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Carta abierta al colectivo «Alicia Martínez»

Fuentes: Rebelión

Como no les falta razón a quienes dicen que no hay mayor desprecio que no hacer aprecio, no quisiera que pensarais que si no he contestado hasta ahora a los artículos que me habéis dedicado (he perdido la cuenta, pero deben de ir por la media docena), ha sido por considerar que no valía la […]

Como no les falta razón a quienes dicen que no hay mayor desprecio que no hacer aprecio, no quisiera que pensarais que si no he contestado hasta ahora a los artículos que me habéis dedicado (he perdido la cuenta, pero deben de ir por la media docena), ha sido por considerar que no valía la pena molestarse en hacerlo. Las razones son otras, y la principal de ellas es que con frecuencia no logro ver en vuestros prolijos textos una línea de argumentación coherente. Lo que sí he creído entender es que con respecto a la prostitución estáis, al contrario que yo, a favor del abolicionismo, así que, en la imposibilidad material de contestaros punto por punto y argumento por argumento (para descifrar vuestros artículos necesitaría un tiempo del que por desgracia no dispongo), me limitaré a esbozar algunas consideraciones generales.

-Comprendo que, como afirmáis, os pongan tristes las torpezas de los otros; pero sería bueno que empezarais por entristeceros de vuestra propia torpeza expositiva, y que esa tristeza os llevara al propósito de enmienda. Si en vez de abrir el grifo de la incontinencia verbal os esforzarais por decir las cosas de una forma más clara y concisa, seguro que vuestros artículos ganarían mucho, pues las ideas interesantes no faltan en ellos, y es una pena que se pierdan en una maraña de divagaciones inconexas. La tristeza bien entendida empieza por una misma.

-Estar en contra del abolicionismo no significa necesariamente estar a favor de la legalización, y mucho menos de cualquier tipo de legalización. Estar contra el abolicionismo significa, simplemente, considerar que la prostitución no se puede prohibir: no es posible ni es lícito hacerlo, como no es posible ni lícito prohibir el alcohol (y decir esto no es estar a favor del alcoholismo ni de la venta de bebidas alcohólicas a menores). La ley seca, como es bien sabido, solo benefició a Al Capone.

-Las medidas coercitivas directas, como la ley sueca que penaliza al cliente, tampoco son lícitas. En primer lugar, porque la mera tipificación de la transacción supuestamente punible es una agresión intolerable a la libertad y a la intimidad. ¿Quién y cómo puede determinar que una mujer que pasea por la calle, por muy «provocativamente» que vaya vestida, es una prostituta? Y si yo me acerco a ella, o ella a mí, intercambiamos unas palabras y luego nos vamos juntos, ¿quién tiene derecho a entrometerse o tan siquiera a sacar conclusiones?

-En vuestro artículo «Metamachismo feminista» aludís (sin nombrarme pero de forma inequívoca) a mi supuesta ignorancia en la materia. Pues bien, dicha alusión es una clara muestra de esa torpeza que tanto os entristece en los demás, porque si me atrevo a prestar mi voz a mujeres a las que casi nunca se les deja hablar, es porque llevo muchos años escuchando sus argumentos y sus reivindicaciones. Por razones que no vienen a cuento, hace treinta años mi casa de Barcelona se convirtió en la sede del primer sindicato (clandestino, obviamente) de trabajadoras sexuales, y algunas de las chicas pasaron largas temporadas viviendo conmigo (en calidad de huéspedes). Mi casa fue también el lugar de reunión habitual de un grupo de feministas que apoyaban a las trabajadoras del sexo, y en ese contexto conocí a una de las fundadoras del colectivo Hetaira, con el que he mantenido frecuentes contactos. No creo que haya muchas personas que, sin ser clientes, hayan pasado tantas horas como yo hablando con trabajadoras sexuales, así como con quienes defienden sus derechos.

-Considero terrible que una mujer se dedique a la prostitución. También considero terrible que una mujer se meta monja de clausura, o caiga víctima de la depresión del ama de casa y ahogue sus penas en alcohol. ¿Podemos prohibir la religión, los conventos, el matrimonio, el alcohol…? Ojalá acabemos con todo ello, pero desde luego no será mediante «aboliciones». Y mientras haya prostitución, matrimonio, religión y alcohol, tendremos que respetar la libertad de elección y los derechos de las trabajadoras del sexo, las monjas, las amas de casa y los alcohólicos. Incluso los de quienes proyectan su propia torpeza sobre aquello que no entienden.