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«Caracazo», 27 de febrero de 1989: El día que despertó el pueblo

Fuentes: Rebelión

Traducido para Rebelión por Caty R.

«¿Qué socialdemocracia no ha dado la orden de disparar
cuando la miseria sale de su territorio o gueto?»
Gilles Deleuze (1)

El 27 de febrero de 1989 comenzó en Caracas uno de los acontecimientos históricos más significativos del cambio de período político de finales de los años 80. Algunos meses antes de la caída del muro de Berlín, los venezolanos que vivían mayoritariamente en los barrios pobres (80% de la población) se rebelaron contra la brutal aplicación de las medidas del FMI por el vicepresidente de la Internacional Socialista de la época: Carlos Andrés Pérez (CAP). La respuesta política del gobierno venezolano fue salvaje: despliegue del ejército y autorización para disparar sobre la multitud. La represión se saldó con un balance espantoso: casi 3.000 muertos en cuatro días.

El «Caracazo» constituye una de las primeras revueltas de una nueva época en la confluencia de tres fenómenos históricos profundos: el final del estalinismo, la crisis de la socialdemocracia y las contradicciones sociales y democráticas de la hegemonía capitalista. Esta revuelta espontánea marca el auténtico principio del proceso revolucionario bolivariano y el de una larga serie de revueltas en el mundo contra el rostro liberal del capitalismo.

De la «Venezuela Saudí» a la Venezuela endeudada

«Cuando bajen los precios, Nosotros seguiremos tranquilos» (2)
(Manifestante del Caracazo)

Carlos Andrés Pérez, miembro del partido Acción Democrática (AD), fue elegido presidente de la república en 1998 y asumió sus funciones el 4 de febrero de 1989. Con una sólida reputación de tercermundista y demócrata, se le esperaba con impaciencia para que detuviera el rápido deterioro de las condiciones de vida de los venezolanos debido a una inflación que llegó al 29,46% en 1988. No perdió el tiempo (12 días) para aplicar su programa «Nueva Venezuela». Pero aunque durante su campaña electoral declaró que el FMI «martirizaba a los pueblos» parecía muy sensible a los consejos de sus representantes, presentes en Venezuela desde 1987 para intentar frenar la crisis económica que vivía ese país petrolero.

La caída del precio del petróleo mermó profundamente la economía rentista del país, y a pesar de la devaluación del bolívar la inflación permanecía. El sistema venezolano apodado «Venezuela Saudí», basado en un Estado cuya actuación se reducía a la distribución de la renta petrolera en beneficio de un puñado de familias (que siempre dejaba tirado al 80% de la población), sufrió una grave falta de liquidez. El FMI ofreció un préstamo de 4.500 millones de dólares a tres años, pero no sin condiciones: «la habilidad de Venezuela para obtener nuevos financiamientos exteriores depende del programa económico que lleve a cabo» (3). En esencia el Estado debía liberalizar su economía y dejar el camino libre al mercado.

El 16 de febrero CAP presentó su «paquete económico» (4) en la televisión, el anuncio se esperaba con tanta impaciencia que ¡Por primera vez la elección de Miss Venezuela ocupó el segundo lugar en la audiencia! Los venezolanos asistieron en directo a la presentación de un programa liberal de ajuste estructural: eliminación de las subvenciones que garantizaban la rentabilidad del débil sector industrial, privatización de las empresas públicas, segunda devaluación del bolívar y descongelación de los precios, especialmente el del petróleo…

Los conductores de autobús repercutieron la subida del precio de la gasolina desde el 27 de febrero: 200% de aumento del precio del billete en un día… Y eso en un contexto de fuerte movilización de los estudiantes y del personal de educación (230.000 huelguistas durante 17 días). Todos esos elementos constituyeron la mezcla detonante de la bomba «Caracazo».

Reapropiación

«Expropiaron el producto de su trabajo, todo lo que tiene relación con las necesidades de un ser humano. Si tuvieron la posibilidad de hacerlo, entonces, ¡bravo, que ese sueño se realice!»*

(Roland Denis, exministro de Planificación).

Todo empezó en Guarenas (ciudad dormitorio a 30 kilómetros de Caracas), violentamente los trabajadores tomaron partido contra los conductores de los autobuses y se negaron a pagar el billete cuyo precio se había triplicado. «Una tropa de la guardia nacional intentó exigir que los conductores bajasen sus precios; un conductor se negó y un guardia disparó a las ruedas del autobús; fue la señal que todo el mundo esperaba» (5). Las primeras víctimas de la cólera, los autobuses y minibuses privados se destruyeron con barras de hierro y después los quemaron. Los guareños se dirigieron espontáneamente hacia los camiones de mercancías y detuvieron el tráfico. Los pequeños comerciantes que no quisieron bajar los precios sufrieron los primeros saqueos y pillajes. Un comerciante declaró: «Se están empezando a organizar, y como una plaga de langostas atracarán los comercios y las carnicerías» (El Nacional, 28-2-89). Rápidamente los manifestantes se dirigieron hacia los inmensos y emblemáticos centros comerciales venezolanos (entre los más grandes del mundo). Las vitrinas volaron en pedazos, todos los productos de consumo, sobre todo los alimentos, se cargaron a la espalda o en petates: no había nada organizado, pero la reapropiación fue muy eficaz.

Intervino la policía metropolitana, pero aprovechando el movimiento los policías exigieron mejoras salariales y mejor cobertura sanitaria… Los refuerzos de la policía municipal de caracas, que ya estaba ocupada junto con la DISP (policía política) debido a la violenta movilización en la educación, fueron lentos, el movimiento tomó cuerpo, «cuando aparecieron los policías un grupo se encargó de mantenerlos alejados lanzando piedras mientras los demás seguían abriendo los comercios» (El Nacional, 28-2-1989). Cayó la noche. Mientras todo el mundo esperaba la calma, la situación se agravó. Los habitantes de los barrios populares, «los ranchos» (La Vega, Petare, Catia, El Valle, 23 de enero, etc.), comenzaron a bajar masivamente al centro de la ciudad.

La jornada del 28 adquirió una dimensión extraordinaria, la ciudad estaba tomada por los olvidados, los invisibles. Los medios de comunicación difundían continuamente imágenes del saqueo presentando a los manifestantes como hordas de delincuentes. Sin embargo se oían consignas cada vez más políticas: «¡Subida de los salarios!» o «¡Bajada de los precios de los alimentos!»… y los manifestantes actuaban con calma y dignidad «No, no me arrepiento. No fue un acto deshonroso. En casa hay que comer; cuatro pantalones, una camiseta, un par de zapatos… ¿Qué si volvería a hacerlo? No se… (Un manifestante a El Diario de Caracas, 7-3-89). A pesar de que se arrasaron bancos y comisarías, se comprobó que la revolución guardaba una lógica: las farmacias, los hospitales y las escuelas no se tocaron. «Lo único que se ha dejado aquí, en El Valle, ha sido la ferretería Futuramic. Nadie la ha saqueado porque el propietario es un hombre de bien que vende barato y se porta bien con la gente del barrio» (El Nacional, 3-3-1989). Aquí y allá se celebraban fiestas y barbacoas aprovechando la carne y los instrumentos «recién adquiridos»

CAP regresó de Barquesimeto la noche del 27 y comprobó la amplitud de la situación. Celebró una reunión en Miraflores (el palacio presidencial) con los representantes del gobierno, las autoridades militares y los representantes de los partidos políticos de la oposición. Estos últimos sólo discrepaban en un punto: la suspensión de las garantías constitucionales. El MAS (Movimiento Al Socialismo), por ejemplo, opinaba que había que «restablecer el orden público sin suspender las garantías de libertad. Está claro que existen graves desbordamientos y que reina un clima de miedo e inseguridad» (El Nacional, 5-3-89). Antes de la aprobación unánime de recurrir a la represión, CAP puso en marcha un plan de despliegue del ejército para el «restablecimiento del orden»: el Plan Ávila.

La masacre

«Estamos dispuestos a matar a cualquiera, son las órdenes que hemos recibido»

(Un soldado citado en el diario El Nacional del 3 de marzo de 1989).

A las 16:00 h. del 28 de febrero se desencadenó el Plan Ávila. Éste permitía la suspensión de las garantías constitucionales: libertad de prensa, libertad de manifestación, de reunión, de opinión, suspensión de la inviolabilidad de los domicilios, de la prohibición de las detenciones abusivas… El ejército podía actuar con total impunidad. Durante cuatro días la represión fue total en las calles y hasta en las casas: los hombres, las mujeres y los jóvenes fueron asesinados a sangre fría incluso en sus casas*.

Un médico declararía después: «Desde el martes llegaron treinta muertos y casi tres mil heridos, la mayoría afectados por armas de guerra. Al principio sólo había hombres jóvenes, pero rápidamente llegaron las mujeres, los niños y los ancianos […] Vi a un niño de nueve años con una enorme herida de bala en el pecho […] Era como una guerra, a cada minuto había un nuevo herido (El Nacional, 2-3-1989).

La multitud ha tenido problemas para contar sus muertos, la búsqueda de las víctimas a menudo es imposible porque el ejército cavó fosas comunes para hacer desaparecer cientos de cadáveres.

La represión duró hasta el 2 de marzo de 1989. El gobierno hizo pública la cifra oficial de 243 víctimas, sin embargo todos los análisis están de acuerdo en que hubo más de 3.000 desaparecidos. Todavía nos preguntamos cómo todo el ejército venezolano pudo colaborar a ese nivel en esa cacería ignominiosa. El teniente coronel del ejército venezolano Hugo Rafael Chávez Frías estaba enfermo en aquellos días, nunca se podrá saber qué habría hecho. Una cosa es segura, un sector importante del ejército en torno al MBR-200 (6) tomó entonces conciencia de la barbarie de ese poder y soñó con cambiar.

El 4 de febrero de 1992, esas mismas fuerzas intentaron un golpe de Estado, fallido, contra CAP, pero Chávez pasó 10 segundos en la televisión venezolana, asumió la responsabilidad de ese fracaso (nunca un político había admitido públicamente sus responsabilidades en Venezuela) y afirmó que sus objetivos no se habían conseguido «por ahora». Esa palabra resonaba en la cabeza de los todos los machacados por el Caracazo y el viento empezó a cambiar cuando el Tribunal Superior de Justicia destituyó a CAP por corrupción en 1993. La elección de Chávez en 1998 y el proceso revolucionario bolivariano se muestran como la búsqueda de una salida política a esa revuelta.

Notas:

(1) Gilles Deleuze y Félix Guattari, Qu’est-ce que la philosophic? (¿Qué es la filosofía?, Anagrama, 1993, Traducción de Thomas Kauf).

(2) Las citas señaladas con asterisco (*) proceden de testimonios extraídos de los archivos de vídeos del Caracazo y recolectados por la cooperativa COTRAIN, http://www.youtube.com/watch?v=vg7mvx3IYRw

(3) Fréderic Leveque, «Le ‘Caracazo’, c’était il ya 15 ans», CADTM, http://www.cadtm.org/Le-Caracazo-c-etait-il-y-a-15-ans

(4) «Paquete económico» CAP ha optado por pasar todas las medidas a la vez.

(5) Elio Colmenarez: » la insurrección de febrero: a 20 años del Caracazo «

(6) Movimiento Bolivariano Revolucionario de los 200, grupo de militares bolivarianos procedentes del trabajo político del Partido Causa Radical en el ejército de Venezuela.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.