La carrera para abatir la pobreza extrema en el Cono Sur de América antes de 2015 está en pleno desarrollo, pero mientras Chile descansa en la meta y Brasil se acerca, hay países muy rezagados como Uruguay, Paraguay y, sobre todo, Argentina.
El compromiso de reducir a la mitad la proporción de indigentes y hambrientos entre 1990 y 2015 fue asumido por todos los países de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) reunidos en 2000 en la Asamblea General de ese foro.
En ese encuentro se suscribieron los ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio, una plataforma para combatir las desigualdades de ingreso, salud, educación y género y promover un modelo de crecimiento ambientalmente sustentable.
La hoja de ruta para alcanzar cada meta corresponde al diseño nacional, de acuerdo con su grado de desarrollo y a sus necesidades particulares. ¿Cómo hacen Chile y Brasil para lograrlo? ¿Por qué sus vecinos están tan atrasados e incluso en riesgo de incumplir? ¿Cuáles son las variables que habría que estimular para contribuir a que todos ganen?
Un estudio realizado en Argentina por el Centro de Estudios Distributivos, Laborales y Sociales de la estatal Universidad de La Plata indicó que el crecimiento económico es un elemento indispensable pero no suficiente en el Cono Sur americano para reducir la pobreza extrema en los plazos establecidos en las también llamadas metas del milenio.
El economista Leonardo Gasparini, uno de los dos responsables de la investigación, explicó a IPS que «el crecimiento sostenido es un ingrediente fundamental en todo proceso de reducción de la pobreza, pero debe ser acompañado de otros elementos básicos».
«Una política educativa que asegure un servicio básico de calidad para los más pobres, una asistencia social eficiente que evite el clientelismo (político), una política fiscal y de gasto público orientados hacia los más pobres», son algunas de las variables que se deben fomentar simultáneamente sostuvo el experto.
El trabajo firmado por Gasparini y por su colega Martín Cicowicz asegura que «un crecimiento económico vigoroso y sostenido es una condición necesaria» para reducir la pobreza extrema antes de 2015 en Argentina, Uruguay y Paraguay, pero también advierte que el esfuerzo requerido sería menor si se impulsan otras vías claves para el desarrollo.
En este sentido, recomiendan aumentar los niveles de educación exigidos, apuntar a reducir la fertilidad en las familias con ingresos más bajos, disminuir la desocupación y, sobre todo, eliminar la informalidad laboral y procurar que el nuevo empleo no sea en actividades agrícolas.
«Sin cambios en las políticas para reducir la desigualdad, Argentina va a requerir un crecimiento sostenido de 9,5 por ciento por año hasta 2015, lo que constituye un escenario extremadamente improbable», se añade en el informe. Esta economía ha alcanzado esos guarismos en los dos últimos años tras cuatro de recesión.
Aconseja que para Argentina se tome como base del estudio de la variable de la pobreza los indicadores de 1992 y no de 1990, por considerar que el primero es el año de mayor equilibrio en esa década. Desde entonces, los logros fueron «muy decepcionantes» y la cantidad de pobres aumentó de modo constante.
En 1992, la pobreza alcanzaba a 22,6 por ciento de la población y la indigencia a 4,5 por ciento. La meta impone reducir los indicadores a 11,3 y 2,3 por ciento respectivamente.
Sin embargo, los últimos datos que se toman en el estudio de Gasparini y Cicowicz, correspondientes al inicio de esta década, la cantidad de pobres ya abarcaba a 55 por ciento de los 37 millones de argentinos y los indigentes a 25,9 por ciento.
En un escenario simulado, los autores observan que, con un aumento generalizado de cinco años en la inversión en educación, se podría bajar en 14 puntos porcentuales el indicador de pobreza para 2015, pero aún así es poco para una meta que exige una caída de 43,7 puntos.
El aumento de la pobreza en Argentina se catapultó con el colapso de 2001, cuando se llegó a los indicadores sin precedentes tomados en el informe, aunque en la actualidad ha caído a 40,2 por ciento de los argentinos. Empero, Gasparini cree que esa declinación se enlentecerá a partir de 2006.
El informe también destaca que la reducción del desempleo, muchas veces reclamada como acicate para mejorar la situación, no tendría un gran impacto, debido a que 30 por ciento de los desocupados son los llamados «no-pobres». Y, al mismo tiempo, muchos de los que sí tienen trabajo se mantienen pobres porque perciben salarios bajos.
Los expertos de la Universidad de La Plata avizoran, además, que una reducción en la cantidad de nacimientos en los hogares indigentes parece tener un impacto significativo en la disminución de esa situación y un efecto más leve en el sector de pobreza moderada.
De todos modos, las probabilidades de Argentina de cumplir las metas «son muy bajas», a juicio de Gasparini.
Respecto de Uruguay, cuya economía colapsó en 2002, el análisis toma como año de equilibrio a 1989, cuando la pobreza afectaba a 27,6 por ciento de su población y, en lugar de reducirse, en los años 90 subió 3,7 puntos porcentuales.
En tanto la indigencia, que abarcaba a 1,3 por ciento de los 3,3 millones de uruguayos en 1999, llegó ya a tres por ciento en 2003.
«Sin remover la desigualdad, Uruguay requeriría un crecimiento económico de cuatro por ciento anual hasta 2015, lo que parece un escenario muy ambicioso», dudan los expertos. Para un mejor resultado, aconsejan apuntar a la educación secundaria universal, reducir la informalidad laboral y achicar el tamaño de los hogares.
Al respecto, el flamante gobierno del izquierdista Encuentro Progresista/Frente Amplio parece decidido a recuperar el tiempo perdido. El presidente Tabaré Vázquez, quien asumió el cargo el 1 de marzo, se comprometió explícitamente a cumplir con las metas del milenio y ya puso en marcha el denominado Plan de Atención Nacional a la Emergencia Social.
El programa apunta no sólo a entregar un subsidio a las familias más pobres, sino también a controlar que en esos hogares asistidos los menores vayan a la escuela y que todos sus integrantes adultos reciban alimentos, atención sanitaria, documentación y entrenamiento laboral para reinsertarse en el mercado de trabajo.
En cuanto a Paraguay, el déficit comienza por los datos. No existen informes sobre pobreza en 1990 y por eso Gasparini y Cicowicz toman como base para su estudio los porcentajes de 2002 que, según diversas fuentes de ese país no difirieron demasiado.
Hoy la pobreza alcanza a 46,4 por ciento de los 5,5 millones de paraguayos y debe bajar a 23,2 por ciento en 2015.
El reclamo es de transferencias a los más pobres a través de políticas públicas, entre las cuales la aparece como el campo más fértil para alcanzar las metas de la ONU. También, aunque en menor medida, la reducción del desempleo, de la informalidad y del trabajo agrícola.
Los escenarios de los tres países estudiados se presentan así muy similares, pero Gasparini advirtió que Argentina es el que demanda un mayor crecimiento económico sostenido en la próxima década, y por esa razón es el que está más lejos de la meta.
En el otro extremo está Chile, donde la pobreza cayó de 38,6 a 18,8 por ciento de la población entre 1990 y 2003, mientras que la indigencia pasó de 12,9 a 4,7 en el mismo período.
El último informe Panorama Social de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) indica que Chile se constituyó así en el único país de la región en reducir ya sus niveles de pobreza a la mitad, tal como exigen las metas del milenio para 2015.
El estudio de la Cepal, al igual que el realizado por la Universidad de La Plata, reconoce que el crecimiento económico sostenido en ese país a lo largo de tres décadas es un dato clave del éxito. Pero los expertos también coinciden en que no fue solo el aumento del producto el responsable de la caída de la cantidad de pobres e indigentes.
También contribuyó a que una mayor proporción de personas participen de los beneficios del desarrollo el aumento del gasto social y el programa Chile Solidario, que brinda una asistencia integral a las familias indigentes, medidas adoptadas tras el fin de la dictadura (1973-1990) y la llegada al gobierno de la centroizquierdista Concertación por la Democracia.
Asimismo, las familias pobres tienen un promedio de hijos más bajo que en aquellos hogares que viven en similares condiciones en otros países de la región, señala la Cepal.
«Chile impulsó reformas económicas que permitieron el desarrollo de una economía abierta y con alto crecimiento, pero además generó una masa crítica de técnicos para el sector público bien formados y mantuvo reglas económicas estables y políticas sociales serias, incluso en medio de los avatares políticos», destacó Gasparini.
También Brasil mostró que es capaz de «avanzar lentamente hacia la meta», sostuvo el economista. «Si logra mantener el crecimiento económico del último año y avanza con un poco más de energía en algunas reformas sociales, es posible que ese país llegue a tiempo a cumplir» con el compromiso ante la ONU, vaticinó.
Según datos del oficial Informe Nacional de Acompañamiento, la indigencia cayó de 8,8 a 4,7 por ciento de los brasileños entre 1990 y 2000, tomando como criterio para medir la pobreza extrema la que fija el límite en un ingreso diario de un dólar por persona.
Ese retroceso coloca al gigante sudamericano prácticamente cumpliendo con la meta. Sin embargo, en el Informe se admite que esos niveles de caída no conforman sus expectativas, sobre todo porque observan que la brecha de la desigualdad permanece amplia.
El presidente de Brasil, el izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva puso en marcha en ese país el Programa Hambre Cero y las Becas-Familia, que apuntan a transferir ingresos, alimentos, educación y otros bienes y servicios a los más pobres, de manera de mantener la tendencia a la baja los indicadores respectivos.
Con ese impulso, Brasil ya se ubica cerca de Chile junto a la bandera de «llegada», y ambos están en condiciones de plantearse incluso objetivos más ambiciosos. En cambio, sus vecinos tienen aún un largo recorrido para arribar a 2015 con una sociedad más igualitaria y donde el hambre sea apenas una rémora del pasado.
(*) Aportes de Mario Osava (Brasil), Gustavo González (Chile) y Diana Cariboni (Uruguay)