarianas, para darle una saliva revolucionaria a la brutal prueba de entredichos sociales y dilemas existenciales. Estos dilemas cruzan sus fuerzas vitales entre la bajísima votación del chavismo en abril y su fuerza social enorme en la sociedad trabajadora y parte de la clase media. Junto a lo acumulado en calidad política por un gobierno independiente de la burguesía, constituyen el principal capital de la «revolución bolivariana». El segundo dilema aparece entre una economía atosigada entre el rentismo petrolero heredado y repotenciado y una burocracia de aparato insaciable de prebendas, base administrativa y social de la triplicaciòn de la deuda externa, el péndulo dominante de una inflación y una devaluación provocada por el enemigo, pero facilitada por los nuestros. En tercer lugar, late el serio peligro bonapartista, siempre presente en situaciones como la venezolana, ordenado desde la derecha interna y externa, pero alentado, aunque sea involuntariamente, por la ausencia de una política pública que desarrollo un poder popular suficientemente institucional a escala nacional, como base legitimadora del poder politico. Sin esta ecuación compleja, el destino de la revolución bolivariana seguirá pendiendo del voto, el menos revolucionario de los recursos de un proyecto revolucionario. El como se hace es una tarea tan compleja como su planteamiento. El asunto no radica en su complejidad, sino en la comprensión teórica y política que tengamos de su urgencia.

La violencia como recurso político

Una medida de la tendencia en curso es la escala en las acciones ofensivas desde el 14 de abril, dentro y fuera del país. Estas deben cuantificarse en hechos inusuales, sólo conocidos en los días del golpe de Estado fracasado en 2002. La sucesión y sorpresa de esas acciones violentas condujo a la confusión teórica y muchos han concluido que se está en presencia de un posible golpe de Estado. Si eso fuera posible para ellos, no habrían actuado como actuaron. Los golpes tienen una lógica simple, la lucha de clases tiene otra más abarcadora. Estamos en presencia de lo segundo, donde lo primero se subordina como improbable, no porque no quisieran, sino porque no pueden. Por ahora. En realidad, lo que se vislumbra es una perspectiva más ambiciosa, por lo tanto más riesgosa. Errar el análisis y el diagnóstico conducirá a una medicina incorrecta, y eso puede ser letal.

Un indicio personal de esto lo reveló un adolescente de la Isla de Margarita llamado Víctor. Esta semana me preguntó por e-mail sobre el significado de la palabra «fascista». «Es que la escucho mucho en la televisión», dice en su escrito. En su preocupación están contenidos los signos de una nueva realidad abierta en el país. Esa novedad se llama dilema existencial de lo que se conoce como revolución bolivariana, comenzando por su gobierno y terminando por sus movimientos sociales y Fuerzas Armadas. Ellos se preparan para jugarse el todo por el todo, por una razón social simple: no soportan un día más al chavismo en el poder. Y según los resultados de abril tendrán que aguantarlo 6 largos años más, que sumarán 20 en un infinito ciclo (para ellos infinito) sin el poder de la potencia petrolera.

Primeras huellas de la bestia

Entre la madrugada del 15 de abril y las 9 de la noche del día 17, fueron asesinados ocho militantes identificados con algunos de los movimientos del chavismo. El noveno cayó baleado por la espalda cuatro días después. Uno de los primeros caídos fue incendiado vivo.

En menos de tres días, luego de que el Consejo Nacional Electoral emitiera el resultado adverso a Capriles, alrededor de cinco grupos de activistas armados de la oposición, quemaron 11 edificios públicos. En dos de ellos se impartía educación preescolar (los llamados Simoncitos), otros cuatro pertenecían a la Misión Barrio Adentro, algunos dedicado a atender patologías complejas (Centro de Diagnóstico Integral, CDI).

Además, resultaron quemadas cinco sedes del gubernamental Partido Socialista Unificado de Venezuela (Psuv) en tres ciudades de provincia y la Capital. Entre la noche del 14 de abril y el 27 del mismo mes, grupos de opositores agredieron a una Viceministra, 11 periodistas de canales públicos o comunitarios y a un famoso deportista que simpatiza con el gobierno chavista. Durante esas dos semanas realizaron nueve cacerolazos en los barrios de ricos y clase media, ubicados en el este de Caracas.

La revuelta provocada en una sesión de la Asamblea Nacional, el parlamento venezolano, el martes 30 de abril, tuvo la intención de trasladar las acciones ofensivas de la calle a uno de los cinco instrumentos del sistema institucional bolivariano. La acción fue decididamente conspirativa y sediciosa. No nació de una reacción emotiva en medio de algún debate por determinada ley o proyecto. Sus detalles de acción subversiva concertada, quedaron retratados como prueba judicial, por las cámaras de seguridad del edificio (http://www.aporrea.org/actualidad/n228055.html).

El objetivo, sobre todo en el escenario parlamentario, es darle continuidad a la política de desacato a la legalidad y a la legitimidad del nuevo gobierno de Nicolás Maduro. Esta estrategia es sostenida por la OEA, por los gobiernos de España y EE.UU. El funcionario que llegó más lejos en ese embate internacional de sostén a la oposición local, fue el canciller del Reino español, al ofrecerse como Virrey supervisor del reconteo de votos que piden Capriles y la MUD. La oferta le valió su aventamiento del país, en una encendida declaración del mismísimo presidente Nicolás Maduro.

La Mesa de la Unidad opositora proclamó, desde el día 14 de abril, el desconocimiento de los escrutinios y del gobierno resultante. Pero, además, sostiene hasta nuevo aviso, un desacato al resto de las instituciones del poder. Prepara acciones contra la Corte Suprema de Justicia, y adelanta expedientes que reclamen a la Corte de la Haya, a la Organización de Estados Americanos y ante otros organismos de control internacional, el repudio al gobierno electo en Venezuela. En respuesta, el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, declaró el desconocimiento de la bancada de diputados opositores y su puesta en cuarentena.

Estas son las medidas de la escalada opositora. Se nutre de métodos y recursos variados. De ellos tenemos memoria en los acontecimientos decisivos de los años 2002, 2003, 2004 y 2005. Esos fueron los cuatros años que marcaron a fuego el rumbo revolucionario del gobierno y el conjunto de la sociedad venezolana. En los estrujones de esos años lo que se conoce como «revolución bolivariana» dio un salto de calidad, produciendo combinaciones novedosas que modificaron el conjunto nacional y repercutieron en nudos centrales de la geopolítica latinoamericana. Estamos entrando a una situación de carácter general similar, pero con una diferencia: la prueba será más fuerte, porque lo que antes era rechazable para ellos, se les ha convertido en insoportable.

El foco de la actual estrategia es la destitución de Maduro y del gobierno. Para ello se aprovechan de la fragilidad institucional que significa haber ganado por tan poco. En la literatura de la ciencia política se tasa en 10 puntos el mínimo indispensable para legitimar sin cuestiones un gobierno. Eso vale doble para una realidad como la Venezuela bolivariana. Sus desarrollos y avances han sido tantos y tan significativos en lo social, jurídico, político e internacional, que ya no es posible devolverse o congelar el proceso, sin una conmoción social de proporciones.

Este juego de fuerzas profundas es lo que explica que el objetivo actual de la derecha sea màs serio que un ridículo golpe de Estado, o simples asonadas con táctica de guerrilla urbana. Es más ambicioso.
La oposición venezolana busca que las Naciones Unidas, o varios Estados fuertes del mundo, declaren a Venezuela como «un Estado fallido», única vía actual para legitimar una intervención imperial. Ese fue el camino escogido en Haití, Libia, Irak, Siria. En otros sentidos, más indirectos, como hicieron en Honduras y Paraguay.

Esta aparente fuerza de la derecha venezolana, alentada por el casi 48% obtenido en las elecciones, al mismo tiempo disimula su debilidad relativa en la relación de fuerzas nacional. En la violencia de sus acciones asesinas actuales, está su debilidad. Pero esa debilidad no será eterna. Para que no se transforme en fuerza, el gobierno y los movimientos, junto a las Fuerzas Armadas, deberán hacer lo correcto. Si no, predominará la lógica liberal del voto, la representación y la sinuosidad pendular de la opinión pública, tres escenarios manejados por ellos.
Ni Capriles y Primero Justicia, Acción Democrática, ni los sectores más extremos referenciados en la MUD, o los que están por fuera de la MUD conspirando en las Fuerzas Armadas y en Miami, como el Vicealmirante Huzi Clavier y el General retirado Carlos Peñaloza, ninguno por separado, o juntos, cuentan con la capacidad operativa, en las actuales condiciones sociales y militares, de organizar y sostener un golpe de Estado en serio, y menos de desarrollar acciones que pudieran conducir a una guerra civil, aunque fuera localizada.
Ese límite de fuerzas los obliga a acudir a métodos y técnicas de guerrilla urbana, preparando, como diría el insurgente brasileño Carlos Marignela, «la retirada antes de actuar». En menos de 15 días, varios grupos de «escuálidos» armados golpearon, quemaron y mataron en pocos minutos, huyendo de inmediato para evitar un enfrentamiento físico con las fuerzas sociales del chavismo. Uno de los jefes militares derechistas más usados en las jornadas de abril es el general retirado Antonio Rivero, con conocido ultraderechista venezolano. Su actividad «guarimbera» en plena calle fue cazada por una cámara de su propia y esas imágenes son la prueba del alcance del proyecto conspirativo. El general Rivero está siendo procesado en los tribunales caraqueños por conspiraciòn e incitaciòn a la violencia callejera. Pero es mucho más grave. De sus órdenes y tácticas del día 15 de abril, como del texto del twiter emitido por el periodista opositor Nelson Bocaranda, resultaron varios de los asesinatos de esos dìas de muerte. (www.youtube.com/watch?v=9zNOl33NQTc)
La derecha venezolana sabe que sus fuerzas son varias veces inferiores en el terreno de la organización social y la capacidad política y militar. Son malos, no estúpidos, aunque a veces se confunden entre ambas conductas.
Hay una pequeña diferencia moral. Las técnicas usadas por los caprilistas venezolanos no los aproxima a los guerrilleros izquierdistas del siglo XX, sino a los grupos fascistas o nazis en Italia y Alemania, entre otros casos menos conocidos. Antes de hacerse del poder en 1922, Musolini usó sus fasci di combattimento, mientras que Adolf Hitler, en la misma situación europea de postguerra, acudió a los Escuadrón de Protección (SchutzStaffel, mejor conocidas como las terribles SS); ambos imponían el terror en las calles y la dislocación en las instituciones y los partidos obreros. Esa discocaciòn de su enemigo, la acumulación de fuerzas sumada y una opinión pública desconcertada, fraccionada, las usaron luego para ganaran las elecciones e imponer sus regímenes totalitarios. En la actual latinoamérica y en la realidad venezolana, es difícil el establecimiento de un régimen tipo nazi o fascista, aunque fuera en las versiones vernáculas practicadas en el Cono sur y Centroamérica. Pero tampoco está descartado alguno que tenga los mismos objetivos, aunque comience vestido de «socialdemócrata». La renovaciòn del discurso de Capriles Radonski, entre octubre y abril, es el síntoma de ese propósito.
Una cosa es que no puedan por ahora, otra muy distinta, que no se estén preparando para ello. Las acciones ofensivas violentas de abril, son ensayos.

El punto de no retorno

Ni la burguesía desplazada del poder soporta más el gobierno de izquierda establecido desde hace 14 años, radicalizado desde el 15 de abril de 2002, con proyección a durar dos décadas enteras con Nicolás Maduro, ni el gobierno de Estados Unidos está dispuesto a permitir que se consolide.

Pero en el mismo espacio-tiempo, el chavismo, y sus vanguardias sociales y militares, tampoco están dispuestas a retroceder y convertir la revolución bolivariana en otra derrota latinoamericana. Alguna vez, en 1996, Hugo Chávez dijo en una entrevista que él no quería ser «uno más que lo intentó y no pudo».
Para que ese axioma no adquiera rango de dilema vital, el gobierno está obligado por la realidad a completar la obra iniciada, despejando el camino de los dispositivos perturbadores y los obstáculos internos que le impiden llegar hasta el final. Para ello cuenta con la ventaja de una relación social, política y militar de fuerzas, ampliamente favorable al interior, aunque al exterior no sea igual, por los límites del recorrido de los gobiernos amigos.

Ese es el punto de no retorno que buscaba Hugo Chávez con desesperación en su último Consejo de Ministros (que resultó tan póstumo como profético) conocido como «Golpe de Timòn». El sentido profundo, pleno de hondo patetismo humano, es la contradicción mortal entre el Estado capitalista que sobrevive (y se revitaliza con cada día que pasa) y el corto tiempo que hay para cambiarlo por otro que sea su contrario.
En ese cruce de intereses opuestos de ambas fuerzas sociales puestas en movimiento, nace el dilema existencial de la revolución bolivariana.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.